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Trastornos de ansiedad

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Los trastornos de ansiedad son el grupo de mayor prevalencia en Latinoamérica, y representa alrededor del 13 % de la población, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS). No resulta novedoso saber que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos estado preocupados o temerosos por algún motivo, pues ambas sensaciones y respuestas son esperables y surgen incluso como una estrategia para anticiparnos a un futuro daño. La preocupación nos acompaña en situaciones típicas como el trabajo, un examen, el momento previo a una decisión importante, el inicio de nuevos proyectos, etc.

La ansiedad, sin embargo, es una respuesta emocional displacentera y subjetiva provocada por el miedo. Cuando la ansiedad sobrepasa las posibilidades de adaptación puede volverse patológica y afectar nuestra cotidianeidad, configurando un desorden. Los desórdenes de ansiedad pueden presentarse con distintas particularidades. Los más frecuentes son: la ansiedad generalizada, la crisis de pánico y las fobias específicas.

En la ansiedad generalizada aparecen preocupaciones excesivas. Si bien la preocupación es habitual en la vida (por el dinero, la familia, el trabajo y la salud), quienes padecen de ansiedad generalizada están extremadamente preocupados por estos temas, incluso cuando no hay justificación para estarlo. Esto les genera dificultades para controlar su ansiedad y focalizarse. Algunos de los síntomas asociados son: inquietud, fatiga, dificultad para concentrarse, irritabilidad, tensión muscular y trastornos del sueño (uno de los grandes motivos que llevan a la consulta). La prevalencia del trastorno de ansiedad generalizada se estima alrededor del 2 % según la OPS, y suele afectar más a mujeres que a hombres y a adultos mayores.

La crisis de pánico es un episodio de miedo intenso que surge de manera espontánea. Quien lo padece queda sometido en forma inmediata a una intensa sensación de pérdida de control, acompañada de síntomas físicos como: incremento de la frecuencia respiratoria, sudoración, náuseas, dolor u opresión en el pecho, temblor, sensación de calor, mareos, sequedad de boca, dolor de estómago; junto a pensamientos catastróficos (que tienden a interpretar lo que se está percibiendo) como: “estoy descomponiéndome, estoy muriendo, estoy teniendo un infarto”, entre otros. La crisis dura entre 5 y 20 minutos, se presenta de manera recurrente, y entre los episodios se suele tener miedo a volver a padecerlos. Aunque no hay pruebas específicas de laboratorio o radiográficas para hacer su diagnóstico, es necesario descartar otras patologías físicas que tengan síntomas similares, como por ejemplo: infarto cardíaco, hipertiroidismo, síndrome del intestino irritable y asma.

Cuando hablamos de fobias específicas nos referimos a un miedo determinado, exacerbado y que anula nuestra capacidad de actuar. La persona afectada experimenta un elevado grado de ansiedad cuando se expone al objeto que le provoca la fobia. Incluso puede presentar reacciones físicas, como sequedad de boca, mareos, palpitaciones, náuseas y sensación de desmayarse. Las fobias son claramente diferentes de un “miedo normal”. Comienzan en la niñez, y son persistentes debido a que solo un bajo porcentaje de las personas afectadas buscan tratamiento. Las más prevalentes son la fobia a las alturas, a las tormentas, al agua, a volar, a las multitudes, a los espacios cerrados, a la sangre, a los dentistas y a los hospitales. Como se puede observar, suelen ser estímulos y situaciones a las que nos enfrentamos a diario, de ahí lo inhabilitante de las fobias. Afortunadamente, existen tratamientos con alto grado de efectividad para este tipo de desórdenes.

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