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Capítulo 7

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TRAS unos cuantos largos en la piscina Layla estaba cansada, así que después de darse una ducha se echó en la cama para descansar un rato. Mantuvo el oído atento, esperando oír la puerta de la entrada cuando Logan regresara de correr, pero se le empezaron a cerrar los ojos y al cabo se quedó dormida.

Hacía años que no tenía aquella pesadilla. Volvía a estar en el asiento de atrás del coche, con sus padres discutiendo en la parte de delante y su padre al volante. Iban a tanta velocidad que los árboles que había a ambos lados de la carretera se veían borrosos a través de las ventanillas. En un momento se escoraba hacia un lado de la carretera, pero su padre corregía el rumbo de un volantazo, riéndose como un maníaco, y les preguntaba burlón: «¿Qué pasa?, ¿tenéis miedo?». Su madre, que había dejado de gritarle, estaba encogida en su asiento, suplicándole gimoteante que aminorara la velocidad, con un lado de la cara amoratado por el puñetazo que él le había propinado el día anterior.

Ella veía como el árbol cada vez estaba más cerca… Gritaba, pero era demasiado tarde. Demasiado tarde. Demasiado tarde…

Alguien estaba intentando hacer que recobrara la consciencia. Sentía unas manos en sus hombros y oía que decían su nombre.

–Layla… Despierta… Estás teniendo una pesadilla. Despierta…

Pero no era la enfermera fuera de servicio que se había parado en la carretera para intentar ayudar. Cuando abrió los ojos vio a Logan sentado al borde de la cama, apartándole un mechón del rostro.

–Tranquila, estoy aquí, a tu lado. Solo era una pesadilla.

Layla parpadeó, tratando de apartar aquellas imágenes aterradoras de su mente. Se incorporó, guiñando los ojos por la luz de la mesilla de noche que Logan había encendido. ¿Cuánto tiempo había dormido? Debía haber dormido durante horas, porque fuera ya había oscurecido.

–Perdona. Dios… No sabía que fuera tan tarde… ¿Te he despertado?

Logan tomó su mano entre las suyas y le acarició el dorso con movimientos lentos y rítmicos.

–Estaba en la cama, pero no estaba dormido. Estaba repasando unos e-mails en el móvil cuando te oí gritar.

Layla miró el despertador de la mesilla de noche y vio que era casi medianoche.

–Vaya… Por mi culpa has perdido la reserva que habías hecho para cenar fuera. Lo siento; no pensé que nadar fuera a cansarme tanto.

–¿Quieres que te traiga algo de comer, o un vaso de leche caliente, o algo?

–No seas bobo; no hace falta que te preocupes por mí como si fuera una niña pequeña. No tengo hambre, y no me hace falta un vaso de leche para volver a dormirme –protestó ella con la cabeza gacha.

No se atrevía a mirarlo. La ponía nerviosa que el muslo desnudo de Logan estuviera tan cerca del suyo, las lentas caricias de sus dedos y cómo reaccionaba su cuerpo a sus caricias. Una sensación cálida se extendía desde su vientre hasta la parte más íntima de su cuerpo.

Logan llevaba puestos unos boxers, pero estaba desnudo de cintura para arriba. Layla admiró a hurtadillas los músculos de su pecho y sus abdominales, que parecían esculpidos con un cincel. Se moría por tocarlo, por deslizar sus dedos por esos contornos perfectos de su cuerpo.

–¿Quieres contármelo?, ¿lo de esa pesadilla? –le preguntó Logan.

–Hacía siglos que no soñaba eso… –murmuró ella. Al aventurarse a lanzarle una mirada, lo encontró mirándola con preocupación. Bajó la vista de nuevo y le preguntó–: ¿He dicho algo en sueños?

–Le gritabas una y otra vez a alguien que parara, y me temí que hubiera entrado un intruso en la casa. Vine corriendo y te encontré sacudiendo la cabeza en la almohada, inquieta, y comprendí que estabas teniendo una pesadilla. ¿Estabas soñando con el accidente?

Layla asintió levemente, aún sin levantar la vista, y se quedó callada un momento.

–En realidad no fue un accidente –dijo finalmente, levantando la vista por fin. Su voz sonaba tensa; tenía un nudo en la garganta–. Fue deliberado.

Logan abrió mucho los ojos, alarmado.

–¿Qué quieres decir?

–Mi padre quería matarnos a todos. Estrelló el coche contra aquel árbol porque mi madre le había dicho que iba a dejarle.

Logan le apretó la mano.

–Dios mío… –murmuró–. No puedo ni imaginarme el pánico que debiste pasar. ¡Qué cobarde! ¡Qué miserable!

–Desde luego no puedo decir que tuviera suerte con el padre que me tocó tener. Ni con mi madre, aunque creo que podría haber sido una madre mejor si no se hubiera casado con un hombre como mi padre. Ejercía una influencia terriblemente dañina y destructora sobre ella. Cuando por fin reunió el valor para abandonarlo fue demasiado tarde.

Logan le apartó un mechón de la frente y la miró con compasión.

–Es admirable cómo has superado algo tan horrible.

–No habría podido hacerlo sin tía Elsie y la ayuda de tu familia –replicó ella–. No sé qué habría sido de mí si hubiese seguido mucho más tiempo en el hogar de acogida. Pasé allí unas semanas después de terminar con la rehabilitación de la pierna, hasta que tía Elsie consiguió que le concedieran mi custodia. Era un sitio horrible, aquel hogar de acogida –murmuró sacudiendo la cabeza–. Imagino que no todos son así, que también habrá buenos hogares de acogida, pero no es lo mismo que tener una familia –torció el gesto y añadió–: Claro que mi familia tampoco era como parar tirar cohetes: mi padre era muy simpático en la calle, pero en casa era un maltratador, un auténtico diablo. Decía que nos quería, pero no conocía el significado de esa palabra –se recostó sobre los almohadones con un pesado suspiro–. Y ahora es cuando me callo. Debo estar aburriéndote con las penurias de mi infancia.

Logan negó con la cabeza y le acarició el dorso de la mano con el pulgar.

–No estás aburriéndome –replicó mirándola a los ojos–. De hecho, creo que eres una de las personas más interesantes e intrigantes que he conocido.

Le dio la vuelta a su mano y cuando se puso a trazar arabescos invisibles en su palma con el índice, Layla sintió que un cosquilleo le recorría la espalda. Aspiró temblorosa, sintiendo como el deseo afloraba en su vientre. El mismo deseo que vio reflejado en los ojos azules de Logan. Tragó saliva.

–¿Te quedarás conmigo hasta que vuelva a dormirme? –inquirió. Aquella pregunta se le había escapado sin darse cuenta. Se le encendieron las mejillas y bajó la mirada y se mordió el labio–. Perdona, olvida lo que acabo de decir. Ya soy mayorcita para dormirme yo sola.

Se hizo un silencio tenso. Logan se levantó, pero no se fue.

–Hazme sitio; me quedaré contigo –le dijo con un ademán–. Pero me echaré sobre las sábanas –le advirtió.

Layla le lanzó una mirada divertida.

–¿Qué pasa?, ¿no te fías de mí?

Logan se puso muy serio.

–Es de mí de quien no me fío.

A Layla le costó un poco volver a dormirse, pero cuando lo consiguió su sueño fue profundo, tranquilo y sin pesadillas. Se despertó al rayar el alba, cuando el sol empezaba a colarse en la habitación. Estaba tendida sobre el costado, con el cálido brazo de Logan en torno a su cintura, y una de sus piernas musculosas por encima de la suyas.

En algún momento de la noche debía haberse metido bajo las sábanas, pero ella no lo recordaba. Sin embargo, en ese momento era muy consciente de cada parte de su cuerpo que estaba en contacto con el suyo: su ancho pecho contra su espalda, sus fuertes muslos contra sus nalgas, su brazo en torno a su cintura… Oía su respiración, profunda y acompasada, y cada vez que espiraba lo sentía como una suave caricia en la mejilla.

Logan se movió en sueños, apretándola un poco más contra sí, y su mano subió hacia su pecho. Layla sintió que los latidos del corazón se le aceleraban, y más aún cuando el muslo de Logan se deslizó entre los suyos, haciendo que una ola de calor aflorara en su vientre.

–Umm… ¡qué gusto…!

Layla sabía que debería despertarlo, pero no quería hacerlo. Nadie la había tocado nunca de aquella manera. ¿Estaba mal que quisiera romper las reglas que él había establecido? Movió las piernas un poco, para experimentar, y le encantó sentir los músculos y el vello de él rozándose contra su suave piel. El pulgar de Logan comenzó a frotarle el pezón, que de inmediato se puso tirante. Un cosquilleo exquisito descendió desde su pecho hasta su sexo, dejándola sin aliento.

Cuando se dio la vuelta hacia Logan, este abrió los ojos y soltó una palabrota antes de apartarse de ella e incorporarse.

–Perdona –se disculpó con aspereza.

Layla se sintió herida en su orgullo.

–No tienes que disculparte –replicó–. No has hecho nada.

Logan se pasó una mano por la cara.

–Deberías haberme despertado –la reprendió en el mismo tono áspero. Una sombra de culpa y desprecio por sí mismo había oscurecido su mirada.

Layla puso los ojos en blanco.

–¡Por favor! ¿Por qué estás haciendo una montaña de un grano de arena? Estaba a gusto durmiendo contigo a mi lado, entre tus brazos.

Logan apretó los labios.

–Hay que parar esto –masculló, bajándose de la cama–. Tengo que parar esto –murmuró, como si se lo estuviera recordando a sí mismo.

Layla dobló las rodillas y se las rodeó con los brazos.

–¿Por qué?

–Ya sabes por qué.

–¿Porque te parece que estás traicionando el recuerdo de Susannah?

Logan la miró como si estuviera hablándole en chino.

–No. Por supuesto que no. Esto no tiene nada que ver con Susannah.

–Entonces es por mí –murmuró Layla, sin poder disimular su abatimiento.

Logan se pasó una mano por el cabello y suspiró con pesadez.

–No, es por mí. Porque no quiero acabar haciéndote daño. El sexo puede ser solo sexo, pero entre nosotros no sería solo sexo, y lo sabes. Nos conocemos de toda la vida, y meter el sexo en esa ecuación haría las cosas mucho más difíciles cuando termine el año y llegue el momento de poner fin a este matrimonio.

Layla estiró las piernas y se cruzó de brazos.

–¿Y qué pasa si cuando termine el año decidimos que no queremos ponerle fin? Podríamos plantearnos alargarlo un poco más y…

–No –la tajante respuesta de Logan le dolió a Layla como una bofetada–. No vamos a hacer eso. Si puse esas reglas fue por una razón.

–Pues a mí me parece que las pusiste porque en el fondo quieres algo más de lo que pretendes hacer creer a todo el mundo –replicó ella bajándose de la cama y yendo junto a él–. Sigues castigándote por la muerte de Susannah, y es comprensible porque fue una tragedia que perdieras al amor de tu vida, pero te mereces ser feliz, aunque ella ya no esté, aunque no puedas llegar a ser tan feliz como lo habías sido con ella.

Logan masculló un improperio y la atravesó con la mirada.

–No era el amor de mi vida –le espetó–. No te esperabas oír eso, ¿no? Al principio creí que la quería, pero luego empecé a tener dudas. Sabía que algo fallaba en nuestra relación, pero lo achacaba a que estaba demasiado volcado en el trabajo. Estaba en medio de unos cuantos proyectos importantes y tenía que viajar mucho. De hecho, creo que tardé tanto en darme cuenta de que lo nuestro no funcionaba porque pasaba demasiado tiempo fuera. Debería haber roto con ella cuando por fin me di cuenta, pero había empezado a preocuparme su fragilidad emocional. Fui tan estúpido que dejé que nuestra relación se prolongase agónicamente lo que quedaba de año, y resultó que teníamos motivos reales para preocuparme.

Layla lo escuchaba sobrecogida. Le puso una mano en el brazo y murmuró:

–No sé qué decir, aparte de que siento que aquello fuera tan… difícil para ti.

La tensión se disipó ligeramente de las facciones de Logan, que exhaló un pesado suspiro. La tomó de la mano y le acarició el dorso con el pulgar distraídamente.

–Lo que me atormenta es… –continuó, contrayendo el rostro, como si le doliera recordarlo–… que creo que Susannah sabía que quería romper con ella. Estaba esperando el momento adecuado, cuando sintiera que ella sería capaz de sobrellevarlo un poco mejor. Pero no sabía lo de su trastorno alimentario. Luego supe que lo padecía desde antes de que nos conociéramos, pero sigo sin poder perdonarme por no haberme dado cuenta de lo mal que estaba. Probablemente empeoré su situación al haber estado tan ausente todos esos meses.

Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se acercó un poco más a Logan y lo abrazó. Él la rodeó también con sus brazos, fuertes y cálidos, y sintió que se estremecía de placer. Apoyó la cabeza en su pecho.

–Sé que no sirve de nada que te diga que no te culpes, pero permaneciste a su lado y fuiste más considerado con ella de lo que lo habrían sido la mayoría de los hombres.

Logan se puso a acariciarle el cabello, y abrazada como estaba a él, con los senos pegados a su ancho pecho y la pelvis tan cerca de la suya, notó como su miembro se movía contra ella y sintió que su sexo palpitaba de deseo.

Logan se echó hacia atrás para mirarla y tomó su rostro entre ambas manos.

–Me juré que esto no iba a pasar –dijo con voz ronca. Sus ojos descendieron a sus labios–. Te mereces algo mejor que lo que yo puedo ofrecerte. Algo mucho mejor.

–¿Y si me basta con lo que tú me ofreces? –le espetó Layla, poniéndole las manos en el pecho–. ¿Y si quiero que me beses y que me hagas el amor, aunque solo sea durante el tiempo que dure este matrimonio?

No podía creerse que estuviese ofreciéndose a él así, sin el menor pudor. ¿Qué había sido de su sueño de encontrar un amor para toda la vida, con ese convencimiento secreto de que existía el «felices por siempre jamás», como en los cuentos de hadas?

Lo que había ocurrido era que no había contado con la fuerte atracción que sentía por Logan. El deseo que despertaba en ella anulaba cualquier consideración racional.

Logan cerró los ojos con fuerza un instante, como si estuviese intentando sacar fuerzas de flaqueza para no sucumbir.

–No quiero hacerte daño. De un modo u otro siempre acabo haciendo daño a las personas que me importan.

Layla le rodeó el cuello con los brazos, y sus dedos juguetearon con los mechones de su nuca.

–Solo me harás daño si no me besas, si me dijeras que no me deseas como yo a ti. Pero sé que sí me deseas. Dime que sí. ¿O son solo imaginaciones mías?

Logan le puso una mano en el hueco de la espalda y la apretó contra su miembro erecto.

–No, estás imaginándolo. Te deseo tanto que me estoy volviendo loco porque no sé cómo sofocarlo.

Layla se puso de puntillas para acercar sus labios a los de él.

–No quiero que lo sofoques. Ahora no; aún no –murmuró. «No lo sofoques nunca…».

Logan inclinó la cabeza y gruñó de satisfacción cuando sus labios se encontraron, fundiéndose en un beso explosivo. Su lengua se enroscó con la de ella, juguetona, pícara, y enredó los dedos en su melena mientras apretaba su pelvis contra la de ella, desesperado.

Layla se frotó contra él por instinto, deleitándose en lo erótico y emocionante que era sentir cómo palpitaba su miembro. Las piernas le temblaban y se le había acelerado el pulso.

Logan le puso las manos en las caderas y despegó sus labios de los de ella.

–Todavía estamos a tiempo de parar –le dijo jadeante–. Quiero que estés segura, completamente segura de que es esto lo que quieres.

Layla subió una mano a su mejilla y se la acarició.

–Es lo que quiero –le respondió en un murmullo, pero con firmeza–. Quiero que me hagas el amor.

Las manos de Logan le apretaron con fuerza las caderas, y por un momento pensó que iba a apartarla de él, pero en vez de eso la atrajo aún más hacia sí e inclinó la cabeza para besarla con un beso tan embriagador que se le erizó el vello de la nuca.

Logan interrumpió el beso para susurrarle:

–Espera… necesitamos un preservativo…

Salió de la habitación y Layla contuvo el aliento, temerosa de que cambiara de opinión, pero al poco regresó con un preservativo en la mano.

–¿Todavía estás segura de que quieres hacer esto?

–Segurísima.

Avanzaron hacia la cama entre beso y beso. Besos profundos, intensos, electrizantes. A los dos les faltaba el aliento. Las manos de Logan recorrían el cuerpo de Layla y las de ella hicieron lo mismo, con una desinhibición de la que jamás se habría creído capaz.

Una vocecilla en su mente le recordó que debería decirle a Logan que era virgen, pero no se atrevía a hacerlo; no quería arriesgarse a que él cambiara de idea, y sospechaba que lo haría. Vería su falta de experiencia como otra razón más para que su relación siguiera siendo solo una farsa sobre el papel, y ella quería que su primera vez fuera con él.

Logan la tumbó en la cama y se tendió junto a ella. Le desabrochó muy despacio los botones de la camisa del pijama, y el roce de sus nudillos contra su piel desnuda la hizo estremecer de excitación. Le quitó la camisa, empujándola hacia atrás por los hombros.

–Eres perfecta… tan hermosa… –murmuró, tomando en la palma de la mano su seno derecho.

Un cosquilleo maravilloso recorrió el cuerpo de Layla. ¿Perfecta? Era un calificativo con el que nunca se había identificado, igual que con el de «hermosa», pero la verdad era que en ese momento sí se sentía muy hermosa, se sentía como una mujer capaz de despertar deseo en un hombre, como una mujer que estaba abrazando su feminidad por primera vez.

Exploró el musculoso torso de Logan con las manos. Su pecho estaba cubierto ligeramente de vello oscuro que al llegar a su estómago se convertía en un tentador rastro que desaparecía bajo la cinturilla de sus boxers.

Logan inclinó la cabeza y tomó en su boca uno de sus pezones para luego empezar a darle pequeños lametones. Era una tortura exquisita. Layla se estremeció cuando movió la cabeza al otro seno y le infligió el mismo tormento.

–Logan, te necesito… –le suplicó sin aliento, mientras sus manos, como por instinto, buscaban su miembro erecto.

–Y yo a ti… –jadeó él, antes de besarla con ardor.

Cuando empezó a bajarle el pantalón del pijama con una mano, Layla se quedó paralizada de repente y lo detuvo, agarrándolo por la muñeca.

–¡Espera!

La brillante luz del sol iluminaba ya por completo la habitación. El día anterior el agua de la piscina la había tapado un poco, pero ahora sus cicatrices serían más que visibles.

Logan frunció el ceño.

–¿Voy demasiado deprisa? ¿Quieres que pare?

Layla tragó saliva, apretó los labios y rehuyó su mirada.

–No quiero que pares, pero me preocupa que seas tú quien quiera parar cuando veas mis cicatrices de cerca.

Logan suspiró.

–¿De verdad crees que puedo ser tan insensible?

Layla encogió un hombro.

–No serías el primero al que le repugnan.

En realidad solo le había pasado en una ocasión, con aquel único novio que había tenido en su adolescencia, pero había bastado para que cortara con ella.

Logan frunció el ceño de nuevo.

–Pues entonces es que has estado con los hombres equivocados. Eres una joven preciosa que sobrevivió a algo horrible. Nadie debería juzgarte ni hacerte sentir vergüenza por esas cicatrices. Y si lo hacen, es que son unos canallas.

–Es que… es muy duro, ¿sabes? –murmuró Layla, parpadeando para contener las lágrimas–. No había vuelto a ponerme un bañador desde que terminé la rehabilitación. Me encantaba nadar, pero incluso en la piscina de la clínica sentía que los demás pacientes me miraban como si fuera un monstruo.

Logan le apartó un mechón de la cara y la miró muy serio, pero con ternura.

–Tú no eres esas cicatrices; eres mucho más que eso. Muchísimo más.

Layla acarició sus labios con las yemas de los dedos.

–Quiero que me beses y que me hagas el amor. ¿Lo harás?

Una sonrisa muy sexy se dibujó lentamente en los labios de Logan.

–Será un placer.

E-Pack Bianca abril 2 2020

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