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Nuevos actores

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Es en este ambiente de mayor virulencia política (oficial o de protesta) que se desarrolla el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (mln o mln-t), una guerrilla urbana inspirada en la revolución cubana, que existía desde inicios de los años sesenta como pequeña organización, pero que se expandió notablemente a raíz de la represión gubernamental, nutriéndose muy especialmente (aunque no solo) del movimiento estudiantil. La izquierda, en aumento por la adhesión de jóvenes y adultos desengañados de los partidos tradicionales, sufre una bifurcación, insinuada previamente, pero que se profundiza. La mayor parte de la izquierda forma entre 1970 y 1971 lo que se llamará Frente Amplio, inspirado en su concepción y programa por la Unidad Popular de Chile, que propone una línea gradualista de superación del capitalismo por medio de mecanismos constitucionales y de movilización de masas.[25] Por otro lado, sigue creciendo el mln-Tupamaros, que no obstante adherir desde la clandestinidad al Frente Amplio, continuará con su política muy distinta de confrontación armada.[26]

Tras las discutidas elecciones de 1971 —en las que se sabe hubo alguna injerencia no especificada de Estados Unidos y Brasil—,[27] cambiará la cabeza del gobierno, pero el nuevo presidente Juan María Bordaberry (1972-1976) será de similar orientación al anterior, aunque notoriamente más débil en capacidades y apoyo político, lo que coincidirá con un choque aún más encarnizado entre gobierno y Tupamaros. Esto se debía a la directiva que había elegido el movimiento guerrillero, pero también convenía al Ejecutivo, que pudo lograr la aprobación de lo que llamó “estado de guerra interno”, otra innovación por fuera de la Constitución que le concedió un Parlamento atemorizado, admitiendo quitar toda traba a la acción represiva de las Fuerzas Armadas y trasladando los expedientes por “sedición” (término usado con amplitud) a la Justicia Militar. Se provocó así un fenómeno totalmente nuevo en el Uruguay del siglo xx, que fue el protagonismo militar. A diferencia de la mayor parte de América Latina, el país no había sufrido en ese lapso intervenciones castrenses y había un fuerte consenso en cuanto a mantener a los militares fuera de la actividad política, no obstante haber ocurrido dos golpes de Estado (también encabezados por los presidentes en turno) en 1933 y 1942.

Durante 1972, los militares aplastaron en pocos meses y con holgura al mln, pero dejaron en claro que no se retirarían a los cuarteles como esperaban los políticos tradicionales que los habían respaldado, sino que permanecerían activos en aras de un pretendido saneamiento nacional con tintes mesiánicos. Se confirma así un panorama bastante clásico de crisis política: deterioro económico y administrativo, conflicto social, ruptura de consensos y normas jurídicas, violencia política con elevado fraccionamiento del sistema de partidos, e intervención militar. Por lo que esta última no debe verse solo como resultado de la ambición de algunos jefes, sino ante todo como final de la descomposición de un sistema político carente de dirección.

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