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Capítulo 14

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Emily llamó el domingo por la mañana a B.J. para despedirse, ya que quería que el niño estuviera enterado de sus planes con antelación, y antes de marcharse rumbo al aeropuerto fue en busca de su abuela. La encontró en la cocina del Castle’s, ayudando a Jerry a preparar desayunos.

–¿Te vas ya? –le preguntó la anciana con desaprobación, mientras batía unos huevos.

–Sí, en un par de minutos, pero antes me gustaría hablar contigo.

–Aquí está todo controlado, Cora Jane. Anda, ve a hablar con ella –se apresuró a decirle Jerry.

Ella asintió y condujo a Emily hacia un reservado situado en la parte posterior del restaurante que, a menos que el local estuviera abarrotado, era de uso exclusivo del personal.

–¿Qué opina Boone al ver que vuelves a marcharte?

–Él lo entiende, abuela; además, volveré el fin de semana que viene como muy tarde.

Los ojos de Cora Jane se iluminaron al oír aquello.

–¡Eso no lo sabía!, ¿por qué no me lo ha dicho nadie?

–Puede que porque ni Gabi ni Samantha acaban de creérselo. Mira, en realidad quería preguntarte acerca de Jodie Farmer.

–¿Qué ha hecho esta vez?

–Lo dices como si la creyeras capaz de hacer cualquier cosa.

–Es una mujer agradable en todos los aspectos, menos en lo que respecta a Boone. Le tiene entre ceja y ceja desde el día en que se casó con su hija, y desde la muerte de Jenny se ha empeñado en hacerle sentir culpable. Alguien tendría que hacerla entrar en razón, pero su marido no tiene las agallas necesarias. ¿Por qué me preguntas por ella?

–Porque una de sus amigas me vio cenando con Boone, y la llamó enseguida para avisarla. Para cuando llegamos a casa de Boone, ya había un mensaje suyo en el contestador reprochándole que estuviera conmigo. Él lo apagó y no la oímos terminar, pero me quedó claro que no estaba entusiasmada con la noticia ni mucho menos.

–No me extraña; si fuera por ella, Boone habría tenido que lanzarse a la tumba de Jenny para que le enterraran junto a ella… aunque seguro que habría preferido que falleciera él en vez de su hija.

–¿Le trata así por su dolor como madre?

–Eso creía yo, pero a veces me pregunto si estoy siendo demasiado benévola y resulta que lo que pasa es que se trata de una mujer muy vengativa. Te aconsejo que te mantengas apartada de su camino si puedes, y que no hagas caso de nada de lo que ella diga.

–Pero Boone sí que se toma a pecho todo lo que le dice, ¿verdad?

–Sí. Lamentablemente, las palabras de Jodie tienen el poder de herirle y de hacerle dudar de sí mismo. He intentado que el pobre ponga la situación en perspectiva, pero ella se aprovecha del sentimiento de culpa que él tiene por lo de Jenny.

–Sí, eso es justo lo que yo imaginaba. ¿Se te ocurre cómo podría ayudarle?

–Por suerte, Jodie está en Florida, así que en teoría no tendrías que hacer nada. Desde allí está limitada a la hora de lanzar su veneno.

Emily no estaba tan segura de que eso fuera cierto, porque lo más probable era que la vía de información que mantenía a Jodie al tanto de todo lo que pasaba allí funcionara en ambas direcciones; aun así, de momento no tenía sentido buscarse problemas. En caso de que fuera necesario, ya habría tiempo de sobra para idear una estrategia cuando regresara del viaje.

–Una última cosa más: ¿La crees capaz de intentar quitarle a Boone la custodia de B.J.?, ¿estoy dándole yo la excusa perfecta para que lo haga?

–¡Eso es una barbaridad! –exclamó Cora Jane, atónita.

–Él cree que es una posibilidad real, y la mera idea está matándole.

–Si le llevara a los tribunales, Jodie perdería la demanda –afirmó su abuela con contundencia.

–Pero, mientras tanto, la situación sería horrible.

Aunque la propia Cora Jane estaba impactada por lo que acababa de oír, le acarició la mejilla y le aconsejó con ternura:

–No te niegues la posibilidad de ser feliz con Boone por culpa de esa mujer.

–Es que no quiero ser la culpable de que le haga daño.

–Si lo intenta, Boone contará con todos nosotros.

–Gracias, abuela –le dijo, aliviada al verla tan convencida de que todo iba a salir bien–. Bueno, tengo que irme ya.

La anciana se puso de pie y le dio un fuerte abrazo antes de ordenarle:

–Vuelve pronto, aquí somos muchos los que te queremos.

–Y yo os quiero a vosotros –le contestó, sonriente.

–¿Eso también incluye a Boone? Por eso has querido tener esta conversación conmigo, ¿verdad? ¿Por fin estás preparada para admitir que aún le amas?

–A lo mejor.

Los ojos de su abuela se iluminaron.

–¡Gracias a Dios! ¡Ya era hora de que los dos recobrarais la sensatez!

–Aún tenemos muchas cosas por definir –le advirtió Emily.

–Eso es algo normal en una relación, siempre surge algo nuevo con lo que hay que lidiar. La vida no es estática… si lo fuera, te garantizo que te aburrirías como una ostra.

–Creo que Boone y yo tenemos claro que lo nuestro nunca va a ser aburrido –admitió, con una carcajada.

–¡Ahórrate ciertos detalles, jovencita!

Emily se echó a reír de nuevo.

–No pienso hablar contigo de mi vida sexual, te lo aseguro. No quiero arriesgarme a que decidas contraatacar hablándome de la tuya.

Cora Jane la miró boquiabierta, pero al cabo de un segundo esbozó una amplia sonrisa y rezongó en voz baja:

–¡Yo jamás haría algo así!, ¡qué barbaridad!

Emily notó que no negaba que tuviera una vida sexual, y eso bastó para que no pudiera dejar de sonreír mientras iba camino del aeropuerto.

Boone se reclinó en la silla de su despacho, cerró los ojos y repasó mentalmente la información que Pete acababa de darle acerca de las posibles ubicaciones de futuros restaurantes. Expandir su negocio podía resultar arriesgado. Si quería que tanto la calidad de la comida como el servicio a los clientes se mantuvieran de forma consistente, tenía que tener a alguien controlando las cosas en cada local. Pete era el que se encargaba de viajar de un lado a otro, pero tener que cubrir demasiado terreno podría impedirle hacer bien su trabajo.

Había ocasiones en que su intuición le hacía ir en una dirección determinada. Norfolk había tenido sentido por su proximidad a Carolina del Norte y el hecho de que tuviera costa, y Charlotte le había resultado atrayente porque le apetecía probar con otro tipo de mercado. Los dos restaurantes habían tenido tanto éxito como el de Sand Castle Bay.

Consciente de que Pete estaba observándole a la espera de su respuesta, abrió los ojos y le dijo, sonriente:

–No voy a tomar una decisión ahora mismo. En vez de quedarte ahí sentado mirándome, podrías ir a entretenerte con otra cosa.

–Creía que querrías sopesar los pros y los contras –Pete le mostró un montón de papeles, y añadió–: Aquí tengo este estudio de mercado, por si quieres echarle un vistazo.

–No, confío en que no me propongas nada que no hayas revisado a conciencia… pero está claro que tienes alguna preferencia, te lo veo en la mirada. Venga, desembucha.

–Me gustaría que intentáramos ver cómo nos va en Nueva York. Ya sé que es un mercado disparatado, impredecible y carísimo, pero creo que estamos listos para afrontar un reto así. Como suele decirse, hay que ir a por todas, ¿no?

Boone le miró con cierto escepticismo; aun así, optó por no rechazar de plano una idea que, para empezar, parecía inviable por una cuestión de costes.

–Dime lo que tienes en mente.

Pete se animó al ver que estaba dispuesto a escucharle, y afirmó con convicción:

–Estoy seguro de que podríamos hacernos un hueco en ese mercado, de verdad que sí. No hay nadie que haga exactamente lo mismo que nosotros.

–Vale, vamos a dar esa premisa como válida –le contestó, a pesar de no se creyó del todo que no hubiera multitud de marisquerías en una ciudad del tamaño de Nueva York–. Un local nos costará mucho más caro que aquí, tanto si lo alquilamos como si lo compramos. Tanto los salarios como el coste de las materias primas serán más altos, así que no podremos cobrar por un menú lo mismo que aquí ni por asomo.

–No, pero los neoyorquinos están acostumbrados a pagar más a cambio de productos de calidad.

Boone siguió haciendo de abogado del diablo, porque quería que Pete se diera cuenta por sí mismo de los inconvenientes que tenía su plan.

–¿Y qué pasa cuando alguno de los clientes asiduos de cualquiera de nuestros restaurantes vaya a Nueva York, decida pedir alguno de nuestros platos estrella, y después vea que le cuesta, como mínimo, el doble que de costumbre?

–¿Cuántas veces puede pasar algo así? –protestó Pete, aunque ya no se mostraba tan seguro de sí mismo.

–Más de las que me gustaría, por desgracia. Hay mucha gente que nos descubre aquí y después viaja a otros lugares, Pete. Bastantes clientes me han comentado que también han estado en alguno de nuestros otros locales. No quiero que vayan a un restaurante nuestro en Nueva York y salgan sintiéndose estafados, y no se me ocurre cómo evitarlo.

–Pero tener éxito allí nos abriría las puertas del mercado nacional, la gente nos rogaría que abriéramos en otras ciudades.

–Si las cosas salieran así, sería increíble, pero me preocupa más que salieran mal y eso echara a perder nuestra reputación.

–No saldrán mal –insistió Pete, con confianza renovada.

–Lo siento, pero no. Tenemos que centrarnos en estas otras opciones, aquí sí que podremos ofrecer comida de calidad a precios razonables.

Boone no se sorprendió al ver la cara de desilusión que ponía. Pete estaba deseando dejar su impronta en el negocio de la restauración y estaba claro que pensaba que Nueva York era el lugar idóneo para lograrlo, ya que allí abundaban los chefs famosos y comer bien era todo un arte.

–¿Vas a darte por satisfecho con cualquier otro sitio que no sea Nueva York? Una de las razones por las que siempre hemos trabajado tan bien juntos es que estamos dentro de la misma línea.

–Admito que me descoloca que estés cuestionando así mi opinión, pero la verdad es que entiendo tu punto de vista. No estoy diciendo que me guste, pero lo entiendo.

Boone lo observó en silencio, tenía la sensación de que había algo más detrás de aquel interés por probar suerte en Nueva York.

–¿Hay alguna otra razón por la que tengas tantas ganas de ir a Nueva York, aparte del reto que supone entrar en ese ambiente tan competitivo? –estuvo a punto de dejar pasar el tema al ver que le había tomado por sorpresa con aquella pregunta, pero al final optó por insistir–. ¿Se trata de una mujer?

Pete lo miró como si acabara de hacer gala de una capacidad adivinatoria insospechada.

–¿Cómo demonios lo has averiguado?, ¡no la he mencionado en ningún momento!

Boone sonrió al admitir:

–He reconocido los síntomas. Cuéntame, ¿lo vuestro va en serio?

–No nos ha dado tiempo –admitió Pete con frustración–. Nos conocimos en Norfolk. Ella estaba allí para recibir a su hermano, que volvía después de pasar un año a bordo de un barco de la Armada, y ha vuelto un par de veces desde entonces. Yo pasé unos días en Nueva York, pero pasó lo del huracán y tuve que venir a toda prisa. Fue ella la que hizo que me ilusionara con la idea de irme a vivir allí.

–¿Crees que lo vuestro solo puede funcionar si te mudas a Nueva York? –le preguntó, pensando en la complicada relación a distancia que él mismo iba a tener con Emily.

–No, claro que no. Lo que pasa es que me ilusioné con la idea, ni siquiera sé si mi relación con ella tiene futuro. Es una abogada de altos vuelos y nos lo pasamos muy bien juntos. Le gustan la buena comida y los vinos de calidad, así que fuimos a algunos restaurantes realmente fantásticos de Nueva York. Ahí fue cuando empecé a fijarme en la competencia.

–¿Y cuál es tu veredicto?

–Que somos tan buenos e incluso mejores que la mayoría de ellos. Lexie… así se llama, es un diminutivo de Alexandra… me dio la razón, y es una persona que sabe lo que dice. La verdad es que, cuando vi cómo se desenvolvía estando en su propio terreno, empecé a preguntarme qué era lo que veía en mí.

–Aunque no tengas un restaurante en Nueva York, eres un tipo con bastante éxito en el campo de la restauración –le recordó Boone–. Sabes de comida y de vinos, y acabas de decirme que esas son dos cosas que a ella le interesan. No te subestimes.

–La verdad es que parece que ve en mí unas cuantas cualidades más –admitió Pete, sonriente–. Y menos mal que podemos permitirnos pagar los billetes de avión.

–A lo mejor te regalo un par de viajes a Nueva York este año con el aguinaldo. Bueno, vamos a revisar en serio las otras posibilidades. ¿Cuál es la que más te convence, si dejamos tu libido al margen de la ecuación?

Pete no se tomó a mal el comentario, y se echó a reír antes de contestar:

–Creo que me decantaría por Charleston, sobre todo si conseguimos encontrar un buen sitio en la zona histórica. Te di un listado con varias propiedades que creo que podrían servir.

–Charleston es un sitio que siempre me ha gustado, podríamos ir en los próximos días. Tendré que llevarme a B.J., pero al menos nos haremos una idea. Encárgate de concertar las citas de rigor con un agente inmobiliario, la Cámara de Comercio, el alcalde… en fin, tú mismo.

–De acuerdo. ¿Cuándo quieres que vayamos? –era obvio que su entusiasmo había regresado.

Como Emily estaba fuera, Boone pensó que ese era un buen momento; además, el viaje le serviría de distracción. Como no contaba con que ella volviera pronto a pesar de que se había comprometido a hacerlo, sugirió:

–El lunes o el martes, si puedes tenerlo todo listo tan rápido.

–No te preocupes, yo me encargo.

Boone tenía la esperanza de que, con un poco de suerte, Emily ya estuviera de vuelta en casa para cuando ellos regresaran.

Huelga decir que las conexiones de los vuelos que Emily tenía que tomar no habían sido tan fluidas como cabría desear, así que llegó el lunes al mediodía. Como era demasiado tarde para pasar por casa de Sophia, tuvo que ir directamente a la casa que tenían pensado convertir en centro de acogida, y se dio cuenta de que era mejor así. Como Sophia no había tenido ocasión de hablarle del lugar, iba a poder verlo sin ideas preconcebidas.

–Perdón por el retraso –les dijo a Sophia y a las dos mujeres que la acompañaban, una de la junta de dirección del centro y la otra una agente inmobiliaria, que estaban delante de la casa–. El vuelo de Atlanta se canceló y he tenido que esperar hasta esta mañana a que saliera el siguiente.

Centró de inmediato su atención en la casa. Abarcaba una parcela muy amplia que hacía esquina y de inmediato se dio cuenta de que tenía potencial, aunque a simple vista costaba bastante de imaginar. En ese momento el jardín estaba descuidado y lleno de basura, la pintura rosa pálido de las paredes estucadas del exterior estaba descascarillándose, y había zonas donde asomaba un color turquesa anterior; las ventanas de la planta baja tenían barrotes, y casi todas ellas estaban rotas; los escalones de cemento del porche estaban hechos polvo y eran todo un peligro.

Miró a Sophia y enarcó una ceja al decir:

–¿En serio?

–Ni te molestes en intentar fingir que no estás interesada –le advirtió su amiga, sonriente–. Sabes que eres incapaz de resistirte a un reto como este.

Emily intentó seguir aparentando incredulidad, pero fue en vano. Sophia la conocía demasiado bien.

–¿Qué tal está el interior? –se limitó a preguntar.

–Peor que el exterior.

Quien contestó fue Marilyn Jennings, presidenta de la junta de dirección y esposa del presidente de un importante estudio cinematográfico. No parecía demasiado esperanzada.

–Pero tiene potencial –afirmó Taylor Lockhart, con una habilidad para tergiversar la verdad según su conveniencia digna de una excelente agente inmobiliaria–. ¿Verdad que sí, Sophia?

–Sí, es un lugar perfecto –contestó la aludida con optimismo–. Estoy convencida de que te va a encantar, Emily.

–Vamos a echar un vistazo.

En cuanto entraron, vio la sala que Sophia quería convertir en un cuarto de juegos. La cocina estaba hecha un desastre… los enseres estaban viejísimos, el linóleo agujereado y las cañerías herrumbrosas… pero había espacio suficiente para poner una mesa comunitaria.

La mayor ventaja que la casa tenía a su favor era su gran tamaño. En todas las salas de la planta baja había espacio suficiente para un montón de adultos con niños revoloteando de acá para allá, aunque el hecho de que no hubiera un cuarto de baño en aquella zona podía suponer un problema.

Arriba había media docena de dormitorios lo bastante espaciosos para acomodar sin problemas a una madre con un niño, incluso dos si se ponían literas. Había uno muy luminoso en el que podrían caber una madre con tres niños pequeños.

Emily ya empezaba a visualizar cómo intentar aprovechar al máximo el espacio, cómo hacer que todas aquellas habitaciones quedaran cálidas y acogedoras con muebles sencillos, colores luminosos y distintas texturas. Sabía que aquel lugar podía ser como un regalo caído del cielo para muchas mujeres que habían huido con sus hijos de una vida marcada por la violencia. Lo que necesitaban no eran lujos, sino un lugar seguro, limpio y cómodo. En los dormitorios disfrutarían de privacidad, y tanto el cuarto de juegos como la sala de estar y el jardín les proporcionarían espacio.

–Que solo haya dos cuartos de baño es un problema –comentó–. Con tanta gente, habría que tener tres por lo menos, mejor aún si pudieran ser cuatro. No sé si eso va a ser posible sin sacrificar uno de los dormitorios, tendré que revisar el código de edificación.

–Ven, a ver qué te parece esto –le dijo Sophia, antes de conducirla hasta una puerta que había al final del pasillo; cuando la abrió, le mostró un trastero bastante amplio y le preguntó–: ¿Crees que podría servir? Está justo al lado de uno de los cuartos de baño, supongo que eso podría evitar en cierta medida que las obras de fontanería se conviertan en una pesadilla.

Emily observó pensativa el trastero. No era demasiado grande, pero había espacio suficiente para instalar un lavabo, un retrete, y una ducha.

–Lo consultaré con el fontanero, a ver qué opina.

Lo anotó en su móvil, donde ya había guardado otras observaciones, medidas preliminares, y fotos de todas las estancias que habían ido viendo.

–¿Quieres ver el ático? –le preguntó Taylor, la agente inmobiliaria.

–¿La casa tiene ático?

–Espera y verás.

Cuando Emily vio que para subir había que usar una escalera abatible, tomó nota de que habría que cambiarla por algo más permanente. Subió con cuidado, y soltó una exclamación de sorpresa al ver que se trataba de un espacio muy amplio y lleno de luz.

–Aquí caben dos dormitorios más, como mínimo –afirmó de inmediato.

–O un dormitorio compartido con cuarto de baño, para los niños más grandes –propuso Sophia–. Sería como un dormitorio universitario, con camas y escritorios para que estudien. Así tanto las madres como los adolescentes tendrían un poco más de privacidad.

–Sí, pero no puede ser un dormitorio mixto –comentó Emily.

–No, claro que no.

–A algunas de las madres no les gustará la idea de separarse de sus hijos –apostilló Marilyn–. Sienten la necesidad de tenerlos cerca, de saber que están a salvo.

–No estamos hablando de los más pequeños, sino de los adolescentes –puntualizó Sophia–. Me parece que ellos necesitan disfrutar de un poco de independencia –la miró con una sonrisa persuasiva al añadir–: Ya hablaremos con calma del tema.

–Sí, y tú acabarás por salirte con la tuya, como siempre –afirmó Marilyn con resignación.

–Porque suelo tener razón –le contestó Sophia, en tono de broma–. Bueno, Emily, ya lo has visto todo. ¿Qué te parece?, ¿puedes obrar un milagro?

–¿Sigues empeñada en abrir antes de Acción de Gracias?

–Sí.

Emily esperaba una respuesta así de tajante, y ya se había hecho a la idea de tener que enfrentarse a unos plazos descabellados.

–¿Para qué hacer las cosas con normalidad, si podemos obrar milagros? Deja que entre hoy y mañana haga algunas llamadas –miró a la agente inmobiliaria y le preguntó–: ¿Puedo tener acceso a la propiedad mañana, supongo que por la tarde, si consigo que varios de mis colaboradores vengan a echar un vistazo y se pongan ya manos a la obra?

–Se lo preguntas a la persona equivocada. Si la junta firma los documentos de compra esta tarde, podrá darte todo el acceso que quieras.

–Qué rapidez.

Emily hizo el comentario con la mirada puesta en Sophia, que afirmó con firmeza:

–No hay tiempo que perder. Te enviaré las llaves por mensajería en cuanto todo esté firmado. Mi abogado lleva varios días trabajando en esto y se ha encargado del papeleo. He echado mano de todos los contactos que tengo en mi arsenal y mañana mismo tendremos el título de propiedad, y ya hemos solicitado la licencia de obras.

–Pueden tardar una eternidad en dárnosla –le advirtió ella.

–Con Sophia de nuestra parte, no habrá problema –afirmó Marilyn–. El alcalde se derrite cuando la ve y se encarga de que consiga todo lo que quiere, es única a la hora de acelerar los trámites burocráticos.

Emily miró con admiración a Sophia y preguntó:

–¿Hay algo que no puedas conseguir cuando se te mete entre ceja y ceja?

–De momento no, y cuento con que estés a la altura de este proyecto –le contestó, sonriente.

–Haré todo lo que pueda.

A pesar de sus palabras, Emily no sabía cómo diantre iba a conseguir hacerlo sin incumplir la promesa que le había hecho a Boone de regresar a casa aquella misma semana.

–¡Tendrías que ver la casa, Boone! –le dijo, cuando habló con él aquella noche.

Aunque en Carolina del Norte ya eran las once pasadas, no había tenido tiempo de llamarle hasta ese momento, ya que había estado muy atareada contactando con sus contratistas y proveedores más fiables. Había usado todo su poder de persuasión, y había conseguido que varios de ellos accedieran a ir a la casa al día siguiente.

Después de contarle a Boone cómo era la casa y todo el trabajo que había por delante, añadió:

–Cuando esté terminada, va a quedar perfecta. Ya puedo oír las risas de los niños en cada una de las habitaciones.

–Por lo que dices, vais a tener que trabajar duro para ponerla a punto en tan poco tiempo. ¿Vas a quedarte a revisarlo todo en persona?

–Puede que tenga que quedarme unos días más de lo previsto, pero la gente que he contratado sabe lo que hace y no hace falta mi supervisión. Estaré ahí la semana que viene, aunque solo sean unos días.

–Espero que sea a finales de semana, porque no esperaba que volvieras tan pronto y a principios de semana voy a Charleston con Pete. Estamos pensando en abrir un restaurante allí.

–Ah –aquello la había tomado desprevenida, no esperaba que hubiera un problema de agendas–. Esperaba estar ahí pronto, y volver a venir antes de que las obras estuvieran a pleno rendimiento. Quiero que los obreros puedan empezar a finales de semana y eso sí que tengo que supervisarlo, aunque solo sea durante los primeros días.

–Entiendo –se limitó a comentar él.

–Esto va a ser más difícil de lo que pensábamos, ¿verdad? –le dijo ella, sin intentar ocultar lo decepcionada que estaba–. ¿Podrías cambiar de día tu viaje, esta única vez?

–Pete se ha pasado todo el día concertando citas con las autoridades de Charleston, no podemos llamarles y pedirles que las cambien de día. Estamos intentando empezar con buen pie.

–Sí, ya lo sé. Perdona, no tendría que habértelo pedido.

–Y ni que decir tiene que tú tampoco puedes reprogramar tu agenda, esas familias cuentan contigo.

–Boone, tenemos que ir viendo sobre la marcha cómo nos organizamos con esto de la relación a distancia, es normal que al principio haya algunos baches. Creo que será mejor que veamos cómo lo tenemos para dentro de dos semanas, a ver los días que los dos tenemos libres.

–Buena idea. No tengo ningún viaje planeado en toda esa semana, solo tengo que prepararlo todo para cuando B.J. vuelva al cole.

–Podríamos llevarle de compras, lo pasaremos bien. Me acuerdo de que mi madre siempre me llevaba a comprar ropa nueva en septiembre, antes de que empezara el nuevo curso.

Él se echó a reír.

–Claro, pero tú eres una chica. A B.J. no le entusiasma tener que ir a comprar ropa, libretas, lápices, una fiambrera… prefiere quedarse en casa y quejarse al ver lo que le he comprado.

–Por eso mismo tendría que ir él también –vaciló al darse cuenta de que quizás estaba metiendo la pata–. Si el problema es que no quieres que yo vaya, solo tienes que decírmelo. ¿Estoy cruzando los límites de los que hablamos? –tuvo su respuesta al ver que se quedaba callado–. Vale, es eso; en cualquier caso, iré a pasar unos días ahí para estar contigo.

–Podrás ver a B.J. sin problemas, lo que no quiero es que se haga ilusiones.

Ella se sintió desilusionada, pero logró disimular y dijo con naturalidad fingida:

–De acuerdo. Bueno, te dejo dormir ya. Ahí es tarde, y a mí aún me queda trabajo por hacer.

Iba a colgar, pero se detuvo al oírle decir con voz suave:

–Em…

–¿Qué?

–Te echo de menos.

–Yo también. Vamos a conseguir que esto funcione, te lo aseguro. Es demasiado importante como para que lo echemos a perder.

–Los dos vamos a esforzarnos al máximo, de eso no hay duda.

–¿Hablamos mañana? –le preguntó ella.

–Sí. Seguro que no vas a parar en todo el día, así que te llamaré al móvil.

–Vale, buenas noches.

–Ojalá estuvieras aquí, no sabes cuánto desearía tenerte a mi lado.

–Claro que lo sé, yo siento lo mismo.

Después de volver a acostarse de nuevo con Boone, se había quedado con ganas de más; de hecho, lo que quería era una vida entera junto a él, pero lo que había pasado a lo largo de aquella jornada complicaba un poco las cosas. Aunque su trabajo siempre le había dado satisfacciones y la había enfrentado a retos excitantes, por primera vez sentía que estaba haciendo algo importante de verdad, y esa era una sensación fantástica que le daba una inesperada plenitud.

El problema radicaba en que colaborar en más proyectos como aquel implicaría tener que aceptar más trabajos pagados, y eso haría que estuviera más ocupada que nunca. Era difícil imaginar que una relación pudiera funcionar en semejantes circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta que Boone vivía al otro lado del país.

Suspiró y procuró apartar a un lado aquellas preocupaciones. Era un problema que no solo la concernía a ella y no podía hacer nada por resolverlo en ese momento, pero había muchas otras cuestiones de las que sí que podía encargarse. Era mejor que se centrara en ellas, al menos de momento.

E-Pack HQN Sherryl Woods 3

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