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INTRODUCCIÓN. UN ACTO DE FE


En este libro, te pido que pienses en el yoga como un tipo de medicina –un concepto que puede ser nuevo y algo extraño para ti. Como es un tipo de medicina que puede otorgar beneficios tanto a sanos como a enfermos, te sugiero que consideres la posibilidad de comenzar con su práctica regular, no importa tu estado de salud actual. Seguro que has visto fotos de contorsionistas haciendo yoga o has oído hablar de las agotadoras clases del “power yoga” o el “hot yoga”, lo cual te habrá convencido de que es algo imposible para ti. En ese caso, espero demostrarte que prácticamente cualquiera puede hacer yoga, incluidos aquellos que comienzan con poca fuerza, energía o flexibilidad y aquellos que están enfermos o lesionados.

He de advertir que no soy profesor de yoga de toda la vida ni alguien que puede doblar el cuerpo hasta hacerse un nudo –no lo soy ni de lejos. Soy médico, experto cualificado en medicina interna, que descubrió el yoga a mediana edad y lo consideró y lo sigue considerando un desafío increíble. He visto crecer este desafío de forma constante en cuanto a lo que puedo hacer y en lo bien que puedo sentirme. Mi cuerpo ha cambiado de formas que no pensaba que fueran posibles, al igual que mi estado mental. Cuanto más practico el yoga, más recompensas recibo.

Me inscribí en mi primera clase de yoga con el mismo espíritu que a las clases de salsa y de tai chi. Simplemente era algo interesante de lo que había oído hablar y que decidí probar. No llegué con el convencimiento de que el yoga me cambiaría la vida, pero lo hizo.

Al principio, mi progreso fue lento. Estudié yoga de manera informal durante un par de años, asistiendo a clase una semana sí y otra no, más o menos. A causa de mi apretada agenda, nunca me parecía encontrar tiempo para practicar en casa, incluso aunque mi profesora, Patricia Walden, me hubiera dicho tantas veces que quince o veinte minutos al día eran mucho más valiosos que una sesión más larga una vez a la semana.

Como mucha gente que practica deportes de competición y nunca presta mucha atención a los estiramientos, yo había comenzado increíblemente rígido. Tenía grandes dificultades para practicar hasta las posturas más básicas. Con las piernas estiradas, no podía tocar el suelo con las puntas de los dedos de las manos. No podía sentarme con las piernas cruzadas sin sentir molestias en la parte superior de la espalda. Tenía dificultades para estirar la espalda doblándola hacia atrás. Incluso aunque disfrutara la sensación de paz que las clases me iban dejando durante los dos primeros años, mi cuerpo nunca llegó a ser mucho más flexible. Entonces tomé una decisión: tenía que realizar un acto de fe.

Decidí levantarme cada mañana durante un año y practicar yoga. Compré una esterilla, una cinta y un libro en el que se describían las posturas básicas de estiramientos, fortalecimiento y relajación llamadas asanas (su pronunciación es AH-sah-nah). Aunque mi agenda era una locura y sólo pudiera sacar unos minutos, lo conseguiría. Comencé a insertar el yoga en los huecos de mi día. Si estaba sentado ante el ordenador o tenía un descanso entre paciente y paciente, empleaba un minuto en estirar los brazos por encima de la cabeza o doblarme hacia delante, colocar las manos sobre el escritorio y estirar la columna unos segundos. Si estaba de viaje, practicaba asanas en mi habitación de hotel. Comencé a prestar más atención a mi cuerpo; notaba cómo mis hombros tendían a desplomarse cuando me sentaba ante el volante o leía un libro.

Con la práctica regular, comenzaron a ocurrir cosas sorprendentes. Tras unos cuantos meses, comenzó a abrírseme el pecho. Mis amigos y mi familia notaron que mi postura encorvada por haber pasado años estudiando y trabajando ante el ordenador estaba evolucionando. Los nudos que yo ya consideraba algo permanente en la parte superior de mi espalda fueron desapareciendo. Ya no me lesionaba tanto como antes. Los cinco años anteriores a mi práctica del yoga dejé de jugar al baloncesto por unos espolones calcáneos y dejé de jugar un año al tenis por una inflamación en el codo. Sentí unas punzadas que presagiaban un problema en el manguito de los rotadores del hombro. El dolor crónico en el tendón de Aquiles me hacía temer que sufriría el mismo tipo de rotura por el que pasó mi mejor amigo. Todos esos problemas han mejorado actualmente; sospecho que si hubiera estado haciendo yoga todo el tiempo podría haber evitado muchos de ellos completamente.

Quizá los efectos más profundos del yoga en mí fueran los beneficios mentales y psicológicos. Una vez que desarrollé una práctica regular, advertí un cambio en mi actitud. Los problemas no parecían preocuparme tanto. Si se me caían unos cubitos de hielo y resbalaban por todo el suelo de la cocina, no soltaba palabrotas que hubieran tapado con pitidos en los programas de televisión. Simplemente me reía, sacudía la cabeza y los recogía. No parecía preocuparme demasiado. Sin intentarlo de forma consciente, cada vez me acercaba más a lo que enseña la filosofía del yoga: esforzarse al máximo con independencia del resultado.

El yoga produjo un efecto mucho más profundo en mí. Un par de años después de comenzar con el yoga, decidí dejar de atender directamente a los pacientes y dedicar todo mi tiempo a investigar y escribir. Con el auge del enfoque del managed-care1 en la medicina, me resultaba cada vez más estresante y difícil hacer lo que yo consideraba correcto para mis pacientes. Como la cinta transportadora de la sanidad se aceleraba para recortar costes, yo no tenía la oportunidad de conocer a mis pacientes tan bien como quería, con lo que disminuían enormemente los aspectos más satisfactorios de la medicina. No sería correcto decir que el yoga me hizo abandonar mi práctica de la medicina, pero el yoga me hizo escuchar una voz en mi interior que me decía: Esto ya no funciona.

Hace diez años que realicé ese acto de fe. Desde entonces, he continuado haciendo posturas de yoga prácticamente a diario y he añadido ejercicios de respiración conocidos como pranayama (prah-nai-YAH-mah), meditación y otras prácticas a mi rutina. Mi cuerpo ha seguido cambiando. He ganado musculación, he perdido peso y soy mucho más flexible. Cuando caliento, puedo ponerme de pie con las piernas estiradas y colocar las palmas de las manos en el suelo. Puedo hacer posturas que antes pensé que nunca podría hacer, aunque todavía hay muchas –como las de doblarse hacia atrás– con las que todavía tengo dificultades. Sin embargo, estos indicadores de mi destreza física no son lo que realmente cuenta.

Lo más importante para mí es la paz mental que he alcanzado, la sensación de gratitud, la apertura gradual, y a veces repentina, de algunas zonas de mi cuerpo y mi mente anteriormente inflexibles, y el sentimiento de comunidad que he hallado con mis alumnos y profesores. Al salir de este mundo loco y vertiginoso, presté más atención a lo que estaba pasando ahí en ese momento y llegué a un lugar sosegado muy dentro de mí –en el interior de todos nosotros. Es como la calma del fondo del océano, que permanece sereno, no importa cuántas olas rompan frenéticamente en la superficie.

Durante los últimos años, además de profundizar en mi práctica del yoga, he estado investigando la aplicación del yoga con gente que padece diversos trastornos médicos. Mi interés lo suscitaron todas las historias que había escuchado de gente que decía que el yoga la había ayudado a superar una depresión, un dolor de espalda o una difícil transición a la menopausia.

El proceso de aprendizaje de la teoría del yoga, sin embargo, no ha sido fácil. Para los principiantes, no existe sólo un lugar para adquirir este conocimiento; el mundo del yoga es increíblemente balcánico. Hay multitud de tradiciones de competición, muchas de las cuales no parecen estar interesadas en compartir sus descubrimientos con otras o con el mundo exterior. Para complicarlo más, algunas cosas que he escuchado de profesores de yoga o he leído en revistas francamente desafían el entendimiento moderno de la anatomía y la fisiología o se sumergen en una metafísica que puede ser desalentadora o prácticamente incomprensible. Además, a muchos profesores de yoga con mucho que ofrecer les da vergüenza promocionar su potencial terapéutico –especialmente por escrito–, mientras que otros que, según mi opinión, tienen menos fundamento afirman con descaro que su estilo de yoga puede curar cualquier enfermedad.

No desistí en mis propósitos y comencé a leer libros, a asistir a clases, talleres y conferencias, a revisar artículos científicos y a buscar profesores y terapeutas de yoga líderes en el ámbito mundial para descubrir lo que estaban haciendo y lo que les parecía más útil. Muchos de ellos aparecen en este libro. También he trabajado con mi profesora, Patricia Walden, empleando el yoga para tratar a personas con males tales como la depresión, el cáncer de mama y el Parkinson. Aunque no hemos hecho estudios científicos rigurosos, mi impresión basada en años de experiencia clínica es que estos alumnos obtuvieron enormes beneficios.

Patricia enseña un estilo de yoga conocido como el método Iyengar, que recibió su nombre del anciano maestro B. K. S. Iyengar y es el estilo que empleamos en el trabajo terapéutico que llevamos a cabo juntos. En mi papel como escritor y científico interesado en investigar este campo, no obstante, he asistido a talleres, he tenido sesiones de terapia privadas y he aprendido de profesores con multitud de estilos diferentes. Una de las cosas más sorprendentes que he observado es que todos los sistemas de yoga terapéutico que he visto parecen ayudar a la gente a curarse.

Este libro, que refleja multitud de buenas opciones del yoga terapéutico, ofrece un enfoque pragmático. Retrata a los profesores de yoga de diferentes tradiciones con un gran abanico de enfoques y herramientas. Cada uno de estos terapeutas del yoga lleva a sus espaldas décadas de experiencia.

No todos los estilos de yoga aparecen representados en este libro. Existen muchos enfoques y profesores que son imposibles de investigar o incluir. Algunas omisiones son deliberadas porque no creo que todos los sistemas del yoga, particularmente aquellos que demandan un físico más fuerte, sean apropiados para gente con enfermedades graves. No pretendo criticar estos estilos de yoga para gente sana y en forma; a muchas personas les encantan y los practican.

Como este libro está dirigido a un público occidental y yo soy médico, empleo la lengua y la perspectiva de la ciencia lo máximo posible. Sé que es el mejor modo de mostrar a los médicos y otros profesionales de la salud que el yoga como medicina puede beneficiar a sus pacientes, incluidos muchos de los que no responden bien a las terapias convencionales, pacientes que pueden encontrarse entre los más frustrados de los pacientes que tratamos.

Los médicos más tradicionales no saben casi nada sobre las aplicaciones médicas en potencia del yoga. Pero esto no es un fallo. No recuerdo haber oído una sola palabra sobre yoga en la facultad de Medicina, en los tres años de estudios posteriores en medicina interna o en los muchos seminarios y conferencias a los que asistí en mis más de diez años de práctica médica en un despacho. Si miro hacia atrás, me entristece pensar en todos esos pacientes que he visto antes de descubrir el yoga que se podrían haber beneficiado de él, muchos de los cuales no encontraron alivio en lo que se les ofrecía.

Aunque hay más de cien estudios científicos que revelan que el yoga constituye un tratamiento efectivo para diversos problemas médicos, desde enfermedades del corazón hasta el síndrome del túnel carpiano, el médico medio desconoce gran parte de este trabajo. Aunque algunos de estos estudios, la mayoría realizados en Occidente, han atraído a los medios de comunicación, la gran mayoría de las investigaciones científicas sobre el yoga se llevan a cabo en la India. La mayoría de estos estudios indios son difíciles o imposibles de conseguir en este país, lo cual es en parte la razón de que la mayoría de los médicos y muchos practicantes de yoga nunca hayan oído hablar de ellos. Para aprender más, en 2002 pasé algo más de dos meses viajando a diferentes clínicas de terapia del yoga e instituciones de investigación en la India. Compartiré algunos de mis descubrimientos de ese viaje contigo en este libro. Desde entonces, he vuelto dos veces para continuar con mi investigación, centrándome en particular en las conexiones entre el yoga terapéutico y el antiguo sistema de la medicina india, el ayurveda, que también trataré.

No obstante, no hay artículos de investigación, visitas a clínicas o estudios de médicos expertos suficientes para entender el yoga. Para aprovechar realmente el yoga, uno tiene que experimentarlo por sí mismo. Por eso te insto a considerar que realices un acto de fe, como el que hice yo. Mi experiencia me dice que el yoga funciona, además, evidentemente, de mis pruebas científicas y lo que he observado directamente y escuchado de otros.

Sugiero suspender la incredulidad durante el tiempo suficiente para probar algunas sesiones de yoga y dejar que la experiencia dicte si continuar o no. Si descubres que el yoga no te aporta nada, no habrás perdido mucho. Sin embargo, si la experiencia te abre los ojos como a mí, tienes todo un mundo que ganar.

El yoga es algo que hay que aprender a hacer. Yo lo he practicado durante doce años, pero hay gente que lo ha hecho durante varias décadas y me supera con creces en el yoga. Sin embargo, creo que como médico y como estudiante serio de yoga puedo ofrecer una perspectiva útil a las personas que esperan curarse, que trabajan curando a otros o que simplemente sienten curiosidad sobre los beneficios saludables del yoga; al contrario que la medicina occidental, el yoga puede ayudar tanto a los sanos como a los enfermos a sentirse mejor.

Si la ciencia es la contribución más grande del mundo moderno al conocimiento, el yoga es la joya del mundo antiguo. Yo creo que estos dos modos de sabiduría –que parecen tan diferentes, incluso contrarios– pueden reconciliarse y hacer que nuestro entendimiento avance más que cualquiera de las dos disciplinas por separado. Si se combinan las destrezas de estos dos grandes sistemas, el resultado puede ser un aumento de las posibilidades de gozar de una mejor salud, reducir síntomas molestos y aliviar el sufrimiento.

El yoga no es una panacea, sino una potente medicina para el cuerpo, la mente y el espíritu. Sobre todo, el yoga es un camino. Cuanto más se esté con él y más corazón se ponga en el viaje, más lejos se llegará.

1 Managed-care. Sistema sanitario cuyo fin es reducir costes ofreciendo calidad bajo el control de una compañía de seguros. N. de la T.

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