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No es que tuviésemos un trato estrecho, una confianza de íntimas amigas. Si estás buscando confidencias, no seré yo quien pueda informarte. Pero eran tiempos de mucha ebullición y ella estaba en el centro de todos los comentarios, así que, incluso no queriéndolo, acababas por saber... y en Moscú nos conocíamos todos. Las familias de origen francés, como la tuya y la mía, al establecerse en Rusia a comienzos del XIX, fueron obligadas a nacionalizarse, pero no teníamos estatus de verdadera ciudadanía; éramos solo “ciudadanos honorarios”, lo que significaba en realidad que éramos gente de segundo grado. Los nobles ni nos miraban, así que nuestro círculo de amistades era más bien reducido. Yo asistía todos los jueves a las reuniones en casa de Mina Gorbunova, que fue la primera mujer a quien escuché, no sin escándalo, llamarse a sí misma feminista. Decían que era una matemática eminente, dedicada a la estadística sobre todo, aunque lógicamente nunca hablábamos de eso, pero lo que sí tengo por seguro es que era una convencida defensora de la cuestión femenina. Nos animaba a todas a fundar escuelas, a informar a otras mujeres. Allí, en su salón, empecé a coincidir con tu madre con regularidad, aunque ya nos conocíamos superficialmente de frecuentar la misma sociedad –ya sabes, los mismos bailes, las mismas tiendas– de solteras. Ella era –estoy hablándote del año 93 o 94–, una joven madre que a veces dejaba Eldigino, donde vivía, cerca de la fábrica de vestimenta militar que había dado fortuna a tu familia, para acercarse en tren a Moscú. Hacían una bonita pareja, ella y tu padre –porque Alexandre era tu padre, probablemente– cuando se dejaban caer por las fiestas de sociedad: ¡ópera, ballet, teatro, de todo cuanto hay! ¡Éramos jóvenes y nos gustaban las salidas y las fiestas...! Pero las diversiones, creo, pasaron a segundo plano cuando Inessa comenzó a frecuentar la tertulia de Mina Gorbunova. Pienso que dejó de salir tanto como hacía antes. Ella era muy temperamental, no sé cómo decir… Digamos que tomaba decisiones impetuosas muy firmemente. Alexandre Evgenevich, tu padre, era miembro de la Zemstvo de la región de Moscú. ¡Bah! Era un cargo que ni sé bien decirte en qué consistía, pero tenía que velar por las cuestiones de educación y salud públicas. Así que Inessa se decidió rápidamente a aplicar las ideas que circulaban por el salón de Mina en su propia casa, contando con esa predisposición filantrópica de tu padre. Recuerdo que primero tuvo que discutir con la familia Armand por eso de establecer una escuela para los hijos de los trabajadores y de los campesinos locales. Imagínate lo que sería… Por entonces se veía como una excentricidad dedicar energías a educar a los criados. Porque en nuestras familias, la servidumbre nunca existió, no sé bien por qué, tal vez porque los abuelos ya habían llegado de Francia con otra mentalidad distinta a la del zarismo. ¡Rusia estaba atrasadísima! Pero, de ahí a poner los criados a estudiar, todavía había un trecho... Lo que Inessa pretendía, con todo, según contaba en el salón, era tener a los niños ocupados para poder dedicarse a las madres. Ella era así: cuando se fijaba un objetivo, buscaba el medio para conseguirlo como fuese. No era que no le importasen los niños, ¿eh?, entiéndeme bien. ¡Si todavía tenía unos pocos meses Alexandre, tu hermano, y ya adoptó a un niño de una familia pobre! Sí, Vladimir, que después traía con ella como un hijo más, todo lindo y con zapatos de hombrecito. Pero le había prendido dentro el fuego de la cuestión femenina. Y como tu padre tenía esa encomienda de observar la región, se empeñó en visitar con él muchas familias pobres. Nunca había visto nada igual, nos contaba, y no me sorprende: cuando empezó el noviazgo con tu padre era aún una niña. Todas éramos muy ingenuas; nada que ver con lo que son ahora las jóvenes... Si te digo la verdad, al principio pensé que estaba jugando... Era siete u ocho años menor que yo, así que podía valorarla con perspectiva. Mira, entonces estaba de moda tener un diario e Inessa nos contó a todas las señoras de las reuniones de Mina que había anotado en el suyo la primera carta que le envió a Alexandre, bajo pretexto de pedirle la dirección de un amigo común para mandarle una invitación. Aprovechó la circunstancia para invitarlo a él también y para explicarle cuánto la había hecho pensar su conversación y todo lo que había hecho desde su visita. Parece todo muy normal, hasta que Inessa nos reveló entre carcajadas que había escrito la carta... ¡la noche siguiente a esa primera visita! ¡Pues sí que aprovechaba las horas ella! Sí, era vehemente, pero también calculadora; no sabría yo determinar qué cualidad predominaba en ella... Digamos, que era por días que se presentaba como pasional o madura. En aquel tiempo tenía algo especial, sin embargo, como si precisase poner su energía en algún sitio y no supiese todavía dónde.

Al poco de nacer tú, Mina consiguió el permiso para fundar la Sociedad Moscovita para mejorar el Destino de las Mujeres y le pidió a tu madre que hiciese de secretaria. Creo que fue en ese momento cuando empezó a ser vigilada por la Okhrana, la policía zarista. Pero lo único que pretendía era obtener fondos para escuelas de mujeres, para libros..., todo bien pedagógico, orientado a un buen fin..., aunque su sueño, siempre insistía, fuese fundar un periódico. Entonces llegó lo de preocuparse tanto con la prostitución y fue ahí cuando se estropeó todo... ¡Ah! ¡Qué difícil de explicar!

Éramos hijas de la burguesía, nos habían hablado siempre de las malas mujeres que inducían a los hombres al pecado. Si un matrimonio no funcionaba, era porque una mujer licenciosa, cobrase o no por su dedicación, seducía al pobre hombre, el cabeza de familia. La sífilis era pan de todos los días. Por primera vez, en las tertulias de Mina pensamos en la prostitución como la única opción de las mujeres pobres, expulsadas fuera de casa, golpeadas por los maridos, embarazadas cada invierno. Aunque yo siempre creí que para hacer eso, había que estar hecha de un material especial, muchas, ella en especial, debatían y debatían sobre si era la única salida posible para llevar algo de comer a unos hijos mal nutridos... no lo sé, el mundo es muy ancho y habrá de todo... Pero para hacer eso, no sirve cualquiera.

La verdad es que me fui alejando del grupo cuando comenzaron a simpatizar tanto con las mujeres de mala vida... Como que se pasaban el día justificándolas, buscándoles las virtudes y yo, si te digo la verdad, no sé... Si le das la mano o así a una de esas mujerzuelas, ¿no podrás contagiarte de algo? De sífilis o de algo peor... Todo el mundo sabe que la indecencia es contagiosa. ¡Pues claro que es contagiosa! Inessa era muy sentimental, ya te digo: cuando abrazaba una causa lo hacía por entero. Y no te creas que a los hombres les gustaba esa filantropía, ni las feministas todas... No confiaban en tanta modernidad. En la iglesia siempre nos habían dicho que una mujer de perdición es alguien degradado, alguien que ya nace así, como predispuesto al pecado. Que tu madre, como otras casadas en ese momento, se decidiese a defender a las mujeres desviadas del buen camino era algo absolutamente insólito en Moscú. Nunca se había visto algo igual. Pero ella se empeñaba en asegurar que se trataba solo de una expresión de la caridad cristiana. No, allí nunca se habló de política. No sé por qué me preguntas eso... Detesto la política. No yo en particular, ¿eh? Creo que todas nosotras detestábamos la política... o, más bien, no sabíamos una palabra: de eso hablaban los hombres cuando fumaban un cigarro después de la cena. Las mujeres no. Teníamos bastante con las casas, los niños, ya sabes... Podía entenderse que las señoras se ocupasen de las mujeres descarriadas como buenas cristianas ortodoxas, que deben ser caritativas, simplemente. Pero Inessa se tomó en serio la defensa de las prostitutas. Para mí que se excedió. Porque ¿qué puede pensar un hombre que no sea tu esposo, si te pones a defender prostitutas? Pues que ves con buenos ojos el pecado, ¿no? Y si ves como aceptables esos pecados, tiene que ser porque estás pensando en pecar. No hay vuelta de hoja.

No quiero ofenderte pero... en aquel tiempo creía que Inessa debía de estar pensando todo el día en... bueno... en... eso que se hace con el marido. Y tu padre que iba mucho fuera, de caza y así ¿eh?, que yo no pienso que visitase nunca un prostíbulo un hombre recto como él, pero faltaba de casa, y su mujer pensando en prostitutas... ¡Eso no podía llevar a nada bueno! Porque, por muy liberales que fuésemos, por muy modernas y convencidas de mejorar las condiciones de vida del prójimo, yo siempre tuve para mí que una cosa es enseñar a leer y otra justificar el pecado. Que las mujeres que supiesen leer sabrían llevar las cuentas de gastos de la casa o del negocio del marido, y eso no da reparo. Ni se me pasó nunca por la cabeza la idea de mujeres que viviesen fuera de la casa familiar y, como después se vería, tu madre vislumbró ahí un camino de libertades que no podía llevarla a buen sitio. Porque… ¿qué es mejorar el destino de las mujeres? ¡Hacer que puedan leer el periódico o un libro de cantos de misa! Efectivamente. Pero siempre hay alguna que da en imaginar que, a lo mejor, puede llegar a ser como un hombre, con su capacidad de ir y venir y, digo yo, si Dios nos quisiese así, libres y decididas como hombres, nos habría hecho a todos iguales, y no lo hizo. Y para hacernos distintos, tuvo Dios-nuestro-señor que pensar en cómo y en por qué, y decidió hacernos distintos por ahí abajo... Y bien se sabe que esa pequeña diferencia, destinada a que todo encaje y sean una sola cosa lo que antes estaba separado, le ha causado a Dios-nuestro-señor innumerables problemas ya desde el Paraíso. Si te digo la verdad, todo eso es demasiado complejo para mí. Pero creo que, si Dios tuviese que volver a hacer el mundo hoy, procedería de otra manera bien distinta.

Y si escribes algo de todo esto, que no salga mi nombre así en el de mujeres a favor de la modernidad ni devotas de los salones, que finalmente lo mejor del socialismo fue que se dejasen esas cosas todas pecaminosas. Que para mí lo único malo de los bolcheviques era el ateísmo, aunque yo continué siempre teniendo mi icono en casa y recé cuanto quise. Por lo demás los bolcheviques fueron siempre gente de orden... Sí, tenían respeto por la esposa y devoción por los hijos. Mira a tu padre, si no, que cuando Inessa le vino con la barriga de otro, y encima, siendo el otro su propio hermano, bajó los santos todos del cielo, que es cosa de perdonar en un momento así en un hombre siempre sobrio y gentil, pero después le dio trato de hijo y le puso su Alexandrievich tras el nombre, para no llamar la atención. Que, en mi opinión, el mejor bolchevique de la casa era tu padre, aunque no entrase nunca en el partido ese. De hecho, lo prendieron una vez por tener libros marxistas o no sé qué, por esa época, cuando tu nasciste. Después, claro, no entraría en el Partido, porque ya los cuernos le llegaban a la Luna, pero era un puro bolchevique, vamos, eso creo yo. No como otras que se apuntarían a un bombardeo con tal de no estar en casa. Y, si escribes algo finalmente con todo esto, no te olvides de poner mi nombre, que yo nunca he salido en un libro... Pero no como amiga de prostitutas ni feminista, pon algo así más normal...

Várvara Armand (sin fecha). Entrevistas para aclarar la figura de mi madre: Extracto 21, anónimo.

[Las entrevistas fueron transcritas de acuerdo con el modelo taquigráfico para el ruso de Anna Grigórievna, por cierto, esposa que fue de Fedor Dostoievski, autor de Los hermanos Karamazov, obra prohibida hasta 1953 por Stalin, por ser representativa de la moral individualista burguesa. V. Armand].

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