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PERO ¿POR QUÉ NO FUNCIONA?

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«¿Por qué no funciona?» es, con mucha diferencia, una de las preguntas que más suelen hacer los padres. Tanto si una madre está intentando que su hijo duerma más de dos horas seguidas, que su bebé de siete meses tome alimentos sólidos o que su pequeño de tres años deje de golpear a otros niños, con frecuencia oigo un: «Sí, pero…» como respuesta. «Sí, ya sé que me dijiste que tenía que despertarla durante el día para que pudiera dormir por la noche, pero…» «Sí, ya sé que me dijiste que esto requería tiempo, pero…» «Sí, ya sé que me dijiste que tenía que sacarlo de la habitación cuando empezara a ponerse agresivo, pero…» Estoy segura de que has captado la idea.

Mis técnicas de comunicación con el bebé funcionan. Yo misma las he utilizado con miles de bebés y las he enseñado a padres de todo el planeta. No hago milagros. Simplemente conozco bien mi trabajo y tengo muchos años de experiencia a mi favor. De acuerdo, es cierto que algunos bebés son más complicados que otros, igual que ocurre con los adultos. Y también es cierto que hay periodos de desarrollo, como cuando al niño le empiezan a salir los dientes o está a punto de cumplir los dos años, que pueden resultar algo difíciles para los padres, así como el hecho de sufrir alguna enfermedad inesperada (bien vosotros o vuestro hijo). No obstante, casi cualquier problema se puede resolver retrocediendo a los puntos básicos. Cuando los problemas persisten, normalmente es por culpa de la actitud de los padres o por algo que han hecho. Puede que esto suene cruel, pero recordad que yo siempre abogo por vuestro bebé. Por tanto, si estás leyendo este libro porque quieres cambiar un mal hábito y recuperar la armonía en tu familia, pero nada parece funcionar —ni siquiera mis sugerencias—, pregúntate con toda sinceridad si alguna de las afirmaciones siguientes responde a tu caso. Si te identificas con alguno de estos puntos, tendrás que modificar tu comportamiento o tu forma de pensar para poner en práctica las estrategias que yo te propongo.

TE ADAPTAS AL RITMO DE TU HIJO EN LUGAR DE ESTABLECER UNA RUTINA. Si has leído mi primer libro, sabrás que creo firmemente en seguir una rutina estructurada. (Si no, te pondré al día rápidamente en el primer capítulo, donde se explica detalladamente el plan E .A. S. Y.) Lo ideal es comenzar el día que sales del hospital y llevas a casa a tu pequeño retoño. Aunque, por supuesto, si no empezaste entonces, también puedes introducir una rutina a las ocho semanas, a los tres meses o incluso después. Sin embargo, es algo que a muchos padres les cuesta y, cuanto mayor es el bebé, más difícil resulta. Por eso, a través de una desesperada llamada de teléfono o de un correo electrónico como éste, suelen ponerse en contacto conmigo:

Soy una madre primeriza y mi hija Sofia tiene ocho semanas y media. No consigo que siga una rutina, ya que es una niña muy incongruente. Lo que me preocupa es su errática conducta a la hora de comer y de dormir. Por favor, aconséjeme.

Éste es un caso típico de padres que se adaptan al bebé. La pequeña Sofia no es «incongruente»: simplemente es un bebé. ¿Y ellos qué saben, pobrecitos? Acaban de aterrizar en este mundo. Apuesto a que el comportamiento de la madre sí es incongruente, puesto que se está adaptando a su hija de ocho semanas y media: ¿y qué sabe una criatura tan pequeña sobre horarios de comer y dormir? Sólo lo que nosotros le enseñemos. Esta madre asegura que está intentando establecer una rutina, pero en realidad no está asumiendo la responsabilidad. (En el próximo capítulo hablaré de lo que se debe hacer en estos casos.) Mantener una rutina estable es igualmente importante para bebés y niños de más edad. Somos nosotros quienes tenemos que guiar a nuestros hijos, no adaptarnos a ellos. Nosotros debemos decidir a qué hora tienen que cenar y a qué hora tienen que acostarse.

QUIZÁS SIN QUERER, HAS ESTADO COMETIEND O ERRORES EN LA CRIANZA DE TU HIJO. Mi abuela siempre me decía: «Empieza tal como tengas intención de continuar». Desafortunadamente, cuando surge un problema, los padres tienden a hacer lo que sea a fin de conseguir que su bebé deje de llorar o su niño se calme. A menudo, ese «lo que sea» se convierte en una mala costumbre que más adelante tendrán que erradicar y esto es un error de crianza. Por ejemplo, cuando el pequeño Tommy, de diez semanas, no logra conciliar el sueño porque mamá no ha estado atenta al momento en que él quería dormir —al momento óptimo para acunarlo y que echara una cabezadita—, su madre empieza a pasear con él arriba y abajo, a mecerlo y a zarandearlo. ¿Y qué sucede? Pues que el invento funciona y el niño se duerme en sus brazos. Al día siguiente, a la hora de la siesta, cuando Tommy se revuelve un poco inquieto en la cuna, su madre vuelve a tomarlo en brazos para sosegarlo. Puede que incluso ella misma se sienta reconfortada por este ritual y que la sensación de esa dulce criatura acurrucada contra su pecho le resulte deliciosa. Pero tres meses más tarde, si no antes, os garantizo que mamá estará desesperada, preguntándose por qué su hijo «odia la cuna» o «se niega a dormirse a menos que me ponga a mecerlo». Y no va a ser culpa de Tommy. De forma accidental, su madre ha hecho que él asociara los movimientos de mecerlo y el calor de su cuerpo con irse a dormir. Ahora él cree que esto es normal. No puede viajar al país de los sueños sin la ayuda de su madre y no le gusta su cuna, porque nadie le ha enseñado a sentirse cómodo en ella.

NO ESTÁS INTERPRETANDO LAS SEÑALES QUE TE MANDA TU HIJO. Una madre me llama angustiada: «Mi bebé solía seguir la rutina, y ahora ha dejado de hacerlo. ¿Cómo consigo que vuelva a cumplir sus horarios?». Cuando oigo cualquier versión de la frase: solía hacer tal o cual cosa y ahora no la hace, no sólo significa que los padres están permitiendo que el niño domine la situación, sino que además implica que están prestando más atención al reloj (o a sus propias necesidades) que al bebé en cuestión (más información sobre este tema en las páginas 29-30). No están leyendo el lenguaje corporal de su hijo ni sintonizando con sus llantos. Incluso cuando los niños comienzan a decir sus primeras palabras, es fundamental observarlos. Por ejemplo, un niño propenso a la agresividad no entra simplemente en una habitación y empieza a pegar a sus compañeros. Más bien se va alterando hasta que al final explota. Un padre o una madre atentos aprenderán a detectar los primeros síntomas de nerviosismo y a reconducir la energía del niño a fin de evitar la explosión.

NO ESTÁS TENIENDO EN CUENTA QUE LOS NIÑOS CAMBIAN CONSTANTEMENTE. También escucho la frase, «él/ella solía…» cuando los padres no se percatan de que ha llegado la hora de hacer un cambio. Un bebé de cuatro meses que continúa con una rutina diseñada para los primeros tres meses (véase el capítulo 1) se volverá irritable. Una robusta criatura de seis meses que acostumbraba a dormir la mar de bien quizás empezará a despertarse por la noche si sus padres no introducen alimentos sólidos en su dieta. La verdad es que la única constante en la tarea de ser padres es el cambio (más información sobre este tema en el capítulo 10).

ESTÁS BUSCANDO UNA SOLUCIÓN FÁCIL. Cuanto mayor es un niño, más difícil es romper un mal hábito causado por un error de crianza, tanto sea despertarse por la noche y pedir el pecho o el biberón, como negarse a sentarse en una trona para tomar una comida apropiada. Muchos padres, sin embargo, esperan que sus deseos se cumplan por arte de magia. Por ejemplo, Elaine me consultó acerca de cómo empezar a dar el biberón a su hijo, hasta entonces alimentado exclusivamente con el pecho y, más adelante, insistió en que mi estrategia no había funcionado. La primera pregunta que siempre hago es: «¿Durante cuánto tiempo lo has estado intentando?». A continuación, Elaine reconoció: «Sólo en la toma de la mañana, luego lo dejé». ¿Por qué abandonó tan pronto? Seguramente esperaba obtener resultados inmediatos. Entonces yo le recordé la «P» de P. C.: sé paciente.

REALMENTE NO ESTÁS DISPUESTA /O A CAMBIAR. Elaine tenía además otro problema: no estaba dispuesta a perseverar hasta el final. «Tenía miedo de que Zed se muriera de hambre si continuaba con el biberón», ésa fue la explicación que me dio. No obstante, había más motivos y, a menudo, uno de ellos es el siguiente: dijo que quería que su marido también pudiese alimentar al pequeño Zed de cinco meses, pero en realidad no deseaba ceder esa competencia exclusiva. Si estás intentando resolver un problema, has de querer solucionarlo y tener la determinación y el tesón de seguir hasta el final. Trázate un plan y sé constante a la hora de ejecutarlo. No retomes tus hábitos anteriores y no empieces a probar técnicas diferentes a cada momento. Si te mantienes constante con una opción, funcionará… siempre y cuando continúes perseverando en ella. Sé persistente. Insistiré tanto como haga falta: debes mostrarte igual de constante y coherente con el nuevo método como lo fuiste con el anterior. Es indudable que el temperamento de algunos niños los hace más reacios al cambio que otros (véase el capítulo 2); sin embargo, cuando les alteramos la rutina, al principio la mayoría se resiste (¡como los adultos!). Pero si somos constantes y no cambiamos las normas cada dos por tres, los niños acaban acostumbrándose al nuevo sistema.

Los padres a veces se engañan a sí mismos. Insisten en que han estado intentando una técnica determinada durante un par de semanas —pongamos, por ejemplo, mi método pick up / put down4 o P. U./P. D. (véase el capítulo 6)— y no les ha funcionado. Yo sé que esto no puede ser verdad, puesto que, tras una semana o incluso menos, P. U./P. D. funciona con cualquier bebé, tenga el temperamento que tenga. Y ciertamente, cuando les pregunto y les digo que sean sinceros, descubro que, efectivamente, probaron la técnica unos tres o cuatro días y funcionó; pero unos días más tarde, cuando el bebé se despertó a las tres de la madrugada, no siguieron con el plan original. Exasperados, recurrieron a alguna otra cosa. «Decidimos dejarlo llorar, hay gente que lo recomienda.» Yo no; hace que el bebé se sienta abandonado. La pobre criatura entonces no sólo está confundida porque le han cambiado las normas, sino que además tiene miedo.

Si no vas a seguir un método hasta el final, no inicies el proceso. Y si no puedes hacerlo sola, recluta a gente para que te ayude: tu marido, tu madre, tu suegra o una buena amiga. De lo contrario, someterás a tu hijo a la tortura de llorar desconsoladamente y, al final, te lo llevarás contigo a la cama para que se calme (más sobre este tema en los capítulos 5-7).

ESTÁS INTENTANDO ALGO QUE NO CONCUERDA CON TU FAMILIA O TU PERSONALIDAD. Cuando sugiero una rutina estructurada o alguna de mis estrategias para romper un mal hábito, normalmente suelo intuir de antemano si funcionará mejor con mamá o con papá: uno es más disciplinado, el otro más blando o, aún peor, una víctima del síndrome del «pobre bebé» (véase la página 243). Algunas madres (o padres) me dicen: «No quiero que mi hijo llore». Y la verdad es que yo no estoy a favor de forzar a ningún bebé a hacer nada y tampoco creo en dejar que los niños lloren hasta la desesperación. No creo en exiliar a los niños a un solitario tiempo muerto, por corto que sea. Los bebés y los niños necesitan la ayuda de los adultos y debemos estar ahí para prestársela; especialmente cuando se quieren eliminar los efectos de un error de crianza, por muy costoso que sea. Si no te sientes cómoda implementando alguna técnica en concreto, no lo hagas, o bien procúrate refuerzos: haz que tu marido te releve por un tiempo o pide ayuda a tu madre, a tu suegra o a una amiga de confianza.

NO ESTÁ ROTO Y, EN REALIDAD, NO NECESITAS ARREGLARLO. No hace mucho recibí un correo electrónico de los padres de un bebé de cuatro meses: «Mi bebé duerme durante toda la noche pero sólo pesa siete kilos. En su libro dice que debería pesar nueve. ¿Cómo puedo conseguir que engorde los dos kilos que le faltan?». ¡Cuántas madres darían su brazo derecho por tener un hijo que durmiera la noche entera! El supuesto problema de esta madre era que su hijo no encajaba en mi libro. Es posible que tuviera una constitución más menuda que la media. ¡No todo el mundo crece en una familia de Shaquille O’Neals! Si el peso de la criatura no preocupaba a su pediatra, mi consejo fue que se calmara y se limitara a observar a su hijo. Quizás en un par de semanas más empezaría a despertarse por la noche y eso sería un indicio de hambre y de que debería ingerir más comida durante el día; pero, por el momento, no había ningún problema.

TUS EXPECTATIVAS NO SON REALISTAS. Algunos padres no son nada realistas acerca de lo que significa tener un hijo. Con frecuencia, son personas de mucho éxito en su trabajo, buenos líderes, inteligentes y creativos y contemplan el paso a la paternidad como otra gran transición en sus vidas y, sin duda, lo es. No obstante, también se trata de una etapa muy distinta a las demás porque conlleva una responsabilidad inmensa: cuidar de otro ser humano. Una vez se es padre, no se puede volver atrás; uno no puede volver a su vida anterior como si nada hubiese cambiado. Los bebés a menudo necesitan tomar el pecho o el biberón por la noche. Los niños pequeños no se pueden tratar con la misma eficiencia que los proyectos de trabajo. Ellos no son pequeñas maquinitas que se puedan programar. Exigen cuidados, una vigilancia constante y toneladas de tiempo y cariño. Incluso si se dispone de ayuda, se necesitará conocer bien al niño y eso requiere tiempo y energía. Además, no importa en qué etapa se encuentre actualmente tu hijo, sea buena o mala, siempre debes tener en cuenta que dicha etapa pasará. De hecho, tal como reza el último capítulo, «justo cuando creas que ya lo has conseguido, todo cambia».

Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices

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