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APRENDER A CONECTAR

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Si has leído mis libros anteriores, sabrás que para saber lo que nos está diciendo un bebé primero hay que observarlo, respetarlo y comunicarse con él. Esto significa que eres capaz de ver a tu bebé como él o ella es realmente: con su personalidad y sus rarezas particulares (por favor, no te lo tomes como un insulto; todos las tenemos), de manera que adaptarás las distintas estrategias que propongo a su carácter específico.

Con frecuencia me han dicho que soy de las pocas especialistas en recién nacidos que adopta el punto de vista del bebé. Bien, es que alguien tiene que hacerlo, ¿no te parece? Ha habido padres que se han quedado mirándome como si estuviese loca cuando me he presentado a su bebé de cuatro días. Y padres de niños más mayores me han contemplado boquiabiertos cuando, por ejemplo, les he «traducido» los tristes lloros de su hijita de ocho meses porque de repente ha sido desterrada de la cama de sus padres, ya que ellos —sus padres— han decidido de la noche a la mañana que ya era suficiente: «Eh, mamá y papá, en primer lugar fue idea vuestra que yo durmiera con vosotros. Y ahora lloro porque ni siquiera sé lo que es una cuna y mucho menos cómo dormirme sin dos cuerpos grandes y cálidos a mi lado».

Otro de los motivos por los cuales suelo traducirles el «benguaje» (lenguaje de los bebés) a los padres es para que tengan siempre presente que la pequeña criatura que tienen entre los brazos o que corre alocadamente por la habitación, también tiene sentimientos y opiniones. En otras palabras, no se trata sólo de lo que nosotros, los adultos, queremos. ¡Cuántas veces he presenciado una escena como ésta!: una madre le dice a su pequeño: «A ver, Billy, deja eso, tú no quieres el camión de Adam, ¿verdad?». El pobre Billy todavía no habla, pero si pudiera, respondería: «Pues claro que lo quiero, mamá. Si no, ¿por qué crees que le he quitado el dichoso camión a Adam?». Pero su madre no lo escucha. Ella simplemente le arrebata el juguete de las manos o bien intenta convencerlo de que lo devuelva voluntariamente: «Vamos, sé buen chico y dale el camión a Adam». Y llegados a este punto, ¡casi puedo empezar a contar los segundos antes de que Billy explote y comience a berrear!

No me entiendas mal, no estoy diciendo que el mero hecho de desear el camión le dé derecho a Billy a usurpárselo a Adam —¡nada más lejos de mis intenciones!—. Yo detesto a los matones pero, créeme, no será culpa de Billy si al final acaba convirtiéndose en uno (ampliaré este tema en el capítulo 8). Lo que quiero decir es que debemos escuchar a nuestros hijos, incluso cuando dicen cosas que no queremos oír.

Las mismas técnicas que enseño a los padres de recién nacidos —observar el lenguaje corporal del niño, escuchar sus llantos, aminorar la marcha a fin de poder descubrir realmente lo que está ocurriendo— son igualmente importantes a medida que tu bebé crece hasta convertirse en un niño de entre uno y tres años e incluso mucho después. (No olvidemos que, de hecho, los adolescentes no son más que niños en cuerpos grandes, por tanto, cuanto antes aprendamos la lección, mejor.) A lo largo de este libro, te recordaré algunas de las técnicas que he desarrollado para ayudarte a conectar con tu bebé y para que aprendas a tomarte tu tiempo. Quienes ya me conocéis sin duda os acordaréis de mi afición por los acrónimos, tales como E. A. S. Y.1 (comer, un rato de actividad, dormir y tiempo para ti) y S. L. O. W.2 (parar, escuchar, observar y averiguar qué está ocurriendo), ambos de mi primer libro; y H. E. L. P.3 (reprímete, fomenta la exploración, pon límites y elogia a tu hijo) del segundo, por nombrar unos pocos.

No pienses que me invento estas cosas para exhibir mi ingenio. Y tampoco lo hago porque crea que acuñar una serie de expresiones o acrónimos facilite la tarea de criar a un hijo. Sé de primera mano que ser padres lo es todo menos «E. A. S. Y.», fácil. Para los padres primerizos es especialmente difícil saber distinguir qué le está pasando al bebé, sobre todo para las madres primerizas, tan privadas de sueño; pero, en realidad, todos los padres, primerizos o no, necesitan ayuda. Yo únicamente intento proporcionaros recursos para que podáis usarlos cuando estéis mentalmente agotados. Así, por ejemplo, el acrónimo E. A. S. Y. (el tema del capítulo 1) os ayudará a recordar la secuencia de una rutina diaria estructurada.

También sé que la vida aún se complica más a medida que los bebés empiezan a gatear y la familia aumenta. Mi objetivo es mantener a vuestro hijo bien encarrilado y vuestra propia vida estable o, al menos, tan estable como sea posible, teniendo en cuenta que hay niños pequeños alrededor. En medio de una pelea con tu hijo o hijos, es fácil olvidar los buenos consejos y recaer en antiguas conductas. Lo que pretendo decir es, ¿cuán lúcido se puede estar cuando tu bebé grita hasta desgañitarse porque su hermano de dos años, que sonríe orgulloso, ha decidido que la cabeza de su hermanita recién nacida era un sitio tan bueno como cualquier otro para poner a prueba la puntería de su pequeño miembro? Lógicamente, yo no puedo estar presente en todos vuestros hogares, pero si tenéis en mente mis prácticos acrónimos, tal vez parecerá que estoy ahí, a vuestro lado, recordándoos lo que debéis hacer.

Infinidad de padres me han comentado que, de hecho, mis acrónimos les ayudan a centrarse y a recordar varias estrategias para calmar a su bebé, al menos en la mayoría de situaciones. Así pues, ahí va otro para vuestra despensa de trucos: «P. C.».

Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices

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