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ОглавлениеRonneby, 5 de octubre de 1991
—Si te digo que es 1787, ¿qué imagen te viene a la cabeza?
El tipo que le hacía esta pregunta a Jenny se llamaba Peter. Tenía veinticinco años, seis más que ella, y hacía medio que había obtenido su MBA en la Universidad de Lund. Llevaba una chaqueta marrón de pana, un pañuelo rojo alrededor del cuello, gafas y bigote. Su aspecto era aristocrático, como el de un dandi inglés; un estilo completamente distinto al del resto de chicos que Jenny conocía.
Hacía seis meses que Jenny había terminado el instituto en Karlskrona con matrícula de honor. Ahora trabajaba en una cafetería. Se había tomado un año sabático y planeaba empezar los estudios universitarios el otoño siguiente.
Se acurrucó en el sofá rojo —recién adquirido en IKEA— de Victoria, la hermana de su novio Stefan. Victoria vivía en un moderno piso de la calle Kungsgatan, en el centro de Ronneby. Acababa de cumplir veintitrés años y había invitado a unos amigos a comer tarta. Planeaba organizar una fiesta más adelante, a lo largo de ese mes.
Peter estaba hundido en un sillón enfrente del sofá y sujetaba un cigarrillo con elegancia. La mesa de centro estaba llena de platos de postre vacíos y de tazas. Hablaban mucho de política, cosa que a Jenny no le interesaba nada. La coalición burguesa había ganado las elecciones y había puesto fin a una etapa de tres legislaturas socialdemócratas seguidas. Justo ese día, el conservador Carl Bildt había tomado posesión del cargo de primer ministro. Peter pensaba que Suecia había regresado al buen camino.
Desde el impresionante equipo de sonido Pioneer, la sedosa voz de Whitney Houston los envolvía: I’m your baby tonight.
A la izquierda de Jenny estaba su novio, Stefan, y a la derecha, la hermana mayor de Stefan, Victoria. De las ocho personas que había en el salón, Jenny solo conocía a ellos dos. La última vez que había estado sentada en un sofá con Victoria había sido dos meses atrás, en casa de sus padres, un domingo a la hora de la merienda. Ese día, Stefan le había presentado a sus padres en medio de un ambiente tenso que Victoria había decidido relajar un poco. De pronto dio un respingo, se apartó de Jenny, se tapó la nariz, rio y dijo: «¡Uy, Jenny! ¿Te has tirado un pedo?».
¡Qué mala había sido Victoria! Jenny quiso que se la tragara la tierra. Intentó protestar, pero no sirvió de nada. Se puso completamente roja. Estaba segura de que toda la familia de su novio pensaba que tenía gases.
Así que esa era la segunda vez en solo unas semanas que se sonrojaba mientras estaba sentada en un sofá. La pregunta de Peter hizo que todo el mundo callara y mirara a Jenny. «¡Odio ponerme roja todo el tiempo!», pensó. Siempre la había incomodado ser el centro de atención. Hablar delante de sus compañeros en clase le suponía una tortura, aunque sabía que era guapa y una de las mejores estudiantes de su instituto. Cuando los profesores repartían los exámenes y anunciaban las notas en voz alta, una costumbre en las aulas de Suecia, casi siempre era ella quien había obtenido los mejores resultados. Pero le molestaba terriblemente oír su nombre y que todo el mundo la mirara. El calor se le subía a las mejillas automáticamente. La cosa se había salido tanto de madre que a veces le ocurría incluso antes de que repartieran los exámenes: se sonrojaba solo de pensar que pronto iba a ponerse roja.
En el salón de Victoria, todos miraron a Jenny. Los pensamientos se le arremolinaron en la cabeza. Se sintió presionada y nerviosa. De modo que, naturalmente, se ruborizó.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Peter sonrió.
—Bueno, piensa en 1787. Y trata de proyectar una imagen que asocies a este año.
Jenny dudó, pero se sentía obligada a responder.
—Mujeres con vestidos bonitos —dijo—. Un baile. —Soltó una risita y miró a Peter.
—Muy bien —sonrió él—. ¿Dónde estás?
—No lo sé.
Peter no se rindió.
—¿Qué pensamiento ha venido a tu cabeza la primera vez que te he hecho la pregunta?
—Mmm. ¿París, quizás?
—¡Genial! ¿Qué lugar concreto de París? ¿Ves algún edificio?
Jenny cerró los ojos. Se agarró a la primera imagen que le vino a la cabeza.
—Un palacio. Versalles.
—¡Muy bien, Jenny! Y en el baile, ¿tú quién eres?
—¿Yo?
—Sí. ¿Te ves allí? ¿Quién eres?
Jenny cogió su taza y dio un sorbo de té para ganar un poco de tiempo.
—No lo sé. ¿Quizás una de las personas que baila?
—Descríbete.
Jenny volvió a cerrar los ojos. Bajo sus párpados, visualizó un gran salón de baile lleno de gente engalanada con ropa del siglo xviii. Luego vio a una bella mujer joven con un vestido de baile blanco. Reía y bailaba.
—Llevo un vestido blanco. También peluca, porque el peinado es muy voluminoso y está adornado con perlas. Ah, y una máscara.
Se quedó en silencio, un poco sorprendida por todos los detalles que acababa de revelar, aunque sospechaba de dónde podía haberlos sacado. El año pasado habían leído sobre la Revolución francesa en clase. A ella le había fascinado la historia de María Antonieta y había cogido un libro prestado de la biblioteca sobre ella. En el salón no se oía ni una mosca.
—¿Quién eres?
—Una mujer noble de la corte. —La respuesta le llegó de repente—. Mi deber es templar a la reina. Ese es mi trabajo. —Sonrió y miró a los demás. Le devolvieron la sonrisa.
—¡Fantástico! —dijo Peter—. ¿Hay alguna razón por la que creas que has visto esta imagen en particular?
Peter se inclinó hacia Jenny. La música había parado y la habitación estaba en silencio. Luego le preguntó:
—¿Puede ser que lo que acabas de contarnos sea un recuerdo y no solo fruto de tu imaginación?
Jenny miró a su alrededor. Los demás la observaban con interés. Estaba claro que para ellos aquella conversación no era extraña. Se dirigió a Peter:
—¿Te refieres a que en una vida pasada fui una mujer noble en París? —Soltó una carcajada—. Sí, quizás sí. Pero también puede ser que me esté acordando de un libro sobre María Antonieta que cogí prestado de la biblioteca hace unos meses.
—¿Por qué crees que estabas interesada en María Antonieta? —respondió rápidamente Peter.
Quizás lo que decía tuviera sentido, pensó Jenny. Aquel periodo histórico la fascinaba. Al leer el libro, había deseado vivir en París en el siglo xviii, estar allí. Le gustó pensar que quizás se había alojado en el palacio de Versalles. Y le atraía la idea de las vidas pasadas.
—Mucha gente cree en la reencarnación —continuó Peter, que seguía inclinado y ahora estaba apagando su cigarrillo en un grueso cenicero de mármol—. Más de mil millones de personas en todo el mundo, contando solo a los budistas y los hinduistas. ¿Quién dice que los occidentales tienen razón?
Jenny afirmó con la cabeza.
—No todo el mundo ha tenido una vida tan interesante como la tuya —añadió Max, uno de los chicos—. A finales del siglo xviii, yo era un granjero piojoso del montón en la provincia de Escania.
Todo el mundo rio. Hubo muchas más carcajadas durante el resto de la velada, además de otras conversaciones sobre vidas pasadas y acaloradas discusiones sobre la calidad de la música de Nirvana y sobre si Mikhail Gorbachev debía ganar el Nobel de la paz ahora que había muerto. Jenny estuvo a gusto con aquellas personas. Aunque era mucho más joven que los demás, sintió que la respetaban y que estaban genuinamente interesados en ella. Eran inteligentes y simpáticos, y no se preocupaban solo de ellos mismos. Jenny no estaba acostumbrada a rodearse de gente así.
Eran las once y media de la noche cuando Stefan y Jenny se fueron del piso y se dirigieron a la parada para coger el último autobús a Karlskrona.
—Los amigos de Victoria son muy interesantes —dijo Jenny.
—Sí, son majos —dijo Stefan—. Todo eso de las vidas pasadas es bastante atractivo.
—A mí me cuesta aceptarlo —dijo Jenny—. Pero las imágenes que me han venido a la cabeza se iban haciendo más y más concretas a medida que Peter me iba haciendo preguntas. ¿Y si somos almas que van saltando de cuerpo en cuerpo? Me encantaría que fuera verdad.
Anduvieron en silencio durante varias decenas de metros. En la parada, esperaron de pie. El autobús tardaría cinco minutos en llegar.
—¿De qué los conoce Victoria? —preguntó Jenny.
—Uno de los chicos, Max, es amigo suyo desde la escuela primaria —respondió Stefan—. La mayoría siempre ha vivido en Karlskrona, pero otros fueron lejos a la universidad y acaban de volver. Mi hermana me ha dicho que algunos forman parte de un grupo religioso que cree en la reencarnación. Cienciología, se llama. No tiene nada que ver con Jesús ni con el cristianismo. Creo que solo están interesados en este asunto de las vidas pasadas y en aprender técnicas comunicativas. A Victoria todo esto no le llama demasiado la atención, pero le caen muy bien.
—Y a mí —dijo Jenny.
—Sí, ya me ha dado cuenta —dijo Stefan, sonriendo y rodeándola con el brazo—. Qué, ¿Peter te ha parecido guapo?
—Idiota —dijo Jenny—. No es eso.
Y miró hacia otro lado para que Stefan no viera que se había puesto roja.