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Capítulo 12
ОглавлениеLas primeras asignaciones fueron para aquellos que deseaban ejercer en la zona oeste.
A Megan, una chica demasiado parlanchina, la han destinado a un centro de retención administrativa,12 un CRA. No parece muy contenta. No es el tipo de sector de la policía que esperaba; ella quería plaza en una comisaría, pero, de momento, tendrá que vigilar inmigrantes.
—Mejor hacer un año allí que cinco en la garita de la entrada, donde solo hay que pulsar un botón rojo para abrir el portón —dice el jefe Goupil para calmarla.
Una ADS recibe la noticia de que será secretaria judicial en otro CRA. Su chico acompañará a los detenidos en el trayecto de la prisión al tribunal. Muchos se sienten decepcionados, la escuela les ha hecho olvidar que no somos más que asistentes de policía en puestos secundarios.
A Mickaël lo han destinado a un pequeño y distinguido pueblo de la costa de Normandía.
—Pijos… —Es su único comentario.
Imagino su figura fornida patrullando las calles del pueblo, entre abuelitas ricachonas que pasean caniches con ropita para perro. Pone cara de pocos amigos.
—¿Nos tomamos algo? —me propone.
Mi compañero ya no puede soportar más el chismorreo y el ambiente de instituto de la unidad. Es cierto que resulta algo lamentable. Yo mismo traté de vengarme de Alexis desmontando su cama y repartiendo sus cosas por toda la planta, a lo que él contestó pegándome un post-it que decía «Me gustan las pollas y las chupo gratis» en la cabeza, un pene dibujado en la frente y gomina en los pelos de las piernas. Comprendí que era mejor dejar ahí esa especie de juego adolescente.
Acepto su propuesta. Tardamos diez minutos en llegar a la vieja ciudad desierta, llena de casas con apliques de madera. Parece una postal. Entramos en el primer bar que encontramos.
—Hice muchas tonterías cuando era joven. Casi me eché a perder, pero un gendarme me salvó —me confiesa mi amigo.
—¿Qué hiciste?
Recuerda las nueve condenas de sus antecedentes judiciales. Robo de vehículos, tráfico de hachís, allanamiento de propiedad privada… La única casilla que le falta por marcar en su historial es la de la cárcel.
—Estaba en una situación de vulnerabilidad. Me expulsaron de un instituto que me había dado una última oportunidad.
Después de eso, se dedicó a la formación profesional, encadenando empresas donde las cosas solían acabar mal con los jefes. Mickaël es impulsivo. En su último trabajo como guardia de seguridad, se metía constantemente en problemas con tipos borrachos que salían de discotecas.
—Para entrar aquí tuve que presentarme frente a una comisión. Puse las cartas sobre la mesa —añade.
Su pasado conflictivo le impide cometer el más mínimo desliz, ya que le puede costar el trabajo. Es una presión que le supone una dura carga. Está deseando salir de la escuela. Como yo. Por la noche, repasamos juntos. Se acerca la evaluación teórica nacional, una prueba que le resulta aterradora.
Tengo la impresión de que cualquiera puede convertirse en policía: un periodista, un antiguo fascista y, aunque es menos probable, un tío con antecedentes penales. Al mismo tiempo, en nuestra defensa, no somos «funcionarios», sino «auxiliares», también llamados «el sector más precario de la administración pública». Se trata de un cargo que, en un principio, fue ideado para ser temporal, pero que ha acabado volviéndose permanente; según el Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos de Francia, hoy en día supone alrededor de un millón de los 5,6 millones de agentes de la administración pública.
Lo peor es que, a pesar de la flexibilidad de los criterios de selección, estuve a punto de no ser admitido. Como en el caso de Mickaël, una comisión también valoró mi expediente debido a la falta de visión de mi ojo derecho. Tras estudiar mi caso, se determinó que mi agudeza visual de 1/10 no me impedía formar parte del cuerpo. De hecho, ahora que lo pienso, ¡menos mal que aceptan a todo el mundo!
* * *
Mi compañero Basile es el que se ha tomado más en serio la historia de Cash investigation y del periodista infiltrado. Intento ganármelo tomándome algo con él mientras le cuento algunas anécdotas sobre mi pasado ficticio. Pero él no desiste.
Vivo con la constante sensación de encontrarme en la cuerda floja. Me paso el día en guardia intentando no meter la pata. A veces, incluso, tengo miedo de hablar en sueños. Es agotador.
—El Abuelo se dedica a hacer reportajes —se burla Basile una noche mientras charlamos en la habitación.
—¡Calla ya, pesado!
Me enfado y me saco del bolsillo la llave del candado de mi armario.
—¡Vaya! ¿Quieres mirar si llevo una cámara? ¡Venga, mira, no tengo nada! ¡Nada de nada!
Le lanzo una mirada amenazadora. No se atreve a responderme.
—No soy el tío de la tele, ¿vale? Yo también podría encontrar a alguien con la misma cara de imbécil que tú.
Después de eso, no me vuelve a molestar con el tema.