Читать книгу Las alas del reino I - Cuervo de cuarzo - Tamine Rasse - Страница 8
ОглавлениеII A la orilla del riachuelo
Apenas terminé de entrenar me di una ducha rápida, llamé a Pyra y partimos a la casa de Bo. Tenía un mal presentimiento, o más bien sabía que algo debía ir mal como uno sabe que uno más uno es igual a dos. Bo más emociones reprimidas era igual a problemas, y estaba teniendo muchas de ellas últimamente. Mis miedos se confirmaron cuando toqué a su puerta y su padre me contestó de mala gana que no la había visto desde aquella mañana, y me pidió que, si la veía, le recordara que su casa no era un hotel y que tenía tareas que cumplir. Luego de eso me dijo que dejara de perder el tiempo buscándola, que de seguro tenía mejores cosas que hacer.
Lo cierto es que no las tenía, y aunque lo hubiera hecho no me habría quedado tranquilo hasta que supiera que Bo estaba en una pieza. Además, si tenía que ser honesto, yo también necesitaba distraerme un poco. El Solsticio se nos venía encima a ambos, y aunque ninguno de los dos quería tocar el tema, al menos en su compañía no era necesario disimular mi malestar.
Caminé hasta una de las zonas más al este del Borde hasta encontrar el callejón donde alguien había dejado un barril de aceite quemado hacía ya muchos años, tapando el agujero en el muro del fondo que daba al riachuelo. No era ilegal estar allí precisamente, pero era algo como un área gris, un lugar al que la mayoría de los padres les prohibiría a sus hijos ir porque no estaba bajo la vigilancia de nadie. Es decir, exactamente el lugar al que Bo le encantaba ir (y arrastrarme) desde que era pequeña.
Efectivamente estaba allí. O al menos su ropa lo estaba, tirada al borde del río junto con sus zapatos y el cuchillo escondido entre su camisa. La camisa que estaba manchada de sangre. Suspiré. Lo sabía, me reprendí, sabía que no debería haberla perdido de vista. Me senté pacientemente a esperar, consciente de que podría tardar mucho tiempo en salir, y con mis dedos encendí una llama en un montón de hojas secas para que Pyra se acostara a descansar. Como era una salamandra, odiaba los climas fríos, y aunque aún no había terminado el otoño, sabía que no le hacía gracia tener que estar esperando a Bo a la intemperie.
—Con que aquí estabas —saludé a Bo cuando salió del agua unos veinte minutos más tarde.
—Elián… —me saludó con una sonrisa incómoda—, Pyra, están aquí…
—Estamos aquí —contesté, devolviéndole la sonrisa.
—Creí que estarías entrenando —dijo sin salir del agua todavía.
—Y yo creí que estarías en casa dándole golpes a tu saco de harina —respondí yo—. Sin embargo, aquí estamos.
—Qué coincidencia…
—Déjate de juegos, Bo —resoplé cansado—, y ven aquí a decirme por qué hay sangre en esta camisa.
—No fue mi culpa —apuró, pero no le presté atención. Era su frase favorita.
—Espera, ¿qué es eso que tienes allí? —pregunté cuando la vi salir del agua.
—Nada —dijo mientras se tapaba rápidamente el estómago—. No me mires si estoy desvestida.
—Ay Bo, por favor. Quita tu mano de allí —exigí—. Estrellas, Bo, ¿es eso una… es una quemadura? ¡Y tu brazo! ¡Bo, eso es un mordisco! ¿Qué fue lo que pasó? —le pregunté angustiado esta vez.
Bo se sentó a mi lado todavía chorreando. El frío no le molestaba si estaba mojada, y generalmente se quedaba un rato esperando a secarse al aire libre antes de volver a vestirse, para aprovechar el contacto con el agua todo lo que podía, aún así, temblaba, y cuando una lágrima solitaria cayó por su mejilla tuve que voltearme para que no se avergonzara.
—Keto —soltó después de un momento—, y Mat y Leroy.
—¿Ellos te hicieron esto? —pregunté sorprendido. Bo ya se había peleado con ellos antes, y además de un par de moratones o un sangrado de nariz, siempre salía ilesa.
—Le rompí la nariz a uno de los chicos de Keto —confesó, y cuando vio mi expresión apuró—. Juro que fue un accidente. Eso los enfadó mucho, e intentaron desvestirme para ver ‘qué estaba escondiendo’.
—Oh no…
—Por suerte intentaron quitarme los pantalones primero, y no llegaron lejos —continuó con un hilo de voz—. Se detuvieron porque apuñalé a Mat.
—¡¿Qué hiciste qué?! —exclamé. Bo me miró dolida, y me deshice en disculpas de inmediato. Comprendía que había sido su única salida, pero si antes habían tenido problemas con ella, ahora probablemente la querrían muerta. Por primera vez deseé que el Solsticio llegara rápido.
—Te prometí que no sacaría mi cuchillo si no era extremadamente necesario, y no lo he hecho. O no lo había hecho —se corrigió—, pero no tenía muchas más opciones —se quejó.
—Ven, vamos a que te limpie esas heridas —dije poniéndome de pie.
Bo comenzó a vestirse sin importarle las manchas de tierra y sangre sobre su ropa. Su cuchillo de cuarzo, en cambio, estaba prístino. Era la única cosa que Bo cuidaba con su vida.
—Creo que debería ir a casa —dijo cuando estuvo lista. Sabía que lo que realmente quería decir era ‘llévame a casa’. Pero una de las reglas implícitas de ser Bo era jamás pedir ayuda, así que solo asentí y nos pusimos en camino.
Como lo supuse, no dijo nada cuando dejé mi calle atrás y seguimos caminando en dirección a la suya. Sabía que sus padres apenas la notarían cuando llegara, y que lo primero que haría Bo sería ir a la cama, así que tuve que pedirle por favor que se atendiera las heridas. No me habría sorprendido que las dejara olvidadas hasta que alguna se infectara.
—Buenas noches, Bo —me despedí, y Pyra siseó para hacer lo propio.
—Buenas noches, Eli, y Pyra, y todo el mundo que puede dormir de noche —respondió amargamente. Ambos sabíamos que tenía largas horas de insomnio por delante.