Читать книгу Fuimos elegidos - Veronica Roth - Страница 30

Оглавление

Esa noche, Sloane recibió un mensaje de texto de Esther: «Buen golpe. Bert estaría orgulloso». Incluía un enlace a un vídeo borroso, grabado con algún móvil, en el que salía Sloane agrediendo al acólito del Oscuro. Ilustraba el artículo una imagen congelada de Sloane enseñando los dientes, con el puño levantado a la altura del rostro. Sloane se estudió con detenimiento: la pátina de sudor que le recubría las pálidas facciones, el extraño vacío en los ojos. Había visto esa misma expresión a menudo, en el espejo, desde que murió el Oscuro.

—Mierda —dijo en voz alta. Matt acababa de volver a casa después de haber quedado con Eddie para tomar un café. Estaba colgando el abrigo en el armario—. Hay un vídeo del golpe en la red.

—Menuda sorpresa —replicó Matt mientras cerraba la puerta del armario. Llevaba las mangas de la camisa azul celeste enrolladas a la altura de los codos.

—No me arrepiento de nada, ¿sabes? Ese tío era un desgraciado. Se lo merecía.

—Esa no es la cuestión.

—Estaba defendiéndote a ti.

—Ahí, esa sí que es la cuestión. No necesito que me defiendas, Sloane. Sé cuidarme solito.

—Pero no lo ibas a hacer. Siempre eres tan... pasivo con estas cosas...

—¿Pasivo? —Matt se rio con voz ronca—. ¿¡Pasivo!? ¿Qué crees que he estado haciendo todos los días desde que cayó el Oscuro, exactamente? ¿Rascarme el ombligo?

—No, claro que no. —Sloane frunció el ceño—. Pero esas personas...

—Me traen sin cuidado. Son fáciles de distinguir y más fáciles aún de evitar. Lo que me preocupa son las personas complacientes que van por la vida repartiendo sonrisas, pero sin levantar un dedo para ayudar a nadie que no sea ellas mismas. Eso es lo que intento combatir a diario, esforzándome para que hagan algo, lo que sea. Y estaría genial que mi prometida pudiera entenderlo en vez de dedicarse a complicarme las cosas.

—¿Se puede saber qué narices te he complicado yo ahora? —le espetó Sloane—. Es mi foto la que sale en las noticias, no la tuya.

—Es tu foto, sí, pero ahora esos payasos y su «mensaje» también vuelven a ser noticia, solo que esta vez son ellos las víctimas. Te abalanzaste sobre ellos sin que mediara provocación, los amenazaste con un cuchillo...

—¡Yo no amenacé a nadie con ningún cuchillo!

—No es eso lo que parece al ver esa foto tuya empuñando un cuchillo. ¿Te crees que a los demás no nos afecta esa mierda? ¿Que si recurres a la violencia para protegernos a Ines o a mí, eso no nos hace quedar como unos violentos a nosotros también? ¡Y nosotros no podemos quitarle importancia como haces tú! Nosotros nos quedamos preocupados, temiendo que a un hatajo de extremistas les dé por incendiar nuestra casa.

—Eso no va a suceder.

—Mira, ojalá estuviese yo igual de convencido —dijo Matt—. Pero no lo estoy. Yo no puedo permitirme el lujo de perder los estribos y partirle la cara a nadie, no puedo permitirme el lujo de cagarla. Siempre estoy fallándole a alguien, todo el tiempo.

Fue como si toda la rabia que sentía lo abandonase de golpe. Se sentó en el sofá y dejó caer la cabeza entre las rodillas. La bolsa de hielo que Sloane había estado usando para rebajar la inflamación de los nudillos lastimados seguía encajada entre los cojines, ya derretida.

Le habría gustado consolarlo, pero no sabía cómo. Nunca lo había visto tan cansado, tan... decepcionado. Con el mundo, consigo mismo, incluso con ella. Se sentó a su lado, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. El televisor estaba apagado, por lo que la pantalla negra solo mostraba el reflejo de los dos: Matt, cabizbajo; Sloane, rígida y envarada.

—Te había insultado —murmuró Sloane con un hilo de voz.

—Ya. —Matt giró la cabeza para mirarla a los ojos—. Cuéntame algo que no sepa.

—¿Qué querías que hiciera, dejar que se metiese contigo?

—Bueno, para empezar, podrías haberte quedado en el carrito de golf. —Matt enarcó una ceja—. ¿Qué pasa contigo últimamente? Lo embestiste como un toro antes de que abriese la boca siquiera. Es como si quisieras arrasarlo todo a tu paso.

Esther le había preguntado lo mismo. «¿Qué pasa contigo últimamente?». La respuesta, por supuesto, yacía oculta en el cajón inferior de su escritorio. En el montón de documentos de la Coordinadora de Información y Privacidad que había escondido allí.

Como si estuviera leyéndole el pensamiento, Matt dijo:

—Esther me ha contado lo de tu solicitud a la Coordinadora de Información y Privacidad.

—Dios, Esther... —Sloane se tapó la cara con las manos por unos instantes—. No pienso volver a decirle nada.

Matt se quedó esperando. Había algo en su postura que la irritaba. El encorvamiento derrotista de los hombros. Habría preferido que le gritase.

—Solicité esos documentos sobre el Proyecto Sosias porque quería averiguar todo lo que pudiera. Es mi vida, y ellos tienen todos esos... archivos sobre ella.

—Entiendo que lo quieras saber. Pero me resulta extraño que no me contases nada. Y que prefirieras decírselo a Esther antes que a mí.

—Pensaba hablar contigo en cuanto los recibí, pero me puse a leer y... Acabé preocupada.

—¿Y qué? ¿No querías preocuparme también a mí?

Sloane sacudió la cabeza.

—No es eso.

—Entonces dime qué es.

Sonaba sincero, pero Sloane lo conocía demasiado bien como para dejarse engañar. Era el mismo tono de voz que empleaba cuando estaban luchando con el Oscuro. Se acordó de una noche en particular: habían estado intentando seguir el rastro del Oscuro cuando solo era un hombre, no una sombra en el centro de una Sangría. «Cuéntame qué ha pasado», le dijo Matt. Pero solo fue un instante efímero de calma antes de que estallara. El enfrentamiento los había dejado a todos tan tensos como las cuerdas de un arpa. Sloane no se había percatado hasta ahora de que convivir con ella, o quizá las celebraciones de los Diez Años de Paz, estuviera afectando tanto a Matt.

—A veces —empezó a hablar, tomándose su tiempo—, cuando me preocupa algo, lo único que haces es decirme que no debería preocuparme.

—¿Y eso es malo?

—¡Es desquiciante! Como si no me pudiera fiar de mis propias reacciones.

—Todos necesitamos a alguien que nos ayude a ver las cosas desde otra perspectiva.

Sloane puso cara de fastidio.

—¿Te crees que no me obligo a ver las cosas desde otras perspectivas? —Llevaba toda una vida reaccionando y poniendo en tela de juicio esas reacciones; toda una vida dudando de sí misma, cuestionándose todo lo que hacía, obligándose a pensar de la forma adecuada—. ¿Te crees que no soy capaz? —Estaba levantando cada vez más la voz—. ¿Nunca te has parado a pensar que, si me preocupa algo, es posible que merezca la pena preocuparse por ello?

—Esto explica por qué llevas ya un tiempo comportándote de forma tan rara —dijo Matt—. Ojalá me hubiese dado cuenta antes, lo...

—El problema es que pienses que esta forma mía de comportarme es «rara» —lo interrumpió Sloane—. Igual que piensas que el día que pasé prisionera del Oscuro fue un viaje de placer y ya debería haberlo superado, y... ¡Y que debería andar como loca mirando vestidos de novia o algo!

—Vale, ¿sabes qué? Creo que deberías haber pasado los últimos diez años esforzándote por dejarlo todo atrás en vez de obsesionándote sin parar y enclaustrándote como una ermitaña. —Matt había saltado, rota la cuerda del arpa—. Ni una sola vez he insinuado que debería ser fácil. Lo único que he hecho es pedirte que lo intentes y que dejes de comportarte como si fueses la única persona que sufre en el mundo.

Los dos se quedaron callados. A Sloane le ardían las mejillas. Reprimió el impulso de marcharse dando un portazo, sabiendo que así solo conseguiría parecer la niña que él la acusaba de ser, pero también estaba desesperada por huir de su reprimenda. Cada vez que creía entender lo que no sabía sobre él, lo que nunca podría saber, ocurría algo que le recordaba que eso era imposible.

El móvil de Matt emitió un zumbido y se iluminó a través de la tela de sus vaqueros. Apagó el sonido. Sloane respiró hondo y se acordó de la instantánea del puñetazo, el vacío en sus ojos, los dientes apretados. El chucho que habitaba dentro de ella.

—Dios, lo que piensas de mí... —Soltó una risita entrecortada—. ¿Cómo es posible que quieras casarte con alguien que te parece una cría egoísta?

—Sloane...

El teléfono de Sloane, bocabajo encima de la mesita auxiliar, emitió los primeros acordes de Good Times, Bad Times, de Led Zeppelin; el tono que le había asignado a Ines. Estiró el brazo y desactivó el sonido.

Un segundo después, el móvil de Matt empezó a zumbar de nuevo. Esta vez contestó.

—Ines, ¿qué pasa?

Se quedó escuchando un momento y fue como si se marchitara, como si plegara todo el cuerpo sobre la silla del escritorio.

—Santo cielo —murmuró. Tapó el micrófono del teléfono—. Albie está en el hospital —le dijo a Sloane antes de retomar la llamada—. No, disculpa, ya estamos en camino.

Fuimos elegidos

Подняться наверх