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Capítulo 6

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CUANDO regresaron a la villa, Logan le propuso a Layla tomar una última copa en el salón antes de irse a dormir.

–Aquí tienes –le dijo, tendiéndole un vaso de Cointreau con hielo.

–La verdad es que no debería tomar más alcohol –dijo Layla–, pero como esto podrían considerarse unas vacaciones…

Él esbozó una media sonrisa.

–Me apostaría algo a que hace mucho que no te tomabas unas.

–¡Mira quién fue a hablar…! Don adicto al trabajo… –murmuró Layla, mirándolo por encima del borde de su vaso, antes de tomar un sorbo.

Logan se sentó en el otro sofá, enfrente de ella, apoyando el tobillo en la rodilla contraria y el brazo en el respaldo, mientras con la otra mano sostenía su coñac sin hielo. Tomó un sorbo de su copa y lo mantuvo un momento en la boca antes de tragárselo.

–Está bien, es verdad, lo de relajarse nunca se me ha dado bien.

Layla se quitó los zapatos y se sentó sobre la pierna buena, asegurándose de que la pernera del mono le tapara las cicatrices de la otra.

–¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones? –le preguntó.

Logan frunció ligeramente el ceño y se quedó mirando su vaso, como intentando acordarse.

–Bueno, a veces me tomo una tarde libre cuando estoy fuera por un proyecto de trabajo.

Layla resopló.

–¿Una tarde? Pues entonces estás peor de lo que creía… Yo hace tres meses me tomé un par de fines de semana libres seguidos.

Él volvió a esbozar esa media sonrisa tan sexy que hacía que Layla sintiera cosquillas en el estómago.

–Bien por ti –dijo. Su voz sonaba aterciopelada, y sus ojos azules, que se habían oscurecido, le recordaban al cielo de medianoche–. ¿Hiciste algo especial esos dos fines de semana?

Layla se rio.

–De acuerdo, me has pillado: me dediqué a ponerme al día con papeleo administrativo mientras veía películas y comía pizza.

La sonrisa que afloró a los labios de Logan la hipnotizó por completo.

–Parece que los dos necesitamos aprender a relajarnos.

Hubo un cambio repentino en el ambiente, y Layla fue la primera en apartar la vista. O quizás lo hizo por la dirección que estaban tomando sus pensamientos: de pronto se había encontrado imaginándolos a los dos tumbados juntos después de haber hecho el amor. Ella con la cabeza apoyada en el pecho de Logan, mientras él jugaba con su pelo, y las piernas de ambos entrelazadas. Desde luego sería una manera estupenda de relajarse. Tomó otro sorbo de su vaso y rogó por que no tuviera las mejillas tan encendidas como se las notaba.

–¿Te apetecería que nos quedáramos unos días más? –le propuso Logan–. Podríamos explorar otras islas de los alrededores. Siempre y cuando no interfiera con tus compromisos de trabajo, claro.

Layla que no se atrevía a mirarlo a los ojos, mantuvo la vista en los cubitos de hielo de su vaso. Si se quedaban unos días más seguro que querría llevarla a nadar, y tendría que ponerse en bañador y verse rodeada en la playa de mujeres con cuerpos perfectos, sin ninguna cicatriz. Difícilmente podría relajarse en esas circunstancias; estaría todo el tiempo en alerta, temiendo oír a alguien sisear un comentario cruel, que la miraran por el rabillo del ojo, y que le preguntaran qué le había pasado. Se inclinó hacia delante para dejar el vaso sobre el posavasos, encima de la mesita que había entre los dos sofás.

–No sé… ¿No tenías que supervisar ese proyecto que estás haciendo en la Toscana?

–Puede esperar unos días.

Layla podría haber puesto como excusa sus compromisos de trabajo para regresar a Escocia, pero era demasiado difícil resistirse a la tentación de pasar más tiempo allí con Logan. En realidad solo tenía que mandar un par de e-mails y hacer unas llamadas para asegurarse de que lo tenía todo bajo control. Además, confiaba en sus empleados, así que… ¿por qué no podía relajarse y pasarlo bien por una vez?

–Supongo que estaría bien poder ver algo más de Hawái antes de volver.

–Estupendo; yo me encargaré de todo.

Layla intentó, sin éxito, reprimir un bostezo.

–¿Quién me iba a decir que comer y beber podría resultar tan agotador? –bromeó levantándose del sofá–. Bueno, creo que me voy a retirar ya. Gracias por la cena y… por todo.

Logan le regaló una de sus raras sonrisas.

–No hay de qué.

Cuando Layla se hubo marchado, Logan se echó hacia atrás y apuró su coñac, preguntándose si había hecho bien al sugerir que se quedaran en Hawái unos días más. En un principio había planeado que estuvieran allí solo el tiempo justo para la boda, pero se le había ocurrido que alargar unos días más su estancia podría ayudarlos a hacerse a sus nuevas circunstancias antes de que regresaran a Bellbrae. Para vivir juntos como marido y mujer, aunque fuera solo sobre el papel, tendrían que hacer unos cuantos reajustes en su rutina diaria, sobre todo si iban a compartir la suite de la torre oeste. Además, los dos se merecían unas vacaciones.

¿Por qué se habría mostrado Layla, en un primer momento, tan reacia a quedarse unos días más? Tal vez no era tanto el tener que pasar más tiempo con él lo que la incomodaba, sino otra cosa. ¿Podría ser por el lugar en sí? La había visto mirando con melancolía la playa y a la gente que estaba nadando o tomando el sol.

Entonces cayó en la cuenta de que en todos esos años nunca la había visto nadar, ni siquiera en la piscina cubierta que había hecho construir su abuelo en Bellbrae para hacer rehabilitación después de una operación de cadera. Probablemente le daba vergüenza que la vieran en bañador, por sus cicatrices.

Lo menos que podía hacer por ella era ayudarla a superar ese complejo. Sin embargo, el solo imaginarla en traje de baño lo ponía a cien, y lo último que necesitaba era dar alas a sus fantasías.

A la mañana siguiente la luz del sol, que entraba a raudales por el ventanal de su habitación despertó a Layla. Aunque su matrimonio con Logan fuera un matrimonio de conveniencia, era extraño pensar que habían dormido cada uno en una habitación en su noche de bodas.

Oyó ruidos fuera, en el salón-comedor. Logan debía estar levantado ya. Un delicioso olor a café flotaba en el aire. Apartó las sábanas y se bajó de la cama. Se puso el albornoz encima del pijama y salió de su habitación para encontrarse con una mesa dispuesta para el desayuno con fruta, cruasanes, panecillos, mantequilla y una selección de mermeladas.

Logan, que se estaba sirviendo café, levantó la vista al oírla llegar.

–Ah, por fin ha despertado la bella durmiente… ¿Café? ¿O prefieres té?

–El café huele de maravilla –dijo Layla acercándose.

Él también olía muy bien y estaba tan guapo que se le hizo la boca agua. Tenía el pelo mojado de haberse dado una ducha, se había afeitado. Iba vestido de un modo informal, con un pantalón corto blanco, que resaltaba el bronceado de sus piernas, y una camiseta celeste algo ajustada que dejaba entrever los definidos músculos de su pecho.

–¿Qué tal has dormido? –le preguntó, tendiéndole una taza humeante de café.

Layla la tomó y le dio un sorbo.

–No muy mal, teniendo en cuenta que… –al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir, se mordió la lengua.

–¿Teniendo en cuenta qué? –la instó él a continuar, sentándose a la mesa.

Layla maldijo para sus adentros. Parecía que no le hacía falta haber tomado unas copas de más para que se le soltase la lengua. Una vocecilla perversa la azuzó para que no se callara y señalara lo extraña que era la situación: una luna de miel en habitaciones separadas. Dejó su taza en la mesa, se sentó también y se sirvió en el plato una rodaja de piña.

–Pues… teniendo en cuenta que era nuestra noche de bodas –contestó con ironía, haciendo unas comillas en el aire con los dedos–. En fin, no es como imaginaba que sería cuando de adolescente fantaseaba con casarme algún día.

Las facciones de Logan se tensaron.

–Sabes cuáles son las razones por las que he insistido en que este sea un matrimonio solo sobre el papel –le dijo en un tono severo, mirándola fijamente–. No podría habértelo dejado más claro.

Layla se llevó a la boca un trozo de piña, lo masticó y tragó.

–Sí, muy claro, y no tengo ningún problema con eso –respondió. ¿De verdad no lo tenía, o lo estaba diciendo solo de boquilla?–. Pero es que no puedo evitar preguntarme si no es a mí a quien estás intentando proteger, sino a ti mismo.

Logan plantó su taza en la mesa y frunció el ceño.

–¿Protegerme a mí mismo? ¿De qué?

Layla no apartó la mirada.

–Creo que tienes miedo de abrirte, de sentir algo por otra persona más allá del puro deseo físico. Mantienes a todo el mundo a distancia. Has tenido relaciones pasajeras en los últimos años, pero ninguna seria desde que perdiste a Susannah.

Logan se sirvió más café.

–Parece que sabes mucho de mi vida amorosa.

–Solo que no es amor, ¿no? Solo es sexo.

Logan se rio con aspereza.

–A mí me va bien así –contestó, y se llevó la taza a los labios para tomar un trago de café.

–Pero un día dejará de funcionarte –apuntó ella, sirviéndose una cuña de sandía.

Logan frunció el ceño.

–¿Por qué te importa tanto cómo viva mi vida?

–Pues… porque te conozco desde los doce años; ¿cómo no va a importarme?

Logan esbozó una leve sonrisa.

–Sé que tu intención es buena, pero, créeme, no tienes que preocuparte por mí. Anda, termina de desayunar; tenemos un montón de cosas que ver hoy.

Durante los dos días siguientes apenas pararon. Logan había organizado visitas al Parque Nacional de Haleakala, a los siete estanques sagrados del desfiladero de Oheo, y a las cataratas de Makahika y Waimoko.

La exuberante selva tropical y las cataratas la habían dejado sin aliento, y Logan incluso contrató un tour en helicóptero sobre la cima del volcán inactivo de Haleakala y las vistas de la isla desde lo alto eran aún más increíbles.

Las dos noches cenaron fuera. Charlaban acerca de los sitios que habían visitado durante el día, y luego regresaban a la villa y cada uno se retiraba a su habitación. Era evidente que Logan estaba haciendo todo lo posible para que su relación se mantuviera dentro de las reglas que había establecido, pero cada vez que la tomaba de la mano para ayudarla a bajarse del todoterreno que habían alquilado o para que caminase más segura cuando se adentraban en un terreno accidentado, volvía a sentir mariposas en el estómago.

El tercer día, en el desayuno, Logan le sugirió que, en vez de hacer turismo, podrían quedarse en la villa.

–Hoy va a hacer un día de bastante calor, y he pensado que agradecerías un plan más tranquilo: pasar un rato al sol, darnos un chapuzón en la piscina… –le dijo mientras le servía zumo.

Layla tomó el vaso y contestó:

–La verdad es que no me gusta mucho nadar, pero me distraeré viéndote hacer largos.

Era algo que había disfrutado haciendo en secreto durante años.

Logan escrutó su rostro.

–¿Te duele la pierna cuando nadas?

–No, es que… –Layla bajó la vista a su copa de zumo–. Me siento un poco cohibida en bañador, por las cicatrices de la pierna.

–Aquí estamos los dos solos; y conmigo no tienes motivos para sentirte tímida.

El tono amable de Logan la hizo vacilar. ¿Debería arriesgarse?, ¿debería dejar que viera sus cicatrices? Volvió a alzar la vista hacia él y murmuró:

–La verdad es que hace mucho que no nado.

La sonrisa de Logan y el brillo cálido en sus ojos hicieron que el estómago le diese un vuelco.

–Yo estaré a tu lado por si necesitas ayuda.

Una hora después Layla salía al patio donde se encontraba la piscina con su bañador verde, el pareo liado a la cintura y el cabello recogido en una coleta alta. Logan ya estaba en el agua, haciendo largos y se quedó observándolo a la sombra del seto.

Logan se detuvo al llegar al extremo más cercano a donde ella estaba y se peinó el cabello mojado hacia atrás con los dedos.

–Espera, te ayudaré a bajar los escalones –le dijo. Apoyó las manos en el borde y se impulsó con sus fuertes bíceps para salir del agua. Le tendió la mano con una sonrisa–: Venga, no voy a dejar que te escaquees.

Layla inspiró profundamente antes de desanudarse el pareo, que cayó a sus pies, dejando al descubierto las cicatrices dentadas y blanquecinas que le iban desde el muslo a la pantorrilla, testigos mudos de la operación que le habían hecho para no tener que amputarle la pierna.

Esperaba que Logan la mirara repugnado, o espantado, como tantas otras personas habían hecho, pero en vez de eso recorrió su cuerpo con una mirada de deseo, deteniéndose en el escote del bañador. Una mirada que la hizo sentirse más femenina que nunca.

Tomó la mano que le tendía, y cuando Logan apretó la suya sintió como si le hubiera infundido ánimo y valor.

–Está bien… vamos allá… –murmuró Layla.

Bajó con él los escalones que se adentraban en el agua. No podía ignorar lo cerca que estaba Logan de ella, que su bañador lo cubría aún menos que a ella el suyo, ni tampoco lo deprisa que le latía el corazón y cosquilleo de deseo que notaba entre los muslos.

Cuando el agua le llegó hasta la cintura, Logan le soltó la mano.

–Déjate flotar; no te resistas, déjate llevar por el agua.

Layla rebotó suavemente con los pies contra el fondo de la piscina y se quedó flotando, permitiendo que el agua sostuviese su peso. Era una sensación maravillosa. Empezó a nadar a crol porque así tenía que hacer menos esfuerzo con las piernas. Como le era imposible de todo punto hacer un viraje, cuando llegó al extremo de la piscina se detuvo, recobró el aliento y se giró para nadar en la dirección opuesta. Sus músculos estaban disfrutando con el ejercicio, y la caricia del agua en su piel era deliciosa.

Al llegar al extremo contrario, del que había partido, Logan estaba esperándola. Se paró y le sonrió, apartándose el cabello mojado de la cara.

–No estoy a tu altura –le dijo–, pero gracias por animarme a hacerlo.

–Pues a mí me parece que estás como pez en el agua… o más bien como una sirena –respondió él con voz ronca, mientras sus ojos azules le miraban largamente el escote.

Las miradas de ambos se encontraron, y de repente, sin saber cómo, el espacio que los separaba se había desvanecido. Estaban prácticamente pelvis contra pelvis, con solo uno o dos milímetros de agua entre ellos. Como atraída por una fuerza magnética, Layla se inclinó hacia él hasta que sus senos quedaron aplastados contra su pecho musculoso. Logan le puso las manos en las caderas, y notó su incipiente erección. El tiempo se detuvo durante una fracción de segundo.

Logan inclinó la cabeza y sus labios tomaron los de ella en un beso sensual que sabía a sol y a agua salada. Layla abrió la boca y cuando las lenguas de ambos se entrelazaron un escalofrío de placer la recorrió. Logan le puso una mano en el hueco de la espalda, apretándola contra su miembro palpitante, y movió la lengua dentro de su boca de un modo muy erótico.

Un gemido escapó de la garganta de Layla, que subió una mano hasta su nuca mientras con la otra lo asía por la mandíbula. Todo su cuerpo titilaba de deseo y las piernas le temblaban.

La mano de Logan subió a uno de sus senos y lo apretó en su palma, y gruñó excitado antes de despegar sus labios de los de ella. La asió por los brazos, jadeante.

–Lo siento –murmuró en tono cargado de remordimiento. La soltó y se apartó de ella con el ceño fruncido.

Layla se pasó la lengua por los labios, que aún sabían a él.

–No tienes que disculparte. Yo…

–No quiero darte una impresión equivocada –masculló él, frotándose la cara con la mano con frustración–. No es justo por mi parte confundirte de esta manera, diciéndote una cosa y luego haciendo otra.

–La impresión que me ha dado es que querías besarme y que lo has disfrutado tanto como yo –repuso ella, desafiándolo con la mirada a que lo negara.

Logan bajó la vista a su boca y resopló, sacudiendo la cabeza.

–Sí, lo he disfrutado, pero eso no significa que vaya a volver a pasar –le espetó. Se dio media vuelta, se apoyó en el borde de la piscina y salió del agua–. Me voy a correr un rato –le dijo sin apenas girarse–; luego te veo.

Layla suspiró mientras lo veía alejarse y se puso a nadar de nuevo. Quizá unos cuantos largos la ayudarían a aplacar el deseo insatisfecho que la consumía por dentro.

A pesar de que sus músculos protestaban de cansancio, Logan seguía corriendo por la playa. Estaba decidido a vencer aquella obsesión que tenía con besar a Layla. Había sido él quien había hecho las reglas; ¿por qué entonces le resultaba tan endiabladamente difícil atenerse a ellas? Porque sus labios eran como una droga a la que se había vuelto adicto y no era capaz de resistirse a ella ni con toda su fuerza de voluntad.

De pronto un pensamiento cruzó por su mente. Tal vez no debería resistirse; quizá podría alterar ligeramente las reglas y ver qué pasaba. Aquella idea se quedó flotando en su mente como el típico pelmazo que se presentaba sin avisar, se aposentaba en el sillón y hasta subía los pies en la mesita del salón, pero Logan la apartó sin miramientos. Sabía lo que pasaría si alteraba las reglas y tenía que evitarlo a toda costa. No se había perdonado el daño que le había hecho a Susannah, y no podía permitir que algo así volviera a ocurrir.

E-Pack Bianca abril 2 2020

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