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Capítulo 1

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LAYLA Campbell estaba colocando guardapolvos sobre los muebles de los aposentos del difunto Angus McLaughlin en el ala norte del castillo de Bellbrae cuando se oyó un ruido de pasos en las escaleras. Se le erizó el vello de los brazos y notó una corriente de aire, como si hubiera una presencia fantasmal. «Los fantasmas no existen. Los fantasmas no existen…», se repitió.

Sin embargo, aquel mantra no le estaba funcionando, igual que no le había funcionado de niña cuando, al quedarse huérfana a los doce años, la habían llevado a vivir a aquel castillo en las Tierras Altas de Escocia. Se había hecho cargo de ella su tía abuela Elsie, que había trabajado durante años allí como ama de llaves para la distinguida familia McLaughlin. En aquella época sus movimientos se habían circunscrito a la planta baja, a las cocinas y los aposentos del servicio. La planta alta le había estado vedada, y no solo por su cojera, sino también porque era un mundo al que no pertenecía, al que jamás pertenecería.

–¿Hay… hay alguien ahí?

El eco hizo resonar su voz en el silencio. ¿Quién podría haber en la torre norte a esa hora del día?, se preguntó, con los latidos del corazón tronándole en los oídos. Logan, el nieto que había heredado el castillo, estaba en Italia por motivos de trabajo, y lo último que había sabido de Robbie, el hermano pequeño, era que estaba gastando dinero a todo trapo en los casinos de Las Vegas.

Los pies se le habían puesto helados, y cuando una figura alta se materializó entre las sombras contuvo el aliento mientras un escalofrío le recorría la espalda.

–¿Layla? –exclamó Logan McLaughlin, frunciendo el ceño–. ¿Qué haces aquí?

Layla se llevó una mano al pecho, donde el corazón seguía latiéndole como un loco.

–¡Me has dado un susto de muerte! Tía Elsie me dijo que no volverías hasta noviembre. ¿No estabas en la Toscana por trabajo?

No había visto a Logan desde el funeral de su abuelo, en septiembre, y estaba segura de que él ni siquiera se había enterado de que había asistido. Había querido acercarse a ofrecerle sus condolencias durante el velatorio, pero había estado demasiado ocupada ayudando a su tía con el catering. También lo había intentado al término del funeral, pero Logan se había marchado antes de que tuviera la oportunidad de hablar con él.

En cualquier caso, era consciente de que para él no era más que una intrusa, una huérfana sin hogar de la que su abuelo había sentido lástima y con la que había hecho una obra de caridad al dejarla vivir allí.

Logan se pasó una mano por el cabello.

–He pospuesto mi viaje. Tenía que encargarme de unos asuntos aquí –murmuró. Paseó sus oscuros ojos azules por los muebles cubiertos y volvió a fruncir el ceño–. ¿Por qué te estás ocupando de esto? Pensaba que Robbie iba a contratar a alguien para que lo hiciera.

Layla le dio la espalda para tomar otro guardapolvo doblado. Lo sacudió para abrirlo y cubrió con él una mesa de caoba.

–Y eso hizo: me contrató a mí –contestó, inclinándose para colocar bien un extremo del guardapolvo. Le lanzó una mirada y añadió–: Sabes que me dedico a esto, ¿no? Tengo un pequeño negocio, un servicio de limpieza con unos pocos empleados. ¿No te lo contó tu abuelo? Me hizo un préstamo para ponerlo en marcha.

Logan enarcó una ceja.

–¿Un préstamo? –repitió sorprendido. ¿O tal vez esa nota en su voz fuera cinismo?

Layla frunció los labios y puso los brazos en jarras.

–Sí, un préstamo que le devolví, con intereses. Si no, no lo habría aceptado.

¿Qué se pensaba?, ¿que iba por ahí explotando a ancianos que se estaban muriendo de cáncer?

Logan entornó los ojos.

–¿Va en serio? ¿De verdad se ofreció a prestarte dinero?

Layla pasó junto a él para llegar hasta la cesta donde llevaba los productos de limpieza, que había dejado en el suelo.

–Para tu información, siempre valoré la generosidad de tu abuelo –respondió volviéndose hacia él–. Me permitió vivir aquí con mi tía abuela sin tener que pagarle un alquiler, y es algo por lo que siempre le estaré agradecida.

Le había tomado mucho cariño al anciano en sus últimos meses de vida, y había llegado a comprender la aparente brusquedad de aquel hombre orgulloso que se había esforzado por mantener unida a la familia tras las tragedias que los habían golpeado.

Logan, que seguía con el ceño fruncido, suspiró y le preguntó:

–Pero… ¿por qué no te dio el dinero y punto?

Layla apretó los labios y lo miró con los ojos entornados.

–¿Por qué iba a dármelo sin más, porque le daba lástima?

Por la mirada furtiva que Logan le lanzó a su pierna izquierda, Layla supo lo que estaba pensando: igual que todos los demás, lo primero que veía cuando la miraba era su cojera y no a ella.

Nunca hablaba de lo que le había pasado. O cuando menos no en detalle. Su respuesta habitual era un escueto «un accidente de coche». Nunca decía quién había ido al volante, o por qué había ocurrido, ni si alguien había muerto o alguien más había resultado herido. No quería recordar el día en que su vida había cambiado para siempre.

–No, porque era rico y tú eres casi de la familia –dijo Logan, antes de alejarse hacia las cajas apiladas en un rincón.

Abrió la que estaba en lo alto, sacó un libro encuadernado en cuero y lo hojeó con expresión pensativa.

¿Casi de la familia? ¿Era así como la veía? ¿Como a una hermana postiza o una prima lejana? Con lo guapo que era –alto, con el pelo castaño y ondulado, un mentón esculpido que le daba un aire a lord Byron y los ojos de un azul profundo–, sería una tragedia estar emparentada con él. Y ya era una tragedia que no hubiese salido con nadie desde la muerte de su prometida, Susannah.

Aunque con ella no saldría jamás. De hecho, hacía años de la última vez que ella había tenido una cita. Y eso había sido en su adolescencia, se recordó, intentando no pensar en lo embarazosa que había resultado aquella única cita.

Logan cerró el libro con un golpe seco, lo devolvió a la caja y se volvió hacia ella, de nuevo con el ceño fruncido.

–¿Dónde iréis tu tía y tú si se vende el castillo?

Una fuerte punzada atenazó el pecho de Layla, que lo miró con unos ojos como platos.

–¿Si se vende? ¿Vas a vender Bellbrae? –murmuró–. ¿Cómo puedes estar pensando en hacer algo así, Logan? Tu abuelo te ha dejado en herencia el castillo porque eres su nieto mayor. Tu padre está enterrado aquí, junto a tus abuelos y a varias generaciones de antepasados tuyos. Y no me digas que vas a venderlo porque te hace falta el dinero.

Él la miró aturdido, pero cuando respondió su voz destiló un cierto hartazgo.

–No, no es por el dinero. Lo que pasa es que no estoy dispuesto a tragar con las condiciones que impuso mi abuelo en su testamento.

Entonces fue ella quien frunció el ceño.

–¿Condiciones?, ¿qué condiciones?

Logan se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se alejó hasta una de las ventanas. Aún de espaldas a ella como estaba, Layla percibió lo tenso que se había puesto de repente por la rigidez de sus hombros. Siempre la había fascinado su figura atlética.

Y cuando había llevado con él a Susannah, que había sido esbelta y sofisticada como una supermodelo, no había podido evitar observarlos desde lejos con admiración. Nunca había visto a una pareja igual: tan perfectos el uno para el otro, ni tan enamorados.

Cuando Logan se volvió por fin para contestarle, vio que tenía apretada la mandíbula.

–Si no me caso en un plazo de tres meses, la propiedad pasará a manos de Robbie.

Layla, a quien de repente el corazón le palpitaba inquieto, se humedeció los labios.

–¿A manos de… Robbie?

Logan inspiró profundamente y resopló con frustración.

–Exacto. Y los dos sabemos lo que hará si Bellbrae cae en sus manos.

No podría haber dos hermanos más distintos. Logan era callado, trabajador y responsable, mientras que Robbie era un juerguista y un irresponsable que había avergonzado a su familia un sinfín de veces.

–¿Crees que vendería la propiedad?

Logan hizo una mueca de desagrado.

–O peor: podría convertir este lugar en un centro de recreo para vividores como él.

Layla se mordió el labio. Su mente era un enjambre de pensamientos. Si Robbie vendiera Bellbrae… ¿qué sería de su tía Elsie? ¿Adónde iría? Llevaba los últimos cuarenta años viviendo allí, en una pequeña cabaña en la propiedad. Bellbrae era para ella su hogar; para ambas. ¿Y qué pasaría con Flossie, la vieja perra del abuelo de Logan? Estaba casi ciega, y la angustiaría aún más que a su tía Elsie que la llevaran a otro lugar.

–Debe haber algo que puedas hacer para recurrir esas condiciones del testamento.

–Imposible: está blindado –contestó Logan, y se volvió de nuevo hacia la ventana.

–Pero… ¿por qué pondría esas condiciones? –murmuró Layla–. ¿Te mencionó algo de eso antes de que…?

Aún le costaba creer que hubiera muerto. Solo al ponerse a guardar sus cosas en cajas se había dado cuenta de lo diferente que sería Bellbrae sin el viejo Angus McLaughlin. Había sido un maniático y un quisquilloso, pero en sus últimos meses de vida Layla se había esforzado por ignorar sus defectos y había descubierto que en el fondo era un hombre tierno y afectuoso.

Logan se frotó la nuca con la mano y se giró para mirarla.

–Llevaba años diciéndome que sentara la cabeza y cumpliera con mi deber, que me casara y trajera un par de críos al mundo para asegurar la continuidad de nuestro linaje.

–Pero tú no quieres casarte.

La mirada de Logan se ensombreció, y se volvió una vez más hacia la ventana.

–No.

El tono tajante de ese «no» hizo que a Layla se le encogiera el corazón. Seguramente era incapaz de imaginarse casándose con otra mujer que no fuera Susannah. Si ella pudiera encontrar a alguien que la amara de esa manera…

–¿Y un matrimonio de conveniencia? –le sugirió–. Solo tendría que durar el tiempo justo para que se cumpliesen las condiciones del testamento.

Él enarcó una ceja, y le preguntó con sarcasmo:

–¿Te estás ofreciendo voluntaria?

A Layla se le encendieron las mejillas, y se agachó para disimular su azoramiento, haciendo como que reorganizaba las cosas de su cesta.

–Pues claro que no.

Su voz, entremezclada con una risa vergonzosa, había sonado aguda y forzada. ¿Ella? ¿Casarse con él? Nadie querría casarse con ella, y mucho menos alguien como Logan McLaughlin.

Un extraño silencio cayó sobre la sala. Logan fue hacia ella, y Layla levantó la vista lentamente cuando se detuvo a su lado y lo miró con el corazón palpitándole con fuerza. A sus treinta y tres años, Logan estaba en su mejor momento: rico y con talento –se había convertido en un paisajista de renombre mundial–, no se podría encontrar a un soltero más cotizado… ni a uno tan reacio como él a comprometerse.

–Piénsalo, Layla –le dijo.

La nota ronca en su voz la hizo estremecer. No podía negar la atracción que sentía por él. ¿Estaba burlándose de ella? Era imposible que viera en ella a alguien con quien casarse, aunque solo fuera por conveniencia y de manera temporal.

–No seas ridículo –replicó incorporándose.

Cuando Logan le puso la mano en el hombro, sintió que un cosquilleo le recorría el brazo y tragó saliva.

–Hablo en serio –le dijo él, clavando su intensa mirada en ella–. Si quiero evitar que Robbie venda Bellbrae, necesito una esposa, ¿y quién mejor que alguien que ama este lugar tanto como yo?

Layla retrocedió un par de pasos.

–Estoy segura de que encontrarás a otra persona más apropiada para que sea tu esposa.

–Layla, no estoy hablando de un matrimonio de verdad –le recordó Logan en un tono condescendiente, como un profesor dirigiéndose a un alumno torpe–. Solo sería un matrimonio sobre el papel, y duraría un año como máximo. Y tampoco tendríamos que organizar una gran boda; podría ser una ceremonia discreta, solo con los testigos necesarios para hacerlo legal.

Layla apretó los labios y apartó la vista un momento.

–Pero… ¿no te preocupa lo que pueda decir la gente? –dijo, alzando la vista de nuevo hacia él–. Tú eres un terrateniente y yo solo una chica huérfana, pariente del ama de llaves. Nadie me consideraría un buen partido para ti.

Logan frunció el ceño.

–¿Por qué eres tan dura contigo misma? Eres una joven hermosa; no tienes nada de lo que avergonzarte.

Una ola de calor la invadió. Eso no era lo que le decía el espejo. Claro que Logan no había visto la magnitud de sus cicatrices.

–¿Y cuando el año termine?

–Haremos que anulen el matrimonio y volveremos a nuestras vidas.

Layla se secó las manos, que de pronto estaban sudorosas, en los pantalones. Si accediera a aquel matrimonio, tendría que convivir con él durante un año entero… No es que fueran a dormir juntos ni nada de eso, pero…

–No espero que lo hagas a cambio de nada –añadió Logan–. Te compensaría generosamente, por supuesto –dijo, y le ofreció una cifra que hizo que se le abrieran los ojos como platos.

Habría estado dispuesta a hacerlo gratis para salvar Bellbrae, pero con ese dinero podría ampliar su negocio de limpieza. Podría contratar a más empleados para centrarse solo en la gestión. Levantó la barbilla, esforzándose por mostrar una compostura que no sentía en absoluto en ese momento.

–Me gustaría que me dieras un día o dos para pensarlo.

La expresión de Logan apenas varió, pero a Layla le pareció que respiró aliviado al escuchar su respuesta.

–Por supuesto. No es una decisión menor, que se deba tomar a la ligera, lo cual me recuerda que hay algo importante de lo que tenemos que hablar antes de nada.

Layla sabía por dónde iba, y la irritó que la considerara tan ingenua como para pensar que podría acabar enamorándose de ella. Ella no era Jane Eyre ni lo veía a él como el señor Rochester. Aunque lo encontraba tremendamente atractivo y se le disparase el pulso cuando lo tenía cerca, jamás se permitiría encapricharse de él.

Enarcó las cejas y le dijo burlona:

–¡Ah!, ¿de que no me haga ilusiones, pensando que te enamorarás perdidamente de mí?

–Lo último que querría es hacerte daño –le dijo Logan–. Los dos amamos este lugar, pero eso no implica que vayamos a acabar enamorándonos.

Layla esbozó una sonrisa forzada, pero sintió una punzada en el pecho al oírle decir eso. Pues claro que jamás se enamoraría de ella… ¿Por qué iba a enamorarse de ella? Sin embargo, que desechase incluso aquella posibilidad de un plumazo, había sido como una bofetada a su ego femenino.

–Me ha quedado claro, no te preocupes.

Logan asintió levemente.

–Vamos, te acompaño abajo –le dijo–. Deja, ya te la llevo yo –dijo inclinándose al mismo tiempo que ella para recoger la cesta.

Las manos de ambos se rozaron al intentar asir el mango, y Layla sintió que un cosquilleo eléctrico le subía por el brazo. Al apartar la mano se incorporó tan deprisa que perdió el equilibrio, y se habría caído si no hubiera sido por los rápidos reflejos de Logan, que la agarró del brazo para sujetarla. Cuando sus dedos se cerraron en torno a su muñeca, una nueva ola de calor la invadió.

Sus ojos se encontraron. Estaban tan cerca que Layla podía oler su aftershave, una mezcla de lima, pino y cuero. Y sus labios… El corazón le dio un brinco en el pecho, el estómago le dio un vuelco. No debería haber mirado sus labios, pero es que era como si una fuerza magnética atrajera su mirada. Se preguntaba cómo sería sentir esos labios contra los suyos. Le gustaría tanto que la besara…

–¿Estás bien? –le preguntó Logan, casi en un susurro, con esa voz aterciopelada.

Layla esbozó una sonrisa temblorosa.

–Estoy bien, gracias –murmuró, apartándose de él–. Iré a preparar tu habitación –le dijo, imprimiendo brío a su voz–. Porque imagino que te quedarás una o dos noches, ¿no?

–Depende.

–¿De qué?

–De la decisión que tomes –contestó él, sosteniéndole la mirada.

–¿Y si mi respuesta fuera no?

Logan apretó la mandíbula y un brillo amargo relumbró en sus ojos.

–Pues me temo que tu tía y tú no podréis seguir viviendo aquí; no si Bellbrae acaba en manos de Robbie.

Cuando Layla se hubo marchado, Logan exhaló un suspiro. Lo último que se habría esperado de su abuelo era que le impusiese como condición encontrar una esposa para heredar Bellbrae. Una esposa… cuando había decidido siete años atrás, después del suicidio de su prometida, que jamás se casaría…

Fue de nuevo hasta la ventana, y se quedó allí de pie, pensativo. El corazón se le encogía de solo pensar que pudiera perder el lugar que había sido el hogar de su familia durante generaciones y generaciones. Algunos de los árboles que había en la propiedad los había plantado su tatarabuelo. Los jardines actuales los había diseñado su padre poco antes de que el cáncer de páncreas se lo llevara, cuando él tenía dieciocho años. De hecho, él había aprendido de su padre todo lo que sabía y había hecho de esa pasión su carrera.

El caso era que no tenía elección; si no quería que su irresponsable hermano se quedase con Bellbrae, tenía que casarse. ¿Y con quién mejor que con Layla Campbell, que había crecido allí, igual que él?

Mentiría si dijera que no se había fijado en lo bonita que era. No era una belleza clásica, pero su largo cabello castaño, su blanca piel y sus ojos verdes grisáceos le daban un aire etéreo y la hacían tremendamente cautivadora.

Además, si su hermano vendiese la propiedad, se perdería el legado de su abuelo y de su padre. Durante todos esos años Logan había pasado horas y horas sentado en el estudio de su padre, leyendo los mismos libros que él había leído y había escrito con la pluma que solía utilizar para poder sentirse un poco más cerca de él. Había sido su manera de aferrarse a su recuerdo.

La relación con su abuelo no había sido tan estrecha como debería haber sido, pero el haber perdido a su padre en la adolescencia había hecho que detestara su forma anticuada de educar. No se había dado cuenta de que él no necesitaba que hiciera de padre suplente, que jamás podría sustituir a su padre. Lo había irritado tremendamente que su abuelo hubiera intentado controlar cada decisión que tomaba, cada cosa que hacía, e incluso con quién se relacionaba. Esa actitud asfixiante solo lo había hecho añorar aún más a su padre.

Robbie lo había llevado aún peor, y él se había culpado de que su hermano pequeño se hubiera convertido en un rebelde. Había sido demasiado indulgente con él, y aunque lo había hecho en un intento por el autoritarismo de su abuelo, había sido un error. Claro que quizá siempre hubiese sido demasiado indulgente con su hermano. Desde que su madre los había dejado había intentado llenar ese vacío, pero estaba claro que había fracasado.

Hacía poco había descubierto la magnitud del problema que Robbie tenía con el juego, un problema que le había llevado a acumular una deuda astronómica. Y en cuanto a Bellbrae, no, Robbie no estaba tan unido como él a aquel lugar, y sí, estaba convencido de que vendería al mejor postor el que había sido el hogar de su familia durante siglos.

E-Pack Bianca abril 2 2020

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