Читать книгу Abordajes literarios - VV. AA. - Страница 13

Оглавление

Frederick Marryat

Cartas que no llegan

(El buque fantasma, 1839)

El sol se oscureció; los objetos apenas se distinguían; el viento decayó y el océano quedó en calma. El cielo parecía cubierto por un velo rojo como si el mundo entero se hallara en estado de conflagración.

Quien primero advirtió la oscuridad desde el camarote fue Felipe, enseguida subió a cubierta seguido del capitán y de los pasajeros asombrados. Aquella oscuridad era extraordinaria, incomprensible.

–¡Santísima Virgen, protégenos! ¿Qué puede ser esto? –exclamó el capitán–. ¡Glorioso san Antonio, sálvanos!

–¡Allí, allí! –gritaron varios marineros señalando a un costado.

Todos volvieron la vista en esa dirección. A unos dos cables de distancia vieron alzarse, poco a poco, de la superficie de las aguas, los topes de una arboladura, fueron subiendo gradualmente, luego aparecieron las cofas, las vergas, las velas, por último las jarcias y el casco, y un buque se fue alzando desde lo profundo hasta hacerse visibles las portas con sus cañones, se aproximó, y terminó poniéndose al costado, aunque a cierta distancia, del Nuestra Señora del Monte.

–¡Santísima Virgen! –exclamó el capitán–. He visto hundirse buques en el mar; pero no he visto ninguno salir desde el fondo a la superficie de las aguas. Ofrezco mil velas de cera, de diez onzas cada una, ante el altar de la Virgen porque nos salve de esta desgracia. Señores –añadió dirigiéndose a los pasajeros que estaban asustados como él–, ¿lo prometen ustedes también?

–¡El Buque Fantasma, El Holandés Errante! –gritó Schriften–. Felipe van der Decken, allí está su padre. ¡Ji, ji!

Felipe fijó la vista en el buque y advirtió que estaban arriando un bote. Es posible –pensó– que me sea permitido pasar a él. Y apretó la reliquia que llevaba en el pecho.

La oscuridad aumentó. El Buque Fantasma apenas se distinguía a través de una atmósfera densa. Los tripulantes y pasajeros del Nuestra Señora del Monte se arrodillaron invocando a Dios y a los santos. El capitán, después de haber tomado la imagen de san Antonio, de haberlo besado y colocado nuevamente en su nicho, corrió por una vela de cera para ponérsela delante encendida.

Al poco tiempo se oyó rumor de remos al costado del buque, y una voz que decía:

–Buena gente, échenos un cabo.

Nadie respondió ni aceptó la invitación. Sólo Schriften se dirigió al capitán diciéndole que si los de aquel buque pretendían enviar cartas por su intermedio, no debía recibirlas, de hacerlo, todos morirían.

Poco después, un hombre fue trepando por la banda y ganó la cubierta por el portalón.

–Podrían haberme alcanzado un cabo, ¿no? –dijo al pisar la cubierta–. ¿Dónde está el capitán?

–Aquí –contestó el capitán, temblando de pies a cabeza.

El hombre que se le acercó parecía un marinero curtido por mil temporales. Vestía gorra y chaqueta de lona. Llevaba algunas cartas en la mano.

–¿Qué se le ofrece a usted? –preguntó el capitán.

–¿Qué desea usted? –dijo Schriften–. ¡Ji, ji!

–¡Schriften! ¿Así que es usted piloto aquí? –preguntó aquel hombre. Yo creía que llevaba tiempo usted en el otro mundo.

–¡Ji, ji! –contestó Schriften volviéndole la espalda.

–El caso es, capitán –dijo el marinero del Buque Fantasma–, que hemos tenido un tiempo muy malo y deseamos enviar cartas a nuestras familias. Creo que no conseguiremos nunca doblar este cabo.

–No puedo encargarme de su correspondencia.

–¿No? ¡Cosa extraña! Todos los buques se niegan a recibir nuestras cartas. Eso está muy mal, los marineros deben prestarse ayuda, especialmente en las desgracias. Dios sabe cuánto deseamos nosotros volver a ver a nuestras mujeres y familias; sería un gran consuelo para ellas recibir noticias nuestras.

–Me es imposible tomar esas cartas –dijo el capitán.

–Llevamos mucho tiempo en el mar –insistió el marinero moviendo la cabeza.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó el capitán.

–No lo sé; el viento se ha llevado nuestro almanaque y hemos perdido los medios de averiguarlo. Jamás hemos podido tomar exactamente la latitud.

–Veamos esas cartas –dijo Felipe adelantándose.

–¡No las toque usted! –gritó Schriften.

–Fuera de aquí, monstruo –respondió Felipe–; ¿quién se atreve a detenerme a mí?

–¡Estás condenado, estás condenado! –gritó Schriften corriendo por la cubierta y lanzando una carcajada feroz.

–¡No toque usted esas cartas! –ordenó el capitán que temblaba como un azogado.

Felipe, sin hacerles caso, alargó la mano para recibir las cartas.

–Esta es de nuestro contramaestre para su mujer que reside en Ámsterdam en el muelle de Waser.

–El muelle de Waser desapareció hace ya mucho tiempo, amigo mío –dijo Felipe–; ahora se han construido allí grandes almacenes para recibir el cargamento de los buques.

–¡Imposible! –contestó el marinero–. Aquí hay otra del patrón de la lancha para su padre, que vive en la plaza del Mercado Viejo.

–Tampoco existe la plaza del Mercado Viejo; allí se ha construido una iglesia.

–¡Imposible! –dijo otra vez el marinero–. Aquí tiene usted otra para mi novia Brow Katcer; lleva dinero para que se compre un brazalete.

–Recuerdo que así se llamaba una vieja soltera que fue enterrada hace treinta años.

–¡Imposible! La dejé en toda la lozanía de su juventud. Aquí hay otra para la casa Slutz y Compañía, propietaria de este buque.

–Ya no existe semejante casa –dijo Felipe–. Hace muchos años me hablaron de unos comerciantes que llevaban ese nombre.

–¡Imposible! ¡Usted está burlándose de mí! Aquí hay otra carta de nuestro capitán para su hijo.

–Entréguemela usted –exclamó Felipe tomando la carta.

Iba a romper el sello, cuando se la arrebató Schriften de las manos y la arrojó sobre la borda de sotavento.

–Es una broma intolerable de parte de un antiguo compañero mío –observó el del Buque Fantasma.

Schriften no respondió. Se apoderó de las demás cartas que Felipe había puesto sobre el cabestrante y las arrojó al mar como a la primera.

El marinero del Buque Fantasma rompió a llorar y se fue por la misma banda por la cual había embarcado, se fue diciendo:

–Es dura, muy dura la conducta que observan con nosotros; pero tiempo llegará en que nuestras familias conozcan nuestra situación y lo que nos han hecho.

Pocos segundos después, se percibía el ruido de los remos que lo conducían de vuelta al Buque Fantasma.

Abordajes literarios

Подняться наверх