Читать книгу E-Pack Bianca abril 2 2020 - Varias Autoras - Страница 13
Capítulo 8
ОглавлениеLOGAN tomó de nuevo sus labios con un beso que hizo que se desvanecieran las dudas y los temores de Layla. Luego bajó las manos a sus pechos, acariciándolos hasta que ella se encontró arqueando la espalda de excitación.
Logan le quitó por fin los pantalones del pijama, dejando un reguero de besos por cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto. Cuando llegó a las cicatrices, que surcaban la carne como arroyos, se mostró especialmente tierno, hasta el punto de que a Layla se le saltaron las lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta de la emoción.
Logan acarició la unión entre sus muslos con un lento movimiento de su índice.
–Si no te gusta algo de lo que estoy haciendo o no te sientes cómoda, no dejes de decírmelo –le pidió con los ojos oscuros de deseo.
–Me encanta lo que estás haciendo –murmuró Layla, que apenas podía hablar de lo excitada que estaba.
Logan descendió beso a beso por su cuerpo, desde sus senos hasta su monte de Venus. Layla emitió un gemido ahogado y sintió como si las piernas se le volviesen de gelatina cuando Logan separó los pliegues de sexo con los labios. No sabía qué hacer: una parte de ella quería detenerlo porque le daba vergüenza que estuviera haciéndole esas cosas, pero otra no quería más que quedarse allí echada y disfrutar de cada instante de aquella exquisita tortura. Escogió lo segundo, y los labios y la lengua de Logan la catapultaron a un vórtice de placer que la hizo sentir mareada.
Logan se incorporó y apoyó las manos en el colchón, a ambos lados de ella, para besarla en los labios. Luego volvió a bajar beso a beso desde su cuello hasta sus pechos, lamiendo y mordisqueando suavemente los pezones.
Ella exploró con ambas manos –al principio con timidez, luego con más confianza– los contornos de su cuerpo, tan diferente del suyo. La erección de Logan era cada vez mayor, y su respiración se tornó más agitada con cada una de sus caricias, hasta que ya no pudo más y se colocó entre sus muslos para poseerla, apoyándose en los codos.
–Aún no es demasiado tarde –le dijo–. Podemos parar si no quieres que siga…
Layla lo interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
–Ni se te ocurra parar –le susurró–. Te necesito…
Logan volvió a besarla con pasión y empujó suavemente su miembro hacia su sexo. Layla abrió un poco más las piernas. El deseo la había hecho olvidarse por completo de su timidez. Logan se introdujo despacio en ella, como conteniéndose.
Layla arqueó la espalda y lo agarró por las nalgas para empujarlo contra sí. Logan se hundió un poco más en ella y sintió una pequeña punzada. Se mordió los labios para reprimir un gemido de dolor, confiando en que él no se diera cuenta. Sin embargo, sí debió darse cuenta, porque se detuvo.
–¿Te he hecho daño? –le preguntó preocupado, mirándola a los ojos.
–Por supuesto que no –repuso ella con una sonrisa, y le acarició la mejilla con la mano.
Contuvo el aliento, rogando por que no se diera cuenta de que estaba mintiendo. No quería que parara; no cuando el deseo estaba consumiéndola por dentro como un fuego.
–Iré un poco más despacio –dijo Logan–, pero si en algún momento no te sientes cómoda, por favor, dímelo.
–Me siento muy cómoda –le aseguró ella, y arqueándose hacia él para animarlo a que siguiera moviéndose.
Su cuerpo ya se había hecho a tener su miembro dentro de sí, y sus músculos internos se estrechaban en torno a él como dándole la bienvenida y deleitándose con su fuerza y su potencia viril.
Logan empezó a sacudir las caderas lentamente, con embestidas medidas y controladas, y la deliciosa fricción hizo que la excitación de Layla fuera en aumento. El erótico movimiento de sus cuerpos, en perfecta sincronía, era como una complicada y bella danza cuyos pasos hubiera ignorado conocer hasta ese momento.
Logan volvió a apoderarse de su boca con un beso largo y embriagador. Las lenguas de ambos se encontraron, se enredaron la una con la otra, imitando el movimiento de sus cuerpos. Una de las manos de Logan, que estaba en su pecho, descendió hacia la curva de su cintura, luego hacia el muslo y se deslizó hasta su sexo. Empezó a acariciarla, haciéndola gemir y retorcerse debajo de él. Poco después le sobrevino el orgasmo, que se expandió por todo su ser, como las ondas que se forman en la superficie del agua cuando se arroja un guijarro, y se estremeció de arriba abajo.
Logan alcanzó el orgasmo justo después. Hundió el rostro en el hueco de su cuello, jadeante, y se desplomó sobre ella, como si la tensión hubiese abandonado su cuerpo por completo. Layla lo rodeó con sus brazos. No quería que se apartara de ella, quería sentir el calor de su cuerpo tanto tiempo como fuera posible.
Poco a poco fueron recobrando el aliento y al cabo de un rato Logan se incorporó sobre un codo y se quedó mirándola mientras jugueteaba distraído con un mechón de su pelo.
–Ha sido increíble –murmuró. Sonrió cansado y añadió–: Increíble elevado a la décima potencia.
Sus palabras hicieron brotar una sensación cálida en el pecho de Layla, que deslizó la yema del índice por su nariz y recorrió el contorno de su boca.
–Sí, sí que lo ha sido. ¿O eso se lo dices a todas?
Logan enroscó en su dedo un mechón de Layla y lo soltó, dejando que rebotara suavemente contra su mejilla.
–Soy un caballero y no hablo de esas cosas, pero a veces el sexo es increíble en unos casos, mientras que en otros… –torció los labios–… bueno, en otros es mejor que se quede solo en algo de una noche.
Cuando se bajó de la cama para ir a tirar el preservativo al cuarto de baño, Layla rodó sobre el costado y lo devoró con los ojos, deleitándose en sus anchas espaldas, sus duras nalgas y sus fuertes muslos.
Suspiró y se estiró como un gato soñoliento. Se sentía tan maravillosamente relajada…Pero entonces vio una mancha carmesí en la sábana bajera y el corazón le dio un vuelco. Se incorporó apresuradamente, tiró de las sábanas para taparse y tapar de paso la mancha… y justo en ese momento Logan salió del baño.
–¿Ocurre algo? –le preguntó él, frunciendo el ceño.
Layla bajó la vista, incapaz de sostenerle la mirada.
–Eh… no. Es solo que… me da un poco de vergüenza estar desnuda –murmuró, y se mordió el labio.
Logan fue hasta la cama y se sentó junto a ella. Le echó el pelo hacia atrás, le puso una mano en el hombro y se lo acarició suavemente.
–He visto la sangre en el preservativo –le dijo–. No tienes que avergonzarte por estar con la regla.
Layla tragó saliva. El corazón le latía tan fuerte que le resonaba en los oídos.
–No estoy con la regla.
Sus palabras cayeron como una pesada bomba y se hizo un silencio sepulcral. La mano de Logan, que seguía en su hombro, se detuvo y todo su cuerpo se tensó. La expresión de su rostro cambió, como si de pronto estuviera comprendiendo.
–¿Me estás diciendo que hasta hace un momento eras… que eras virgen? –inquirió con voz ronca. Se levantó de la cama como un resorte y se pasó una mano por el cabello, mirándola alarmado–. ¿Pero por qué no me lo dijiste?
Layla apretó la sábana contra su pecho.
–No es como si fuera una enfermedad contagiosa, o algo así.
Logan soltó una palabrota.
–Te he hecho daño. Deberías habérmelo dicho; habría…
–¿Qué es lo que habrías hecho? –le espetó ella–. ¿Habrías parado? ¿No me habrías hecho el amor? Venga, reconócelo: si te hubiera dicho que era virgen, jamás habrías querido hacerlo conmigo.
Logan cerró los ojos un momento y volvió a maldecir entre dientes. Luego se dio la vuelta, recogió sus boxers del suelo y se los puso, visiblemente enfadado.
–Me hiciste creer que tenías experiencia –la acusó–. Me mentiste; si no por acción, sí por omisión.
–No le des tanta importancia; solo ha sido sexo.
–No, no ha sido solo sexo –replicó él con aspereza, clavando sus ojos en los de ella–. Sabías que era reacio a esto. Te dije que, conociéndonos como nos conocemos de toda la vida, no podíamos acostarnos y pensar que ahí acabaría todo. Esto es de locos… –murmuró, pasándose una mano por la cara–. Te he hecho daño y…
–No es verdad –lo negó ella–. Ha sido una punzada de nada; apenas lo noté. Y luego se me pasó y ha sido maravilloso.
Logan fue hasta la cama y se sentó a su lado con las palmas apretadas contra los muslos, como si temiera que fueran a tocarla contra su voluntad.
–¿Cómo es que aún eras virgen? ¿Fue por decisión propia o por algún otro motivo? –Le preguntó. Su tono había perdido la aspereza, y la expresión de su rostro se había suavizado.
Layla bajó la vista.
–Una vez estuve a punto de hacerlo con un chico con el que salí en mi adolescencia. Cuando me vio las cicatrices se echó atrás y me hizo sentir fatal con las cosas que me dijo. Desde entonces he rehuido las relaciones íntimas.
Logan contrajo el rostro. Exhaló un suspiro, tomó su mano entre las suyas y se la apretó suavemente, haciendo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
–Siento que pasaras por una experiencia tan horrible. Ese chico fue un canalla… Eres preciosa y muy sexy, y mereces que te traten con respeto –le dijo–. Pero… ¿no te das cuenta de que con lo que acaba de ocurrir soy yo el que se siente como un canalla? Te he hecho daño; he sido un bruto porque no tenía ni idea de que…
–Perdóname –lo interrumpió ella–. Es que me daba vergüenza; eso es todo. En fin, ¿qué chica llega virgen hoy en día a los veintiséis años? Me sentía como un bicho raro.
Logan le apretó la mano de nuevo.
–Un día encontrarás lo que buscas: a alguien que pueda ofrecerte la estabilidad y el compromiso que enriquecen una relación física –le dijo, levantándose de la cama.
–¿Y si no es eso lo que estoy buscando ahora mismo? –le preguntó ella al verlo darse la vuelta y encaminarse a la puerta de la habitación–. ¿Y si solo quiero un romance para adquirir algo de experiencia? ¿Tendría algo de malo que fueses tú quien me la diese?
Logan se detuvo y se giró para mirarla, cerrando y aflojando los puños, como si estuviese reprimiendo el impulso de volver junto a ella y tomarla entre sus brazos.
–Estoy intentando hacer lo correcto con respecto a ti, Layla, igual que con mi hermano, pero parece que no hago más que meter la pata.
–Siento no haberte dicho…
Logan volvió sobre sus pasos y le acarició la mejilla con una expresión melancólica.
–Nada de esto es culpa tuya, preciosa. Nada de nada.
Layla lo asió por la muñeca y le besó la palma de la mano.
–Me alegra que mi primera vez haya sido contigo.
Los ojos de Logan volvieron a arder de pasión por un momento. Entrelazó sus dedos con los de ella y murmuró:
–Sí que ha sido increíble, ¿verdad?
Layla tragó saliva.
–¿Significa eso que vas a modificar las reglas de nuestro trato?
Una sombra cruzó por la mirada de Logan, que dejó escapar un suspiro y soltó su mano.
–No nos precipitemos –respondió, pero suavizó sus palabras con una media sonrisa–. Si decidiéramos cambiar las reglas, hay consecuencias que habría que sopesar.
–Lo sé –dijo ella–, pero estoy dispuesta a aceptar las consecuencias si tú también lo estás.
Logan trazó el arco de su labio inferior con el índice y volvió a ponerse serio.
–La curioso es… que me asusta lo poco que me importan ahora mismo las consecuencias, y por eso me voy a mi habitación. Los dos necesitamos un poco de espacio para pensar con claridad.
Cuando se hubo marchado, Layla se dejó caer de nuevo sobre los almohadones. Ella no necesitaba espacio; lo necesitaba a él.
Logan renunció a cualquier esperanza de conciliar el sueño en lo que quedaba de noche y se puso a pasear arriba y abajo por su habitación. Estaba hecho un lío. No podía perdonarse por no haberse percatado de la falta de experiencia de Layla.
¿Cómo podía haber estado tan ciego? Echando la vista atrás, ahora se daba cuenta de que todas las pistas habían estado ahí, delante de sus narices. Nunca la había oído mencionar a ningún novio, ni había llevado a ningún hombre a Bellbrae.
Cierto que no sabía demasiado de su vida en Edimburgo, pero sus ambiguos y equívocos comentarios acerca de su vida amorosa le habían hecho creer que sí tenía experiencia.
No, si lo había creído había sido sobre todo porque había estado buscando una excusa para acostarse con ella. Eso era lo que hacía que le remordiese la conciencia. Había incumplido sus propias reglas, las reglas que había propuesto para protegerla y que no acabara con el corazón roto. Se había saltado las reglas y había hecho el amor con ella. ¿Cómo podía no haber imaginado que era virgen? «¿En qué estabas pensando? Le has hecho daño…».
El viaje de vuelta a Escocia fue terriblemente silencioso. Layla intentó una o dos veces entablar conversación con Logan durante el vuelo, pero él se limitaba a contestar con monosílabos, y parecía absorto en sus pensamientos. De hecho, parecía estar rehuyendo su mirada. ¿Seguiría sintiendo remordimientos por haber hecho el amor con ella?
Se había mostrado tan tierno y tan considerado, que en su pecho había germinado la esperanza de que pudiera estar de acuerdo en profundizar en su relación. ¿Habría sopesado las posibles consecuencias y decidido que no merecía la pena?, ¿que ella no merecía la pena?
Durante el trayecto del aeropuerto de Inverness a Bellbrae, Logan condujo con la mandíbula apretada y el ceño fruncido, lo que no alentaba demasiado esa pequeña esperanza que albergaba en su corazón.
–¿Sabes?, no vamos a resultar muy convincentes como pareja si de cuando en cuando no cruzamos siquiera unas palabras por cortesía –dijo Layla.
Logan le lanzó una mirada.
–Perdona, ¿has dicho algo?
Layla se rio con aspereza.
–Llevo intentando entablar conversación contigo desde que salimos de Honolulu. Apenas me has dicho cuatro o cinco palabras. Supongo que significa que ahora sí que se ha acabado la luna de miel, ¿no?
Logan contrajo el rostro al oírle decir «luna de miel».
–No sabes cuánto lamento lo que pasó. Me odio por haberte hecho daño.
–¿Quieres dejar de darle tanta importancia? Tuvimos relaciones, sí, ¿y qué? Hay quien lo hace hasta con extraños. Además, estoy perfectamente.
Logan le lanzó otra mirada.
–¿Seguro?
–Pues claro –se apresuró a insistir ella.
Pero apretó las piernas, disfrutando en secreto de las ligeras agujetas que sentía en la parte más íntima de su cuerpo. Había revivido en su mente una y otra vez la noche pasada, recordando cada caricia y cada beso que habían hecho que su cuerpo estallara en llamas. Ansiaba volver a experimentar esas sensaciones mágicas.
Durante lo que quedaba de trayecto los dos permanecieron en silencio, pero cuando estaban subiendo el camino de asfalto que subía hasta el castillo, Logan soltó una palabrota.
–¿Qué pasa? –inquirió ella.
–Ese que hay ahí es el coche nuevo de Robbie –contestó él, señalando un llamativo deportivo de color rojo que acababa de cruzar la verja de entrada–. Solo Dios sabe cómo lo estará pagando. Ese coche cuesta por lo menos quinientos mil euros.
Layla vio que el coche giraba en el patio de entrada, antes de detenerse, haciendo que los neumáticos escupieran grava a ambos lados.
–¿Llegaste a hablar con él después de… la boda? –le preguntó Layla.
–Le mandé un e-mail. Me di por vencido después de ver que no devolvía las llamadas ni los mensajes de texto –le explicó él en un tono de hartazgo–. Le escribí diciéndole que habíamos iniciado una relación hace un tiempo y que habíamos decidido casarnos.
Layla sintió como los nervios le atenazaron el estómago. Sería difícil convencer a su hermano de que su matrimonio era auténtico si Logan se empeñaba en mantener las distancias con ella.
–Pero habrá visto el testamento, ¿no? ¿No crees que habrá atado cabos al leerlo?
–Lo que piense Robbie es irrelevante; el matrimonio es legal.
Layla se mordió el labio.
–Está bien; intentaré no fallarte.
Logan esbozó una breve sonrisa, una sonrisa amarga.
–Eso ya lo hago yo, fallarle a la gente –murmuró.
Tras aparcar, salió del coche y ayudó a Layla a bajar. Le pasó un brazo por la cintura mientras su hermano se dirigía hacia ellos sin prisa, y Layla se abrazó a él. El olor de su champú hizo que le entraran ganas de hundir el rostro en sus sedosos cabellos castaños y aspirarlo, como cuando habían hecho el amor.
Robbie los miró con las cejas enarcadas.
–Vaya, vaya, vaya… ¿Qué tenemos aquí? Enhorabuena, Layla, has pescado un buen ejemplar. Para una simple limpiadora, quiero decir…
Logan notó como Layla se tensaba. Si no fuera por su capacidad de autocontrol, le habría pegado un puñetazo a su hermano por ser un imbécil y un esnob. Apretó a Layla contra sí y le lanzó a Robbie una mirada de advertencia.
–Si no tratas a mi esposa con respeto, no serás bienvenido aquí, Robert. ¿Estamos?
–¿Tu esposa? –Robbie echó la cabeza hacia atrás y se rio–. ¿Esperas que crea que lo de vuestro matrimonio es de verdad?
–Tenemos los documentos que lo prueban –dijo Logan–. Y ahora, si nos disculpas, Layla está cansada del viaje y…
–Seguro que fuiste tú quien le metió en la cabeza al viejo la idea para que cambiara el testamento –le dijo Robbie a Layla con desdén–. Siempre estuviste coladita por Logan. Solo que él ni se habría dignado a mirarte si no se hubiera visto presionado. ¿Y qué mayor presión que encontrarse con que podría perder su adorado Bellbrae?
Logan sintió vergüenza de sí mismo al oír a su hermano acusar a Layla como él había hecho.
–Layla no tuvo nada que ver con ese cambio en el testamento. El abuelo lo hizo para empujarme a rehacer mi vida, porque veía que después de perder a Susannah no levantaba cabeza. Y me he dado cuenta de que tenía razón. ¿Por qué esperar, cuando Layla ama este lugar tanto como yo?
–Personalmente, no sé qué le veis ninguno de los dos a este sitio –dijo Robbie lanzándole al castillo una mirada de desagrado–. Es viejo, y frío, y está demasiado lejos de cualquier lugar con un poco de acción. Os lo podéis quedar.
Con las mejillas encendidas y la barbilla bien alta, Layla retó a su hermano con la mirada y le dijo:
–Entiendo que haya sido toda una sorpresa para ti que nos hayamos casado, Robbie, pero Logan y yo siempre hemos sido amigos, y confío en que, con el tiempo, puedas alegrarte por nosotros.
Robbie sonrió de un modo cínico.
–He leído el testamento; sé de qué va esto: para mi hermano no es más que un matrimonio de conveniencia para asegurarse Bellbrae. Jamás te querrá, Layla. Es incapaz de amar a nadie.
–Te equivocas –replicó Layla–. Es capaz de mucho más de lo que crees.
–Creo que ya va siendo hora de que te vayas –le dijo Logan a su hermano–. Aún estamos en nuestra luna de miel, y tres son multitud.
Robbie lanzó al aire las llaves de su coche y las atrapó con destreza antes de decirles burlón:
–Os doy un año como mucho; no duraréis más.
«Eso es lo único que necesito: un año», pensó Logan para sus adentros, y condujo a Layla al interior del castillo sin volver la vista atrás, mientras Robbie se subía a su deportivo para alejarse en él.