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V Perspectivas

Estaba por quedarme dormida cuando la luz del amanecer me golpeó los ojos. A lo lejos, podía escuchar las puertas de las fábricas abrirse, y el ronco motor del tren que luchaba por encenderse como todas las mañanas.

Este era ya mi tercer día amaneciéndome en el tejado. Me aseguraba de quedar exhausta luego de cada entrenamiento, pero el insomnio me ganaba y despertaba a las pocas horas, bien entrada la madrugada. Antes, solía salir por mi ventana y daba vueltas por las calles vacías del barrio hasta que por fin encontraba el sueño o se hacía de día, lo que fuera que ocurriera primero. Las últimas noches, sin embargo, me pasaba las largas horas de la madrugada sentada sobre el tejado tratando de obtener una nueva perspectiva de las cosas, pero incluso desde la altura, todo el lugar se veía exactamente igual: sombrío, helado y sucio. Agonizante.

Me mataba el pensar que yo lucía igual. En mis diecinueve años de vida, no había visto a nadie, ni una sola persona, que viviera en este lodazal que no se viera como si llevara muriéndose por semanas y no tuviera la voluntad de acabar con el sufrimiento por sí mismo.

Las tasas de suicidio eran altas en el Borde, y aunque mis padres y los de Elián y la mayoría de los vejestorios del Cuervo escupían con desprecio sobre sus cuerpos llamándolos cobardes y blandos, una parte de mí entendía muy bien qué era que los llevaba a tomar la decisión. No era que quisiera seguir su camino, pero a veces, cuando me subía a los tejados más altos, me gustaba mirar hacia abajo e imaginar que caía y que después del golpe, no tendría que abrir los ojos por un largo rato. Probablemente todos se habrían reído de mí si lo hubiera dicho, así que nunca se lo había comentado ni siquiera a Elián.

No todos aguantaban lo que suponía vivir aquí, y supongo que el saber que nunca podrías vivir de otra manera no ayuda mucho en el sentido de querer seguir intentándolo.

Por mi parte, nunca me había sentido atrapada; sabía que vendría el día en que saldría de este basurero de una u otra manera. Ya no estaba tan segura de que me gustara la puerta de salida, pero el tiempo de escoger por mí misma había pasado, si es que había existido alguna vez.

Ahora solo me quedaba acatar órdenes. Y era pésima haciéndolo.


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