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Soltar el anzuelo

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El sistema (la Matrix) fomenta de todas las maneras posibles la identificación. Así, formatea nuestra identidad para vendernos luego objetos, ideologías y creencias de que debemos ser de determinada manera y no de otra. Esa maquinaria social opera sobre lo inconsciente, generando una profunda insatisfacción, sobre todo acerca de sí mismo. Es el terreno fecundo para que crezca la cizaña del autoodio.

Las psicologías de Oriente tienen muy claro en cada una de sus tradiciones la vital importancia de este concepto y la práctica de la desidentificación.

Pema Chödrön suele explicar que en la Psicología Budista Tibetana se emplea la palabra shenpa para aludir a ese apego con el que nos identificamos. Y en lenguaje tibetano shenpa significa también “anzuelo”: cuando la vida sacude aquello a lo que estamos enganchados (externo a nosotros o algo interno), nos aferramos a ello, generando agudo sufrimiento. Cuando me veo a mí misma en esa situación recuerdo los tiempos en que, siendo niña, con mi hermano mayor y mi primo íbamos a pescar a un arroyuelo. Prontamente aprendí a hacerlo con habilidad. Pero también comprendí, no bien logré atrapar a mis primeros pescados, el horror que implicaba ver al pobre animal ensartado en el anzuelo, más ensartado cuanto más se moviera, agitando sus agallas desesperado por respirar, hasta morir.

La primera vez que me di cuenta, –tendría yo unos seis años– tomé el pez, le quité con la mayor delicadeza que pude el anzuelo, y lo devolví al agua para que siguiera vivo, a pesar de dejarlo injuriosamente herido. Nunca más pesqué.

Así nos herimos cuando estamos identificados: aferrados a un vínculo, al cumplimiento de un deseo, a una imagen de nosotros mismos, o a lo que fuere, procuramos soltarnos, y al hacerlo nos lastimamos más, nos duele. Pero es la única manera (al menos inicialmente) de salvarnos la vida: que el pez se suelte del anzuelo y salte hacia el agua.

Desidentificarnos es abrir la boca y soltar el anzuelo. Luego veremos cómo restañar la herida para que su cicatriz, más que dolernos, sirva de recordatorio, de modo que, si volvemos a morder otro anzuelo, podamos soltarlo aún más prontamente, minimizando el nuevo sufrimiento.


El fin del autoodio implica desidentificarnos de las imágenes que tenemos de nosotros mismos: mecanismos de descalificación, de sabotaje interno, maneras de minimizar el valor de lo que somos y hacemos... Es un proceso de autoliberación consciente que va mucho más allá de aquella tibia palabra “autoestima”; dicho en voz alta y de un modo nada tibio, es autoliberación.


El fin del autoodio

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