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Capítulo 1
La limpieza, una noción ambigua

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Las palabras que se emplean no son siempre las correctas. A menudo se habla de enseñarles a ser limpios. ¿Acaso los bebés que llevan pañal son sucios?

¿Y si en lugar de centrarnos en su limpieza nos interesáramos más por la relación que el niño mantiene con su cuerpo y el modo de conseguir controlarlo?

¡Ante todo, cuestión de autonomía!

Sin duda, para un adulto, que un niño lleve pañales o se haga sus necesidades encima es sinónimo de pañales que cambiar y ropa que lavar. Queremos que el niño controle los esfínteres, primero por su bienestar y su salud, pero también porque está sometido a la mirada de los demás y no queremos que piensen que nos ocupamos mal de él. La limpieza es una cuestión de higiene y también una norma social. Pero desde el punto de vista de niño, es una cosa completamente distinta. Para él, se trata más bien de una cuestión de dominio de su cuerpo. ¿Conseguirá controlar los esfínteres? Y después, ¿podrá ir al baño cuando lo desee? Todo se complica porque debe al mismo tiempo responder a la demanda de los adultos, que a veces tienen unas ideas muy atrasadas sobre el momento y el lugar donde debe «hacerse». ¿Tiene que acceder a su demanda o bien decidir él mismo lo que le conviene? La tarea de los padres consiste pues en acompañar su deseo de autonomía, enseñándole al mismo tiempo las reglas de higiene necesarias para una vida sana y en sociedad.

Es normal que muestre interés por su propio cuerpo

Al principio de su vida, el niño toma conciencia de su cuerpo a través de los cuidados que le prodigan las personas que se ocupan de él. Cada vez que lo cambian, cuando lo bañan, cuando lo miman, presta atención a las distintas partes de su cuerpo que son objeto de esos cuidados. Después, cuando crece, descubre todas las nuevas posibilidades que le ofrecen sus músculos y sus miembros: aprenderá a coger los objetos, a andar… Sus manos le resultan muy valiosas. Además, cuando está en presencia de un objeto nuevo, siempre empieza por tocarlo para conocerlo mejor. Con su cuerpo, pasa lo mismo. Necesita tocarlo para apropiarse de este. Para él, es muy natural. Y también se interesa por sus heces con total naturalidad, y se sentirá tentado de cogerlas del orinal con la mano para tocarlas. Es preciso explicarle que no debe hacerlo, pero sin reñirlo. Entre 1 o 2 años, el niño entra en el período que Freud llamó el estadio anal. Primero siente un placer fisiológico al sentir las heces pasar por su cuerpo, al expulsarlas o retenerlas. Después, a medida que crece y que domina su cuerpo, el placer llega sobre todo por el control que puede ejercer en toda esta mecánica. Con sus excrementos, descubre la noción de propiedad y el poder que tiene de mantenerlas con él o «dárselas» a las personas que le piden que lo haga en el orinal. Pero no es fácil para él renunciar al interés por esta parte de sí mismo. Acabará sin duda por adaptarse a las reglas de los adultos y por aceptar no tocarlas, pero la fuente de deseo no desaparecerá: se dirigirá hacia otros placeres autorizados, como jugar con la arena, la pasta o modelar. La creatividad del niño también se apoya en las prohibiciones.

¡El pipí no es sucio!

En una sociedad en la que los detergentes lavan «más blanco que la nieve», la suciedad se ha convertido en una preocupación importante, y el bebé va a descubrirlo muy pronto. «Se ha vuelto a ensuciar, hay que cambiarlo» oyen a menudo. O también «hay que poner el pijama en la ropa sucia». Si después se arruga la nariz al cambiarlo o bien se sujeta el pañal sucio con la punta de los dedos, asociará ese asco a este tipo de suciedad. Un asco que se le intenta a veces inculcar. «No toques, es caca», le dicen sobre sus excrementos. Una afirmación falsa, al menos en relación con la orina, que es estéril y no vehicula microbios. Por consiguiente, no existe ningún riesgo de contraer ninguna enfermedad si se toca el pipí. En cuanto a la caca, sin duda no es estéril, pero tampoco menos que los alimentos; sin embargo, tampoco debe centrarse demasiado sobre su aspecto repulsivo. Nada parecido para sembrar la confusión en su mente. ¿Cómo entender que estas sustancias, que vienen de lo más íntimo de uno mismo, causen todos esos sentimientos negativos en sus allegados? Que sus padres, que esperan impacientes lo que sale del orinal, le den tanta importancia a algo sucio, cuando en general no les gusta mucho que juegue con barro o que se ponga de papilla hasta arriba. Y a menudo oye: «¡No hagas eso, te vas a ensuciar!». Lo mejor es explicarle que sus excrementos no son ni buenos ni malos. Es simplemente una materia que su cuerpo ya no necesita. Por ejemplo, puede decirle: «el pipí es agua que limpia el cuerpo y que se va cuando el cuerpo ya no la necesita.» Además, al niño no le cuesta demasiado entender que el agua que bebe saldrá transformada en orina. Basta sólo con ver el éxito de las muñecas que hacen pipí. Qué placer darles de beber para ver cómo la expulsan después. A través de ese juego, el niño puede comprobar así algo que constata todos los días en sí mismo. También se interesa mucho por el destino de sus excrementos que expulsa en el baño. ¿En qué se convierten? ¿Desaparecerán para siempre? Usted sólo tendrá que tranquilizarlo, mostrarle las cañerías del váter y explicarle que su pipí se transformará en agua y su caca llegará a la tierra para abonarla. Los niños que viven en el campo saben muy bien que el abono es útil para que crezcan las plantas. El pequeño de la ciudad tiene que aprenderlo: lo que sale de él puede ser muy útil para la naturaleza.

Palabras para decirlo

Sin duda, no es fácil reprimir las reacciones de rechazo respecto a lo que nos parece sucio. Sobre todo si nosotros mismos hemos recibido una educación muy severa sobre la limpieza. Inconscientemente, tenemos tendencia a copiar nuestro comportamiento del de los que nos criaron. Pero al menos podemos intentar distanciarnos de ese modelo del que nos hemos impregnado, cuidando nuestro lenguaje. Es mejor evitar decirle al niño que empieza a ir al orinal frases como «¡Cuidado, es caca!», o bien «Pronto serás limpio», lo que podría darle a entender que antes no lo era. Es preferible utilizar expresiones como «Ahora mandarás a tu pito», «Controlarás tu cuerpo», incluso «Qué bien, ahora podrás aguantarte y podrás hacer pipí cuando tú quieras». Quizá esto suene un poco «sabelotodo», pero ¿acaso no es también una forma de mostrarle que a partir de ahora formará parte de los mayores?

Lo esencial

• ¡Cuidado con las palabras! Cuando se le dice a un niño que tiene que ser limpio, eso deja entender que antes era sucio. Y el niño sabe que a los adultos no les gusta la suciedad.

• Aprendiendo a controlar sus esfínteres, el niño descubre sobre todo la autonomía, más que la limpieza.

• Los niños necesitan tocarse el cuerpo para apropiarse de él. Asimismo, quieren tocar sus excrementos, que son como una parte de sí mismos. Nada sorprendente pues, aunque debamos explicarle que tiene que renunciar a esto porque no dejan de ser desechos.

• En lugar de decirle que el pipí y la caca son sucios, es mejor hacerle entender que son materias de las que el cuerpo se deshace, porque ya no las necesita.

Cuando el pipí se resiste

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