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I. LA DUALIDAD DE LOS ENFOQUES EN LA TEORÍA DE MARX. EL DINERO Y LA RELACIÓN ENTRE EL TRABAJO CONCRETO Y EL TRABAJO ABSTRACTO
ОглавлениеEs este capítulo Cataño retoma algunas de las reflexiones de su larga polémica con Cuevas3. Uno de los aspectos central del debate Cuevas-Cataño fue la caracterización de los elementos constitutivos de la economía clásica, y su diferencia con el modelo neoclásico. Cataño (2003) critica el capítulo IV de La Economía Clásica en Renovación (Cuevas, 2001a), titulado “Selección Endógena de Técnicas”.
Piensa Cataño que el ejercicio analítico realizado por Cuevas no fue exitoso. Primero, porque no logra precisar las características de la economía clásica y, segundo, porque se deja obnubilar por los aportes de la renta diferencial de Ricardo. Cuevas cree, de manera equivocada, que Ricardo les ayuda a los neoclásicos a resolver los problemas inherentes a las rentas diferenciales y a la sustitución de técnicas. Y, además, está convencido de que gracias a Keynes, habría alguna alternativa para entender la relación de la moneda con el valor y con la equivalencia de los precios relativos. De acuerdo con Cataño (2003, p. 18), “[...] el verdadero resultado [de Cuevas (2001a)] es hacer difícil la identificación sobre lo que es un modelo clásico y, en consecuencia, permitir su absorción por el modelo neoclásico de precios, actualmente dominante”. Cataño considera que la exposición de Cuevas es “abigarrada y compleja”, y entonces “la ordena” con el fin de poder precisar qué es el modelo clásico y en seguida mostrar las diferencias con el neoclásico. Cataño concluye diciendo que Cuevas no logra explicar el significado del valor trabajo ni en Ricardo ni en Marx.
En efecto, Cuevas (2000a) contrasta las visiones clásica y neoclásica sobre la influencia que tienen los precios de los factores en el cambio técnico. Y reconoce que la diferencia entre ambas escuelas siempre ha sido confusa porque depende de la manera como se defina lo clásico. Discute la clasificación que Marx y Keynes, cada uno a su manera, hacen de los clásicos. Muestra que estas aproximaciones son ambiguas. Buscando superar estas limitaciones, trata de clarificar el significado y los alcances de lo que se podría llamar clásico y su especificidad frente a lo neoclásico. Cuevas considera que el modelo neoclásico alcanzó un nivel elevado de formalización con los trabajos de Hahn (1982, 1985). El avance en la modelación ha sido posible gracias a la incorporación de elementos ricardianos tan importantes como la renta diferencial. En un tono optimista, Cuevas concluye que las soluciones clásicas, como la de Ricardo, han contribuido a la búsqueda neoclásica de una teoría general. Cataño (2003) no está de acuerdo con esta mirada porque, sencillamente, Cuevas nunca entendió la esencia del pensamiento clásico.
En el texto que se incluye en este libro, Cataño comienza retomando una frase de Cuevas (2003a) respondiéndole:
Sobre este punto [la teoría del valor trabajo], la crítica de Cataño (2003) peca por defecto, pues mi versión es no solo distinta, sino opuesta a la de Ricardo y Marx. Y no podría ser de otra manera porque Ricardo, a pesar de su genialidad y de contar con la impecable versión macroeconómica de Smith, optó por unos insostenibles malabares microeconómicos ensamblados en los precios de unos pocos bushells de trigo y unas onzas de oro. Los cuales fueron sustituidos por unas pocas levitas y unas varas de lienzo en la versión de Marx, cuando decidió seguir a Ricardo en sus malabares suicidas. Desenredar esto le tomó a la comunidad académica casi dos siglos y le ocasionó a la teoría clásica del valor un injusto desprestigio. (Cuevas, 2003a, p. 50).
Cuando Cuevas se acerca a Marx, dice Cataño, lo hace como un teórico de los precios relativos —como Ricardo, Sraffa y, en general, los autores neoclásicos—. Desde esta mirada, el dinero no es necesario para determinar los precios, porque ya se han definido en términos relativos. El dinero aparece después, en una segunda instancia. Tanto Ricardo como Marx, dice Cuevas, hacen malabares en el espacio de los precios relativos. En su opinión, la realidad monetaria se deriva de los precios relativos y, entonces, es necesario hacer una integración del dinero, mediante precios relativos, a la teoría del valor.
Cataño considera que Marx no construye su teoría del dinero de esta manera. No comienza con los precios relativos, sino con una dimensión absoluta, que puede estar representada en trabajo social o en dinero. Y a partir de allí deriva los precios relativos. Cuevas no se percata de que en Marx primero están los valores absolutos de los bienes y después los precios relativos. Insiste Cataño en que Marx no busca, y no tiene que buscar, una medida de valores relativos.
Una vez que ha establecido este postulado fundamental, Cataño discute el significado que tienen los valores absolutos en la perspectiva de Marx. Y pone en evidencia sus ambigüedades. A veces parece que asociara los valores absolutos al trabajo social, y en otras ocasiones relaciona los valores absolutos a las magnitudes monetarias. Así que Marx se mueve entre las dos posiciones: a veces parece privilegiar el trabajo social (homogéneo) y a veces le da prioridad al dinero.
En la lectura de Marx, continúa Cataño, los autores se dividen entre las dos opciones señaladas. Algunos ponen el énfasis en la relación entre el valor absoluto y el trabajo social. Esta posición la rechaza Cataño, que considera más adecuado centrar la atención en el vínculo entre los valores absolutos y el dinero. En su opinión, la tesis marxista que asocia el valor absoluto al trabajo social no sirve para explicar ni el mundo comercial ni el capitalismo. Por esta razón Cataño rescata al dinero, asociándolo al valor absoluto. No existe, por tanto, un mundo real separado del mundo monetario. Todos los mundos económicos son monetarios. La distinción entre lo “real” y “monetario” solo es posible, concluye Cataño, cuando la explicación económica prioriza los precios relativos. Según Keynes, Benetti y Cartelier, el dinero sería la única realidad económica y, por ende, no tiene sentido la dicotomía real-monetario.
En el desarrollo de su argumentación, Cataño trae a colación la discusión planteada por Marx sobre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. Este debate sobre los alcances de la teoría de Marx es importante porque obliga a reflexionar sobre la naturaleza del capital y los orígenes de la explotación. La lectura que hace Cataño se nutre directamente de El capital (Marx, 1867).
Cataño muestra que según Marx los precios relativos se entienden a partir “de la concepción de unos precios absolutos en términos de trabajo general o de dinero. Es decir, afirma la tesis de que los ‘valores’ preceden los ‘valores de cambio’”. El punto de partida es el valor absoluto y no los precios relativos. La realidad de la producción y las condiciones materiales que hacen posible la elaboración de la mercancía son anteriores a las relaciones mercantiles, y los equivalentes definidos en el mercado son expresiones de la materialidad del proceso productivo y de las relaciones de subordinación que allí ocurren.
La teoría de Marx, afirma Cataño, permite explicar dos tipos de economía monetaria. Una, simplemente comercial, que se desarrolla entre agentes de la misma jerarquía, con el mismo estatus. Y la otra, que se presenta en la sociedad capitalista y que se lleva a cabo entre agentes disímiles, pertenecientes a clases diferentes.
Cataño introduce la diferencia entre el valor como unidades de trabajo abstracto y el valor como cantidad de dinero. Y opta por el segundo camino. Para entender el significado del trabajo abstracto, es necesario partir de la concepción que tiene Marx del intercambio en una economía descentralizada capitalista. Esta acción de comparar y de comprar y vender es posible gracias a la existencia de una magnitud inmanente, que es la sustancia del valor de las mercancías.
Esta interacción se comprende gracias a la distinción entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. Este último se refiere a la “magnitud social que permite la conmensurabilidad económica, y en tal sentido constituiría la esfera social del bien”. El trabajo abstracto es “la sustancia social de la mercancía”. El hecho de que todos los bienes sean portadores de valores le da sentido a la relación M-D-M, mercancía-dinero-mercancía. Las mercancías se pueden cambiar por dinero porque son encarnaciones de trabajo, y la ley de equivalencia es fruto de la “identidad entre la cantidad de trabajo abstracto que se cede y el que se recibe”.
Recuerda Cataño que la gran incertidumbre del empresario es el “salto mortal de la mercancía”, que como se define en el capítulo tercero de El capital, es el proceso que convierte el trabajo privado en trabajo socialmente aceptado. Para el productor es fundamental que su mercancía sea reconocida en el mercado. El trabajo privado se puede convertir en cuotas del trabajo social, señala Marx, gracias al papel que cumple el dinero como mercancía que facilita el intercambio. En palabras de Cataño:
[…] el intercambio socializa lo que en una primera instancia es privado, pero este privado debe recibir una expresión inicial en dinero, y en tal sentido la mercancía es en un principio una encarnación de dinero (no de trabajo social) y, en seguida, tras el intercambio efectivo, lo privado se ha socializado cuando se entrega a su productor unidades monetarias, por definición representantes sociales del valor.
El dinero es la expresión del trabajo abstracto. Pero esta relación, sostiene Cataño, es confusa en la presentación de Marx. De acuerdo con Cataño, la dimensión del valor “precede lógicamente a la existencia del dinero”. Una mercancía puede cumplir la función de mercancía moneda solo en virtud de la existencia de un trabajo abstracto. Por tanto, la secuencia M-D-M tendría que ser reformulada en otros términos que reflejen el proceso de circulación monetaria. La aproximación adecuada sería D-M-D. Esta mirada permite entender el proceso capitalista de generación de plusvalía, y permite captar mejor la relación entre el valor absoluto y el dinero. La relación simplificada hace explícito el circuito monetario D-D´, que le permite a Marx mostrar dos aspectos centrales. Primero, el objetivo del capitalismo no es la producción de los bienes por sí mismos, sino la búsqueda de la riqueza abstracta. Se trata de que en el proceso el dinero final D´ sea superior al dinero inicial D. Segundo, la producción tiene que tomar la forma de gasto monetario, para que el dinero inicial permita comprar los bienes de producción y pagarles a los obreros. En la sociedad capitalista el gasto monetario es absolutamente necesario para que haya producción. Esta situación no se presenta en el mundo mercantil simple porque los bienes resultan de la actividad del propio trabajador.
Yendo más allá de la argumentación de Cataño, la discusión que es relevante en su contenido, no necesariamente lo es en sus conclusiones4. El trabajo concreto se refiere a la materialidad específica del bien. El trabajo abstracto tiene que ver con la valoración monetaria y corresponde a un criterio general, por fuera de las características específicas de cada proceso productivo. La relación entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto podría leerse con la lente estrecha de la dicotomía clásica, que busca una simetría entre los mundos monetario y real. Pero esta visión es muy simplista. En la perspectiva de Marx, hay una relación directa entre estas dos formas de trabajo, que corresponden a relaciones complejas que van mucho más allá del intercambio, que es el objeto de estudio de la dicotomía clásica. Según Marx, el trabajo incorpora relaciones de explotación que no se pueden observar en el proceso de compra y venta de mercancías.
Cuando el punto de partida es la búsqueda de una teoría objetiva del valor, la dualidad entre trabajo concreto y trabajo abstracto lleva a hacerse la pregunta por la gravitación de los precios de mercado alrededor de un precio natural. Con la lógica de la teoría objetiva, es indispensable buscar un ancla. Aun los autores que han defendido una aproximación subjetiva al valor se han preocupado por anclar las relaciones monetarias. Esta necesidad se ha acentuado en los últimos años, sobre todo a partir de las dos guerras. En el siglo XIX la inflación no era una preocupación central de la teoría. Al observar las series largas de Piketty (2014) se comprueba que entre 1700 y 1913 la inflación anual a duras penas llegó al 1%. El aumento de los precios comenzó a ser una preocupación después de la Primera Guerra5. En estas condiciones de bajísima inflación es factible introducir la reflexión sobre la dicotomía clásica, que postula una relación simétrica entre los mundos real y monetario. Es razonable suponer, entonces, la existencia de una correspondencia entre trabajo concreto y abstracto. La moneda es, de alguna manera, la expresión del trabajo abstracto.
Con el paso del tiempo el desarrollo de los sistemas financieros ha llevado a un distanciamiento cada vez mayor entre los mundos monetario y real (Davidson, 1978). A medida que estas situaciones se van presentando, la pregunta por la naturaleza del dinero es más urgente. La progresiva autonomía del dinero y de los procesos financieros lleva a dudar de la correspondencia entre trabajo concreto y trabajo abstracto. Las preocupaciones de Marx responden a las características de una sociedad en la que existía una relación estrecha entre la moneda y las dinámicas reales.
La preocupación de Cataño por el papel de la moneda y su relación con el valor absoluto se vuelve especialmente compleja cuando la distancia entre los activos financieros y el mundo real se va ampliando. En las circunstancias actuales la pregunta por el vínculo entre la moneda y el trabajo abstracto puede ir perdiendo sentido. Y, como afirma Cuevas, el acento de la reflexión se ha dirigido a un campo de naturaleza keynesiana. Quizás por fuera de las preocupaciones de Cataño, en las sociedades contemporáneas habría que indagar de manera especial por las causas de la creciente autonomía del dinero.