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Capítulo 11

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Para variar, B.J. se quedó callado mientras se alejaban a toda velocidad del Castle’s. Boone no recordaba haberse sentido así de furioso y desilusionado en toda su vida, ni siquiera cuando Emily se había marchado diez años atrás.

Su móvil empezó a sonar poco después de que saliera como un cohete del aparcamiento del restaurante, así que puso el manos libres y contestó con sequedad:

–¿Qué pasa?

–Qué saludo tan agradable –comentó Ethan Cole.

–No me pillas en buen momento.

–Pues no sabes cuánto me alegro de haberte llamado. Quería recordarte que tienes que traer a B.J. a la clínica para que le eche un vistazo a la herida. A lo mejor puedo curar también lo que te aqueja a ti, sea lo que sea.

–Dudo que exista en el mercado una medicina lo suficientemente fuerte para eso. Estamos a un par de calles de ahí, ¿te va bien que vayamos?

–Perfecto.

–Gracias, Ethan.

B.J. se incorporó un poco en su asiento y le preguntó:

–¿Ese era el doctor Cole? –al verle asentir, añadió con preocupación–: ¿Va a quitarme los puntos?

–Sí, casi seguro que sí.

–¿Me va a doler?

–Puede que un poquito.

–Entonces quiero que Emily también venga –le dijo el niño, con los ojos llenos de lágrimas.

Boone se quedó atónito al oír aquello.

–Pero si fuiste muy valiente cuando el doctor Cole te cosió la herida, me lo dijo todo el mundo. ¿Por qué te da miedo que te quiten los puntos?

–Porque me has dicho que a lo mejor me duele.

–Pero no tanto como cuando te los pusieron.

–¡Quiero que Emily esté conmigo! –insistió el pequeño, mientras el llanto arreciaba.

Boone luchó por ocultar la frustración que sentía. En aquella ocasión no podía ceder, por mucho que B.J. insistiera en tener a Emily a su lado; en todo caso, seguro que todo salía bien. Aunque él tenía la cabeza hecha un lío en ese momento, Ethan sabía cómo calmar a un niño asustado.

–Esta vez no, campeón.

–¿Por qué? ¿Estás enfadado con ella?, ¿por eso hemos tenido que irnos del Castle’s?

–B.J., tú y yo nos las arreglábamos muy bien solos antes de que ella llegara al pueblo. Somos un equipo, ¿no?

–¡Quiero que Emily venga! –sollozó entre lágrimas.

A Boone le destrozaba verle llorar, pero no dio su brazo a torcer. Cuando llegaron al aparcamiento de la clínica, bajó del coche y fue a abrir la puerta del lado del pasajero, pero el niño se negó a bajar.

–Cuento hasta tres, campeón. Si no bajas del coche, tendré que llevarte en brazos como si fueras un bebé.

B.J. le miró boquiabierto, pero bajó del coche; al pasar furibundo junto a él, exclamó:

–¡Te odio!

Boone sintió que se le rompía el corazón. No era la primera vez que el niño le lanzaba aquellas palabras, y siempre le dejaban igual de devastado. Cuando entraron en la clínica, notó que Ethan le miraba con curiosidad antes de entrar tras B.J. en la sala de reconocimiento. Él entró tras ellos, pero se quedó en la puerta mientras el niño se cruzaba de brazos y les miraba enfurruñado.

–¿Qué tal estás, B.J.? –le preguntó Ethan, con voz serena.

–Bien.

–¿Estás listo para que te quite los puntos?

–No.

Ethan se quedó sorprendido ante aquella inesperada respuesta y miró a Boone, que admitió:

–Le he dicho que a lo mejor le duele un poco.

Ethan se volvió de nuevo hacia B.J. y le dijo, sonriente:

–Los papás no tienen ni idea de estas cosas. Seguro que el tuyo era un cagueta, pero tú eres todo un valiente. No derramaste ni una sola lágrima cuando te cosí la herida, apuesto a que ni siquiera notas cómo te quito los puntos.

B.J. le miró con suspicacia, pero dejó que se pusiera manos a la obra sin protestar.

–¿Lo ves?, ya te he dicho que ni siquiera lo notarías –comentó Ethan, cuando terminó de quitárselos–. Y apenas se nota la cicatriz, debo admitir que he hecho un buen trabajo.

–¿La cicatriz se borrará del todo antes de que empiece el cole? –le preguntó el niño, mientras examinaba con detenimiento su brazo.

–No, del todo casi seguro que no. ¿Piensas enseñársela a tus amigos?

–Sí, aunque habría sido mejor enseñarles los puntos.

–Ya, pero no habría sido buena idea dejarlos más tiempo. ¿Por qué no vas al mostrador de recepción y pides un caramelo?, tu papá y yo enseguida salimos.

B.J. salió corriendo de la sala sin mirar atrás, y Ethan observó en silencio a Boone antes de preguntar:

–¿Podrías decirme por qué estabas de tan mal humor cuando te he llamado? Ah, y también me gustaría saber por qué has asustado a B.J. antes de traerlo.

–Solo he intentado ser sincero al decirle que a lo mejor le dolía cuando le quitaras los puntos –le contestó él a la defensiva–. Desde que su madre no volvió a casa después de que yo le prometiera que iba a ponerse bien, tengo por norma decirle siempre la verdad.

–En teoría, es una idea excelente, pero tú mismo acabas de comprobar que la verdad a veces puede ser dura para un niño de ocho años.

–Sí, ya me he dado cuenta.

–¿Te ha pasado algo más con él? –eran viejos amigos, así que le conocía bien.

–Se ha empeñado en que llamara a Emily para pedirle que viniera, y yo me he negado.

Ethan sonrió al oír aquello.

–No sé por qué, pero sabía que Emily tenía algo que ver en todo esto. ¿Te has peleado con ella?

–No exactamente. Me ha dicho algo muy injusto acerca de los motivos de mi estrecha amistad con Cora Jane, y me he largado.

–Me gustaría saber cuándo vais a dejar de fingir que ya no sentís nada el uno por el otro, ¿cuándo vais a daros cuenta de que nunca seréis felices del todo si no volvéis a estar juntos?

–Cuando las ranas críen pelo, supongo. Estás muy equivocado, Ethan. Lo mío con Emily es cosa del pasado, y creo que esta alianza de boda que llevo y B.J. son prueba de ello.

–Pues yo creo que la alianza es un mecanismo de defensa. Jenny falleció hace tiempo, nadie pensaría mal de ti si te la quitaras. Aunque la verdad es que no soy ningún experto en estas cosas.

–Teniendo en cuenta que nunca sales con nadie porque la última mujer por la que sentiste algo te dejó con un miedo de por vida a volverte a enamorar, me perdonarás si no me tomo en serio tus consejos.

–Pues la verdad es que el hecho de no salir nunca con nadie me deja mucho tiempo para observar a otras parejas –le contestó su amigo, confirmando de manera implícita que no estaba interesado en buscar pareja–. He recabado mucha información útil sobre las estupideces que comete la gente en nombre del amor. Estaría encantado de compartir contigo mi sabiduría, si es que estás de humor para hacer un par de bistecs a la parrilla esta noche.

Boone no sabía si estaba de humor para que le dieran consejos, por muy bienintencionados que fueran; aun así, no le apetecía estar solo, así que contestó:

–¿Quedamos a las seis en mi casa?

–Allí estaré. Llevaré un pack de cervezas, ¿o te apetece algo más fuerte?

–No, una cerveza de vez en cuando es mi límite. Me gustaría poder ahogar mis penas en el alcohol, pero no puedo hacerlo teniendo a B.J. a mi cargo.

–De acuerdo, nos vemos después.

Boone salió a la zona de recepción, pagó por el tratamiento de B.J., y le indicó al niño que saliera. Cuando entraron en el coche, se volvió hacia él y le dijo con voz suave:

–Perdón por lo de antes, ha sido sin querer.

–¡No es verdad que te odie! –le aseguró el niño, mientras le caía una lágrima por la mejilla.

Boone sonrió y abrió los brazos, y su hijo pasó por encima de la guantera que separaba los asientos y le abrazó con fuerza.

–Ya lo sé, campeón. A veces nos diremos cosas de las que después nos arrepentiremos, pero después siempre nos perdonaremos el uno al otro. ¿De acuerdo?

–¿Y qué pasa con Emily?, ¿también vas a perdonarla a ella? Si te has enfadado tanto, seguro que te ha dicho algo bastante feo.

–No te preocupes por eso.

–Es que es mi amiga.

–Sí, ya lo sé, y te prometo que haremos las paces.

A pesar de sus palabras, Boone no tenía ni idea de cómo iba a hacer las paces con ella si estaba realmente convencida de que lo que le había dicho en la playa era cierto.

Emily estaba hecha un manojo de nervios mientras se dirigía a casa de Boone siguiendo las indicaciones que le había dado su abuela. No habría sabido decir lo que esperaba encontrar, pero se sorprendió al ver una encantadora casita blanca situada en una ensenada, con un porche lateral cubierto y un jardín repleto de hortensias de un intenso color azul.

Después de aparcar, vio a B.J. sentado en el muelle con una caña de pescar; como no tenía prisa alguna por iniciar la incómoda confrontación con Boone que se avecinaba, optó por acercarse a él.

El niño se quedó sorprendido al verla, y comentó con cierta cautela:

–¿Qué haces aquí?, creía que papá y tú estabais enfadados.

–¿Es eso lo que te ha dicho? –al verle asentir, admitió–: La verdad es que le he dicho una cosa que ha estado muy mal, y he venido a disculparme. ¿Está en la casa?

B.J. asintió y le enseñó el brazo.

–Me han quitado los puntos y no he llorado –comentó con orgullo.

–¡Qué bien! Sabía que eras un valiente.

–Yo quería que tú vinieras a la clínica, pero papá no ha querido llamarte.

–Lo siento mucho, aunque está claro que lo has hecho de maravilla –se puso de cuclillas junto a él antes de preguntar–: ¿Has pescado algo?

–No, pero no quería molestar a papá mientras trabaja un poco antes de la cena.

–Ya veo.

El rostro del niño se iluminó, y le propuso sonriente:

–A lo mejor puedes quedarte a cenar, también va a venir el doctor Cole.

–No creo que pueda. He venido a hablar unos minutos con tu padre, me iré enseguida.

–Papá va a hacer carne asada, le queda de rechupete. Y también va a asar mazorcas de maíz. Dice que a lo mejor son las últimas de este verano, porque el huracán ha hecho mucho daño a los agricultores de la zona.

Boone salió por la puerta trasera de la casa en ese momento, y su rostro reflejó una mezcla de sorpresa y resignación al verla con su hijo.

Ella se puso en pie y dio un paso hacia él, pero se detuvo y le preguntó:

–¿Podemos hablar?, seré breve.

Él vaciló un poco, pero acabó por asentir.

–Vamos dentro. B.J., en quince minutos entra y lávate las manos. Ethan no tardará en llegar.

–Vale. Le he pedido a Emily que se quede a cenar, pero me ha dicho que no. Podrías pedírselo tú.

–Ya veremos, a lo mejor tiene otros planes.

Emily entró tras él a una cocina luminosa y amplia con encimeras de granito, electrodomésticos de acero inoxidable y ventanas por todas partes. Ni ella misma habría podido diseñar un espacio tan acogedor.

–Qué cocina tan bonita, supongo que no estaba así cuando compraste la casa.

–No, para nada. Los electrodomésticos blancos que había debían de ser los que se pusieron al construir la casa, y apenas funcionaban –hizo un gesto hacia uno de los extremos de la cocina, y comentó–: Ahí había una pared que creaba en esa zona un comedor poco más grande que un armario, y Jenny se dio cuenta mucho antes que yo de cómo sacar el máximo partido. Ella tenía muy claro hasta el último detalle y lo eligió todo, hasta los tiradores de los cajones. Yo me limité a decirle al contratista que siguiera sus instrucciones.

–Tenía muy buen ojo –le sostuvo la mirada y afirmó con sinceridad–: No quiero ser repetitiva, pero lamento de verdad que la perdieras.

–Yo también. Era una persona maravillosa, no se merecía lo que le pasó.

–¿Qué fue lo que le pasó?

Sentía curiosidad por saber la verdadera historia. Su abuela había sido muy parca en detalles, quizás había pensado que era Boone quien debía explicárselo cuando estuviera preparada para saberlo.

–Sufrió una infección masiva. Ella creyó que había pillado algún virus sin importancia, pero la infección se extendió a los pulmones. Para cuando fue al médico, ninguno de los antibióticos que probaron surtió efecto y no pudieron hacer nada por salvarla.

–Qué horror, lo siento de verdad.

–Gracias –la miró a los ojos, y le preguntó con calma–: ¿A qué has venido, Em?

Ella respiró hondo antes de admitir:

–A decirte que antes he sido desconsiderada y grosera.

–¿Te refieres a cuando me has acusado de ser amigo de tu abuela para quedarme con su restaurante?

–Sí, pero te aseguro que no lo pienso de verdad. Sé que lo que he dicho es una tontería, Boone.

–Entonces ¿por qué lo has dicho?

–Ni yo misma lo sé. A lo mejor es porque al ver cómo eres con ella, con B.J., con todo el mundo en general, me acuerdo de lo mucho que perdí cuando renuncié a ti. A lo largo de estos años me convenía imaginar que eras otra clase de hombre, alguien que no valía la pena, que carecía de lealtad. Supongo que necesitaba justificar lo que hice, y que te casaras con Jenny me lo facilitó en cierto sentido. Lo vi como la prueba de que nunca me habías amado de verdad.

–¿Era necesario que yo fuera una mala persona para que tú pudieras ir en pos del futuro que querías tener?

–Pensé que así me sería más fácil marcharme, pero no fue así.

Él la miró lleno de frustración.

–Sabía que tenías sueños de futuro, Emily. ¿Cuántas noches pasamos sentados en la playa, hablando de tus metas? ¿Crees que no prestaba atención a tus palabras? Aunque deseaba con todas mis fuerzas poder retenerte a mi lado, sabía que no iba a lograrlo –le sostuvo la mirada al admitir con tristeza–: Mi única esperanza era que regresaras tarde o temprano, que lo que había entre nosotros fuera lo bastante importante como para traerte de vuelta.

–Creo la presión de saber que estarías esperándome me superó, así que sí, es posible que me comportara como si no pensara volver; además, tenía que convertirte a ti en el malo de la película porque me sentía culpable por hacerte daño. La abuela ya había perdido la paciencia conmigo por lo mal que te traté, y mis hermanas pensaban que era una locura que renunciara a lo que había entre nosotros. Me sentí incapaz de plantearme siquiera que pudieran tener razón. Necesitaba cortar por lo sano, aunque al final todo fue más desagradable de lo que cabría desear.

–¿Lo que ha pasado hoy tiene algo que ver con eso? Te has asustado al pensar que algunos de aquellos viejos sentimientos aún están vivos entre nosotros, y has sentido la necesidad de ponerme en mi sitio para seguir manteniéndome a distancia. ¿Es así?

–No, lo que pasa es que estaba frustrada con mi abuela, pero a ella no le puedo gritar. Necesitaba desahogarme con alguien, y tú has topado de lleno con mi mal genio.

–No me lo trago. Seguro que, en el fondo, lo que has dicho es lo que opinas de verdad.

–¡No, te juro que no! Tengo claro que esa no es tu forma de ser… en cierto sentido, ese es el problema. Tu verdadera forma de ser es condenadamente atractiva.

–¿Irresistible, quizás? –le preguntó él, con una pequeña sonrisa en los labios.

–No seas tan creído.

Él se echó a reír.

Emily agarró una taza y sonrió al leer lo que ponía en ella: La mejor mamá del mundo. Seguro que a Boone le dolía muchísimo verla en la cocina, pero, aun así, la tenía a plena vista para mantener vivos los recuerdos de su hijo. Así era el hombre al que había tratado tan mal. Había intentado convencerse a sí misma de que era un insensato, un irresponsable, pero Boone no había sido así en el pasado y seguía sin serlo. Era un padre increíble, un buen amigo, un hombre decente.

–Mi abuela está furiosa conmigo –admitió, resignada–. No es que sea la primera vez ni mucho menos, pero ahora ya soy mayorcita y me fastidia que me mire como si le hubiera dado una patada a su gato.

Él tuvo la desfachatez de sonreír al oír aquello, y comentó en tono de broma:

–Supongo que el gato soy yo, ¿no?

Emily no pudo evitar echarse a reír.

–Sí, algo así. Tendrías que haber oído cómo se deshacía en elogios al hablar de ti; según ella, eres un verdadero parangón. Seguro que nunca ha hablado tan bien de mí.

–Pues estás muy equivocada, porque para esa mujer sus tres nietas sois extraordinarias. Junto a la caja registradora tiene un álbum con fotos y recortes de revistas, y se lo enseña página a página a todo el que le pregunta cómo os va. Ese álbum fue una de las primeras cosas por las que me preguntó cuando me llamó para que le diera un informe de daños, estaba ansiosa por saber que se había salvado. Es como un tesoro para ella.

Por una parte, a Emily le costaba un poco creer que aquello fuera cierto, ya que nunca había tenido la impresión de que su abuela fuera una persona muy sentimental; por otra parte, estaba clarísimo que era una persona profundamente sentimental, ya que esa era una de las razones por las que estaba luchando tanto contra los cambios que ella quería hacer en el Castle’s.

–¿En serio? –le encantaría tener la certeza de que, a diferencia de su padre, su abuela sí que estaba orgullosa de ella.

–Te lo juro.

–¿Y los clientes vuelven después de que ella les dé la lata con ese álbum?

Le costaba creer que su abuela presumiera tan abiertamente de sus nietas, sobre todo teniendo en cuenta que la exasperaban con frecuencia. El rapapolvo que le había dado antes no había tenido nada de sentimental ni de afectuoso; se sentía decepcionada con ella, y se lo había dejado bien claro.

–Claro que sí –le contestó Boone–. Esa sensación de formar parte de una gran familia es lo que hace que el Castle’s by the Sea tenga tanto éxito, es algo que no se puede recrear a base de pintura, telas, y cuadros pintorescos en las paredes.

Emily era reacia a admitir que aquello fuera verdad, porque, de ser así, sus planes de reformar el restaurante serían prácticamente imposibles; por desgracia, era muy difícil negar la evidencia cuando una la tenía delante de las narices.

–Sí, empiezo a darme cuenta de eso –admitió con un suspiro.

–La cuestión es si vas a quedarte el tiempo suficiente para entender de verdad el valor que tiene ese sitio para esta comunidad, lo que tu abuela significa tanto para mí como para todos los demás.

–Tengo un par de trabajos urgentes que tengo que retomar cuanto antes, ya lo sabes. No puedo quedarme mucho tiempo más. El restaurante ya está en marcha otra vez, mi presencia no es necesaria.

Él asintió con rigidez, pero no parecía sorprendido por su respuesta; de hecho, lo más probable era que se la esperara.

–Seguro que Cora Jane entiende lo ocupada que estás.

Ella frunció el ceño al notar cierto matiz de reproche en su voz, y comentó:

–Pero tú no, ¿verdad? Crees que debería quedarme, aunque ella no necesita ni quiere mis consejos.

–Lo que creo es que harás lo que consideres oportuno. Tienes la obligación de responder ante tus clientes, eso es incuestionable.

–Dices las palabras adecuadas, pero tu tono de voz te delata. Estás decepcionado conmigo.

Boone acababa de dejarle muy claro, sin decirlo abiertamente, que pensaba que ella estaba comportándose de forma egoísta una vez más.

Él le sostuvo la mirada durante unos largos segundos en los que el ambiente fue cargándose de una extraña tensión, y al final admitió con voz suave:

–Puede que esté decepcionado a secas, Em.

A Emily se le aceleró el pulso al oír aquella inesperada confesión.

–¿Quieres que me quede?

–Si no lo haces, jamás sabremos lo que habría podido haber entre nosotros.

Se acercó un poco más a ella, le puso un dedo bajo la barbilla para instarla a que la alzara, y entonces bajó la cabeza lentamente y la besó. No fue uno de esos besos ardientes y apasionados que Emily recordaba del pasado, de esos que la habían mantenido despierta y anhelante por las noches. Fue un beso dulce y tentador.

–Piénsatelo –le pidió él, antes de acompañarla a la puerta.

No la invitó a quedarse a cenar, no le pidió que no se marchara del pueblo. Lo único que había usado para incitarla a quedarse era aquel beso… y ella fue la primera sorprendida al darse cuenta de que con eso podía bastar.

Para cuando Ethan llegó, Boone ya tenía la carne en la parrilla y un par de cervezas en la nevera. B.J. corrió a recibirle, y se apresuró a ponerle al día de las novedades.

–Ha venido Emily, pero ha tenido que irse otra vez. Le he enseñado mi cicatriz.

El médico lanzó una mirada llena de curiosidad a Boone por encima de la cabeza del niño, pero se limitó a preguntarle al pequeño:

–¿Se ha impresionado al verla?

–Sí, un montón. Tengo que ducharme, porque me he caído al agua sin querer mientras pescaba.

–¿Sin querer? –le preguntó Ethan, sonriente.

–Sí, te juro que sí. He tropezado.

–Sí, apuesto a que con sus propios pies –apostilló Boone–. Date prisa, campeón. La carne ya casi está lista.

En cuanto el niño se fue, Boone miró ceñudo a Ethan y afirmó con firmeza:

–No quiero hablar del tema.

–¿A qué te refieres?, ¿a que Emily ha venido y tú la has dejado ir?

–Las cosas no han sido así. Ha venido a disculparse, me ha dicho lo que tenía que decirme, y se ha ido. Ya está.

–¿Y qué va a pasar a partir de ahora?

–Que ella se irá del pueblo, la vida volverá a la normalidad, y la paz reinará de nuevo en estas tierras –le contestó Boone con ironía.

–Si de verdad crees eso, es que eres tonto de remate. Que la dejaras escapar una vez puede achacarse a la ignorancia de la juventud, pero dejarla escapar una segunda vez sería una soberana estupidez.

–No sabes cuánto te agradezco tus perspicaces observaciones, ¿quieres que hablemos de por qué dejaste que una mujer que tiene la sensibilidad de un guardia de asalto te convirtiera en un recluso?

–No soy un recluso –protestó su amigo, a la defensiva–; además, no estábamos hablando de mí, eres tú el que tiene el problema. ¿Te digo lo que pienso?

–Lo único que se me ocurre para conseguir que te calles es amordazarte, y eso sería un mal ejemplo para mi hijo –masculló Boone con frustración.

–Sí, es verdad. Mira, yo creo que tendrías que aprovechar que estoy aquí. Ve a por ella, yo me quedo con B.J.

–¿Y qué hago cuando la tenga delante? Ya le he dicho que, si no se queda, jamás sabremos lo que habría podido haber entre nosotros.

Su amigo le miró con un brillo de diversión en los ojos, y comentó sonriente:

–Me imagino con cuánta pasión se lo habrás dicho. Es increíble que no haya caído rendida en tus brazos, ¿qué mujer no estaría dispuesta a abandonar su carrera profesional por estar con un poeta como tú?

–No tiene gracia.

–Solo digo lo que pienso. Estás enamorado de ella, ¿verdad? Siempre lo has estado.

–Eso no quiere decir que podamos tener una relación, ella tiene que quererlo tanto como yo.

–¿Qué pasa?, ¿no puedes ser persuasivo? ¿Es que no puedes besarla hasta dejarla atontada, llevártela a la cama, hablar hasta quedarte sin voz del futuro que podríais tener juntos?

–La he besado, pero se ha ido de todas formas –admitió Boone con irritación.

Ethan se echó a reír a carcajadas; cuando logró recobrar un poco la compostura, comentó:

–Pues está claro que no lo has hecho bien, seguro que no has echado mano de las habilidades que tú y yo sabemos que tienes. ¿Seguía consciente después del beso?, ¿era capaz de mantenerse en pie?

Boone no pudo evitar echarse a reír.

–Me parece que estás exagerando mis habilidades.

–De eso nada, oí lo que se rumoreaba en el instituto. Todas las chicas a las que besabas se desmayaban, ninguna de ellas te olvidó. Apuesto a que unas cuantas de las que están solteras se te habrán acercado desde que murió Jenny, dispuestas a tener algo contigo.

–Sí, y la verdad es que también se me han acercado algunas de las que no están solteras, pero no estoy interesado en tener nada con ninguna de ellas.

–Porque Emily es la dueña de tu corazón.

–Vale, sí, lo admito, pero las cosas no son tan sencillas. No lo eran diez años atrás, y ahora son incluso más complicadas.

–Sois vosotros dos los que las complicáis sin necesidad. Deja a un lado las dudas y las preocupaciones, y escucha a tu corazón. Ese es mi consejo.

A Boone le habría gustado poder hacer oídos sordos a aquellas palabras, pero, teniendo en cuenta que lo que estaba diciéndole su amigo era prácticamente lo mismo que había estado diciéndole una y otra vez Cora Jane, estaba claro que no podía descartar el consejo sin más.

–Bueno, ¿qué vas a hacer? –insistió Ethan–. ¿Vas a ir a buscarla?, ¿sí o no?

–¿Ahora mismo?

–¡No hay que perder el tiempo, amigo mío! No sabemos cuánto tiempo piensa quedarse ella aquí. A lo mejor lo que quieres es que se vaya, para que la decisión no esté en tus manos. Así podrás quedarte aquí, lloriqueando por haberla perdido y diciéndote a ti mismo que has hecho todo lo que has podido.

Boone no pudo por menos que admitir que su amigo podía tener razón en eso, y también en algo más: A lo mejor tenía razón al decir que era tonto de remate.

–¿Te quedas aquí con B.J.?

–Claro –la sonrisa de Ethan se ensanchó aún más, y añadió–: Puedo quedarme a pasar la noche, si las cosas te salen bien.

–No creo que haga falta –le contestó, a pesar de que la mera idea hizo que se le acelerara el corazón.

–En cualquier caso, la oferta sigue en pie. Un tipo inteligente aprovecharía la ocasión.

Boone deseó estar tan convencido como él de que todo iba a salir bien, pero tenía la sensación de que un tipo realmente inteligente no volvería a poner en juego su corazón por Emily; en cualquier caso, solo había una forma de averiguarlo.

E-Pack HQN Sherryl Woods 3

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