Читать книгу La octava maravilla - Vlady Kociancich - Страница 10

4

Оглавление

Necesito hablar de Victoria y sin embargo me disgusta hacerlo. Más que cualquier otro sentimiento humano, el amor es una cosa del presente. Y yo un cobarde. El miedo me vuelve cuidadoso. Hay una explicación para todo, me digo. Pero no la encuentro. Paradójicamente, sobran las explicaciones. Ninguna me conforma y en el fondo de la papelería de buenas razones, intuyo otra que no sólo no es buena sino que nada tiene de razonable.

¿Es posible que yo, Alberto Paradella, el hombre más sensato del mundo, pueda volverme loco?

Escribo con bastante serenidad, pero cuando me aparto del papel, dejo de creer que soy el que soy, ya no me pertenezco, no pertenezco a nada ni a nadie. Todo lo que me rodea parece extraño y hostil. La casa, ajena. El jardín con palmera, siniestro.

Entonces, sin pensar, llevado por un impulso del que me arrepiento en seguida, hago cosas de chico o de borracho. Marco el número de la casa de Victoria, donde vive con el hombre por el que me dejó.

–Hola.

La voz del marido de Victoria. Ronca, malhumorada. Es natural, porque no respeto la hora –tengo todo el tiempo del mundo, la eternidad del insomnio– y deben ser las tres o las cuatro de la mañana.

–¿Puedo hablar con Victoria, por favor?

–¿Qué?

–Por favor. Cuestión de vida o muerte. Deme con Victoria. Prometo no hablar mucho, un minuto nomás.

Murmullos sofocados, una exclamación. El teléfono está junto a la cama. Dios. Al fin, Victoria.

–Hola.

–Victoria, soy yo.

–¿Pero quién habla?

–Alberto.

–Alberto qué.

–Alberto, tu marido, Alberto Paradella, yo, soy yo, Victoria.

–¿Cómo? Pero ¿qué dice?

Ah, finge asombro, me niega.

–Victoria, no es el momento de jugar. Tengo que hablar con vos. Tengo que verte. Por favor.

La voz del hombre, muy próxima –quizá tenga la cara pegada a la de Victoria para escuchar– exclama: “¿Quién es?”

–¡Y qué sé yo! –contesta la inconfundible voz aniñada de Victoria, con una irritación que me alegra porque está dirigida a él.

Furiosa, se defiende:

–Escuche, yo no conozco a ningún Alberto Como-se-llame. Voy a colgar. Y no se le ocurra molestar de nuevo.

¿El hombre es tan celoso o de tan buena imaginación que la obliga a negar a un marido que ella misma abandonó?

–Por favor, Victoria, no cuelgues. Tengo que verte y explicarte. Vos sos la única que…

Antes del clic me alcanzan las atroces palabras de mi mujer al otro.

–Un chiflado, un borracho. Anda a saber.

La octava maravilla

Подняться наверх