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Agradecimientos

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Comencé este libro en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, en el marco del proyecto que dirigí dentro del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT). Lo continué en la ciudad de Vancouver, Canadá, durante una estancia sabática realizada entre 2019 y 2020 en el Departamento de Historia de la Universidad de Columbia Británica, donde Leslie Paris y Tamara Myers me recibieron generosamente y me facilitaron un cubículo con una hermosa vista al mar y a las montañas de Vancouver Island. Dicha estancia contó con el financiamiento del Programa de Apoyo para la Superación del Personal Académico (PASPA) 2019, de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la UNAM, y el Apoyo para Estancias Sabáticas vinculadas a la consolidación de grupos de investigación y el fortalecimiento del Posgrado Nacional del Conacyt. Terminé de escribir estas líneas en un contexto histórico inaudito a escala global, en el cual niños y niñas fueron convertidos en amenazantes agentes virológicos que ponían en riesgo mortal a los adultos y, en consecuencia, encerrados. Para “defendernos” y protegerlos se hizo uso de la exitosa ecuación que analizo en este libro: vincularlos con el miedo y el peligro.

Quiero manifestar mi gratitud a estudiantes dedicadas e inteligentes que colaboraron en la búsqueda de información para esta investigación: Perla Andrea Franco, Diana Arenas, Darién Rosales y en especial Itzel Cruz y Diana Correa. La interlocución que tuve con colegas brillantes en distintos momentos de la investigación me permitió precisar muchas de las líneas argumentativas que sostengo aquí, ya por comentarios directos a avances de este texto, ya por compartir conmigo fuentes o apreciaciones puntuales sobre algunos temas o conceptos. Por ello, estoy muy agradecida con Gabriela Pulido, Gonzalo Soltero, Martha Santillán, Beatriz Alcubierre, Elisa Speckman, Soledad Loaeza, Javier Sanchiz, Daniela Gleizer, María Eugenia Chaoul, Isabella Cosse y Lila Caimari, así como con los colegas del Seminario de Historia de las Transgresiones, el equipo de trabajo de Historia de las Fotonovelas en México, dirigido por Andrés Ríos y Saydi Núñez, y las académicas de la Red de Estudios de Historia de las Infancias en América Latina. Tuztumatzin Soto, directora del Acervo Videográfico e Iconográfico de la Cineteca Nacional, me permitió el acceso a materiales fílmicos difíciles de conseguir. Agradezco el respaldo del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, en especial el apoyo de Ana Carolina Ibarra y Miriam Izquierdo, así como el trabajo de Tomás Granados Salinas para que esta coedición fuera posible.

Cuando inicié esta investigación no era del todo consciente de los precipicios emocionales que tendría que atravesar. En un primer momento pensé que tendría la fuerza para permanecer incólume ante las tragedias que conocería. No salí ilesa, pero pude sortear angustiosos abismos y los miedos que me inundaron al leer las historias de vida de las que se nutre este texto, gracias a los puentes de cuidado y apoyo que se me fueron tendiendo en el camino. El mayor de ellos fue construido por Sebastián Plá. Debería disculparme por haberlo saturado de sórdidas historias de nota roja, por interrumpir sus noches con la pesadumbre y ansiedad que me invadían al tratar de entender y asimilar la historia de las diversas violencias hacia la infancia en México que iba recuperando en las fuentes, pero prefiero agradecer aquí el amor, la paciencia y el intercambio intelectual que me ha dado desde hace tantos años y que ha sido de importancia vital para escribir este libro. Nicolás y María me inundaron de alegría, ternura y amor, y este texto, muchas de cuyas historias escucharon a pesar de su corta edad, está escrito con un deseo enorme, lamentablemente casi utópico, de que puedan vivir su infancia con libertad en un país como México. Espero no haberles transferido los terrores que me asaltaron como madre y como historiadora a lo largo de esta investigación. Este libro debe mucho también a la contención, la solidaridad y la empatía que he encontrado a lo largo de la vida en mi hermana Paula. Jonás Aguirre forma parte de estas querencias que hacen más alegre la vida. Durante mi estancia en la lluviosa ciudad de Vancouver, mientras terminaba el libro, la amistad de Kimberly Berger también fue un apoyo cardinal para mí.

Cada uno de los días en que escribía pensaba en los interminables recorridos de padres, madres, padres, hermanas, hermanos, abuelos, abuelas, tíos, amigos y familiares que buscan hoy a sus pequeños y amados desaparecidos. Los casos de secuestro infantil en México no se detienen y son una de las heridas más sangrantes que tenemos como sociedad. Espero que este pequeño aporte desde la historia sirva para pensar en lo que hemos hecho y lo que podríamos hacer para erradicar la trata de personas, la explotación, la violencia y la comercialización de la infancia.

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