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Desidentificación: más allá del me gusta/no me gusta
ОглавлениеUn día, conversando con Cecilia, una amiga muy querida, ferviente practicante de estos ejercicios, estábamos contándonos recíprocamente aquello de lo que nos habíamos dado cuenta durante los últimos meses en que no nos habíamos visto. Como suele suceder cuando, de pronto, acontece el milagro de la comunicación entre Esencias sin que el ego perturbe, nos hallamos inundadas de pleno entusiasmo, aun hablando de mecanismos perturbadores y complejos. El reloj se había aburrido de nosotras, dejando de marcar las horas.
En un momento, ambas hicimos silencio, tanta era la riqueza de lo que las palabras rezumaban; entonces, ella alzó la vista hacia el vacío, y con los ojos llenos de faroles dijo: “¡Qué hermosa que es la vida observada!”. Sí, definitivamente sí: la vida observada es algo fascinante, que vuelve cada instancia que nos toque atravesar un terreno digno de ser explorado en busca de hallazgos. (Pero eso es así solamente para quien tiene alma de explorador).
En lo personal, me resulta muy interesante realizar la práctica de la autoobservación y el discernimiento como un experimento muy íntimo, particularmente en aquellas circunstancias en las cuales pueda preverse que habrá cierta movilización emocional. Cuando me doy cuenta de que una emoción emerge con más nitidez, refuerzo el propósito de mantener despierto al observador (la Conciencia Testigo) sin pretender refrenar lo que siento (salvo que implicara algún riesgo para mí o para otros). Simplemente observar su despliegue, procurando conservar una parte de mí fuera de lo que le pasa.
Tomo conciencia de que eso que se mueve en mí son modificaciones de la conciencia y, por ende, fenómenos impermanentes. Y luego un paso más: trato de advertir si se me genera una actitud de apego hacia eso que me pasa, o bien de rechazo. Si eso sucede, una vez más: mi tarea es solo observarlo, explorando vivencialmente qué significa desidentificarme.
Valga aquí aclarar que el apego y el rechazo son las dos caras de la matriz del sufrimiento: lo que, mecánicamente, “me gusta” y lo que “no me gusta” se engendran mutuamente, oscilando nuestro ánimo en un péndulo de dolor. Sostener apego a ciertos aspectos de nuestra persona, y un rechazo virulento hacia otros, nos vuelve por dentro un verdadero campo de batalla. La resolución de esa dualidad se da en un nivel de conciencia más evolucionado, que ya está en nosotros, y al que podemos acceder al trabajar sobre ello.
Es como si fuera un triángulo con una base horizontal y un vértice hacia arriba. Los dos vértices de la base son el apego y el rechazo, que están en el mismo plano. Pero el tercer vértice apunta hacia el cielo, y, desde allí, la buena mirada hacia sí mismo logra una visión benevolente, ecuánime: Maitri. Practicar ver esta polaridad interna nos permite no quedarnos apegados a lo que “nos gusta”, ni renegando de lo que “no nos gusta” de nosotros mismos: hay otra manera de verse; hay otra manera de tratarse; hay otra manera de vivir.
Sin darnos cuenta, muchas veces sucede que cuando observamos nuestro apego o rechazo, queremos desembarazarnos de él, con lo cual lo que estamos haciendo es... ¡generar más rechazo! La práctica de Maitri implicará una actitud de autocompasión consciente, buscando dentro de mí una actitud de asentimiento respecto de lo que observo: esa es la tarea. ¿Qué sería una actitud de asentimiento? Decir “sí”, sin juicio, sin justificaciones, reconociendo lo que es tal como es. “Eso, tal como es, sucede en mí, pero no soy yo. Es solo una parte de mí. Mi identidad es mucho más que esa mera nube que atraviesa el cielo y luego se disuelve”.
En estado de identificación, la conciencia se estrecha, como si se encogiera. La práctica de la desidentificación podría describirse como crear mayor espacio interno, en el reconocimiento empírico de que no somos eso con lo cual nos hemos identificado. Como se dice en sánscrito: “Na me so atta” (“Yo no soy eso”).
Podríamos representar el estado de identificación con el siguiente gráfico. En la figura de la izquierda, el cuadrado sería aquello con lo que nos hemos identificado. Gracias a la práctica de la desidentificación, el mismo cuadrado queda como algo pequeñito, tal como se ve en el dibujo de la derecha. El asunto es el mismo (el cuadrado), pero se redimensiona, a veces hasta desaparecer:
Cuando uno se siente como en el primer gráfico, está tomado por aquello con lo que se ha identificado, y no alcanza a ver nada: ni al otro, ni a sí mismo, ni a la realidad. Seguramente te ha sucedido ante una preocupación, un miedo, o inclusive el obsesivo deseo de conseguir algo que “te gusta”. Cuando saliste de ese estado, el asunto en cuestión tiene otro peso, otro tamaño. ¡Hasta puede parecernos increíble que nos haya ocupado tan invasivamente!
Mientras estamos identificados con algo que nos hace sentir mal, creemos que la tarea sería “sacarnos de encima” eso que molesta. En verdad, desidentificarse es más bien como si creáramos espacio dentro nuestro, ampliando nuestra identidad (como lo ilustra el gráfico de la derecha).
Cuando nos identificamos agudamente con algo por lo cual estamos por ser tomados, es posible que lo notemos primero en el cuerpo: cambia la respiración, se genera cierta tensión, las emociones se alteran… Por eso, el primer paso para desidentificarnos también podemos realizarlo a través del cuerpo, tratando de sujetarnos a nuestra respiración como quien, a punto de que se lo lleve la corriente del río, se aferra a una soga para que alguien pueda jalar desde afuera y rescatarlo. Cuando una emoción nos está secuestrando, un rol, una reacción… inhalar hondamente, como si abriéramos un mayor espacio dentro, sosteniendo la intención de correrse de ese estado en el cual uno ha quedado pegado (ese pensamiento, esa emoción, sensación, actitud…).
“Desidentificarse” es comenzar a experimentar la tan mencionada libertad interior. Vivir desde la desidentificación genera una biografía infinitamente diferente de la que genera estar tomado por lo que no somos.
Así como el arte de la desidentificación es esencial para la vida cotidiana, hay un momento crucial en que se vuelve definitorio: cuando nos toca partir de este mundo. Dejar esta vida permaneciendo aferrados a nuestras identificaciones puede implicar una estéril lucha con sentimientos, pensamientos y pseudoidentidades, en vez de ser el momento de desidentificación total. Así, la desidentificación tanto durante nuestra vida como durante nuestra muerte implica un pasaje desde la periferia hacia nuestro centro, desde lo impermanente hacia lo inmutable, desde lo temporal hacia lo infinito.