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Capítulo 2
Оглавление–¿Vamos a ayudar a la señora Cora Jane, papá?
Boone miró a su hijo de ocho años, B.J., que parecía tan entusiasmado como si estuvieran hablando de ir al circo, y se limitó a contestar:
–Si ella nos deja, sí.
Cora Jane no pedía ayuda nunca y se resistía a aceptarla cuando se le ofrecía, así que él había aprendido a ser increíblemente sutil a la hora de asegurarse de que tanto el restaurante como ella estuvieran bien cuidados.
–Oye, papá, ¿crees que me hará tortitas con forma de Mickey Mouse? Las dos pequeñitas que hacen de orejas son las que más me gustan –el pequeño le miró con expresión de culpa al admitir–: Las suyas son más buenas que las de Jerry, pero no se lo digas a él. No quiero herir sus sentimientos.
Boone se echó a reír, ya que era consciente de lo competitivos que podían llegar a ser el cocinero en cuestión y Cora Jane.
–No creo que haya abierto la cocina, aún no han acabado de achicar el agua que entró durante la tormenta. Tú mismo viste los destrozos que hubo en nuestro local, ¿no? Pues el Castle’s estaba igual de mal cuando fui a echar un vistazo ayer.
Cora Jane era una mujer a la que le gustaba sentirse con el control de cualquier situación, y ningún huracán iba a lograr alterar por mucho tiempo su rutina. Seguro que en cuestión de un día más ya estaría cocinando lo que pudiera en la parrilla a gas, aunque aún no tuviera a punto el horno.
–No le pidas tortitas hasta que sepamos qué tal están las cosas, B.J. –le advirtió al niño–. Hemos venido a ayudar, no a darle más trabajo.
–¡Pero ella siempre dice que no le cuesta ningún trabajo hacerme tortitas, que lo hace por amor!
Boone soltó una carcajada. No le extrañaba que Cora Jane le hubiera dicho eso al pequeño, ya que con él mismo siempre se había comportado así. Siempre le había hecho sentir como si cuidarle no supusiera carga alguna para ella, a pesar de que sus propios padres le consideraban un estorbo. De no ser por Cora Jane, por los trabajos que ella le había asignado para mantenerle ocupado y que no se metiera en problemas, su vida habría tomado una dirección muy distinta. Estaba en deuda con ella, de eso no había duda, y se consideraba afortunado porque ella no le había echado de su vida cuando Emily le había abandonado. Teniendo en cuenta la fuerte lealtad familiar que existía entre los Castle, no habría sido extraño que sucediera algo así.
Sí, verla y oírla alardear de sus tres nietas, incluyendo a la que había sido el amor de su vida, resultaba doloroso, pero eso tan solo era el precio que tenía que pagar a cambio de tenerla cerca. Cora Jane era como una especie de brújula moral, compasiva y carente de prejuicios, que a él le hacía mucha falta.
En cuanto detuvo el coche junto al restaurante, B.J. se bajó y echó a correr hacia el edificio.
–¡Alto ahí! –cuando el niño se detuvo a media carrera y se volvió a mirarlo, se le acercó y le puso una mano en el hombro–. ¿No te he dicho que ahora hay que ir con mucho cuidado? Fíjate en cómo está todo. Hay tablas de madera con clavos tiradas por todas partes, y el suelo está lleno de cristales. Tómate tu tiempo y presta atención.
La sonrisa traviesa con la que le miró su hijo le recordó tanto a Jenny, que Boone sintió una punzada de dolor en el corazón. Su difunta esposa había sido la mujer más dulce del mundo, y perderla por culpa de una infección descontrolada con resistencia a los antibióticos había sido devastador tanto para B.J. como para él.
El pequeño estaba recuperándose gracias a la capacidad de recuperación tan propia de los niños, pero él no sabía si iba a poder superar aquel dolor. Era consciente de que dicho dolor estaba teñido en parte por el sentimiento de culpa que le atenazaba por no haberla amado ni la mitad de lo que ella le había amado a él. ¿Cómo iba a poder hacerlo, si Emily Castle seguía siendo la dueña de parte de su corazón? Pero, al margen de sus sentimientos, estaba convencido de haber hecho todo lo posible por estar a la altura de las circunstancias. A Jenny nunca le había faltado de nada y él había sido un buen esposo y un padre abnegado; aun así, a veces, en la oscuridad de la noche, no podía evitar preguntarse si eso había bastado, y no ayudaba en nada el hecho de que los padres de Jenny le culparan de todo tipo de cosas, desde arruinarle la vida a su hija hasta contribuir a su muerte. No había duda de que estaban buscando cualquier excusa para poder arrebatarle a B.J., pero él no estaba dispuesto a permitírselo. ¡Iban a tener que pasar por encima de su cadáver!
En cuanto a todo lo demás… se dijo para sus adentros que eso ya era agua pasada, y respiró hondo antes de echar a andar hacia el restaurante tras su hijo. Cora Jane le había comentado que sus tres nietas iban a regresar para ayudar a limpiar los destrozos que había provocado la tormenta, así que estaba sobre aviso y se preparó para volver a ver a Emily después de tantos años, pero al entrar en el local tan solo vio a Gabriella mirando frenética a Cora Jane, que estaba subida de forma bastante precaria en el peldaño más alto de una escalera de mano. La pobre Gabi sujetaba dicha escalera con tanta fuerza, que tenía los nudillos blanquecinos.
–¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo, Cora Jane? –le preguntó, exasperado. Le pasó un brazo por la cintura, la bajó de la escalera, y no la soltó hasta que vio que tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.
Ella se volvió como una exhalación y le fulminó con la mirada.
–¿Qué es lo que estás haciendo tú, Boone Dorsett? –sus ojos marrones estaban llenos de indignación.
Boone le guiñó el ojo a Gabi, que no podía ocultar lo aliviada que estaba antes de contestar:
–Evitar que te rompas la cadera. Te dije hace mucho que yo me encargaba de arreglar las luces siempre que hiciera falta, y que si no podía se lo encargaría a Jerry o a tu encargado de mantenimiento, ¿no?
–Jerry no está aquí, y no encuentro por ninguna parte al de mantenimiento; además, ¿desde cuándo te necesito a ti para poner unas cuantas bombillas?
Se llevó las manos a las caderas y procuró amedrentarlo con la mirada, pero, teniendo en cuenta la diferencia de tamaño que había entre ambos, no logró ni de lejos el efecto amenazador que estaba claro que quería lograr.
–Al menos podrías haber dejado que se encargara Gabi –alegó él.
Dio la impresión de que ella intentaba contener una sonrisa al escuchar aquello, y evitó mirar a su nieta al admitir en voz baja:
–A la pobre le dan miedo las alturas, ha estado a punto de desmayarse con solo subir dos peldaños.
–Es verdad –admitió la aludida, ruborizada–. Ha sido humillante, sobre todo cuando ella ha subido la escalera como si nada.
Por suerte, B.J. eligió ese momento para agarrar a Cora Jane de la mano.
–Señora Cora Jane, ya ha vuelto la luz, ¿verdad?
Ella sonrió y le alborotó el pelo en un gesto afectuoso.
–Sí, volvió hace una media hora más o menos. A ver, deja que adivine… lo preguntas porque te gustaría que te preparara unas tortitas, ¿no?
Los ojos del niño se iluminaron.
–Sí, pero papá me ha dicho que no se lo pida, porque estamos aquí para ayudar.
–Bueno, como tu papá parece empeñado en ocuparse de las tareas más peligrosas, yo creo que voy a poder prepararle unas tortitas a mi cliente preferido. ¿Me echas una mano?
–¡Vale! Batiré la mantequilla como usted me enseñó la otra vez –le propuso el pequeño, mientras se alejaba con ella.
Boone les siguió con la mirada y le dijo a Gabi:
–No sé cuál de los dos va a provocarme mi primer ataque al corazón, pero lo más probable es que sea tu abuela.
Ella se echó a reír y admitió:
–Sí, tiene ese efecto en todos nosotros.
–Me comentó que tus hermanas y tú ibais a volver para ayudar a poner a punto este sitio.
Intentó aparentar indiferencia y ocultar el pánico que sentía con solo pensar en Emily, pero, a juzgar por la mirada que Gabi le lanzó, era obvio que no había logrado engañarla.
–Samantha acaba de llamarme –le dijo ella–. El vuelo de Emily aterrizó hace una hora más o menos, y se han parado a comprar un par de cosas. Em estaba en Aspen cuando la llamé, y la ropa que tenía a mano no es demasiado adecuada para limpiar.
–¿Estaba en Aspen? Viaja bastante, ¿no?
–Sí, su reputación como diseñadora de interiores subió como la espuma cuando la renovación que hizo para una actriz salió publicada en una revista. Ahora trabaja con un montón de casas de famosos en Beverly Hills y Malibú. El año pasado renovó la villa de no sé quién en Italia, y me parece que ha ido a Aspen para echarle un vistazo a la casa que un amigo de uno de sus clientes habituales quería transformar en un hotel de montaña.
–Suena glamuroso –comentó, mientras por dentro se le hacía un nudo en el estómago.
Eso era lo que Emily había deseado desde siempre, ¿no? Disfrutar de la buena vida rodeada de gente famosa. Algunos de sus antiguos amigos la consideraban superficial y frívola, pero él sabía que, en realidad, ella había estado intentando llenar el vacío que sentía en el alma con las cosas que creía que no podía conseguir con la vida sencilla que tenía en Carolina del Norte.
Se preguntó si Emily seguía pensando que el mundo era fascinante, si con alguno de esos famosos había logrado entablar una amistad verdadera más allá de una relación puramente profesional. Él había aprendido tiempo atrás que era mucho mejor tener unas pocas personas con las que se podía contar que mil conocidos. La gente que había estado a su lado durante la enfermedad de Jenny, y que después había seguido apoyándole cuando había enviudado, le había enseñado el verdadero significado de la amistad.
–Será mejor que vaya a ver lo que está haciendo la abuela –le dijo Gabi. Echó a andar hacia la cocina, pero se detuvo de repente y volvió a acercarse a él–. Lo siento, Boone.
Él frunció el ceño al verla tan seria y le preguntó, desconcertado:
–¿El qué?
–Lo que te pasó con Emily. Ella no quería hacerte daño, lo que pasa es que había una serie de cosas que necesitaba llevar a cabo. Creo que tenía la intención de volver, pero tú te casaste con Jenny, y… en fin, ya sabes cómo fue todo después de eso.
Boone asintió. Agradecía sus buenas intenciones al decirle aquello, pero quiso dejarle claro que no hacían falta explicaciones.
–Acepté la decisión de tu hermana hace mucho, Gabi. Una cosita: yo creo que ella nunca tuvo intención de volver, por eso seguí adelante con mi vida.
Gabi lanzó una mirada hacia la cocina y asintió.
–Nadie te culpa por eso, y B.J. es un crío genial.
–Sí, el mejor, aunque supongo que no gracias a mí. Jenny era una madre fantástica y me parece que la influencia de tu abuela también le ha ayudado mucho, igual que me ayudó a mí.
–No te infravalores –le dijo ella, antes de ir a la cocina.
Boone la siguió con la mirada y suspiró al verla entrar en la cocina. Se preguntó por qué todas las mujeres de aquella familia le consideraban un tipo con valía… menos la que le había robado el corazón años atrás.
Emily se había preparado para volver a ver a Boone, estaba mentalizada… bueno, eso era lo que pensaba ella, porque verle subido a una escalera, vestido con unos vaqueros desgastados que moldeaban a la perfección su magnífico trasero y con una ajustada camiseta descolorida que enfatizaba su ancho pecho y sus imponentes bíceps, bastó para darle palpitaciones. Él llevaba puesta una gorra de béisbol que ocultaba en parte su rostro, pero estaba convencida de que la mandíbula de granito, los ojos oscuros como el ónice y los hoyuelos eran los mismos de siempre.
Siempre le había parecido increíble que un hombre pudiera ser puro fuego en un momento dado, pasar a parecer tan frío como el Polo Norte en un abrir y cerrar de ojos, y después dar media vuelta y sonreír como un niñito al que acababan de pillar haciendo una travesura. Boone Dorsett siempre le había parecido un poco contradictorio.
Mientras ella permanecía allí como un pasmarote, mirándole embobada, Samantha entró en el restaurante y exclamó:
–¡Hola, Boone!
Él giró la cabeza tan rápido que habría perdido el equilibrio si Emily no hubiera agarrado la escalera de forma instintiva para mantenerla en pie.
–Hola, Samantha –saludó él, muy serio, antes de mirarla a ella–. Emily.
La fastidió que no hubiera ni la más mínima diferencia en cómo pronunció su nombre, nada que indicara que ella era más especial que su hermana, nada que revelara que en el pasado la enloquecía con sus manos y con aquella seductora boca siempre que lograban escabullirse para estar solos. A ver, lo normal habría sido que usara un tono de voz un poco más íntimo al llamarla por su nombre, ¿no?
Tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello había quedado en el pasado, que él era un hombre casado que pertenecía a otra mujer.
–¿Qué haces aquí, Boone? –le preguntó con irritación.
–¿No es obvio? –le contestó él, mostrando la bombilla que tenía en la mano.
–Me refiero a qué estás haciendo aquí, ayudando a mi abuela en vez de ocuparte de tus propios asuntos.
Sabía que estaba siendo grosera y desagradecida, pero era incapaz de contenerse. Aunque las reglas habían cambiado, daba la impresión de que sus sentimientos por aquel hombre seguían siendo los mismos, y eso la había tomado desprevenida. A lo largo de aquellos años no había sentido por nadie la atracción que Boone Dorsett seguía ejerciendo sobre ella, y eso que él estaba subido a una escalera y ni siquiera la había tocado. Era un descubrimiento perturbador, porque hasta ese momento había estado convencida de que la amargura que había sentido cuando él la había traicionado había conseguido eliminar para siempre todos esos viejos sentimientos.
–Mira, cielo, ya sé que te marchaste hace mucho, pero aquí nos ayudamos los unos a los otros cuando hay una crisis, y yo diría que este último huracán cumple los requisitos; ah, por cierto, tu abuela está en la cocina. Seguro que está deseando verte –se volvió sin más, y retomó lo que estaba haciendo.
Emily se quedó mirándolo boquiabierta. Cuando se volvió a mirar a Samantha y la vio sonriendo de oreja a oreja como si acabara de ver la escena de una absurda comedia romántica, echó a andar hacia la cocina con paso airado y masculló en voz baja:
–Cierra el pico.
Su hermana la siguió hasta la cocina y le dijo, sin dejar de sonreír:
–No he dicho ni una palabra, pero, por si te interesa mi opinión, te diré que eso ha sido súper ardiente.
Emily la miró desconcertada.
–¿Estás loca?, el tipo acaba de echarme como si yo fuera un mosquito fastidioso o algo así.
–Saltaban chispas. Yo creo que lo vuestro no ha terminado ni mucho menos.
–Está casado.
La sonrisa de su hermana se ensanchó aún más.
–¿No te ha contado nadie que perdió a su mujer?
–¿Qué pasó?, ¿se la dejó olvidada en el Gran Pantano Tenebroso? –contestó ella con sarcasmo.
Samantha se puso seria, y en su voz no quedaba ni rastro de diversión cuando contestó.
–No, hermanita. Jenny murió hace poco más de un año.
Emily se detuvo en seco justo en la entrada de la cocina y la miró horrorizada mientras la asaltaban de repente una maraña de emociones imposible de desenredar: tristeza por Jenny, que había sido una buena persona; dolor por Boone y por su hijo, que debían de haberse quedado destrozados; y un relampagazo de alivio completamente inapropiado e inesperado seguido de inmediato por un intenso pánico. Descubrir que no era inmune a aquel hombre sabiendo que él estaba fuera de su alcance era muy distinto a darse cuenta de que estaba disponible. ¿Por qué había tenido que enterarse de eso? ¡No tendría que haberse enterado de eso!
Lo último que necesitaba en su vida, una vida muy ajetreada y con una agenda de lo más apretada, era sentir algo por Boone Dorsett, el hombre al que había dejado atrás de forma más que deliberada.
La mirada de Cora Jane se posó de inmediato en Emily al verla entrar junto a Samantha en la cocina. Le bastó con ese somero vistazo para darse cuenta de que su nieta estaba demasiado delgada y tenía el rostro demacrado, así que no dudó en evaluar que seguro que había estado trabajando demasiado duro y que no se tomaba el tiempo necesario para cuidarse.
El rápido vistazo le bastó también para ver el rubor que le teñía las mejillas y el brillo que había en sus ojos, y, como estaba convencida de que ambos se debían a Boone, se apresuró a girarse para que sus nietas no vieran la sonrisa de satisfacción que no podía contener. Le habría encantado haber presenciado el primer encuentro de la pareja después de tanto tiempo, pero con ver la cara de Emily le bastaba para saber que sus esperanzas se habían cumplido y todo había ido de maravilla.
–Cariño, hacía mucho que no venías a casa –le dijo, antes de abrir los brazos.
Emily se acercó a darle un fuerte abrazo.
–Ya lo sé, lo siento. Siempre estoy pensando en venir, pero el tiempo vuela.
–Ahora ya estás aquí, eso es lo que importa –Cora Jane miró a Samantha, Gabi y B.J., que estaban sentados alrededor de la mesa, y sus ojos se empañaron de lágrimas–. Estáis las tres. No sabéis lo que significa para mí que lo hayáis dejado todo a un lado para venir hasta aquí.
–¿Por qué te extrañas? –le dijo Emily–. Esa es una lección que tú misma intentaste inculcarnos, ¿no? Que uno siempre tiene que apoyar a su familia. A ver, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí, cocinando? A juzgar por cómo está el comedor, tendríamos que estar todas fregando el suelo de rodillas.
–Está haciéndome tortitas –le explicó B.J.
Cora Jane vio el momento en que su nieta se dio cuenta de quién era el niño. El pequeño era la viva imagen de Boone, así que estaba claro que era su hijo. El rostro de Emily reflejó por un instante lo impactada que estaba, pero logró sonreír y dijo, con voz suave pero un poco trémula:
–¿Quién es este caballero que ha conseguido que mi abuela le haga tortitas?
–Soy B.J. Dorsett –le contestó el niño, muy formal–. Boone es mi papá y yo ayudo mucho aquí. ¿Verdad que sí, señora Cora Jane?
–B.J. es el mejor ayudante del mundo, y lo de las tortitas me ha parecido muy buena idea. A todos nos vendrá bien un buen desayuno antes de empezar a adecentar este sitio.
–Apuesto a que la has convencido de que te las haga con forma de Mickey Mouse.
Al niño se le iluminaron los ojos al oír el comentario de Emily, y le contestó sonriente:
–¡Sí, son mis preferidas!
–Las mías también, desde siempre.
–¿Cómo es que no te había visto nunca por aquí? –le preguntó el pequeño, perplejo–. Gabi viene a veces, pero Samantha y tú no habíais venido nunca.
–Es que vivimos muy lejos –intentó justificarse ella, ruborizada–. Samantha vive en Nueva York, es actriz y siempre está muy ocupada.
B.J. miró a Samantha con los ojos como platos, y se quedó boquiabierto al reconocerla.
–¡Te he visto en la tele! Eres la mamá en el anuncio de mis cereales preferidos –alzó el puño en un gesto victorioso antes de añadir–: ¡Lo sabía! ¡Qué pasada! ¿Dónde más has salido?
–En un montón de cosas que seguro que no habrás visto –le contestó Samantha–. En un par de obras de teatro de Broadway, una telenovela, y varios anuncios más.
B.J. estaba tan entusiasmado que empezó a dar saltitos en la silla.
–¡Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos del cole! Señora Cora Jane, ¿lo sabe mi papá? ¡Voy a contárselo!
–Espera un momento, tu desayuno está listo –le dijo ella, consciente de que Emily parecía un poco molesta al ver el entusiasmo del niño al conocer a una actriz famosa. Estaba claro que la rivalidad que siempre había existido entre sus dos nietas seguía vigente.
Después de poner platos con tortitas, huevos y beicon delante de todos y de servir más café, se sentó a la mesa y le comentó a B.J. que Emily había trabajado para varias estrellas de cine, con lo que logró que el niño centrara de inmediato toda su atención en dicha nieta.
–¡Ostras! ¿a qué te dedicas?, ¿con quién has trabajado? ¿Conoces a Johnny Depp?
Cora Jane era consciente de que a Emily no le gustaba hablar de sus clientes famosos, pero sabía que tenía que lograr que su nieta volviera a ser el centro de atención en ese momento. Un niño podía ser muy voluble con sus afectos y, por muy ridículo que pudiera parecer, estaba convencida de que B.J. podía ser la clave para que Emily y Boone se reconciliaran. Al niño le hacía falta una madre. Sí, Boone estaba esforzándose al máximo y no estaría de acuerdo con ella en eso, pero durante aquella hora había visto cómo respondía B.J. al ser el centro de atención de sus nietas.
A lo largo de los años, había tenido la suerte de que las tres niñas pasaran con ella casi todos los veranos, y habían estado más unidas que muchos otros abuelos con sus nietos. A lo mejor eso se debía en parte a que no se había entrometido demasiado en sus vidas. Les había dado consejos y algún que otro empujoncito en la dirección correcta cuando había sido necesario, claro, pero por regla general había dejado que ellas cometieran sus propios errores y tomaran sus propias decisiones.
El problema radicaba en que, a esas alturas de la vida, ninguna de las tres parecía interesada en echar raíces. Todas tenían logros profesionales de los que enorgullecerse, pero ninguna de ellas tenía una vida; al menos, lo que ella consideraba que era una vida de verdad.
Las cosas tenían que cambiar. Ninguna de sus tres nietas se había criado en Sand Castle Bay, pero el tiempo que habían pasado allí les daba derecho a considerar que aquel lugar era su hogar.
Se limitó a observar en silencio mientras B.J. bombardeaba a Emily con un sinfín de preguntas sobre Hollywood, preguntas a las que su nieta fue contestando con paciencia y una sonrisa en los labios.
–¿Y en Disneyland?, ¿has estado allí? ¡Apuesto a que has ido mil veces!
Emily se echó a reír.
–Siento decepcionarte, pero no he ido nunca.
El niño la miró atónito.
–¿Nunca?
–No.
–¡Pues puedes venir con papá y conmigo! –exclamó él con entusiasmo–. Él me prometió que me llevaría, y nunca rompe sus promesas.
Emily puso cara de desconcierto, como si no supiera cómo contestar ante semejante sugerencia, y al final dijo:
–Seguro que lo pasaréis muy bien los dos.
–¡Tú también puedes venir! ¡Voy a decírselo a papá!
Cora Jane y sus nietas sonrieron al verle salir de la cocina a toda velocidad.
–Me parece que has hecho una conquista –comentó Gabi.
–De tal palo tal astilla –apostilló Samantha.
–¡Dejadlo ya! –protestó Emily, ruborizada–. Está en esa edad en la que se quiere a todo el mundo.
–¿Tienes mucha experiencia con niños de ocho años? –le preguntó Gabi en tono de broma.
–No, pero me parece una obviedad. Estaba charlando muy animado con la abuela y contigo antes de que llegáramos Samantha y yo, aquí se siente cómodo.
Gabi se puso seria al advertirle:
–Ten cuidado con él, Em. Ha sufrido mucho.
–¿A qué viene eso? Voy a estar aquí un par de días, no va a tener tiempo de encariñarse conmigo.
–Solo te pido que tengas cuidado. Es posible que él no entienda que tú acabarás por marcharte.
–Me parece de lo más dulce lo bien que le habéis caído las tres de buenas a primeras –comentó Cora Jane–. Le vendrá bien contar con algo de influencia femenina.
Emily soltó una carcajada antes de preguntar:
–¿Crees que Boone no es capaz de inculcarle buenos modales?
–Boone es capaz de eso y de mucho más. Yo lo que digo es que eso no es lo mismo que contar con el toque de una madre, nada más.
Emily la miró con suspicacia.
–Abuela, no te habrás hecho ilusiones pensando que Boone y yo podríamos retomar nuestra relación, ¿verdad? Porque eso es imposible, mi vida está en California.
–Sí, vaya vida –murmuró Cora Jane.
Emily la miró ceñuda.
–¿Qué significa eso? Mi vida es fantástica. Gano un montón de dinero, y soy una profesional respetada en mi campo.
–¿Ah, sí? ¿Y con quién compartes ese éxito?, ¿a quién tienes a tu lado? ¡A nadie! A menos que haya alguien especial, y no te hayas molestado en hablarnos de él –miró a sus otras dos nietas, y les preguntó con firmeza–: ¿Alguna de vosotras la ha oído hablar de alguien?
–Muchas mujeres tienen una vida feliz y plena sin un hombre –protestó Emily, antes de volverse hacia sus hermanas–. ¿A que sí?
–Bueno, los hombres tienen alguna que otra utilidad –comentó Gabi, sonriente.
–En eso tienes razón, hermanita –afirmó Samantha.
Emily las miró indignada.
–Gracias por el apoyo, ¡esperad a que empiece a sermonearos a vosotras!
–Eso no va a pasar, porque nuestras vidas son perfectas –alegó Gabi, antes de ponerse en pie y de posar la mano sobre el hombro de su abuela.
Cora Jane alzó la mirada hacia ella y se limitó a decir:
–Bueno, ahora que lo mencionas…
Dejó la frase inacabada ex profeso, pero el significado implícito en sus palabras estaba claro y seguro que les daría que pensar a las tres. Tenía planes para cada una de sus nietas y, Dios mediante, se le había concedido una oportunidad inesperada y perfecta para llevarlos a cabo.