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XII Novedades de una vida monótona

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—Cepíllalo bien, Lily —le pedí a mi doncella—. Quedaron un montón de nudos con esa horrible trenza que me obligaron a usar.

—La verdad, su alteza —empezó Selma, mi otra doncella, quien nos miraba desde uno de los sofás—, creo que le sentó bien el cambio de estilo. Además, Lily trabajó muy duro en esa trenza, su cabello no es cosa fácil.

—Agh, Lily ¿sabes que no me refería a eso verdad? —Selma siempre estaba intentando hacerme quedar mal, pero a pesar de lo que ella creía yo apreciaba el trabajo de ambas—. Le habría quedado preciosa a cualquiera que no fuera yo.

—Lo sé, su alteza —sonrió Lily, sin darle importancia al comentario. Por eso Lily era mi favorita—. Me recomendaron una nueva loción para su cabello, supuestamente, le dará brillo y lo refrescará, ¿le gustaría probarla?

—¿La probaste tú?

—Así es, sí se siente muy refrescante.

—Entonces hazlo, nunca son demasiados mimos.

—Sí, su alteza.

Lily sacó una botella pequeña de su delantal, al abrirla, un fuerte aroma a eucalipto llenó la habitación, puso un poco en sus manos y comenzó a hidratar mis rizos uno por uno.

—¿Uh? ¿Qué es ese ruido? —le preguntó a Selma cuando se armó un alboroto afuera.

—¿Son los caballos? —-me parecía extraño. Mi padre prácticamente nunca usaba a los caballos, y que yo recordara, nunca habían paseado cerca del palacio. Para eso teníamos grandes explanadas de pasto.

—Sí, su alteza. Ayer llegó una nueva tanda de personal desde el pueblo, por el ruido, diría que la guardia está formando a los nuevos cadetes.

—No sabía que vendrían novatos —comentó Lily.

—Yo tampoco —me levanté para asomarme por la ventana. A veces podía llegar a molestarme el hecho de que Selma pareciera saber mucho más de la vida en el palacio que yo misma, y aunque constantemente me repetía que era debido a la gran cantidad de años que llevaba allí antes que yo, eso no evitaba el sabor amargo que luchaba por no sentir en la boca.

—No sabía que la guardia se formaba en el jardín invernal —admití. Al menos nunca lo había visto.

—Sólo lo hacen cuando nuevos integrantes entran a las filas. La última vez que ocurrió, usted era apenas una bebé, su alteza.

Con qué nuevos integrantes. Eso sonaba prometedor.

—Ven Lily, vamos a ver.

—Pero señorita, su cabello…

—Puedes terminarlo después, anda, vamos.

A pesar de la evidente desaprobación de Selma, Lily me abrió la puerta y prácticamente corrimos escaleras abajo hasta uno de los portales que daba al patio interno.

—Espere, su alteza —apuró Lily.

—Ya te lo dije Lily, no es necesario que me llames así cuando Selma no está cerca.

—Sí, señorita —contestó. No había manera de que lograra llamarme por mi nombre—. Déjeme arreglarla un poco, se despeinó corriendo hacia aquí.

—Está bien —acepté—, pero date prisa, por favor.

Desde mi ventana no se veía el jardín invernal, sino el patio exterior por el lado del jardín de peonías, y aunque las flores eran muy bonitas, rápidamente aburrían. Pero ¿la guardia real aceptando nuevos miembros? Probablemente sería la única vez que lo vería en una o dos décadas.

Tan pronto como Lily hubo terminado con mi cabello, le pedí que abriera la puerta tan sólo un poco, para no interrumpir la reunión. Tenía la impresión de que a mi padre no le gustaría que estuviera entrometiéndome en asuntos de la Guardia, y a pesar de que explícitamente no lo tenía prohibido, pensé que era mejor andarme con cuidado.

Pero no estaba lista para lo que vería.

Oh, Estrella.

Ahí estaba. El chico del solsticio de invierno, de pie en mi propio jardín, derecho como un álamo y con la mirada fija en el general.

Cerré la puerta tan rápido como pude sin hacer ruido, y tomé a Lily de la mano.

—Vámonos de aquí —dije, sin ofrecer más explicación.

—¿Señorita? ¿Se encuentra bien? —quería saber Lily mientras trotaba escaleras arriba, tratando de seguirme el paso.

—Estoy bien.

No lo estaba. En ese momento sus ropas sencillas de la noche anterior cobraban sentido, su forma de bailar que aún necesitaba perfeccionarse, sus zapatos lustrados, pero definitivamente viejos. El muchacho del baile había venido a mi hogar en busca de un mejor futuro, uno en el que se quedaba aquí por una gran cantidad de años. No quería admitir que me ponía nerviosa, que había pasado gran parte de la noche anterior viendo su rostro en mi ventana, y que desearía no haberlo sabido, ya que ahora no podría sacármelo de la cabeza.

¿Podría ser que…?

No. E incluso si existiera algo como el amor a primera vista, no era algo que podía permitirme. Mucho menos con un criado. Un soldado. Quien fuera que no fuera mi prometido.

—Veo que no les fue muy bien —nos recibió Selma sonriendo, como si hubiera estado esperando que eso pasara.

—Selma, cierra la puerta.

—Yo puedo cerrarla, su alteza —se ofreció Lily, que estaba junto a ella.

—No. Selma, hazlo tú —le ordené—. De hecho, ciérrala por fuera. Lily puede prepararme ella sola para la cama.

—Sí, su alteza —la amargura en el tono de Selma me hizo sentir tan solo un poco mejor. Hubo un tiempo en el que nos llevábamos de maravilla, cuando era pequeña y no era capaz de darme cuenta de que la forma en la que me trataba era la más pura frialdad. Los últimos años, sin embargo, nos habíamos distanciado mucho, y me causaba cierta satisfacción hacerla enojar.

—¿Qué ocurre, señorita? —me preguntó Lily en cuanto Selma se hubo ido.

—Nada, no lo sé —apuré. No se me ocurría nada.

—Parece como si hubiese visto un fantasma —dijo mi doncella preocupada—, ¿quiere que le prepare algo?

—No gracias, Lily. Tan sólo la cama.

Normalmente, el ruido que hacía el agua de la fuente de la estrella me tranquilizaba e incluso me ayudaba a dormir, esa noche, en cambio, el torrente me parecía un infierno. Cuando sentía que los días se iban repitiendo todos iguales, semana tras semana, mes tras mes, me gustaba pretender que el agua que caía subía y volvía a caer sentía lo mismo, y que ambas vivíamos como compañeras en un eterno ciclo que se repetía. Esa noche, sin embargo, el pensamiento no me pareció reconfortante.

Hace tres no sabía con quién iba a casarme ni me importaba mucho, tiempo después lo supe y me sentí contenta por mi suerte, y ¿esta noche? Esta noche no podía dejar de cuestionarme todo para lo que me había preparado, ¿estaría bien casarme con el Príncipe Hiro? ¿Acaso mi padre podría haber tomado una mejor decisión? Jamás me había parecido un problema que decidieran por mí, conocía mi lugar perfectamente y las responsabilidades que conllevaba, pero el presenciar las nupcias blancas en el pueblo me había provocado un embrollo de ideas que parecía no tener fin. Aunque me costara admitirlo, muy en el fondo pensé que quizás me habría gustado la posibilidad de escoger por mí misma, o al menos haber tenido una opinión, una palabra sobre el tema. Tenía claro que estaba muy por encima del nivel del cadete, y la verdad es que ni siquiera estaba segura de cómo llamar ese cosquilleo que sentía en el estómago, ni si acaso bastaban un par de miradas furtivas para enamorarse.

Pero tal vez un par de miradas furtivas también sean suficientes con Hiro.

Bueno. Tenían que ser suficientes.


—¿Quiere regresar? —me preguntó Lily, mirando hacia arriba—, el cielo se ve como que va a llover.

Habíamos salido a dar un paseo matutino, dejando atrás a Selma, a mi maestra, y las clases para perfeccionar mi Chas. A mi otra doncella la idea no le había gustado nada, pero yo jamás me quejaba ni dejaba a medias lo que me correspondía hacer, tan sólo esta vez me había dado el gusto de dejar mis responsabilidades de lado y hacer aquello que realmente quería.

—Aún no —respondí mirando también las nubes—, creo que todavía tenemos tiempo.

Le había pedido a Lily que me acompañara afuera con la excusa de querer mirar a las ardillas escondiendo comida para cuando el invierno se pusiera más duro. La verdadera razón era que esperaba toparme con el joven cadete. No era estúpida, sabía que aquello no llevaría a nada, pero planeaba divertirme mientras me fuera posible, y sabía que Lily no diría nada ni me haría preguntas incómodas. Además, puede que si nos topábamos con otros cadetes ella también pudiera divertirse un rato; no era la única que pensaba que a Lily le hacía falta un novio, y es que hasta ahora no había ningún candidato digno para mi doncella. Un guardia real podía hacer la diferencia.

Llevábamos caminando cerca de una hora y todavía no nos habíamos topado con nadie. Al jardinero no se lo veía por ninguna parte, y los establos estaban aún muy lejos como para coincidir con un mozo. El problema era que no sabía dónde empezar a buscar, no tenía ni idea de dónde podrían estar las tropas; jamás había tenido una razón para visitarlas, y ni siquiera sabía que se suponía que hacían durante el día, menos aún durante las pruebas para los nuevos soldados. Tan solo me había limitado a caminar en dirección al lago, esperando ver algo en el camino, pero no había tenido suerte.

—Lily, ¿tienes alguna idea de dónde están las tropas?

—Mmm, pues lo más lógico sería que estuvieran en su gimnasio. Aunque sé que a veces entrenan en la planicie junto al campo de girasoles. No estoy segura, señorita.

—¿Puedes llevarme?

—Claro, señorita.

Lily no hizo preguntas y yo no ofrecí razones. Esa era una de las muchas ventajas de estar con ella: jamás se entrometía en lo que no era de su incumbencia, pero no dudaba a la hora de responder preguntas, hablar de lo que sabía o incluso dar su opinión, que era mucho más de lo que se podía esperar de una doncella.

Antes de tenerla, había pasado por Ariana, Perla, Camil y Selma. Siempre Selma, había estado junto a mí desde que tenía memoria, y cuando era pequeña no había forma de que se separara de mi lado, incluso tenía una cama dentro de mi habitación para acompañarme durante la noche. A pesar de eso, nunca había mostrado afecto por mí. Mis otras doncellas, a pesar de que iban y venían -mi padre parecía no poder decidirse por una-, siempre habían sido amables conmigo, cercanas y alegres. Selma era seria, taciturna, y a decir verdad me daba un poco de miedo.

No la culpaba. Selma había sido la doncella de mi madre por muchos años, y ni siquiera yo podía perdonarme el hecho de haberla matado. Mi padre siempre repetía lo mismo, que había muerto de forma natural en el parto, que habían hecho todo lo posible, y que solo gracias a la gracia de la Estrella no había muerto yo también.

Pero no importaba lo que me dijeran. Yo estaba viva, y ella no. Era así de simple.

Aún faltaban unos cientos de metros para llegar al gimnasio y ya se podían escuchar los rugidos de los nuevos cadetes junto con el silbato del sargento; al parecer, los ponían a trabajar duro desde el primer día. Me detuve frente a la puerta, insegura sobre si debía entrar o no. No lo tenía prohibido, pero algo me decía que mi padre no se pondría muy contento al saber que había pasado tiempo en un recinto sólo en compañía de hombres y una de mis doncellas. Miré a Lily como preguntándole, y me devolvió una mirada preocupada, aun así, resultaba obvio que ella también tenía curiosidad.

Abrí la puerta con cuidado, pero hubiese dado igual si lo hubiese hecho de manera brusca: había tal alboroto dentro que nadie habría notado que alguien había entrado de todas maneras. Docenas de chicos hacían sentadillas, carreras, se arrastraban sobre sus estómagos o saltaban la cuerda. El sargento se paseaba entre los grupos observando y gritando de vez en cuando, haciendo que los grupos cambiaran de estación a cada soplido de su silbato. Era, también, el único que llevaba uniforme, los cadetes llevaban simple ropa de gimnasia, y algunos de ellos incluso se habían quitado la camiseta.

En el centro del recinto, estaba el cadete de cuerpo esbelto que había venido a buscar. Lo había encontrado casi de inmediato, haciendo lagartijas a un ritmo imposible, sacando a relucir músculos bien definidos en sus brazos y piernas. Eso no se notaba con el traje, pensé sin poder evitarlo. Para mi sorpresa, Lily también tenía los ojos clavados en él. Un dejo de celos me apretó el pecho levemente, y debo admitir que estuve más que tentada a sacarnos a ambas de ahí, sólo para que Lily dejara de mirarlo, pero en vez de eso, me obligué a calmarme y a recordarme que estaba comprometida, y que no importaba cuánto mirara a mi cadete: eso nunca iba a pasar. Quisiera decir que eso fue suficiente, pero, cobardemente, intenté que Lily fijara su atención en cualquiera de los otros muchachos con hermoso cabello o con su torso desnudo, pero al igual que yo, sus ojos parecían estar invariablemente al único cadete que parecía ser digno de nuestra atención.

—¡Intrusas! —gritó alguien desde la esquina más lejana, indicándonos con el dedo a Lily y a mí. Me costó un segundo darme cuenta de que se refería a nosotras, y antes de que pudiéramos escabullirnos por la puerta el resto de los cadetes se volvieron hacia la puerta, mirándonos incrédulos.

—Su alteza —reaccionó el teniente, haciendo una leve reverencia—, bienvenida.

Rápidamente, los muchachos lo imitaron, mientras algunos se apuraban a ponerse la camiseta o a limpiarse el sudor de la frente.

—Teniente —lo saludé, pretendiendo una calma que no sentía—, cadetes. Buenos días.

—¡Buenos días, su alteza! —respondieron al unísono los cadetes, tiesos como un palo.

—¿En qué puedo servirle, alteza? —apuró el teniente, visiblemente incómodo de que estuviésemos allí.

—Tan solo vinimos a dar una vuelta, a ver cómo iba todo. No pretendíamos interrumpir.

—De ningún modo, alteza.

Antes de poder arrepentirme, pregunté:

—¿Entonces no será problema que nos quedemos un rato, verdad teniente?

Aunque era evidente que prefería que nos fuésemos, el hombre estaba tan bien entrenado en diplomacia como cualquier militar, por lo que se limitó a sonreírme y a asegurar que no sería un problema, después de todo ¿quién era él para negarme una petición?

Nerviosa, Lily me siguió hasta las gradas, donde se apresuró a sacudir el inexistente polvo de las bancas antes de que nos sentásemos.

—Puede continuar, teniente —dije luego de un incómodo momento donde reinó el silencio.

Sin dirigirme una palabra, el hombre volvió a tocar su silbato y de inmediato los muchachos se pusieron otra vez en marcha, lanzándonos miradas muy poco sutiles a Lily y a mí. Por un momento, creí ver que el cadete se nos había quedado mirando, pero casi parecía que lo hubiera soñado, ya que nunca más lo vi levantar la mirada del punto en el suelo frente a él: nada parecía poder desconcentrarlo.

—¡Cadetes! —gritó el teniente después de que todos los chicos se levantaran al sonido de su silbato—. Desde mañana, pasarán a ser cabos oficialmente: trabajarán en escuadrones, bajo las órdenes de un sargento y liderados por el líder de tropa, quién será el responsable de que se cumplan todas nuestras exigencias.

Al escuchar esto, algunos de los chicos hincharon el pecho y se pararon más derechos, otros miraban nerviosos de lado a lado, preguntándose a quién le habría tocado tal honor. Mi cadete se mantenía serio sin quitar la vista del teniente.

—Cabo Emil, cabo Loza, cabo Myra pasen adelante.

Lily se tensó a mi lado cuando el cadete Myra se encaminó hacia el frente. El pecho se me volvió a apretar, y otra vez tuve que repetirme que nada podía pasar. Myra se puso de pie junto a los otros cabos elegidos mientras repetían las palabras que salían de la boca del teniente, y a pesar de que su expresión era imperturbable, estaba casi segura de que por un momento se le escapó una diminuta sonrisa de orgullo.

Las alas del reino I - Cuervo de cuarzo

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