Читать книгу Secta - Stefan Malmström - Страница 12
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ОглавлениеEl viernes por la tarde, a las siete y media en punto, cuatro días después de que Viktor y Agnes murieran, Luke entró en el vestíbulo de la casa de acogida Ekekullen, en la ciudad de Rödeby. Con ese turno de noche volvía al trabajo después de haberse visto obligado a tomarse unos días libres.
La visita a Karin Hartman había sido deprimente, y lo peor de todo fue enterarse de que Viktor tenía pensamientos suicidas. Luke estaba decepcionado por que su amigo nunca se lo hubiera dicho. Hacía unos días estaba seguro de que Viktor confiaba en él, pero ahora pensaba que quizás solo se lo había parecido. Le llevaría tiempo aceptar que se había equivocado.
Había tomado una decisión: concentrarse en su trabajo y en su propia vida para dejar de pensar en aquella desgracia. Quería pedirle más turnos a Åsa Nordin, la directora de Ekekullen, porque sabía que ocupar su tiempo trabajando lo ayudaría a sobrellevar la pérdida.
Al final del vestíbulo, vio a tres trabajadores vestidos con los uniformes nocturnos. Arrastraban a un adolescente a su habitación mientras él gritaba y se resistía. Era Gabriel, de dieciséis años. Luke solo había trabajado dos días en Ekekullen antes de tener que pedirse cuatro días libres, pero fueron suficientes para aprenderse los nombres de los seis chicos y las cuatro chicas que vivían en la casa de acogida en ese momento. Gabriel era de los más problemáticos. En su primer día, Luke había intentado acercarse al chico. Le recordaba a él a los dieciséis años. La misma frustración, la misma testarudez y la misma lucha ciega contra los adultos y la autoridad. Por lo menos, para Gabriel las cosas no se habían torcido tanto como para Luke a su edad. Todavía no.
Luke se acercó a los tres trabajadores, que habían encerrado a Gabriel en su habitación y ahora estaban frente a la puerta, escuchando lo que ocurría dentro.
—¡Os voy a matar, cabrones! ¡Os voy a matar a todos! —gritó Gabriel. Además de los gritos, se oían los golpes de los objetos que lanzaba contra la puerta.
Luke reconoció a dos de los trabajadores. Eran Åsa Nordin y Olle Nordlund, el psicólogo. Al otro hombre, que tenía rasgos árabes, todavía no lo conocía. Ninguno de los tres oyó llegar a Luke, probablemente debido al estruendo que estaba provocando Gabriel.
—Tendríamos que vaciar su habitación —dijo el hombre—. El chaval está fuera de control.
—¿Qué ocurre? —preguntó Luke.
Los tres se giraron.
—No te había visto llegar, Luke —dijo Åsa—. Es Gabriel, que ha montado en cólera. Antes, en la cola para la cena, no hacía más que molestar a una chica y no quería parar, así que lo hemos encerrado hasta que se calme.
—No parece que esté dando muy buen resultado. —Luke hizo una mueca—. Hola, por cierto. —Se dirigió al hombre al que todavía no conocía, que se presentó. Era Hamid Rasabi, el asistente de rehabilitación.
—¿Te parece bien que entre? —preguntó Luke a Åsa.
Los tres miraron a Luke. Tuvieron que levantar la vista porque le sacaba una cabeza a Hamid, que, con su metro ochenta de estatura, ya era más alto que los otros dos.
Åsa interrogó con la mirada a Olle, que asintió.
—Por supuesto. Adelante.
Luke fue hacia la habitación y abrió el pestillo en el preciso instante en que un objeto se estrellaba contra la puerta. Luego entró.
Los gritos y el lanzamiento de objetos pararon en seco. Åsa, Olle y Hamid se quedaron allí unos momentos para ver qué ocurría, pero, al ver que la habitación seguía en silencio, volvieron al comedor.
Veinte minutos más tarde, Luke entró en el comedor, se acercó a una mesa larga llena de bocadillos y empezó a servirse un plato.
—Luke, ¿qué le pasa a Gabriel? —preguntó Åsa.
—Que tiene hambre. Voy a llevarle unos bocadillos.
—¿Ya se ha calmado?
—Sí.
—¿Y cómo lo has hecho? —preguntó Hamid.
—No he tenido que hacer demasiado —contestó Luke—. Ha sido verme y tranquilizarse. Luego le he enseñado mis tatuajes y él me ha enseñado los suyos. Suele funcionar.
Luke puso el plato y un vaso de zumo en una bandeja y volvió a la habitación, pero al entrar vio que Gabriel se había quedado dormido hecho un ovillo, de modo que se acercó a la mesa sigilosamente y dejó la bandeja encima. Luego bajó la persiana y, antes de salir, apagó la luz.
De pronto, se detuvo. Volvió a encender la luz. Miró el reloj. Eran las ocho en punto, la hora a la que, según Loman, había muerto Viktor. Se acercó a la ventana, levantó la persiana y miró a la calle. Todavía no había anochecido, exactamente igual que hacía cuatro días a esa misma hora. Luke se acordó de cuando Therese y él habían conseguido entrar en el piso y le pareció recordar que todo estaba a oscuras, completamente negro. Juraría que era así, aunque tenía que reconocer que se había centrado tanto en Viktor y en Agnes que quizás se le habían escapado algunos detalles. Trató de concentrarse para estar seguro. ¿El piso estaba a oscuras o no? Finalmente decidió que sí, lo estaba.
Entonces se le ocurrió que no tenía mucho sentido que Viktor se hubiera suicidado y hubiera matado a Agnes a oscuras. Cerró los ojos para repasar los hechos detenidamente. No tenía ninguna duda de que las persianas del piso estaban bajadas, pero hasta aquel momento no había reparado en ese detalle.
¿Por qué diablos querría suicidarse Viktor con el apartamento a oscuras? ¿Era siquiera posible matarse sin ver absolutamente nada?
Gabriel empezó a roncar. Luke volvió a ir hacia la puerta y apagó la luz. Se quedó allí unos segundos, escuchando la respiración de Gabriel y esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Podía intuir el contorno de la cama. Se acercó y se sentó en el suelo, donde volvió a pensar en lo que había ocurrido hacía cuatro días. Visualizó a Viktor planeándolo todo. La nota, la cuerda, el veneno, el chocolate. Lo vio bajar las persianas de todo el piso, poner la música, darle el veneno a Agnes. ¿En qué momento había apagado la luz? Quizás lo hizo justo antes de ahorcarse. Pero ¿por qué querría ahorcarse a oscuras? Además, si también había ingerido el veneno, estaría mareado.
Mareado y a oscuras: no había motivos para que se lo pusiera tan difícil.
Gabriel dormía profundamente. Luke se levantó, salió del dormitorio y cerró la puerta sin molestarse en echar el cerrojo. Decidió que al día siguiente por la tarde iría al piso de Viktor y trataría de reconstruir los hechos. A las ocho en punto, bajaría las persianas para comprobar hasta qué punto estaba oscuro el salón.