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Capítulo 12
ОглавлениеEmily se dio una larga ducha bien caliente cuando llegó de casa de Boone. Sin molestarse en secarse el pelo, se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas y salió a reunirse con sus hermanas en el porche. Cora Jane, por su parte, había ido al cine con Jerry.
Se sentó en la tumbona con uno de los sofisticados cócteles de ron que había preparado Samantha, que parecía tener un inesperado interés por aprender el oficio de barman.
–¿Has hecho las paces con Boone? –le preguntó Gabi.
–Me he disculpado. Supongo que podría decirse que estamos en paz, aunque no se ha alegrado demasiado cuando le he dicho que me marcho dentro de poco –como no quería que empezaran a sermonearla sobre su inminente marcha, se apresuró a añadir–: ¿Y vosotras qué?, ¿cuándo pensáis iros? El restaurante ya ha vuelto a la normalidad.
–Yo tengo pensado irme este domingo –admitió Gabi–. Me he enterado de que Samantha, mi jefa, no está nada contenta al ver que tardo tanto en volver. No le parece suficiente tenerme a su disposición a todas horas por teléfono, fax y correo electrónico.
–¿Has recibido alguna queja de tu novio? –le preguntó Emily.
Gabi la miró ceñuda, y le contestó con firmeza:
–Se va a alegrar mucho de que vuelva, por supuesto.
–Sí, por supuesto –repitió Emily con sequedad.
–Deja el tema –le aconsejó Samantha–. Ni tú ni yo entendemos cómo es posible que ese tipo no haya dado señales de vida mientras ella está aquí, pero parece que a Gabi no le molesta, y eso es lo único que importa.
Emily dejó el tema a regañadientes, y le preguntó a Samantha:
–¿Piensas volver ya a Nueva York?
–No, aún no. Mi agente me llamará si surge algo, y de momento no hago falta en el restaurante donde echo una mano de vez en cuando. En Nueva York apenas hay movimiento en agosto, todo el que puede aprovecha este mes para tomar vacaciones. Voy a quedarme aquí un poco más.
–La abuela va a llevarse una alegría. Ándate con cuidado, a lo mejor consigue convencerte de que te quedes aquí de forma definitiva.
Samantha sonrió al contestar:
–Lo dudo mucho. No me salen demasiados trabajos, pero los pocos que hay están en Nueva York. Lo que no entiendo es por qué tú estás decidida a marcharte cuanto antes, si aún no has resuelto las cosas con Boone.
–¿Qué es lo que queda por resolver? Él vive aquí, y yo en la Costa Oeste. ¿Cómo vamos a encontrar un punto medio?, ¿nos vamos a vivir juntos a Kansas?
–Me parece que podríais encontrar alguna alternativa mejor –comentó Gabi, con una carcajada, antes de añadir con diplomacia–: Aunque Kansas no tiene nada de malo, si el hombre al que amas está dispuesto a llegar a un arreglo.
–Dudo mucho que Boone esté interesado en llegar a un arreglo.
–¿Y tú lo estás? –insistió Gabi.
Emily estuvo a punto de contestar con algún comentario superficial, pero lo que acababa de plantear su hermana merecía ser tomado en serio. Se preguntó si sería posible llegar a un arreglo con Boone, si lo que sentía por él seguía siendo lo bastante fuerte como para que valiera la pena intentar ver adónde conducía. ¿Cómo demonios iba a averiguarlo, si se empeñaba en seguir huyendo? Partir en pos de una elusiva meta cuando una tenía veintiún años era muy distinto a hacerlo diez años después; a aquellas alturas, ya debería ser lo bastante madura para darse cuenta de que tener éxito en su profesión no era tan gratificante como ella había creído. Ya debería saber que quizás había otras cosas en la vida que podían hacer que se sintiera plena y realizada.
Aún estaba dándole vueltas al asunto cuando oyó que un coche se acercaba y acababa por detenerse; poco después, Boone dobló la esquina de la casa y se acercó a ellas.
–Eh… si alguien me necesita, estoy dentro –murmuró Samantha.
–Lo mismo digo –se apresuró a decir Gabi, antes de ponerse en pie con una agilidad que sorprendía un poco, teniendo en cuenta los dos fuertes cócteles que acababa de tomar–. Adiós, Boone.
Él se detuvo a los pies de los escalones mientras las dos hermanas entraban a toda prisa en la casa, y le preguntó a Emily:
–¿Tú también vas a huir?
–No, ya he sido bastante grosera por hoy –le contestó ella, con una pequeña sonrisa–. Además, esta es mi casa. Nadie va a echarme de aquí.
–Muy bien, ¿puedo quedarme un rato?
–Como quieras. ¿Te apetece una bebida? –alzó su vaso, que ya estaba medio vacío, y comentó–: No sé qué es lo que ha puesto Samantha en este cóctel, pero a mí me está ayudando a relajarme.
–No, gracias. Creo que será mejor que tenga esta conversación con la cabeza despejada –contestó él, antes de sentarse en el balancín que había en la esquina del porche.
Emily empezó a marearse un poco al ver cómo se mecía, y miró ceñuda su vaso.
–¿Qué demonios habrá puesto Samantha en esta cosa?
Él se echó a reír y le preguntó:
–¿Quieres que prepare café?
–Sí, puede que sea buena idea, sobre todo si piensas decirme algo que no quieras que se me olvide.
–Enseguida vuelvo. Anda, dame ese vaso. Será mejor que no bebas más.
–Sí, es verdad –le dio el vaso, aunque un poco a regañadientes.
Boone no tardó mucho en volver, lo justo para que Emily empezara a ponerse nerviosa pensando en las posibles explicaciones que podía tener su inesperada llegada. Cuando volvió con dos tazas de café, dejó una junto a la mesa que había junto a ella y se sentó de nuevo en el balancín antes de decir:
–Será mejor que dejes que se enfríe un poco.
–Me sorprende que hayas venido. Ethan iba a ir a cenar a tu casa, ¿no? –le preguntó ella.
–Sí, y está allí en este momento. Una de las consecuencias que tiene contar con un muy buen amigo, un amigo que te conoce desde siempre, es que por regla general hay que prestar atención cuando te dice ciertas cosas.
–¿Qué clase de cosas?
–En este caso, cosas acerca de ti y de mí.
–Sí, yo también he escuchado muchas opiniones sobre ese tema últimamente –admitió ella, con una sonrisa.
–Me parece que hay bastante consenso al respecto, porque lo que me dice todo el mundo es que seríamos unos idiotas si no nos diéramos una segunda oportunidad.
–Sí, a mí me dicen lo mismo. ¿Ethan te ha dicho que deberíamos intentarlo de nuevo?
–Me ha dicho eso y muchas cosas más –la miró a los ojos al admitir–: Me encantaría saber cuál es el camino correcto, Em, te lo digo de verdad. Desde el mismo momento en que te fuiste del pueblo, me propuse no mirar atrás. Entonces apareció Jenny, y con ella y con B.J. me resultó más fácil mirar hacia delante. Ahora ella ya no está, y tú has vuelto.
–¿Y crees que arriesgarte a confiar en mí de nuevo sería como dar un paso atrás?
–Sí. A lo mejor no es justo, pero así es.
–Si eso es lo que crees, ¿qué haces aquí? En serio, ni siquiera Ethan podría convencerte de que hicieras algo que no te convence.
Él se encogió de hombros. Se le veía desconcertado de verdad, y sorprendentemente vulnerable.
–Soy incapaz de mantenerme alejado de ti –admitió al fin con cierta renuencia–. Al parecer, sigues estando en mi sangre, y sé que me arrepentiré si no aprovecho esta oportunidad para ver si aún queda algo entre nosotros. Algo real, no meros recuerdos y algunas fantasías.
A pesar de todo lo positivo que había en su respuesta, Emily solo fue capaz de oír las dudas que subyacían bajo aquellas palabras.
–No pareces muy contento con tu decisión.
–No lo estoy –admitió él, con una pequeña sonrisa–. Siempre he pensado que no tengo que repetir mis errores, sino aprender de ellos.
Aunque tendría que haberse sentido ofendida al oírle decir aquello, ella le entendió y se preguntó si estarían cometiendo un doloroso error al intentar reavivar lo que habían tenido en el pasado.
–Quizás sería buena idea ir poco a poco, día a día –le propuso, en un intento de encontrar aquel punto medio que había mencionado Gabi–. Sin presiones, sin grandes expectativas.
–Pero la presión está ahí, lo queramos o no. Tú misma me has dicho antes que piensas marcharte dentro de poco, y de repente me siento como si tuviéramos que solucionar esto a toda prisa. Sería gracioso si no fuera tan trágico –admitió con tristeza–. Enamorarme de ti en aquel entonces fue facilísimo, en ningún momento tuve que replanteármelo. Fue algo natural, como los latidos de mi corazón o respirar.
–¿Y ahora?
–Dímelo tú. ¿Crees que hay algo que sea fácil en esta situación? Yo veo complicaciones por todas partes, incluso más que la última vez. Ahora los dos tenemos una profesión, una vida. Por no hablar de mis exsuegros, que están al acecho por si meto la pata.
–¿Qué quieres decir?
–A los padres de Jenny, sobre todo a su madre, les encantaría tener una excusa para poder quitarme la custodia de B.J., y yo estoy haciendo todo lo posible por evitarlo. Ya sé que Jodie no ganaría en caso de que me llevara a juicio, pero puede convertir en un infierno mi vida y la de mi hijo.
–¿De verdad la crees capaz de ser tan vengativa? –le preguntó, consternada. Le parecía inconcebible que alguien pudiera amenazar de esa manera a un padre.
–Prefiero no ponerla a prueba.
–En ese caso, lo más sensato es ir con cautela, sería una tontería enfadarla sin motivo alguno. Y también tenemos que tener en cuenta a B.J., él es la prioridad en este caso. Si tú y yo nos damos una segunda oportunidad y él acaba sufriendo porque las cosas no salen bien, no serás el único que sufra por él, a mí también me destrozaría saber que le hemos hecho daño.
–¿Y qué demonios se supone que tenemos que hacer, Em?, ¿nos rendimos sin más? –le preguntó él con frustración.
Emily sabía que ese sería el camino fácil y seguro, pero ¿era lo que ella quería? Contempló a aquel hombre que había sido su mundo entero años atrás, hasta que sus horizontes se habían ampliado. Después de todo aquel tiempo, volvía a tenerlo frente a ella, dispuesto a volver a arriesgar su corazón. La cuestión era si sus horizontes habían alcanzado una etapa más inclusiva, una en la que tuvieran cabida el amor, el matrimonio y la familia, o si al final iba a acabar por decepcionarle de nuevo. ¿Era una loca por plantearse siquiera la posibilidad de empezar de cero? A lo mejor el loco era él por arriesgarse a que ella volviera a romperle el corazón, sobre todo si lo de la custodia de B.J. era un problema real.
Por desgracia, la única forma de averiguar la respuesta a todas esas cuestiones era dar el paso y arriesgarse. La vida estaba llena de riesgos y, aunque evitarlos fuera lo más cómodo, eso no era vivir de verdad.
Se puso de pie y dio un paso hacia él, pero vaciló y le indicó con un gesto el espacio libre que quedaba junto a él en el balancín.
–¿Puedo sentarme?
Él soltó una carcajada al verla tan insegura, y le preguntó en tono de broma:
–¿Tienes miedo de que intente propasarme?
–No, de que no lo hagas –admitió, antes de sentarse a su lado.
Suspiró de placer cuando él le pasó un brazo por los hombros, la sensación era tal y como la recordaba. Estaba otra vez en casa de su abuela y había vuelto a integrarse en aquella comunidad, pero estar sentada junto a él con su brazo alrededor de los hombros fue lo que hizo que sintiera en lo más hondo que había vuelto a su hogar. Boone seguía teniendo el aroma a cítrico de la misma loción de siempre, seguía siendo una presencia sólida que la hacía sentir a salvo y protegida.
Deseó con todas sus fuerzas que la besara, pero con un beso de verdad, uno de esos que siempre habían sido el preludio de muchas cosas más. Se volvió a mirarlo, pero él le puso un dedo sobre los labios y murmuró, con un brillo de diversión en la mirada:
–No sería la solución adecuada.
Emily se sintió decepcionada, pero el deseo contenido que vio en sus ojos hizo que no se sintiera rechazada; aun así, no intentó ocultar lo frustrada que se sentía.
–¿Estás seguro? Podríamos salir a dar una vuelta con el coche y aparcar en algún lugar apartado y oscuro, como hacíamos antes.
–No estoy seguro de casi nada, pero esto lo tengo muy claro. Hacer el amor contigo sería fácil y memorable, como siempre, pero no va a solucionar nada.
–Entonces ¿qué hacemos?
–Dar tiempo al tiempo, darnos una segunda oportunidad y ver qué es lo que pasa.
Parecía muy razonable y sensato… salvo por un pequeño detalle.
–Voy a marcharme, Boone. Puedo esperar uno o dos días más, pero al final tendré que irme. ¿Qué pasará cuando llegue ese momento?
Él le sostuvo la mirada durante unos segundos, y suspiró antes de contestar:
–Supongo que, si vamos a intentarlo de verdad, será mejor que contratemos alguna oferta de esas de llamadas y uso de datos sin límites. Puede que las compañías aéreas nos den algún descuento por volar con frecuencia.
Ella se quedó sorprendida. Sabía que, años atrás, ni él habría hecho esa propuesta ni ella la habría aceptado. En aquel entonces era muy testaruda, y había pensado que lo mejor era una ruptura total.
–¿Te ves capaz de vivir así?, ¿crees que podríamos tener una relación a distancia?
–Como parece ser que no puedo vivir sin ti… sí, estoy dispuesto a intentarlo. ¿Y tú?
Emily respiró hondo antes de asentir.
–Sí, estoy dispuesta a hacerlo.
–Y estamos de acuerdo en que vamos a esforzarnos al máximo, ¿no? Nada de buscar excusas para echarse para atrás.
–Por supuesto. Nada de excusas.
Dio la impresión de que él se sentía aliviado al oír su afirmación, y comentó con voz suave:
–De acuerdo. Puede que lo de la distancia sea algo positivo.
–¿Por qué lo dices?
–Porque así podremos mantener a B.J. al margen, al menos de momento. Y, por extensión, también a los Farmer.
–Entiendo lo de tus exsuegros, pero ¿qué problema hay con B.J.? ¿No quieres que sepa que estamos juntos?
–Aún no. Te lo pido por favor, Em. Tengo que protegerle.
Ella se apartó un poco antes de contestar, molesta:
–Da la impresión de que estás convencido de que las cosas no van a salir bien.
–No es eso, te juro que voy a entregarme al cien por cien a esta relación.
–Sí, pero quieres mantener a tu hijo al margen.
–Ya sabes por qué, no podemos dejar que se haga ilusiones. Cuando estemos seguros de que lo nuestro tiene futuro, le contaremos lo que pasa. Se pondrá loco de alegría, sabes que está loco por ti. Cuando lo nuestro sea lo bastante sólido, buscaré la forma de lidiar con los padres de Jenny. Tengo que hacerles entender que estar contigo no es una ofensa contra ellos.
Aunque Emily sentía en parte que Boone estaba demostrando que no confiaba en la relación que querían construir juntos, era innegable que tenía razón al querer proteger a su hijo; al fin y al cabo, él mismo había visto cómo desfilaban por su vida un sinfín de posibles padres, así que sabía de primera mano lo dañino que podía ser eso para un niño.
–Tienes razón –admitió al fin–. ¿Qué hacemos con mis hermanas y mi abuela?, ¿también se lo ocultamos a ellas?
–Así evitaríamos que intenten entrometerse aún más en nuestros asuntos, pero no creo que lo consigamos; además, Cora Jane se pondría furiosa si se enterara de que estamos juntos a sus espaldas. No me creo capaz de ocultárselo, ¿y tú?
–Estás de broma, ¿no? Se dará cuenta de la verdad en cuanto vea cómo te miro cada vez que te tengo cerca.
Él se echó a reír, y sugirió:
–Podrías decirle que son imaginaciones suyas.
–¿Y negarle la satisfacción de saber que sus esfuerzos como casamentera están surtiendo efecto? Eso sería una crueldad. Yo creo que será mejor no sacar las cosas de quicio; si se dan cuenta de lo que pasa, lo confirmamos sin más.
–Teniendo en cuenta que lo más probable es que tus hermanas estén espiándonos desde la ventana en este momento, me parece una opción sensata.
Alzó un poco la voz para que las aludidas pudieran oírle bien, y sus sospechas se confirmaron cuando oyeron que Gabi decía:
–¡Mierda! ¡Samantha, te he dicho que la ventana hacía ruido al abrirse!
Samantha se echó a reír y, justo antes de cerrar la ventana, les gritó:
–¡Felicidades, parejita!
Emily miró a Boone y comentó con ironía:
–Podrías replantearte lo de que nos vayamos a algún sitio con el coche, está claro que aquí es imposible tener privacidad.
Él la apretó contra su cuerpo antes de contestar:
–No te preocupes. Con lo que tengo en mente, no van a oírnos hablar durante un rato.
–No me digas –le contestó, esperanzada.
Boone le puso un dedo bajo la barbilla, se inclinó hacia delante, y cubrió sus labios con los suyos. En esa ocasión no se reprimió lo más mínimo, y la besó con pasión desenfrenada.
–¡Madre mía! –susurró ella contra su boca–, es tal y como lo recordaba.
–¿Y esto? –le preguntó, antes de meter la mano por debajo de su camiseta.
–Oh, sí… –tenía la respiración acelerada, el corazón le martilleaba en el pecho–. No sé por qué, pero me siento como si tuviera diecisiete años y estuvieran a punto de pillarnos con las manos en la masa.
–Puede que sea porque Jerry acaba de aparcar delante de la casa, y oigo a tu abuela bajándose del coche –se echó a reír al ver que se apresuraba a ponerse bien la camiseta, y le guiñó el ojo–. Seguiremos con esto en cuanto podamos.
Por primera vez desde su regreso a Sand Castle Bay, Emily no estaba deseando volver a marcharse; no era de extrañar, teniendo en cuenta lo que Boone acababa de decir.
Boone llegó a su casa pasada la medianoche, y encontró a Ethan repanchigado en el sofá. Se había quitado la camisa y la prótesis, estaba tapado hasta la cintura con una manta, y estaba viendo un partido de fútbol por la tele.
–Se te ve muy cómodo, ¿cómo está B.J.? –le preguntó, antes de sentarse en el sofá y de agarrar un puñado de palomitas de la bolsa que había encima de la mesa.
–Se durmió hace un par de horas. ¿Qué haces aquí?, ¿las cosas no han salido como querías?
Boone se echó a reír.
–No han salido como querías tú, pero Emily y yo hemos llegado a un acuerdo.
–¿Estáis juntos?
–Estamos esperanzados, pero vamos a tomárnoslo con calma.
–¿Ella va a quedarse a vivir aquí?
–No.
–Entonces ¿cómo os vais a organizar?
–Hay mucha gente que tiene relaciones a distancia.
–Sí, ya lo sé, pero ¿sabes de alguna que haya funcionado a la larga?
–Las cosas no serán así para siempre –le explicó Boone con optimismo–. Emily y yo lograremos que lo nuestro funcione… si el destino lo quiere, claro –se puso en pie y añadió–: Estoy hecho polvo, yo subo a acostarme ya. Si quieres puedes dormir en la habitación de huéspedes.
Ethan indicó con un gesto su prótesis antes de contestar:
–Aquí abajo estoy bien, pero, si no te importa, sí que me quedo a dormir. Después de esa última cerveza que me he tomado, prefiero no salir a la carretera.
–Puedes dormir donde quieras, ¿necesitas algo?
–A menos que se te ocurra la forma de que los Braves remonten el partido… no, nada. Hoy ya han desperdiciado cuatro ventajas.
–Es para echarse a llorar –comentó, en tono de broma, antes de subir al piso de arriba.
Después de pasar por el dormitorio de B.J. para cerciorarse de que estaba dormido, se fue al suyo y se sentó en la cama. Agarró una foto tomada el verano antes de que Jenny muriera en la que salían los tres, y al contemplar a su difunta esposa le pareció ver en su rostro la felicidad de la que le había hablado Cora Jane.
–Te quise de corazón, Jenny, y espero haber sido un buen esposo para ti –susurró. Soltó un suspiro antes de añadir–: Pero espero no estar traicionándote con lo que estoy haciendo ahora.
Se sorprendió cuando, justo en ese momento, sintió que una suave brisa le acariciaba la mejilla. Miró hacia las ventanas y, al ver que estaban cerradas, sus ojos volvieron de nuevo a la foto.
–Gracias –se besó un dedo, y después lo posó sobre los labios de ella.
Se quedó dormido en cuanto se metió entre las sábanas; por primera vez en lo que parecía ser una eternidad, no le atormentaron ni pesadillas ni remordimientos.
El jueves por la mañana, Emily suspiró al oír el mensaje de voz que Sophia le había dejado en el móvil. Ya había hablado con ella dos veces desde la cena benéfica, que había sido todo un éxito, así que no sabía qué más podía querer; en todo caso, era una clienta importante, así que no tuvo más remedio que llamarla.
–¡Buenos días, Sophia! ¿Qué tal?, ¿aún sigues disfrutando del éxito que tuvo tu cena? Conseguiste recaudar una fortuna.
–Ese centro de acogida para mujeres necesita toda la ayuda posible, lo que recaudé es una minucia en comparación con lo que les hace falta. Ayer estuve allí, y me han dicho que están quedándose cortos de espacio. Me rompe el corazón saber que hay mujeres que necesitan un lugar donde refugiarse, y que el centro no puede ayudarlas.
–Pero tú tienes un plan, conozco ese tono de voz –le dijo Emily–. No han pasado ni veinticuatro horas desde que estuviste allí, y ya tienes algo en mente –trabajar para ella podía ser bastante exasperante, pero la ayudaba a sobrellevarlo el hecho de saber que era una mujer de corazón generoso.
–Por supuesto que sí, pero voy a necesitar tu ayuda. ¿Cuándo puedes venir?
Emily recordó lo que le había prometido a Boone. No podía marcharse en un par de días como mínimo, ni siquiera por Sophia.
–A mediados de la semana que viene –contestó al fin.
–¡Tiene que ser antes! Que sea el lunes, ya he concertado una cita para las dos.
–Es demasiado pronto, no sé si voy a poder dejarlo todo listo aquí en tan poco tiempo.
–El lunes –insistió Sophia–. No es por mí, es por todas esas mujeres que necesitan nuestra ayuda.
–Anda, explícame lo que tienes pensado hacer.
Era consciente de que no tenía escapatoria. Si Sophia quería que estuviera allí el lunes, iba a tener que ingeniárselas para ir. Además de ser su principal clienta, aquella mujer estaba convirtiéndose poco a poco en una amiga. Cualquiera de las dos cosas habría bastado para convencerla de que fuera, pero las dos juntas no le dejaban alternativa.
–He encontrado una casa con potencial para albergar a más mujeres –le contestó Sophia, complacida consigo misma–. He hablado con los miembros de la junta, y ya está todo listo para poner en marcha el proyecto. El problema es que hay que hacer algunos arreglillos en la casa, y ahí es donde entras tú. Espero que puedas tirar de algunos hilos para conseguir rápido tanto materiales como muebles. No tenemos demasiado tiempo, el objetivo es que algunas de esas mujeres puedan alojarse allí antes de Acción de Gracias.
–¿Tan pronto? ¡Es imposible, Sophia!
–No hay nada imposible cuando uno lo desea con todas sus fuerzas. Todo el mundo debería poder pasar Acción de Gracias en un lugar donde se sienta a salvo, sobre todo las madres solteras. Ya estoy trabajando con las donaciones de pavos, y mi proveedor de comida ha accedido a servir un verdadero festín.
–Claro –casi nadie, incluyéndola a ella, se atrevía a negarle algo a Sophia.
–¿Qué me dices?, ¿cuento contigo?
–Claro que sí. ¿A qué hora es la cita?
–A las diez de la mañana… pero, como mucho, podría pasarla a la tarde.
Emily repasó mentalmente los horarios de los vuelos que había consultado antes del último viaje que había hecho.
–Intenta pasarla a las tres de la tarde, yo creo que así me dará tiempo de llegar a tu casa; si llego tarde, te llamaré para que me des la dirección de ese sitio y nos veremos allí.
–Eres un ángel, Emily.
–No, ni por asomo, pero estoy en deuda contigo por todos los trabajos que he conseguido gracias a ti. Si esto es importante para ti, también lo es para mí.
Sophia vaciló por un momento antes de admitir:
–La verdad es que esperaba que reaccionaras con un poco más de entusiasmo. ¿Hay alguna razón por la que quieras quedarte en ese sitio, aparte de lo de tu familia?
Era la pregunta más personal que Sophia le había hecho hasta la fecha; aunque estaba claro que le tenía aprecio, solía centrarse en los negocios. Que le preguntara algo así era una muestra más de la amistad creciente que había entre ellas.
–Es que tengo que encargarme de un par de cosas, pero ya me las apañaré.
Había optado por contestar de forma evasiva, porque creyó que sería mejor que la conversación siguiera siendo estrictamente profesional… aunque quizás, en el fondo, no quería que otra persona más se permitiera el lujo de opinar sobre su vida privada.
–En ese caso, nos vemos el lunes en mi casa a eso de las dos. Con el tráfico que hay a esas horas, puede que tardemos una hora en llegar a la casa que te he comentado. No hace falta que te diga que la dirección no puede hacerse pública, ¿verdad?
–No, no te preocupes.
Sabía que, en el caso de algunas de aquellas mujeres, tanto su vida como la de sus hijos dependían de encontrar un refugio donde nadie pudiera encontrarlas. Cualquier pequeño fallo podía tener consecuencias trágicas.
La implicación de Sophia en aquella causa había contribuido a que muchas de aquellas mujeres lograran reconstruir su vida. Las fiestas, las galas y las cenas eran algo más que el frívolo entretenimiento de alguien con demasiado tiempo y dinero en sus manos.
–Lo que estás haciendo es fantástico, Sophia. Gracias por permitir que yo ponga mi granito de arena.
–No será un mero granito, querida –le contestó, con una carcajada–. Cuento con que dones tu tiempo y nos ahorres un montón de dinero. Espero que pongas a trabajar tu gran creatividad y crees algo cálido y maravilloso con un presupuesto limitado. Hay una sala en concreto que está hecha un desastre, pero quiero convertirla en un fabuloso cuarto de juegos para los niños. Ya me lo estoy imaginando.
–Haré todo lo que pueda.
Suspiró con resignación cuando la llamada terminó, y empezó a pensar en lo que iba a decirle a Boone para convencerle de que no estaba empezando a incumplir ya su promesa de implicarse al cien por cien en su relación con él.