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Capítulo 2 El horizonte del fin del arte
ОглавлениеPuede ser excesivo, en un discurso sobre el arte y la tecnología, extender el tema a algo tan difícil y complicado como la muerte del arte, sobre todo porque tendremos que tocar solo algunos de sus aspectos, lo que podría resultar en una simplificación excesiva. Sin embargo, este intento es igualmente necesario, por múltiples razones.
Para empezar, hay asuntos filosóficos que permiten interpretar la crisis estética contemporánea en su relación con la tecnología, pues los aspectos contradictorios del arte y los mecanismos de la sociedad del espectáculo se deben también a problemas estéticos que quedan irresueltos. En este sentido, el arte se convierte en un medio de persuasión o en una forma de anestesia de las conciencias por medio de la forma y de la belleza. Además, el problema tecnológico tiene una matriz cultural —la muerte del arte se encuentra inmersa en las tecnologías de la información, en las herramientas digitales y en el ciberespacio— y por ende no puede producirse una aproximación sin que estén de por medio los cuestionamientos filosóficos implícitos en sus elementos. Por otro lado, como bien señala Stefano Zecchi,1 el lenguaje matemático propio de la simulación y del software plantea una serie de interrogantes estéticos por la relación que se genera con la ciencia, cuando una de las razones de la muerte del arte es precisamente que este acepta su inferioridad epistemológica.
Entonces, la crisis del arte y la debilidad del pensamiento estético pertenecen necesariamente a un discurso sobre la tecnología. Ahora bien, las teorías de la muerte del arte son aquellas que, sobre las premisas nihilistas de la posmodernidad, postulan que esta crisis es irreversible. Me parece oportuno, en este punto, limitar un campo que se presenta demasiado complejo y diferenciado. En primer lugar, el proceso de la muerte del arte contiene un aspecto histórico y social que consiste en la contradicción entre un sistema (los museos, las instituciones educativas, los artistas, el mercado) anclado a una visión metafísica del arte, y una realidad que, por razones económicas, tecnológicas y filosóficas, ha superado esta perspectiva. Sin embargo, para nosotros el sistema es marginal, así que nos concentraremos en los tópicos puramente filosóficos. En segundo lugar, la muerte del arte se refiere de manera especial a las artes visuales. Esto porque, como hemos visto en el capítulo anterior, la reproducibilidad técnica no cuestiona, en forma estructural, la literatura y la música; por el contrario, los medios óptico-mecánicos o digitales y la imprenta derrumban los mismos fundamentos de la pintura y de la escultura, que están directamente vinculadas al concepto de unicidad y autenticidad. Por último, la muerte del arte no toca los medios masivos, cuyo peculiar valor artístico hemos visto en el planteamiento de Benjamin.2 La razón de esta inmunidad está en las funciones sociales que estos medios cumplen, lo que naturalmente no esconde sus límites pero necesariamente obliga al arte culto a confrontarse tecnológica y socialmente.