Читать книгу Robachicos - Susana Sosenski - Страница 7
Introducción
ОглавлениеEn 2017, en el décimo parlamento de los niños que se celebró en la Cámara de Diputados, Axel Yair Valencia Albarrán, representante del estado de Morelos, expresó desde la tribuna: “hoy vengo a hablar de este derecho que me gusta mucho, el derecho a jugar”.
Hoy en nuestra vida —continuó— ya no podemos disfrutar ese derecho, porque ya no podemos, porque tenemos miedo de la inseguridad. Ya no podemos salir a jugar en nuestra privada con otros amigos o simplemente salir a caminar en nuestra ciudad, o ir a jugar a un parque, ya no podemos porque tenemos miedo. Tenemos algo que nosotros queremos expresar, hay mucha gente mala, gente mala que nos puede dañar, nos puede secuestrar, nos puede hacer muchas cosas, pero nosotros los niños debemos de hacer este derecho, porque los niños debemos de ser libres, que ya no haya más inseguridad. Y ya, gracias.1
¿Cuándo las niñas, los niños y los adolescentes mexicanos perdieron la libertad para circular seguros y solos por la calle? ¿Cuáles fueron las causas y los agentes que limitaron su autonomía en el espacio público? ¿Cómo lidiaron las autoridades, los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto con el secuestro infantil? Este libro busca plantear respuestas posibles a esas interrogantes.
Porque fueron los adultos, que crearon políticas de protección para la infancia, pero los que también crearon al robachicos, quienes lo sostuvieron gracias a la tradición oral, las representaciones fílmicas y literarias, las canciones y las obras de teatro, quienes llenaron las páginas de los periódicos con sus historias y le permitieron actuar, reproducirse y perpetuarse. Si, como escribió Ignacio Padilla, “cada nación detenta y ejerce el derecho inalienable de espantar a sus hijos como mejor le plazca”,2 en México las historias de robachicos se corporeizaron en seres humanos que cosificaron la vida de niños y niñas, despojándolos del derecho a la libertad, el más elemental de los derechos humanos.
La violencia que implica la privación de la libertad de un niño o una niña es concéntrica: se extiende del sujeto mismo al núcleo familiar, vecinal, social y nacional. El sufrimiento al que se somete a los cuerpos infantiles, su mercantilización y su cosificación (se les considera productos que pueden ser vendidos) evidencia no sólo la vulnerabilidad de la infancia sino las fallas sistémicas en la procuración de su seguridad y bienestar.3
Mis trabajos se han enfocado en la participación, la agencia y las voces infantiles en la historia. Si bien este libro es una continuación de reflexiones anteriores y recupera análisis y replanteamientos que he hecho previamente, estas páginas se dedican ahora a la historia de niños y niñas que fueron privados de su libertad y, en algún modo, silenciados (pienso en los centenares de familias que se quedaron sin volver a escuchar las risas de sus pequeños hijos). He podido rescatar sólo fragmentos dispersos de sus voces, a veces las de quienes lograron escapar o ser rescatados de sus secuestradores, de quienes presentaron su testimonio en los juicios llevados a cabo por el Poder Judicial, o en los reportajes de la prensa, pero éstas aparecen como lejanos murmullos o enmudecidas por las autoridades.
En contraste, en esos mismos archivos resuenan las voces de las madres y los padres que perdieron a sus hijos. Al escribir estas líneas pienso constantemente en ellos, en las “lloronas” que recorren las calles suplicando por sus vástagos, en una ciudad que en la primera mitad del siglo XX parece todavía abarcable. No era raro que caminando todavía se pudiera llegar a encontrar a los niños perdidos. Raúl, de nueve años, fue encontrado en 1945. Una amiga de la madre lo vio vendiendo resistencias en la plaza de La Merced, sin zapatos, con la cara amoratada y un pie vendado; avisó a la madre y a la policía, y así recuperaron al niño.4 Años después, en 1954, una mujer dijo que su hijo jugaba frente a su casa cuando una desconocida se lo llevó. Luego de denunciar los hechos caminó por diversos rumbos de la ciudad hasta que logró encontrarlo.5 A lo largo del siglo XX, la prensa habla de muchos casos similares de madres y padres que recorren las calles llamando a gritos a sus hijos desaparecidos.
La historiografía de la criminalidad ha valorado generalmente “al asesino a expensas de la víctima” y ha convertido al criminal en “el punto focal, si no el protagonista”, de la historia, en gran parte porque los expedientes judiciales y los reportes periodísticos se centran en esos sujetos.6 Los caminos tomados por la historia del delito en América Latina han permitido un conocimiento cada vez más detallado y amplio de la ley y su aplicación, de los criminales, los jueces y las representaciones del crimen. Al concentrarse en los delincuentes, el archivo judicial, marcado por la criminología positivista, terminó por determinar los enfoques de la escritura historiográfica. En un giro crítico de esa tendencia, las víctimas —las personas en quienes recayó la acción criminal, los “grandes olvidados del sistema penal”—7 han cobrado cada vez más atención. En esta investigación transité de algún modo por esos caminos: mi interés inicial fue delinear el perfil social de los robachicos, estudiar su lógica y sus coartadas, pero terminé aceptando que “definir al monstruo es tan quijotesco como querer hacer un censo de los nombres que damos al diablo: tarde o temprano las taxonomías se nos escurrirán entre las manos o nos echarán en cara la ironía de querer vaciar el mar en un agujero en la arena”.8
Decidí que los criminales no serían el centro de este libro, ni los discursos por medio de los cuales justificaron sus actos; tampoco lo sería la historia de la normatividad jurídica y su puesta en práctica. Bajo el supuesto de que la dimensión del riesgo al que está expuesto un individuo habla de su estatus de vulnerabilidad y demarca su posición social,9 en este libro decidí colocar en el centro del estudio a las niñas y los niños, pensándolos como “posiciones determinadas”10 en la sociedad mexicana. Situar a estas víctimas de secuestro en el nodo de la reflexión obliga a establecer múltiples y heterogéneos cruces: entre la historia cultural y la social, la historia del delito y del miedo, la aplicación de la justicia y el papel de los medios de comunicación, la infancia y la ciudad. El secuestro infantil es un tema multidimensional en el que la intersección de categorías como la edad, el género y la clase social son determinantes. Así, ciertos tipos de violencia ocurren en estructuras sociales específicas,11 y mucho dicen sobre las relaciones, los imaginarios, las prácticas y las experiencias en torno a la infancia.
Hay siempre una poderosa tentación de ver a los seres humanos convertidos en números, gráficas, tablas o diagramas, pero en este libro no aparecerán en esa forma, porque las historias de vida de los expedientes son en gran parte desconocidas e irrecuperables, pues no sabemos cómo terminaron y si hijos y padres se reencontraron algún día. No conocemos, por ejemplo, qué sucedió con Ana María, de 13 años, que salió de su casa en una fría mañana de noviembre de 1941 y nunca llegó a donde trabajaba como empleada doméstica.12 Tampoco conoceremos el final de la historia del hijito de Juana Elizalde, de apenas dos años, que fue secuestrado por una cabaretera.13 Los expedientes que quedan hoy en los archivos judiciales son sólo los de aquellos robachicos que fueron “captados por el sistema penal”, los que fueron encontrados, detenidos, capturados in fraganti, acusados injustamente o cuyo proceso penal se interrumpió por una gran variedad de causas. Aunque la prensa informaba cotidianamente de desapariciones y extravíos de niños y niñas, en la mayor parte de esos casos tampoco es posible saber si fueron localizados, si las desapariciones fueron forzadas, si fueron extravíos en la gran ciudad o decisiones para huir del maltrato o en búsqueda de aventuras. Hay más datos que ignoramos: cuántas desapariciones se denunciaron, cuántos expedientes se guardaron, cuántos desaparecidos se encontraron. Todo esto imposibilita elaborar una historia cuantitativa y motiva a generar otras vías de interpretación.