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Capítulo 13
ОглавлениеBoone estaba a punto de llamar a Emily para invitarla a salir aquella noche cuando su móvil empezó a sonar, y al ver la pantalla vio que ella se le había adelantado.
–Qué casualidad, estaba a punto de llamarte.
–¿Ah, sí? Tú primero.
–¿Te apetece salir a cenar esta noche? Ya es hora de que pruebes la comida de mi restaurante, no has ido nunca. El interior está en obras, pero podrás hacerte una idea. Será agradable cenar en la terraza. ¿Qué te parece la idea?
–Perfecta, me encantaría ir.
–No empezarás a decirme cómo tengo que redecorarlo, ¿verdad? Ya sé que esa es una costumbre que tienes muy arraigada.
–Qué gracioso. Seguro que es un sitio muy bonito, a pesar de las reparaciones. Tanto la abuela como Jerry dicen que se come de maravilla, estoy deseando ver el menú.
–¿Te parece bien si paso a recogerte por tu casa a eso de las seis y media? Así tendré tiempo de dejar a B.J. en casa de Alex.
–¿Va a quedarse a dormir allí?
Lo dijo tan esperanzada, que Boone se echó a reír antes de afirmar:
–Sí.
–¿Dónde vamos a dormir nosotros?
–Supongo que depende de cómo va todo.
–No me tientes, Dorsett.
Él se echó a reír de nuevo, ya que ella no se molestó en ocultar la frustración que sentía.
–Has sido tú la que me ha llamado. ¿Querías decirme algo, o solo querías oír el sonido de mi voz?
Ella vaciló antes de contestar:
–Será mejor que lo dejemos para esta noche, prefiero que hablemos del tema cara a cara.
Boone sintió que le daba un vuelco el corazón, y le dijo con cautela:
–Eso no suena demasiado bien, quizás sería mejor que me lo dijeras ya.
–No, prefiero dejarlo para esta noche. Nos vemos a las seis y media, me pondré algo bonito para dejarte sin aliento.
Boone no estaba dispuesto a confesarle que no haría falta gran cosa para dejarle sin aliento… y sin la ropa que llevaba puesta. Le bastaba con mirarla para morirse de ganas de desnudarse y llevarla a la cama, no sabía cómo había logrado contenerse tanto tiempo.
–Nos vemos esta noche. Teniendo en cuenta lo que tienes planeado, procuraré aguantar la respiración para no quedarme sin aliento cuando te vea.
Colgó mientras ella aún estaba riendo. Había logrado bromear un poco, pero empezaba a embargarle una profunda inquietud.
Samantha frunció el ceño cuando se asomó a mirar por encima del hombro de Emily para ver lo que estaba haciendo en el ordenador, y vio que estaba reservando un billete de avión a Los Ángeles.
–¿Te vas el domingo?
–Sí, tengo una reunión en Los Ángeles el lunes por la tarde. Iré un poco justa de tiempo, estoy perdida si pierdo una sola conexión.
–¿Y qué pasa con lo que le dijiste a Boone? Le prometiste que le darías una oportunidad a vuestra relación, Gabi y yo te oímos –comentó su hermana, antes de sentarse frente a ella en la mesa.
–Sí, porque nos escuchasteis a hurtadillas. No es asunto vuestro.
–Vale, olvida mi reacción. ¿Qué crees que va a pensar Boone?, ¿te lo has planteado?
–Pues claro. Va a pensar que vamos a empezar con lo de la relación a distancia antes de lo planeado; al menos, eso espero.
–Qué ingenua eres.
Emily la fulminó con la mirada.
–Gracias por el apoyo. Se supone que tienes que estar de mi lado, ¿no?
–Lo estoy, por eso me mata ver cómo metes la pata tan pronto. Quieres estar con Boone, eso lo tengo claro, pero no estás dispuesta a darle ni la más mínima oportunidad a tu relación con él.
Emily le explicó la propuesta que Sophia le había hecho aquella mañana, y acabó diciendo:
–No se trata de que me vaya a toda prisa para ganar dinero, estamos hablando de un centro que lleva a cabo una tarea importante. Tengo la oportunidad de hacer algo para ayudar a gente que lo necesita de verdad, por fin he llegado a un punto en mi carrera en el que puedo darme el lujo de hacer un trabajo sin cobrar.
–¿Habrías accedido si la tal Sophia no fuera una de tus mejores clientas?
–Me gustaría pensar que sí. Ya sé que Gabi, la abuela y tú pensáis que me dedico a esto por el dinero y los clientes famosos que tengo, y puede que hasta ahora no me haya centrado en nada más. Este centro de acogida me da la oportunidad de contribuir a una buena causa, de encontrar un nivel de satisfacción profesional completamente nuevo.
–Vale, entiendo que no pudieras decir que no –admitió Samantha al fin.
–¿Crees que Boone va a entenderlo? –le preguntó, esperanzada.
–Hay una única forma de averiguarlo, pero te compadezco por tener que decírselo.
–Sí, no me apetece demasiado hacerlo. Espero distraerlo con un vestido bien escotado, para que ni siquiera se dé cuenta de lo que estoy diciéndole.
–Es un ardid maquiavélico, pero que a veces resulta efectivo. Aunque no creo que te sirva de mucho cuando asimile tus palabras.
–Podría proponerle que venga con B.J. a los Ángeles, el niño está deseando ir a Disneyland.
Lo dijo esperanzada, pero Samantha se encargó de echar por tierra su idea al decir:
–Boone quiere mantenerle al margen de vuestra relación de momento.
A juzgar por aquellas palabras, estaba claro que sus dos hermanas habían estado escuchando con suma atención su conversación con Boone la noche anterior. A lo mejor hasta habían estado tomando apuntes.
–¡Tengo que hacer algo para que se dé cuenta de que no estoy dejándole tirado! –exclamó con frustración.
Como daba la impresión de que Samantha estaba dándole vueltas al tema, optó por esperar a ver si tenía alguna idea viable. A ella no se le había ocurrido nada que pudiera ser efectivo y su hermana tenía más experiencia en cuestión de hombres, a pesar de que en los últimos tiempos estaba libre y sin compromiso.
–Pedirle que vaya contigo a la Costa Oeste cuando vuestra relación apenas acaba de empezar podría ser un error táctico –comentó Samantha al fin–. Puede que sea mejor que le digas el día concreto que piensas volver, o que le propongas quedar en un terreno más neutral. ¿Tienes que volver a ir a Aspen?
–¡Qué buena idea! Pasar un par de días en Aspen sería de lo más romántico, como una especie de luna de miel –la abrazó antes de añadir–: A veces no eres tan inaguantable como parece.
–¡Vaya!, ¡qué comentario tan halagador! Me parece que voy a ponerlo en mi currículum.
Emily se echó a reír antes de aconsejarle:
–Pídele a Gabi que te monte una campaña publicitaria, a eso se dedica. Bueno, tengo que irme ya. Voy a casa a arreglarme, hace bastante tiempo que no me pongo a punto para una cita.
–¿Qué le decimos a la abuela si pregunta por qué te has largado justo antes de que la marabunta llegue a comer?
–Que tengo una cita formal con Boone. Se pondrá tan contenta que es capaz de mandarme una peluquera y una manicura.
–No lo dudes –comentó Samantha, con una carcajada–. Me parece que has encontrado la fórmula mágica para escaquearte del trabajo, Gabi y yo vamos a tener que buscar novio.
–Ella dice que ya tiene uno.
–Sí, y tanto tú como yo sabemos que está engañándose a sí misma. Solo espero que no sufra mucho cuando se dé cuenta.
–Yo también –admitió Emily, pesarosa.
Boone no recordaba haber visto nunca a Emily tan arreglada y sexy como cuando pasó a recogerla aquella tarde, y tuvo que tragar saliva y contener las ganas de quedarse mirándola boquiabierto como un tontorrón.
–Estás muy guapa.
Se había acostumbrado a verla con pantalones cortos y camiseta, y, aunque esa ropa dejaba bastante piel al descubierto, no podía compararse con el elegante y veraniego vestido que se había puesto, ya que se la veía muy femenina y sofisticada.
También se había puesto unas sandalias de tacón sujetas con tiras que debían de costar más de lo que él ganaba a la semana; de hecho, estaba casi convencido de que había visto unas parecidas en la película de Sexo en Nueva York, que había ido a ver muy a su pesar en una de sus escasas y desastrosas citas.
Emily sonrió al ver su reacción y, cuando lo miró con ojos chispeantes, Boone volvió a tener delante de repente a la mujer a la que conocía desde siempre.
–Sabía que era un error comprarme los pantalones cortos –comentó ella, en tono de broma–. Si me hubiera vestido antes así, tú y yo nos habríamos acostado juntos hace días.
–Yo prefiero creer que mi fuerza de voluntad habría resistido –afirmó, aunque no las tenía todas consigo. En ese momento, la idea de perder el tiempo cenando no le atraía lo más mínimo.
Ella debió de leerle el pensamiento, porque le tomó del brazo antes de decir:
–Vamos, me muero por ver tu restaurante. Ni pienses que voy a perder esta oportunidad.
Él la miró de soslayo.
–No me digas que no se te ha pasado por la cabeza la idea de pasar de la cena.
–Claro que sí, pero el de la fuerza de voluntad férrea se supone que eres tú.
A Boone le costó lo suyo mantener los ojos en la carretera, pero al menos lo intentó. A Emily parecía hacerle mucha gracia ver que la miraba de reojo cada dos por tres.
–Esta noche se te ve distinta –comentó.
–Es por el vestido y las sandalias, estás acostumbrado a que parezca recién salida de la playa.
–Esa sería la respuesta lógica, pero se trata de algo más. Supongo que en pantalón corto te pareces a la chica de siempre, y con ese vestido eres una mujer sofisticada y sexy. No sé si conozco a la Emily que tengo delante en este momento.
Dio la impresión de que se quedaba un poco consternada al oír aquellas palabras.
–Soy yo, Boone. La ropa que lleve puesta no cambia nada.
–¿Ah, no? Apuesto a que esas sandalias cuestan una fortuna.
–¿Y qué tiene eso de malo?, estos días he ido igual de cómoda con zapatillas de deporte y sandalias baratas. Por favor, no me vengas con que te preocupa cuál de los dos gana más dinero. Tienes tres restaurantes que funcionan de maravilla, así que está claro que las cosas te van bien. Tu cuenta bancaria no me importa, ¿por qué habría de importarte a ti la mía?
–¡Me da igual el dinero que tengas! –frunció el ceño, y admitió con frustración–: Bueno, al menos tendría que ser así. Es que acabo de darme cuenta que no estamos al mismo nivel.
–¡No digas tonterías! Compro ropa cara porque mi imagen es importante de cara a conseguir nuevos clientes, no porque me encante desperdiciar un montón de dinero en una blusa. Tú también te vistes de cara a tus clientes. Supongo que eres consciente de que esta es la conversación más absurda que hemos tenido tú y yo, ¿no?
Boone no pudo por menos que admitir que aquello era cierto, así que se esforzó por esbozar una sonrisa.
–Solo se me ocurre una manera de solucionar el problema.
–Dime.
–Voy a tener que quitarte esa ropa –le dijo, en tono de broma, antes de guiñarle el ojo.
Ella se echó a reír.
–Primero dame de cenar, y después ya hablaremos.
–¿Quiere eso decir que estás abierta a negociar?
Emily le miró a los ojos y se puso seria al afirmar:
–Sí, por completo.
Era la mejor noticia que Boone había recibido desde que había pasado a recogerla.
Emily había retrasado todo lo posible el momento de la verdad. Boone le había mostrado el restaurante, que había resultado ser incluso más bonito de lo que ella imaginaba. Lejos de tener la típica decoración playera, en el local reinaba un ambiente cálido y acogedor que seguro que contribuía a que los clientes se sintieran cómodos, y casi todas las ventanas tenían vistas a la playa.
El olor que salía de la cocina era delicioso, y se le había hecho la boca agua cuando Boone había pedido todas las especialidades de la casa para que las probara. La influencia de la cocina típica del sur era evidente, pero sin llegar a ser abrumadora, y tanto el pescado como la paella de Luisiana estaban en su punto.
Apartó a un lado una fantástica crème brûlée después de un par de cucharadas, y murmuró quejicosa:
–No puedo más, estoy llena.
–¿Te apetece dar un paseo antes del café?
Ella le miró a los ojos, había llegado el momento.
–¿Por qué no nos lo tomamos en tu casa? –le propuso.
Boone le sostuvo la mirada al contestar con voz suave:
–Sí, ¿por qué no?
Si Emily hubiera podido elegir, habrían salido a toda prisa del restaurante, habrían cruzado el puente a toda velocidad en el coche y habrían cruzado el jardín de Boone a la carrera hasta llegar a la casa, pero el propietario no podía escapar sin más. Algunos clientes habituales querían charlar con él, y el chef quería preguntarle un par de cosas. Pete, su segundo de a bordo, parecía tener que consultarle varias cuestiones, pero a esas alturas a Boone se le había agotado la paciencia y le dijo con firmeza:
–Mañana hablamos.
–Pero…
–¿Va a derrumbarse este sitio si dejamos el asunto para mañana? –insistió él con impaciencia.
Pete miró a Emily, y esbozó una sonrisa al comprender lo que pasaba.
–No, qué va. Pasadlo bien.
–Eso no lo dudes –murmuró Boone, mientras salían del restaurante.
–Salta a la vista que no está acostumbrado a verte en una cita de verdad –por alguna razón, la idea la complacía.
–Aparte de Jenny, nunca me había visto con ninguna otra mujer. Acaba de darse cuenta de que debes de ser alguien especial para mí, y que tengo mejores cosas que hacer que repasar alguna de sus listas.
–¿Se le da bien hacer listas?
–De maravilla. Por regla general, me parece una virtud, pero esta noche es distinto.
–Por fin somos libres –comentó ella, cuando llegaron al coche.
–Sí, y llevo toda la noche deseando hacer esto –la arrinconó contra el vehículo, y se adueñó de sus labios en un beso que reflejaba cuánto la deseaba y lo excitado que estaba.
Ella le dio un pequeño empujón para apartarlo un poco, pero esbozó una pequeña sonrisa para que no se lo tomara como un rechazo y comentó:
–¿No te parece que sería mejor no empezar con esto hasta que podamos llegar hasta el final?
–¿Mi casa? Sí, vamos –alcanzó a decir él, un poco aturdido.
Después de ayudarla a subir al coche, rodeó el vehículo a la carrera, se puso al volante medio frenético, y salió del aparcamiento a toda velocidad.
–Esto me recuerda algo –comentó ella.
–¿El qué?
–A los viejos tiempos, cuando te morías de deseo por mí.
Él la miró con ojos ardientes y admitió:
–Por lo que parece, eso sigue siendo igual.
–¿Preferirías que no fuera así? –necesitaba saber si él lamentaba lo que sentía por ella.
–¿Lo dices en serio? –le preguntó, atónito.
–Necesito saberlo, Boone. ¿Lamentas que estos sentimientos no estén muertos y enterrados?
–¿Vas a hacer que lo lamente?
–Voy a esforzarme al máximo para que no sea así.
Sabía que lo que iba a contarle aquella noche iba a ser una primera prueba de fuego, y también era consciente de que lo correcto era decírselo antes de que dieran aquel paso.
No podía esperar más, acababan de llegar a casa de Boone y él estaba a punto de bajar del coche.
–Espera, tengo que decirte una cosa.
–¿Ahora mismo? –le preguntó él con incredulidad.
–Sí. Tengo que volver a Los Ángeles antes de lo previsto.
–¿Cuándo? –el brillo de sus ojos se había apagado de golpe.
–El domingo, tengo una reunión bastante importante el lunes.
–Ya veo.
–¡Pero voy a volver! Supongo que a mediados de semana ya estaré de vuelta, el fin de semana como muy tarde.
–Vale.
Emily le puso una mano en el brazo, y se dio cuenta de lo tenso que estaba.
–¿Me dejas que te explique por qué es una reunión tan importante para mí?, ¿estás dispuesto a escucharme?
–Supongo que no me queda más remedio que hacerlo, te dije que iba a intentar que esta relación funcionara –no parecía demasiado contento con la situación.
Ella le habló de Sophia, le contó lo de su empeño en ayudar a mujeres que habían sido víctimas de la violencia de género y necesitaban un lugar donde refugiarse.
–Es la primera vez que me pide que forme parte de uno de sus proyectos, aunque supongo que podría haberme negado. Ella no me lo habría tenido en cuenta… bueno, quizás sí, pero el enfado no le habría durado demasiado –le miró a los ojos, quería que él entendiera su postura–. Me puse a pensar en esas mujeres, en el miedo que debe de atormentarlas, en los niños que puede que nunca hayan vivido en un lugar donde se sientan a salvo, y no pude negarme. No pude.
Él cerró los ojos y suspiró antes de admitir:
–Es normal. Sería distinto si quisieras volver por cualquier otra razón, pero no puedo poner ninguna objeción a que accedas a colaborar en un proyecto como ese. Está claro que tienes un corazón enorme.
–No sabes cuánto miedo me daba que no lo entendieras, que pensaras que soy una egoísta y que ya estaba incumpliendo lo que te prometí.
–Ojalá pudiera pensar así, me resultaría mucho más fácil dejarte ir si estuviera furioso contigo.
Ella le dio un codazo cariñoso en el costado, y comentó sonriente:
–Pero ahora estás deseando que me vaya, para que vuelva cuanto antes. ¿A que sí?
–Ahora estoy deseando meterte en casa y aprovechar al máximo el tiempo que tenemos disponible.
–Si quieres, podríamos vernos en Aspen dentro de unos días. Tengo que ir a ver si todo marcha según lo previsto en el hotel de montaña, podríamos pasar algo de tiempo juntos lejos de aquí.
Él sonrió al oír aquello.
–Aunque suena muy tentador, tengo que pensar en B.J., y no me gusta la idea de dejarle aquí con alguien.
–¿Ni siquiera con Cora Jane? Sabes que ella estaría encantada de cuidarle, y Samantha puede echar una mano.
–Dejémoslo para la próxima vez, así tendré tiempo de planear una escapada contigo. Planear las cosas es parte de la diversión, ¿no crees?
–Sí, tienes razón. Pero ¿de verdad que estás de acuerdo en que me vaya?
–De verdad –le aseguró, antes de salir del coche.
Emily salió a su vez cuando él le abrió la puerta, y le puso una mano en la mejilla.
–Gracias por ser tan comprensivo.
–No sé por qué, pero me parece que voy a tener mucha práctica en eso –comentó él, en tono de broma.
Ella se echó a reír, y exclamó sonriente:
–¡Como si tú no pusieras a prueba mi paciencia de vez en cuando!
–Lo haré siempre que pueda, así no nos aburriremos.
Ella le miró a los ojos mientras permanecían parados en el jardín, bañados por la luz de luna que se filtraba entre los árboles.
–Me parece que tú y yo no vamos a tener nunca problemas de aburrimiento; de hecho, no me extrañaría que empezáramos a desear que lo nuestro no fuera tan excitante.
–Ni hablar –le aseguró, antes de besarla a conciencia; cuando el beso terminó con un suave suspiro, añadió–: Empiezo a darme cuenta de que esta excitación es justo lo que le faltaba a mi vida.
Ella se apretó contra su cuerpo y murmuró contra sus labios:
–Es un placer servirte de utilidad.
Estaba muy aliviada al ver que habían podido superar con éxito lo que habría podido convertirse en un primer escollo. Como era una cuestión que daba de lleno en el conflicto que habían tenido en el pasado, el hecho de que hubieran llegado a un entendimiento con tanta rapidez era halagüeño de cara al futuro de aquella relación.
Cuando entraron en la casa, Boone vio la luz parpadeante que indicaba que había un mensaje en el contestador automático. Si alguien quisiera decirle algo importante, lo más probable era que le llamara directamente al móvil, pero B.J. estaba en casa de un amigo y tenía que cerciorarse de que no hubiera surgido ningún imprevisto.
–Dame un momento para que escuche los mensajes que tengo en el contestador, Em –alargó la mano hacia el botón de reproducción, pero le indicó con un gesto el botellero y añadió–: ¿Por qué no abres una botella de vino?
–Vale. ¿Tinto, o blanco?
–Elige tú.
Había dos mensajes inconsecuentes que solo sirvieron para impacientarle, pero en el tercero oyó una voz que le resultaba muy familiar. Era la madre de Jenny, y estaba muy indignada.
–¡Boone! Acabo de hablar por teléfono con Caroline Watson. Ha ido a cenar hoy a tu restaurante, y me ha llamado para advertirme que estabas allí con esa dichosa mujer.
Él masculló una imprecación en voz baja, y notó que Emily se quedaba inmóvil a su espalda. Estuvo a punto de apagar el contestador, pero ella se acercó y le cubrió la mano con la suya antes de aconsejarle con calma:
–Sería mejor que escucharas todo el mensaje.
–No hace falta –le aseguró él, antes de darle al botón–. Jodie está en medio de una de sus rabietas, es mejor que no oigas sus comentarios. Cuando nos hemos parado a saludar a Caroline, tendría que haberme dado cuenta de que iba a llamarla cuanto antes. Jodie acaba por enterarse de todo lo que hago. Hay personas que parece que disfrutan avivando la animosidad que siente hacia mí, estoy acostumbrado.
–Pero yo no. Nunca me había considerado «la otra».
–¡No lo eres!, ¡Jodie no tiene derecho a hacer que te sientas así! En el fondo, tú no tienes nada que ver en esto. El problema lo tiene conmigo, nunca me consideró digno de su hija. Le sentó fatal que Jenny se casara conmigo, y me dejó claro en todo momento que estaba segura de que yo acabaría por hacerle daño a su hija tarde o temprano.
–¿Por qué?, tú no eras un zángano de dudosa reputación.
Boone sonrió al oír aquello, y admitió:
–Para ella, cualquier chico que se fijara en su hija era un zángano de dudosa reputación.
–Y en tu caso era aún peor por tu relación conmigo, ¿no?
–Toda la gente de la zona sabía lo enamorado que estaba de ti, para nadie fue un secreto que me quedé destrozado cuando me dejaste. Jenny y yo siempre habíamos tenido una amistad cordial, y empezamos a vernos con más frecuencia después de que te fueras. Yo sabía que ella estaba loca por mí y supongo que tendría que haberla mantenido a distancia, pero me lo puso muy difícil. Además, admito que necesitaba a alguien como ella… alguien sin complicaciones ni exigencias.
–¿Y Jodie cree que te aprovechaste de la vulnerabilidad de su hija?
–Sí, y en eso tiene toda la razón del mundo.
Ella le observó en silencio durante un largo momento antes de preguntar:
–¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez que fue Jenny la que se aprovechó de ti?
–¡Claro que no!
–¿Por qué no?, ¿porque ella era una mujer llena de dulzura y tú eres un tipo astuto?
–Sí, básicamente por eso.
–Por el amor de Dios, las mujeres también saben lo que se hacen. Cuando un hombre está sufriendo, cuando necesita tener a su lado a alguien sin complicaciones ni exigencias, se dan cuenta. No digo que Jenny no fuera una mujer maravillosa. Lo era… al menos, la Jenny que yo recuerdo. Solo digo que sabía lo que hacía cuando se propuso conquistarte; a mi modo de ver, si alguien se aprovechó de la situación, esa fue ella.
Aunque Boone se dio cuenta de que aquello tenía sentido, se negó a creerlo.
–Las cosas no fueron así.
–¿En qué sentido?
–Jenny era…
–¿Una mujer enamorada? Muchas mujeres han cometido locuras por amor, cosas descabelladas que seguro que a la mayoría de los hombres ni se les pasarían por la cabeza. Mira, yo solo digo que Jodie está siendo muy injusta al echarte toda la culpa a ti. Tanto Jenny como tú erais adultos, lo que hubo entre vosotros fue responsabilidad de los dos. A menos que pienses que las mujeres no sabemos lo que queremos, y no somos responsables de nuestros propios actos.
Lo miró con expresión amenazante, como advirtiéndole que tuviera cuidado a la hora de contestar, así que él optó por ser cauteloso y se limitó a decir:
–Vale, mensaje recibido.
–¿Vas a devolverle la llamada?
–¿Para qué?, ¿para oírla parlotear sobre lo mismo? Por esta noche paso, ya la llamaré mañana. Al menos ahora ya sabes de primera mano a qué estamos enfrentándonos.
–Me considero advertida –le aseguró, antes de dar un paso hacia él–. ¿Podríamos seguir con lo que teníamos pensado hacer, por favor?
Él le bajó uno de los tirantes del vestido, y besó su hombro desnudo antes de susurrar:
–Estoy deseándolo.
–Yo también.
La alzó en brazos, y la llevó al dormitorio. Vaciló por un instante en la puerta mientras una oleada de dudas le inundaba la cabeza, pero respiró hondo y se internó en lo que deseaba con toda su alma que fuera un camino con futuro.