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Capítulo 4

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UN PAR de días después de completar el papeleo en Edimburgo, Layla y Logan viajaron en clase business a la isla de Maui, en Hawái. La villa de lujo donde se iban a alojar durante su corta estancia estaba junto a la playa de la bahía de Kapalúa, una extensión de blanquísima arena, aguas de color turquesa y palmeras. Layla se sentía como si estuviera en un sueño en el que un atractivo multimillonario, que quería casarse con ella lo antes posible, la había llevado a un lugar exótico y paradisíaco.

En ese momento, unos minutos antes de la ceremonia, se encontraba en el balcón de la hermosa villa, mirando el mar. Iba a casarse… Se le hacía tan raro…

Cuando Logan apareció detrás de ella, se volvió y esbozó una sonrisa nerviosa. Él no parecía incómodo en absoluto, o al menos no se lo dejó entrever. Por su cara de póquer cualquiera habría dicho que iban a dar un paseo por la playa en vez de a casarse.

Logan se levantó la manga para mirar su reloj de pulsera.

–Ya solo faltan diez minutos –dijo.

Layla asintió e inspiró profundamente antes de pasarse una mano por el estómago. Lo tenía todo revuelto.

–¿No dicen que trae mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda?

Logan recorrió con la mirada el vestido blanco de estilo bohemio que ella había comprado en una boutique de Edimburgo. Era lo bastante parecido a un vestido de novia como para que se sintiera como una novia de verdad aunque no lo fuera, y lo bastante largo como para cubrir las cicatrices de su pierna. Y lo más importante: con ese vestido podía llevar sandalias planas o los pies descalzos en vez de tener que lidiar con unos zapatos de tacón.

–Creo que puedo decir que ya he tenido toda la mala suerte que podía tener. Y me parece que tú también –le dijo Logan con ironía–. Estás preciosa, por cierto –añadió, mirándola a los ojos.

Layla sintió que un cosquilleo delicioso le recorría la espalda, y se apresuró a apartar la mirada, temerosa de que pudiera ver en sus ojos cosas que no quería que viera. Cosas que ni siquiera quería reconocer.

–No tengo ramo –murmuró–. Espero que eso no dé mala suerte también.

Logan volvió dentro y fue hasta una mesita baja sobre la que había una caja. Layla no la había visto hasta ese momento, aunque había estado muy ocupada preparándose y arreglándose. O quizá la hubieran traído mientras estaba en la ducha. Logan quitó la tapa de la caja y sacó un sencillo pero hermoso y fragante ramo de plumerias blancas y se lo tendió.

–Y yo espero que este sirva.

–Es perfecto –murmuró ella.

Lo tomó, y cuando hundió el rostro en las flores, su delicioso aroma la embriagó, igual que la embriagaba la proximidad de Logan. Iba vestido con una camisa blanca de cuello abierto y una chaqueta y unos pantalones azules que resaltaban el intenso azul de sus ojos y el tono aceitunado de su piel. Lo tenía tan cerca que le llegaba el olor de su aftershave. Le entraron ganas de acariciarle las mejillas, que exhibían un apurado impecable.

Logan le tendió la mano con una expresión inescrutable.

–¿Lista para bajar?

Ella puso su mano en la de él con el corazón latiéndole con fuerza.

–Lista.

Cuando llegaron a la playa los dos se quitaron los zapatos para caminar mejor sobre la arena. Fueron juntos hacia el celebrante, que estaba esperándolos con dos testigos. Se trataba de una pareja, Makani y Ken, a quienes Logan les había diseñado el jardín en su casa de los Hamptons, en Estados Unidos, hacía unos años.

Pasaban parte del año allí en Maui, donde Makani tenía familia. Logan le había dicho que no les había contado los motivos de su precipitada boda, dejando que creyeran que se casaban por amor.

El ruido de las olas fue la única «música» que los acompañó mientras avanzaban hacia el celebrante, que sostenía en sus manos dos coloridas guirnaldas hawaianas. Cuando se detuvieron frente a él les dio el tradicional recibimiento local, colgándoles a ambos la guirnalda del cuello, y dio comienzo a la sencilla ceremonia.

–Nos hemos reunido en el día de hoy para unir a este hombre y a esta mujer en matrimonio…

Cuando le llegó su turno, Layla repitió los votos que había pronunciado el celebrante, muy consciente de la mirada de Logan. Logan pronunció también sus votos, en un tono tan firme y seguro que nadie habría pensado que no sentía lo que estaba diciendo. Luego tomó su mano y deslizó el anillo en su dedo.

–Puede besar a la novia.

Layla había dado por hecho que Logan pediría que se saltasen esa parte, pero apenas hubo pronunciado esas palabras el celebrante, la atrajo hacia sí e inclinó la cabeza hasta que sus labios tocaron los suyos.

Pensaba que se apartaría de inmediato, que se limitaría a un beso mecánico para cumplir con las apariencias, pero no solo no se apartó, sino que notó que la presión sobre sus labios fue en aumento, y pronto se sintió como si estuviera quemándose, como si Logan estuviera marcándola a fuego con aquel beso.

Poco a poco se tornó sensual, haciéndola estremecerse de la cabeza a los pies. El estómago le dio un vuelco y una ola de calor se extendió por todo su cuerpo, abrasándola por dentro.

Tan embebida estaba por el beso, que ya ni oía el ruido de las olas, ni el de la brisa marina agitando las ramas de las palmeras, ni sentía los finos granos de arena bajo sus pies, ni el calor del sol en la cabeza.

Fueron los aplausos de los testigos lo que pareció hacer que Logan se diese cuenta de lo que estaba haciendo, porque en ese momento despegó sus labios de los de ella, y esbozó una sonrisa incómoda que lo decía todo.

Layla se pasó la lengua por los labios. La atracción que sentía hacia Logan era tan fuerte que el deseo vibraba en su interior como si alguien hubiera tirado de una de las cuerdas de un violonchelo. Aún tenía el corazón desbocado, y le temblaban las piernas. ¡Menudo beso! Estaba aturdida y sentía un cosquilleo en los labios, que se notaba ligeramente hinchados. Escrutó el rostro de Logan para ver si el beso lo había afectado tanto como a ella, pero sus ojos en ese instante eran como el océano, con sus profundidades misteriosas y sus sombras cambiantes.

Makani y Ken los felicitaron acaloradamente y el celebrante hizo que todos firmaran el registro. Logan había hecho que prepararan un pequeño refrigerio en la villa para convidar a Makani y Ken, pero estos no se quedaron mucho rato porque Makani recibió una llamada de su madre, con quien habían dejado a sus hijos, diciéndole que al menor le había dado fiebre.

–Sentimos tener que irnos tan pronto –se disculpó con una sonrisa–. Ya veréis cuando tengáis hijos: la vida te cambia para siempre… pero en el buen sentido.

–Cariño, que acaban de casarse… –le recordó su marido, pasándole el brazo por la cintura–. Deja al menos que disfruten de su luna de miel.

Luna de miel… Aquellas palabras bastaron para que Layla se estremeciera por dentro.

Logan acompañó a sus invitados a la puerta, y al cabo de un rato regresó al salón, donde Layla seguía sentada, tomando sorbos de su copa de champán y mirando el océano a través de las puertas abiertas del balcón.

Con solo cerrar los ojos sería capaz de evocar el vivo recuerdo del beso que habían compartido durante la ceremonia. De hecho, ni siquiera le haría falta cerrar los ojos. Era como si en ese mismo instante pudiera sentir la calidez de sus dulces labios y su cuerpo aún vibraba de deseo.

Era una suerte que se le diese tan bien disimular sus emociones, porque ese beso había puesto su mundo patas arriba. No había querido que aquel beso acabara. Se había olvidado por completo de dónde estaban y de por qué estaban allí.

Se suponía que aquel iba a ser un matrimonio únicamente sobre el papel; ese era el trato. Solo permanecerían casados un año y ahí terminaría. Sin que ninguno de los dos saliera malparado. Pero ese beso ya había causado estragos porque se moría por besarla de nuevo. Ese beso le había hecho pensar en llevar las cosas más allá, en hacer con Layla ciertas cosas que no tenía ningún derecho a hacer.

En ese momento ella volvió la cabeza hacia él, aún con la copa de champán en la mano.

–Bueno, pues aquí estamos –dijo.

Logan se obligó a esbozar una sonrisa que dudó que resultara muy convincente.

–Sí, aquí estamos –asintió. Levantó la botella de champán de la hielera–. ¿Quieres un poco más?

Layla negó con la cabeza.

–Mejor no. Podría empezar a decir cosas que en circunstancias normales no diría –respondió con una media sonrisa–. Ya sabes, los niños, los locos y los borrachos siempre dicen la verdad.

Logan asintió. Rellenó su copa y dejó de nuevo la botella en la hielera. Se preguntó qué diría Layla si supiera lo que estaba pensando, lo que había estado pensando desde que la había besado. Se quedaron un momento en silencio hasta que se volvió para mirarla.

–Me gustaría que me hablaras con libertad –le dijo–. No quiero que necesites unas copas de más para hacerlo.

Layla se inclinó hacia delante para dejar su copa en la mesita, rehuyendo su mirada. Se echó hacia atrás y se alisó una arruga del vestido antes de levantar de nuevo la cabeza.

–¿Por qué me besaste como lo hiciste en la ceremonia? –le preguntó, con una mirada tan intensa que lo hizo sentir incómodo.

Logan tomó un sorbo de champán antes de responder. No sabía cómo contestar sin delatarse a sí mismo. Quería volver a besarla. Y no solo besarla, sino explorar también cada centímetro de su hermoso cuerpo. Quería acariciar su sedoso cabello, besarla en el cuello, trazar con la lengua el contorno de sus clavículas, aspirar el aroma floral de su perfume hasta embriagarse con él.

–Me pareció que era lo que tenía que hacer –le dijo, en un tono que no dejaba entrever cómo se estaba debatiendo en su interior–. A Makani y a Ken, y también al celebrante, les habría parecido raro que no te hubiera besado.

Layla frunciendo ligeramente el ceño.

–Cierto. Pero me besaste como si no quisieras parar –repuso. Se mordió el labio y añadió–: ¿Lo hiciste solo… para aparentar? –había una nota conmovedora de incertidumbre en su voz.

Logan dejó su copa en la mesita y exhaló un pesado suspiro.

–No, no lo hice solo por aparentar –admitió. Cerró los ojos un instante y se pasó una mano por la cara–. Tuve un momento de insensatez, pero no volverá a repetirse.

No debía volver a repetirse, se reiteró a sí mismo con firmeza, intentando metérselo en la cabeza. Su cuerpo, sin embargo, no estaba de acuerdo.

Se hizo un silencio incómodo, roto solo por el ruido de las olas. Layla se levantó del sofá y se alejó hasta las puertas del balcón. Tenía los brazos en torno a la cintura y se la veía muy tensa.

–Entonces… ¿no lo disfrutaste? –le preguntó, con esa misma inseguridad de antes.

Logan sabía que debería quedarse donde estaba, guardar las distancias. No debería poner a prueba su autocontrol yendo junto a ella. Sin embargo, se encontró cruzando el salón, paso a paso, arrastrado por una fuerza magnética a la que no podía resistirse. Le puso las manos en los hombros y la hizo girarse hacia él. Como Layla insistía en rehuir su mirada, la tomó de la barbilla para obligarla a mirarlo.

–Lo disfruté demasiado, y ese es el problema.

Ver a Layla humedecerse los labios con la lengua fue una auténtica tortura para él.

–¿Por qué es un problema? –le preguntó.

Su voz, apenas un susurro, lo hizo estremecer. Le acarició la mejilla con el pulgar, maravillándose de lo suave que era su piel.

–Ya sabes por qué.

Su voz sonaba tan ronca como si tuviera papel de lija en la garganta.

Los ojos de Layla se ensombrecieron.

–¿Porque este matrimonio solo lo es sobre el papel? –dijo.

Logan no podía dejar de acariciarle la mejilla, ni de mirarla, igual que no podía acallar el retumbante deseo que había asaltado su cuerpo como un ejército invasor, marchando por sus venas.

–Tenemos que comportarnos como adultos, Layla.

Tenía que comportarse con sensatez; no podía perder el control…

Layla alargó la mano y le acarició la mejilla lentamente.

–Debo haber bebido ya de más, porque ahora mismo lo que quiero es que me beses otra vez. Quiero saber si el primer beso fue tan increíble por casualidad o… o si podría haber algo más.

Era ese «algo más» lo que preocupaba a Logan. Por más que luchara contra el deseo que lo consumía, temía acabar perdiendo la batalla antes o después. ¿Podría sobrevivir un año entero sin sucumbir a la tentación? ¿Hasta qué punto podía reprimirse un hombre sin volverse loco?

Si cedía a la tentación de besarla de nuevo, ya podía darse por perdido. Solo la había besado una vez, pero ese beso parecía haber liberado a un depredador insaciable en él, y no estaba seguro de cuánto tiempo más podría mantenerlo bajo control.

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, dejó caer la mano y dio un paso atrás.

–Lo siento, pero no puede ser. Si puse unas reglas fue por algo.

Aunque la mirada de Layla parecía tranquila, como la superficie de un lago en calma, podía intuir su decepción.

–Está bien, lo entiendo –respondió en un tono animado y esbozando una sonrisa para ocultar sus sentimientos–. Dejémoslo estar, entonces –fue a por la botella de champán y volvió a servirse–. Larga vida a las reglas –dijo con una expresión ligeramente burlona, levantando su copa.

Logan apretó la mandíbula.

–Escucha, no pretendo insultarte con esto; no es algo personal.

–¿Ah, no? –respondió ella. Sus ojos ahora echaban chispas.

Logan suspiró y puso los brazos en jarras.

–Piénsalo: si tuviéramos una relación normal, sería mucho más complicado ponerle fin cuando acabe el año –le reiteró–. De esta manera simplemente solicitaremos la anulación y aquí no ha pasado nada –dejó caer los brazos–. No estoy diciendo que vaya a ser un año fácil, pero los dos somos adultos y quiero que sigamos siendo amigos cuando esto termine.

Layla se cruzó de brazos y resopló.

–¿Y qué le has dicho a tu hermano?

Logan se remangó los puños de la camisa solo por ocupar sus manos en algo.

–Aún no he hablado con él; no ha contestado a mis llamadas, ni los e-mails y los mensajes de texto que le he mandado.

–Pero ¿qué le dirás?

Era una pregunta que Logan venía haciéndose desde hacía varios días.

–Ya habrá leído el testamento, pero confío en que piense que nos casamos por amor. Al fin y al cabo nos conocemos de toda la vida, y sabe que nuestro abuelo siempre te tuvo mucho cariño.

–Pues si Robbie se deja caer por Bellbrae algún día, podría costarnos convencerle de que este es un matrimonio de verdad. Ya sabes cómo es; muchas veces se presenta sin avisar. Y si descubre que dormimos cada uno en un ala del castillo, sospechará.

Logan sabía que tenía razón. Su hermano podía ser un inmaduro y un insensato, pero tonto no era. No tardaría en darse cuenta de que allí había algo raro.

–Podríamos trasladarnos a la torre oeste, a la suite grande que tiene dormitorios conectados –propuso, aunque estaría más cerca de ella de lo que pretendía, con solo una puerta entre ellos. Una puerta que mantendría cerrada a cal y canto, tanto mental como literalmente.

–Está bien –contestó Layla. Apuró su copa–. Pero… ¿puedo pedirte algo?

–Claro.

Layla dejó su copa en la mesita y lo miró a la cara.

–Cuando estemos fingiendo que estamos felizmente casados, ante Robbie o ante quien sea, ¿utilizarás algún apelativo cariñoso, o me llamarás simplemente «Layla»?

–¿Tú qué prefirieres?

–Puedes llamarme como quieras, excepto «nena» –respondió ella, y a Logan le pareció verla estremecerse ligeramente, como si aquella palabra le produjese repelús.

–¿Por qué?

Un brillo acerado relumbró en los ojos de Layla.

–Porque era un apelativo que usaba a menudo alguien a quien conocí. Lo detesto desde entonces.

Logan habría querido ahondar en aquello, pero antes de que pudiera preguntarle nada más Layla se dio media vuelta y abandonó el salón, dejando tras de sí el fragante rastro de su perfume.

E-Pack Bianca abril 2 2020

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