Читать книгу Las independencias iberoamericanas en su laberinto - Varios autores - Страница 9
ОглавлениеNIDIA R. ARECES
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
La propuesta de reflexionar sobre el proceso de las independencias iberoamericanas abre una agenda interesante que, por supuesto, puede completarse y cuyas respuestas no tienen, a mi entender, carácter concluyente. En este desarrollo se trata de exponer algunas cuestiones y argumentar otras con la intención de dar lugar al debate que siempre posibilita enriquecer conocimientos y fructificar ideas.
1. ¿Cuál es su tesis central sobre las independencias?
El concepto de «era de las revoluciones», difundido a partir de la obra de Eric Hobsbawm, da lugar a incluir las independencias iberoamericanas en el amplio conjunto de transformaciones y de sustanciales cambios que se producen, tanto espacial como temporalmente, en el mundo atlántico desde mediados del siglo XVIII a mediados del siguiente, en el transcurso del cual se conforman los modernos Estados nacionales. En este sentido, se dejan de lado aquellas interpretaciones que entienden que los movimientos de independencia son fundamentalmente eventos particulares y específicos de la historia de América, no comparables con los producidos en Europa ni en las colonias inglesas de Norte América.
Una variante clave del concepto es el de «revolución atlántica», cuyo significado principal lo cubren básicamente los principios derivados de las revoluciones francesa y americana y de sus programas de transformación de la sociedad, que se difunden en ese complejo y vasto mundo atlántico. Al respecto, cabe mencionar la influencia que sus declaraciones y proclamas ejercieron en círculos instruidos o la que la Revolución francesa tuvo en la Revolución haitiana.
La amplia periodización que contempla la «era de las revoluciones» tiene su utilidad en la medida en que, entre otras cuestiones, permite explicar el vocabulario político que se estaba utilizando a partir de las mudanzas de palabras y de significados; permite despejar mejor las tensiones que se dan en el ámbito económico, en particular en el cuadro de las finanzas y del comercio, al enmarcarlas en la larga duración; permite encuadrar las guerras que se dieron a ambos lados del Atlántico en ese largo período y, específicamente, las guerras de las independencias; resumiendo, una visión con esta perspectiva permite abarcar temas diversos como las ideas religiosas, los nacionalismos y el ámbito cultural, tan necesarios si se quiere llegar a una comprensión más profunda y acabada del proceso histórico.
Por lo demás, conceptos como éstos rompen con los hábitos historicistas que acotan el estudio a la prolongada década en la que se sucedieron los hechos específicos de las independencias. Se pregunta por el antes y el después. Unos tiempos precedentes que indagan acerca de la desintegración de los imperios coloniales de antiguo cuño. De éstos, hay que señalar que, en el marco cambiante de la dimensión internacional, por su propia flexibilidad y su capacidad para incorporar a muchos grupos sociales diferentes dentro de su órbita política, sobrevivieron tres siglos. Y unos tiempos posteriores signados por las paradojas de la construcción de la nación, de la organización estatal y de la búsqueda de las señales identitarias donde se pone de manifiesto la diferente consistencia política de los «pueblos» americanos que han establecido lazos de identidad con la tierra que habitan, que buscan legitimar la «patria» que empieza a construirse y crear símbolos que la encarnen.
Ahora bien, comprender las independencias desde la perspectiva planteada no desestima de ninguna manera que su detonación tenga el origen en la crisis y el derrumbe de los imperios ibéricos y la creciente presencia inglesa. El conflicto europeo, que afecta a la metrópoli, que se muestra incapaz de resolverlo por sí misma, constituye un marco sumamente propicio para el desencadenamiento de las independencias. A estos elementos hay que agregar que en casi todas las capas sociales americanas a fines del dominio colonial existen descontentos como consecuencia de la suma de contradicciones que el sistema había acumulado y que las reformas borbónicas incrementaron. Éstas no sólo contemplaron los aspectos administrativos, económicos y militares, sino el proyecto de redefinición imperial y, concomitante con ello, los procedimientos de corte absolutista que fueron activados para llevarlo a cabo. Una idea imperial reformada que distanciaba aún más a España de los territorios coloniales, que se fueron conformando en campos propicios para el discurso patriótico criollo interesado en indagar los antiguos orígenes de las civilizaciones americanas.
Contextualizadas las independencias en un proceso espacio-temporal más abarcador de modernización política, hay que preguntarse sobre éstas, lo que implica caracterizarlas. Las independencias, pertinente plural para analizar las especificaciones regionales, fueron revoluciones que se enfrentaron al absolutismo y a las instituciones asociadas con el Antiguo Régimen. Esas luchas, en la mayoría de los casos, se hicieron para erigir la república frente a la monarquía, luchas que no pueden ignorar el papel de los pueblos, su ideario y sus proyectos, así como sus manifestaciones y protestas.
El carácter revolucionario de las guerras de las independencias pone de relieve las contradicciones sociales y las tensiones resultantes del régimen colonial en su conjunto y del colapso imperial, pero también de las fuerzas y estructuras emergentes de la construcción de los nuevos Estados nacionales. Durante este proceso, el conjunto de la población se militarizó, contribuyendo directa o indirectamente al sostenimiento de las «guerras de las independencias», que se dieron entretejidas con luchas intestinas, enfrentamientos entre liberales y conservadores y entre federales y centralistas.
Resumiendo, las independencias iberoamericanas no sólo fueron el resultado de un cúmulo de reacciones ante la crisis de la monarquía; en ellas tuvieron que ver proyectos que un campo muy complejo de ideas provenientes de distintas vertientes había hecho germinar y que encontraron en esa coyuntura las condiciones propicias para llevarlos a cabo.
2. ¿Qué provocó la crisis de 1808?
La crisis de la monarquía ibérica tiene como efecto las revoluciones de independencia, el desmembramiento del Imperio español y el surgimiento de los Estados-nación hispanoamericanos. Si se tiene en cuenta este resultado, que incluye buscar las respuestas locales de la crisis metropolitana, los sucesos ocurridos entre los años cruciales de 1808 y 1809 se muestran en toda su magnitud, implicancias y repercusiones. Sin embargo, la crisis de 1808 no puede entenderse si no es incluida en la coyuntura crítica que se inicia a comienzos del siglo XIX. La libertad de comercio, la guerra con la Francia revolucionaria, la inversión de alianzas y la consecuente guerra con Inglaterra, que se mantuvo hasta ese año de 1808, implican un decisivo cambio en la relación entre las colonias y su antigua metrópoli. Es más de una década de guerra en la que el Imperio español se ve involucrado, lo que afecta a las finanzas y el comercio de la metrópoli y sus colonias.
Las abdicaciones de Bayona, la designación como rey de José Bonaparte, los levantamientos en las provincias españolas contra los franceses, la formación de juntas insurreccionales en nombre de la fidelidad a Fernando vii, el funcionamiento del Consejo de Regencia son acontecimientos que dan lugar a cuestionar quién gobierna y en nombre de quién. El problema de la legitimidad de los nuevos gobiernos provisionales y de la representación política entra a debatirse tanto en España como en América. En las colonias se discute el reconocimiento por parte de la Junta Central, entrando en cuestión la precariedad de su legitimidad, que se basa en que sólo está constituida por la delegación de las juntas insurreccionales peninsulares. Se brega por la convocatoria de Cortes Generales y la elección de los diputados que representarán a los territorios hispanoamericanos. Los americanos son convocados por el decreto del 22 de enero de 1809 a elegir vocales a la Junta Central, que proclama la igualdad de representación. Sin embargo, la desigualdad en la representación es por otra parte notable: nueve diputados para América frente a treinta y seis para la península, ante lo cual se manifiestan diversas reacciones americanas; en ellas se conjugan tanto el interés por participar como el descontento que produce la desigualdad numérica y el trato que se le da en conjunto a América.
A partir de lo acontecido en 1808, la representación del poder tradicional queda menoscabada al revertirse los principios que confieren autoridad y derechos legítimos a la monarquía de los Borbones. El acatamiento a José I parte de los Consejos y de sectores de la nobleza y de la Iglesia, mientras la insurrección proviene de los que desconocen el Gobierno impuesto por Napoleón, los que organizan las juntas de gobiernos tanto para responder al poder usurpador como para lograr la reorientación de la insurrección que se extiende espontánea y anárquicamente. En España son tiempos de movilizaciones espontáneas, luchas de guerrillas que tienen como permanente leiv motiv combatir al invasor francés, pero también de enfrentamientos faccionales y conspiraciones. El ejército no queda al margen de estos tiempos de convulsión revolucionaria, donde participa la población en su conjunto, militarización que tiene un repliegue con la entrada del ejército napoleónico.
Los acontecimientos de la península repercuten en distintas regiones hispanoamericanas en donde se pretende establecer constitucionalmente la autonomía en el marco de la Monarquía española, movimientos que sólo consiguen el rechazo de las autoridades surgidas después de Bayona. Las pretensiones autonómicas de los americanos buscan el reconocimiento de su personalidad política, que conlleva el rastreo de su identidad, al enfrentarse a los españoles y optar por la independencia y organizar un nuevo Estado. La nación no existía ni tampoco la respectiva nacionalidad, éstas fructificarán con el proceso que se inicia. En virtud de la acefalía del trono y de la retroversión de la soberanía, se abre el debate del sujeto portador de la soberanía.
Frente a la cuestión de la legitimidad del poder se presentan el del gobierno, de la representación y de la soberanía. La teoría de la reasunción de la soberanía ante el trono vacante se convierte en América en una tesis recurrente que proviene de la tradición jurídica castellana, que permite afirmar que, en ausencia del monarca, la soberanía retorna al pueblo. Se escucha una multiplicidad de discursos donde se entrecruzan las voces de los españolistas con las de los criollos, dejando en ellos marcas de la existencia de las singularidades americanas y de sus complejidades socioétnicas y culturales. Pero, sobre todo, se advierte la variedad de manifestaciones que tiene el ejercicio de la soberanía en esos años, lo que permite comprender mejor por qué, a pesar de que algunas juntas en su constitución, como la de Buenos Aires, invocan la soberanía popular como fuente de su legitimidad, esto no implica automáticamente un propósito independentista.
La formación de juntas en Hispanoamérica atañe a las elites políticas, que actúan con pretensiones soberanas, aunque esa soberanía se ejerciera con carácter de transitoriedad, esto es, proclamando una recuperación de la soberanía del monarca con el propósito de devolución cuando éste recobrara el trono. Se está frente a una representación de la soberanía del monarca cautivo o a un depósito de la soberanía. Pero si bien esas juntas surgen estimuladas por el ejemplo de las españolas de 1808, se forman sobre un terreno relativamente preparado para iniciativas autonómicas en el marco de la monarquía.
En los comienzos, la visión tradicional de que la representación de la comunidad política antigua son las ciudades representadas por sus cuerpos municipales sirve de base a la formación de las juntas autónomas americanas, replanteando la antigua reivindicación de gozar de iguales derechos que los españoles de España e incluso de derechos prioritarios en sus Reinos de Indias e invocando para justificar su creación las bases pactistas que habían sido empleadas por las juntas peninsulares. Las doctrinas contractualistas y su médula, el principio del consentimiento, informan todo el proceso desatado por los sucesos de Bayona. Que el príncipe no puede ceder su reino sin consentimiento de sus súbditos es una doctrina de raíces medievales que se encuentra en los iusnaturalistas que tanto influyeron en Europa y en América.
En 1809, el futuro de la península se vislumbra como muy incierto mientras el malestar se acrecienta. En América, se debate la fidelidad al rey al mismo tiempo que la infanta Carlota Joaquina de Borbón, residente en Río de Janeiro, pretende ser reconocida como regente de los dominios españoles en América y las ideas revolucionarias de distinto cuño se propagan por todos los ámbitos. El turbulento ambiente político se inquieta aún más con las noticias que provienen de la península; proliferan las reuniones y los cónclaves en donde participan todos los sectores de la población, no quedando al margen las fuerzas armadas, cuya situación es la heredada de las reformas borbónicas.
Los conflictos aparecen entre aquellos que defienden los intereses peninsulares y los americanos, o mejor dicho, entre los defensores del orden colonial y quienes a partir de la crisis de la metrópoli quieren transformarlo, posiciones que no están claramente definidas ni demarcadas. Tanto españoles como criollos participan en ambos grupos, utilizando los espacios políticos habilitados durante la colonia, especialmente, los cabildos, ámbito indiscutible de debates y tomas de decisiones. Adquieren relevancia los intereses locales respecto a la aplicación de las disposiciones dictadas desde la península, jugando en ello las demoras ocasionadas por las largas distancias. Cobra sentido entonces el papel que los espacios capitulares y militares, cabildo y cuartel, desempeñan como ámbitos privilegiados donde los actores políticos se desenvolvieron durante la crisis imperial y los acontecimientos que le siguieron.
En 1810, algunas regiones de América acatan al nuevo Gobierno peninsular representado por el Consejo de Regencia, y se realizan las elecciones para Cortes generales del reino sólo en México, América Central y Perú, mientras que en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, se organiza una Junta que, en nombre de Fernando VII, no reconoce al Consejo de Regencia. La situación en esta última capital difiere de las otras en la medida en que la revolución rioplatense que se inicia con la Primera Junta de Gobierno cuenta con fuerzas militares organizadas, localmente indiscutibles y con experiencia por haberse enfrentando a los invasores ingleses en 1806 y 1807. Pero no todas las ciudades de provincia acatan lo dispuesto por la ciudad capital, lo que acarrea otros debates y conflictos que se van a prolongar durante largo tiempo.
3. ¿Se puede hablar de revolución de independencia o, por el contrario, primaron las continuidades del Antiguo Régimen?
Una cuestión previa que plantear es si en las sociedades americanas existían reclamos que incitaran a la revolución. Las manifestaciones de descontento en forma de rebeliones, insurrecciones, protestas se sucedieron en el mundo colonial sobre todo a lo largo del siglo XVIII, muchas de ellas inducidas por la aplicación de las reformas borbónicas, que actuaron como caldo de cultivo de ideas portadoras de cambios. Pero estos movimientos no terminaron en proclamas de independencia; su adhesión al gran cuerpo imperial no era cuestionada. En ese mundo de las ideas de finales del siglo XVIII y principios del siguiente, fraguaron distintas corrientes de pensamiento provenientes del liberalismo y de la ilustración que, junto con el absolutismo, impregnaron los campos de la política, la educación y la cultura. Los actores políticos del período, muchos de los cuales harán de las independencias la plataforma para cuestionar el ordenamiento existente, conocen estos antecedentes y están impregnados del pensamiento filosófico y político en boga.
Al plantear la fecha de 1808 como decisiva para el proceso que se inicia, hay que preguntarse respecto a las formas de gobierno que comenzaron a darse. ¿Cuánto tenían de tradicional?, ¿cuánto de revolucionario?, ¿cuánto de moderno? Y, específicamente, si los líderes del juntismo eran revolucionarios, teniendo en cuenta que muchos de ellos estaban de acuerdo con la tradición monárquica española. En este punto, la remisión a la cuestión de la soberanía es esencial porque entre la asunción de la soberanía como depósito o como atributo esencial existe una trascendental diferencia. Como depósito implica tutelar, usar, administrar, pero, de ninguna manera, alterar el orden existente; en cambio, como atributo implica que el pueblo o la nación la asume; por consiguiente, la antigua forma de gobierno es desposeída y se le atribuye a un nuevo actor político que está posibilitado para construir un nuevo orden; para alcanzarlo el camino es la revolución.
Por un lado, se aprecia que el retorno del poder al pueblo proviene de las más tradicionales concepciones de la monarquía y la actuación de las juntas se aproxima más a esa interpretación tradicional que a lo ocurrido en la Revolución francesa. En un comienzo, el juntismo americano emite y difunde, con un lenguaje legal, declaraciones de autonomía y no de independencia, manteniendo su dependencia de la metrópoli. Con ese propósito los americanos se remiten al mismo conjunto de nociones político-constitucionales que los propios españoles utilizan para justificar su actuación, pero que éstos les niegan, reprimiendo sus intentos de constituir gobiernos locales a semejanza de lo hecho en España.
Por otro, la propia dinámica de los acontecimientos conduce a las independencias, una dinámica que incluye los tiempos que cada sociedad tiene de entender y hacer la política. En los comienzos, la incertidumbre respecto al futuro de la monarquía es un factor determinante para sostener la posición autonomista. La rapidez con que se suceden los acontecimientos y las audaces decisiones que los «españoles americanos» toman, muchas veces con apoyo de peninsulares que se reconocen como americanos, conducen a que controlen las situaciones políticas derivadas de la crisis de la monarquía. Se percibe que el mundo se está invirtiendo, y este proceso no es para nada cómodo para la elite que busca readaptarse a los nuevos tiempos. La mayoría de los actores políticos brega por el logro de la mayor autonomía posible, mientras una pequeña parte de ellos está empeñada en independizarse. La cuestión es legitimar lo actuado, para lo cual, si el desenlace debía ser la recuperación del trono por Fernando VII, un argumento válido es el de la «representación» de la soberanía del monarca. Por otra parte, el control de la situación local posibilita la toma de decisiones, entre las que queda incluida la más significativa y relevante: la declaración de independencia.
¿En qué medida el proceso que se desencadena a partir de la crisis de la monarquía conduce a las independencias? Para ello no sólo hay que poner en la balanza de la historia los efectos que cada hecho produce, sino los proyectos, muchos de ellos contrapuestos entre sí, que se elaboran y tratan de concretarse en el marco de legitimar las emancipaciones y de alcanzar el tipo de independencia que se desea. Por supuesto que resulta difícil desentrañar el propósito inicial de los participantes en las independencias iberoamericanas y conjuntamente la forma de legitimar la conformación de los gobiernos locales. Hay que señalar que la historiografía relativa al lapso 1808-1810 ha tenido algunos contrapesos, sobre todo ha estado muy ceñida a detectar el grado de voluntad independentista de los actores políticos. Las actuales interpretaciones entienden que el proceso abierto por la crisis de la monarquía provoca la emergencia de un abanico de iniciativas entre las cuales la independencia total no es la única, ni tampoco, en las primeras etapas, un objetivo determinante de los acontecimientos.
Los procesos resultantes de las emancipaciones muestran la supervivencia de la «antigua constitución» y las formas de acción política concomitantes así como las dificultades que se tienen que afrontar cada vez que se ansía innovar en materia de política. Los intentos de cambio que, a pesar de los repetidos fracasos, se van imponiendo junto con la resistencia de las antiguas formas dan como resultado que, en el transcurso de las décadas que siguen a las guerras de la independencia, se van hibridando las nuevas con las viejas tradiciones y prácticas políticas que se aprecian, por ejemplo, en la relación entre la autoridad central y los pueblos. Ésta es concebida fundamentalmente por éstos en términos de acuerdos pactados entre ciudades, aunque no están ausentes fórmulas unitarias de gobierno. El papel político desempeñado por las ciudades, tanto las capitales como las de provincia, y su tendencia de autogobierno aluden a la emergencia de soberanías locales, lo que pone en el tapete de discusión la cuestión de la soberanía y también las prácticas representativas que se inauguran, para lo cual hay que tener en cuenta las relaciones con las bases sociales y políticas que sustentan a los nuevos poderes.
En síntesis, si en la América hispana el proceso se inicia siguiendo los pasos de los acontecimientos que se producen en la península, cada vez más adquiere un vuelo propio encaminado a provocar una ruptura política y revolucionaria. Pero, ¿cuánto hubo de «revolucionario» en las independencias? Revolución, genéricamente, implica un giro radical con respecto a la situación anterior. Los propios actores que experimentaron esos tiempos históricos percibieron y no dejaron de expresar que eran partícipes responsables de decisivas transformaciones. Claramente, las independencias dieron lugar a los tiempos de primacía de lo político, donde los principales interrogantes sobre la institución de la sociedad y los fundamentos del poder entran a debatirse: ¿Quién ejercería los poderes legítimos? ¿Cómo organizarlos?, es decir, el problema de la gobernabilidad de las nuevas naciones surgidas del desmembramiento del Imperio español, que concierne, sobre todo, a la forma de gobierno que adoptar. Siguiendo este razonamiento, una cuestión que irrumpe por sí misma ¿Cómo los revolucionarios se erigieron en defensores de la república? No puede dejar de admitirse que el sistema republicano encarnado en la comunidad política de habitantes poseedores de virtudes cívicas, aprendidas muchas de ellas a través de los catecismos patrios, constituye una de las herencias más importantes del proceso de las independencias hispanoamericanas.
4. ¿Cuáles son las interpretaciones más relevantes, a su entender, que explican las independencias iberoamericanas?
A través del tiempo se fue reivindicando la inscripción en determinadas corrientes historiográficas de las interpretaciones que explican las independencias iberoamericanas. Una revisión significativa de los períodos previos e inmediatamente posteriores a las independencias comienza a darse a partir de la segunda mitad del siglo XX. Con ella se desplaza la de las historias patrias construidas por los historiadores del siglo anterior, y por consiguiente son rechazados los paradigmas del historicismo positivista. Algunas de esas nuevas visiones no dejan de nacionalizar el pasado buscando erigir mitos de la nacionalidad, acentuando en la interpretación el sesgo político ideológico; otras privilegian los temas institucionales, también los militares y los provenientes del campo de las ideas, acopladas a la historia descriptiva documental. Tanto unas como otras, en general, esquematizan los conflictos de intereses contraponiendo americanos con españoles como bloques monolíticos, reservorios de agravios acumulados durante los tiempos coloniales que eclosionan con la independencia.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, el campo historiográfico vuelca su interés al análisis de las estructuras económicas y sociales y a la dominación colonial, debates dados sobre todo en el marco del marxismo funcionalista o del estructural funcionalismo, interesados en explorar el subdesarrollo. Las continuidades de las variables que signan la situación de dependencia de América Latina, según estas corrientes de interpretación, indican una naturaleza no revolucionaria de las independencias en la medida en que éstas no habían removido las tradicionales estructuras sociales, con lo que sobrevivieron las tradiciones y los poderes del Antiguo Régimen. Por consiguiente, el orden emergente no había absorbido los cambios que la etapa revolucionaria había podido acarrear y que actuaron como desestabilizadores que hubo que integrar a través del empleo de la fuerza. Esta corriente que desecha la interpretación de las independencias como revoluciones burguesas que, como tales, habían inducido al nacimiento de un capitalismo nacional, arriba a la conclusión de que no constituyen revoluciones sociales, pues las clases poseedoras, además del poder económico, supieron hacerse con el control político aprovechando el momento revolucionario.
En las décadas de los ochenta y noventa, el campo historiográfico en su conjunto, y en particular la historia social, reciben el aporte de la historia «desde abajo», nutriente que incide en las interpretaciones que se tenían sobre las independencias, abriendo otras vías de análisis. Una de esas vías se encamina hacia la indagación del descontento social, buscando sus raíces, indagando su composición y tratando de comprender el comportamiento de los sectores sociales y de la sociedad en su conjunto. En particular, la elite y la plebe se constituyen en conjuntos preferenciales en los análisis historiográficos. Otras vías se van encaminando hacia la historia regional y local, recorriendo estudios de casos e individualizando sujetos participativos que no tenían reconocimiento en el panteón tradicional de los héroes nacionales.
La renovación de la historia política signa profundamente el rumbo de las últimas dos décadas de la historiografía independentista. No se trata ya de una narración de acontecimientos políticos, sino ante todo de comprender la lógica de un proceso que pone en juego los elementos constitutivos de lo político. Sus focos preferenciales están dirigidos a lo institucional, cultural y a la cultura política, apareciendo con esta renovada perspectiva un flujo de publicaciones sobre las independencias y la conformación de los nuevos Estados. La historia política sigue aún campeando, linda con la historia cultural y también con una historia global que le permite interrelacionarse con distintos campos disciplinarios.
En medio de este panorama de renovación se instala la reinterpretación general de François-Xavier Guerra acerca de las revoluciones hispánicas. Este historiador sostiene que en todo el mundo hispánico, incluida la propia España peninsular, se producen al mismo tiempo fenómenos tan parecidos que dan lugar a esa denominación. Sus planteamientos sobre distintos tópicos, modernidad, actores políticos, republicanismo, soberanía, representación, liberalismo, sociabilidad, entre otros, decididamente impactan y renuevan el debate sobre las independencias y el nuevo régimen emergente.
Desde la historia conceptual, que evalúa tanto las modalidades de las apropiaciones que hacen los actores involucrados de las circunstancias políticas cambiantes de la época como los distintos significados que van conformando la historia de los conceptos, se abren nuevas perspectivas de análisis. Hay que reconocer que gran parte de la confusión imperante en la historiografía respecto a las independencias y a las organizaciones políticas que surgen de ellas proviene de una interpretación anacrónica del vocabulario político de la época. En este sentido, la historia conceptual entiende que con las independencias se inicia un proceso de reelaboración conceptual del legado imperial, siendo el momento constituyente de las historias nacionales. El lenguaje visto de esta manera no es sólo un instrumento para la expresión del pensamiento, sino que es histórico al diferenciar las voces de los propios agentes de las interpretaciones de los historiadores. Por consiguiente, se trata de hacer la historia de los modos característicos de producir conceptos y de rastrear los cambios de sentidos en esas categorías y en el sistema de sus relaciones recíprocas.
5. ¿Qué temas quedan aún por investigar?
El comportamiento de los diferentes sectores sociales en el transcurso de las independencias ha merecido la atención de distintos historiadores, a pesar de lo cual sería deseable que se diera un tratamiento mayor de la participación y el protagonismo de los sectores populares y/o subalternos. Se entiende que en este proceso la denominada «plebe» adquiere relevancia y, en algunas circunstancias, su actuación resulta definitoria, pero también el resultado es concluyente: será la elite la que termine obteniendo las mayores ventajas a través de los reacomodamientos que realiza y que le permiten reubicarse social y políticamente. En general, habría que ahondar en distintos aspectos que permitan conocer mejor la incidencia del proceso político en la revolución social y para ello abarcar las distintas categorías y estamentos sociales.
En este sentido, una línea sugerente es incluir los aspectos étnicos, en particular las confrontaciones que de ellos se derivan provenientes de los rasgos asumidos y formalizados de una sociedad de castas y que derivan en situaciones de violencia. Específicamente, indagar en la participación de la población indígena en las independencias y en su postergación política, la que se produce tanto por la negativa de los liberales gaditanos a integrarla en la ciudadanía en construcción, como por el desinterés de los independentistas americanos para hacerlo. Seguramente, esto contribuirá al análisis de las postergaciones y los relegamientos que, en el marco de prejuicios e injusticias, esta población ha experimentado y experimenta, teniendo el cuidado de advertir, para no caer en antinomias, las cuestiones que para la época atañen a la concepción de la soberanía predominante en cuanto a la incompatibilidad entre el régimen representativo liberal y el sistema comunitario indígena. Aún más, indagar en el traspaso de indio tributario a ciudadano de segunda clase permite reflexionar acerca del concepto de ciudadano y de su vinculación con la noción de igualdad, que se abre a múltiples cuestiones derivadas de los cambios políticos iniciados con las independencias, entre ellas las resignificaciones de las categorías de los sujetos políticos.
Otro tema que seguir indagando es el del género, entendido no sólo como una categoría analítica, sino como una realidad cultural, que si bien contempla la historia de las mujeres, comprende un conjunto muy complejo de relaciones. Es decir, no sólo tratar de explicar la participación de las mujeres en el proceso y en la arena política, sino las relaciones que entre los géneros se producen y las transformaciones que se experimentan. En principio, desechar esa visión estrechamente patriótica de «heroínas de las guerras de las independencias» y hacer hincapié en el contexto histórico de las condiciones socioeconómicas de las mujeres en relación con los hombres, evaluando los artefactos culturales, las creencias, las prácticas, la persistencia de lo viejo frente a nuevas corrientes de cambio que reevalúan el papel de las mujeres en la sociedad y el universo relacional.
Reclaman también la atención no sólo los actores y las interacciones, sino los símbolos, las apariencias y las representaciones, entrando en el campo de las tradiciones y de los valores, su vigencia y su transformación, impactados por los acontecimientos revolucionarios. Este campo se completa con los lenguajes, los imaginarios y las identidades políticas que deben seguir siendo atendidos para continuar desentrañando el proceso.
Hay un tema que resulta no sólo motivador, sino que presenta amplias perspectivas analíticas, el referido a los aspectos más regionales de las independencias, con el propósito de desvelar las especificidades de las distintas regiones y localidades para integrarlas en un conjunto que no sólo tenga en cuenta unas grandes batallas y la gesta de unos grandes personajes. En la base de todo esto campea la idea de desechar una imagen colectiva de pertenencia y orígenes comunes destinada a imponerse sobre la realidad de las sociedades plurales. Para ello, el proceso independentista hay que observarlo no sólo como una yuxtaposición o interrelación de fuerzas localistas o escenarios sociopolíticos diversos, sino que obliga a indagar sobre los comportamientos políticos de los sujetos participantes tanto en el medio urbano como en el rural, tanto en las ciudades capitales como en los centros locales. Una de las tareas que hay que realizar consiste entonces en bucear en las formas que toma la incorporación de los distintos espacios regionales y de nuevas masas humanas y las transformaciones que experimentan los viejos recintos coloniales en cuyo devenir otorgan un nuevo sentido a la territorialidad del Estado-nación en formación y su ámbito jurisdiccional. Esas regiones no pueden definirse históricamente a través de las relaciones de equilibrio, sino más bien en función de conflictos, guerras intestinas y/o civiles y violencia, que atañe en especial al universo campesino.
La indagación de las independencias a partir de una perspectiva de historia regional no obvia la estrecha vinculación de los procesos americanos con la historia política española, que es uno de los tantos caminos emprendidos para repensarlas, porque todo se enriquece si se mira desde la diversidad de un imperio que se va a desmembrar, pero que ha involucrado a multitudes de personas social y culturalmente diversas, distribuidas en un territorio vasto y muy heterogéneo. Esto se reafirma aún más porque todas las fuentes indican la mutua causalidad y permanente imbricación entre los acontecimientos de la península y los de los territorios americanos. Con esta perspectiva, se deja de lado la contemplación que de estos fenómenos hicieran los historiadores del siglo XIX, tanto españoles como americanos, para los cuales el marco determinante es el Estado-nación. De esta manera, desplazaban del análisis a la Monarquía hispánica, la estructura política cuya existencia había precedido a la de esos nuevos Estados y que los había contenido.
6. Cuestiones que desee formular y no hayan quedado registradas anteriormente.
Merece que se le preste especial atención a la perspectiva comparativa y de largo plazo para que el estudio de las independencias iberoamericanas no quede circunscrito a eventos particulares y específicos y, de esta manera, se intente una mejor comprensión de los fenómenos históricos ocurridos en ambas orillas del Atlántico desde mediados del siglo XVIII a mediados del siguiente. Al escribir historia comparada, las diferencias que en un principio yacen ocultas salen a la luz, y las similitudes no resultan tan estrechas como parecen, incluso las comparaciones, por más imperfectas que parezcan, llevan a la reflexión histórica a un plano que trasciende los provincianismos, lo que motiva nuevas preguntas.
Asimismo, extender la comparación al proceso de las independencias de las colonias angloamericanas contribuye a entender la forma en que los protagonistas de la crisis de la Monarquía hispana pretendían legitimar su actuación. Así, el argumento basado en la naturaleza del pacto de sujeción, de que se era súbdito del monarca y no de la nación, no es privativo de la tradición hispánica, pues es también esgrimido en el caso norteamericano, donde también como objetivo inicial piensan la autonomía en el marco de la Monarquía inglesa para luego arribar a la independencia y la consiguiente separación de la antigua metrópoli.
También hay que pensar en características comunes que presentan ambos procesos, el iberoamericano y el angloamericano, entre las cuales pueden rescatarse las reformas que las metrópolis encararon en los tiempos previos a las independencias, el contexto de guerras en que se mueven y las corrientes políticas y filosóficas que inciden en el pensamiento revolucionario.
Otra cuestión es que durante las independencias se vivieron y sufrieron años de guerra, conflictos civiles, anarquía política, siendo nefastos los efectos que éstos tuvieron sobre la población en su conjunto. En este punto interesa justipreciar la violencia que toda guerra engendra. Reflexionar acerca de si la guerra puede ser considerada como un estado de cosas, originario y fundamental, respecto del cual todos los fenómenos de dominación, de diferenciación, de jerarquización social deben ser tratados como derivados. O si los procesos de antagonismo, de enfrentamiento y de lucha entre individuos, grupos o clases, provienen en última instancia de los procesos generales de la guerra. No hay que olvidar que en algunas regiones la guerra es total, a muerte, interfiriendo profunda y decisivamente en la vida de las poblaciones que se ven afectadas con la movilización de hombres y recursos y las muertes de familiares y amigos. Pero tampoco obnubilarse completamente con los grandes males de la guerra, las experiencias de vida y la historia transcurren también por otros carriles que hacen las sociabilidades y la convivencia entre los hombres.
Las inquietudes no se cierran con lo hasta aquí expuesto; por el contrario, no sólo los tiempos de las independencias, sino los que les sucedieron y son consecuencia de ellas, dan lugar a múltiples preguntas, todo lo cual encaminaría hacia otras disertaciones y debates que sería interesante realizar.