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Capítulo 1

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—¿Qué has hecho ahora?

Toto4 agarra al tipo y lo empuja contra la marquesina. Le va a pegar, eso está claro. Los curiosos se detienen a nuestro alrededor y algunos incluso sacan el móvil para grabar la escena.

—¡Ponte ahí! —me grita François—. Establezcamos un perímetro de seguridad.

Es uno de mis primeros días en el equipo y por fin han atrapado a uno. Ellos los llaman «los bastardos». Y, cuando salen a patrullar, su objetivo es dar caza a los bastardos. Toto no ha tenido demasiados problemas para pillar a este en concreto. Es un tío enclenque, seguramente no sea nadie importante. Vamos, un bastardo de pacotilla.

Vigilo los alrededores para que nadie los interrumpa. Tengo la mandíbula tensa y las manos en las caderas; la izquierda está a unos centímetros de la pistola. Frente a mí se encuentran los colegas del flacucho, que me miran con hostilidad. Sudo y siento un escalofrío. Noto la adrenalina. El corazón me late con fuerza.

—Den la vuelta, no pasen por aquí —digo con firmeza a los peatones que se acercan.

Me giro, el tipo sigue aprisionado contra la marquesina. La escena se me hace interminable.

—Nos vamos —suelta François—. Seguidme.

Los seis nos subimos en el furgón blanco y nos llevamos al chico con nosotros. Toto pisa a fondo el acelerador. En la parte trasera, nos caemos de nuestros asientos de cuero sintético. Nos agarramos. El joven está sentado entre nosotros, aterrorizado. A los otros ni se les ocurre tocarlo, está claro que este asunto tienen que resolverlo Toto y él. Recorremos las arterias parisinas a toda velocidad hasta que salimos de nuestra zona y ya no reconozco las calles. Llegamos a Pantin. ¿Qué hacemos aquí? Estamos obligados a permanecer en el distrito 19…

Toto aparca en mitad de la calle. Se baja del furgón, abre la puerta trasera y se monta con nosotros. Agarra al tipo flacucho y le tira del pelo.

—¿Qué has hecho ahora? ¿Eh?

Uno de mis compañeros me pide que salga para vigilar. Me bajo, cierro la puerta corredera y espero fuera. El vehículo se sacude y oigo gritos. Espero un momento mientras controlo a los transeúntes que pasan. La puerta se abre de nuevo y se oye la voz del policía:

—Muy bien, ¿lo entiendes ahora? ¡Venga, lárgate!

El tipo baja, encogido sobre sí mismo. Se sujeta la cabeza con las manos, parece desorientado.

—Sí, claro… ¿La policía francesa…? —farfulla.

Lo dejamos allí, solo, a unos cuantos kilómetros del lugar donde lo hemos atrapado. Forma parte del castigo.

Solo llevo dos semanas con el uniforme de policía y ya soy cómplice de una paliza a un joven inmigrante. ¿Dónde me he metido? Vuelvo a sentarme en la parte trasera del furgón.

—¡Me ha tocado la ceja con el móvil! —nos explica Toto—. Me ha tocado al bajar en Porte de la Villette, cuando hemos registrado a aquellos dos inmigrantes. Bueno…, creo que no lo ha hecho a propósito.

—No te preocupes, los tíos como ese merecen la muerte —suelta Bisonte.

Los agentes de policía tienen la obligación de presentar un informe de cada intervención, servicio u «operación». En el software del registro policial digital (MCI),5 debe quedar constancia de cada tarea del día, por mínima que sea. Los llamamos «GS», de «gestión de sucesos».6 El servicio de hoy nunca constará en un informe. Para empezar, porque se trata de una intervención «inesperada», por iniciativa propia de mis compañeros. Y, además, porque la solidaridad entre polis dicta que lo que pasa en el furgón se queda en el furgón.

Bueno, no del todo. Esta vez no.

Poli

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