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De la mente al dibujo

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Illustrator es un programa de dibujo vectorial y, por tanto, la imaginación es fundamental: si una ilustración se limita a reproducir lo que vemos, en múltiples niveles estará un paso detrás de la fotografía, que es instantánea en su producción y, con los teléfonos (antes llamados “inteligentes”), ubicua en su disponibilidad. Por ello, el primer pedido a la imaginación es notar que, en realidad, este párrafo no termina en un punto.

Obviamente, el signo ortográfico con que terminan todas las oraciones se llama “punto” pero, puesto que se percibe, es una figura de dos dimensiones y, aunque tenga menos de medio milímetro de diámetro, no deja de ser un círculo: un circulito. Igualmente, no es una línea el guión que sigue –el signo que aísla esta frase–: es un rectángulo, incluso si su alto es apenas de 0,2 mm. El cerebro humano no puede ver líneas, mucho menos puntos.

La adaptación a un mundo tridimensional ha establecido límites, pero la imaginación, que no tiene ninguno, apenas tiene que esforzarse para hablar de diámetro en el párrafo anterior (clara noción de línea), del mismo modo que se puede hablar de los ángulos del rectángulo (puntos) pero, estrictamente, no puedo ver ninguna de esas abstracciones. ¿Por qué menciono esto? Porque el dibujo pierde valor si carece de imaginación pero, para plasmar lo imaginado, es esencial pensar visualmente; así, si hablo de dimensiones es porque basta ver el dibujo al margen para entender que su atractivo es que percibimos un movimiento lineal, el trazo a mano alzada que crea toda la forma del pastor alemán. Es decir: no puede verse la línea (que es una sola dimensión), pero a través del trazado sí puede verse el movimiento. Para escribir un guión como el que sigue –para dibujar tal rectángulo– basta un lapicero que, al apoyarse en el papel, dejará una marca elíptica; arrastrándola con el (educado) movimiento unidimensional de mi mano, se llega al rectángulo. El movimiento es lineal, la forma resultante, tiene dos dimensiones. Queda más claro al dibujar el guión para una gigantografía: el primer rectángulo al margen tiene las mismas proporciones pero 5,5 mm de alto, es decir, es veintiséis veces más grande. Para crearlo, se lleva la herramienta de dibujo de un ángulo a otro sobre el perímetro (por ejemplo, de “a” a “b”, de “b” a “c”, de “c” a “d” y de “d” a “a”), y luego se zigzaguea al interior para rellenar la forma. Pero, por simple que sea la forma de un rectángulo, dibujarla a la perfección requeriría una regla para que las líneas fueran perfectamente rectas y tomar medidas para tenerlas perfectamente en paralelo.



El énfasis en lo perfecto es esencial para Illustrator.

Al pastor alemán de la página anterior le falta una pata y tiene poca cadera, pero crearlo a mano alzada requiere gran talento. Si requiriera un trabajo perfecto tengo dos opciones, a saber: [1] haber nacido genio y hacerlo perfecto a la primera o [2] hacerlo de forma que se pueda perfeccionar. Como Salvador Dalí, sin duda, fue un genio, puede verse en la página opuesta (arriba), un dibujo de la serie para La vida es sueño, en el que casi parece verse un solo trazo ir desde la cola del caballo hasta su hocico, quizá otro desde la ingle del jinete hasta la propia firma: la ostentación del hombre que comparaba sus obras con fotografías hechas a mano, también instantáneas si se le antojaba (sin pasar dos veces por el mismo punto, imposible que sea un solo trazo). Si se compara con su centauro para La divina comedia (al margen, abajo), el proceso es muy distinto: en este, incontables elipses concéntricas crean músculos, articulaciones y cabelleras.



Trabajos fotográficos, ilusiones de volumen, estilos realistas de ilustración típicamente se valen de programas de pintura, o de edición fotográfica (como Photoshop) y pueden aprovechar tabletas de dibujo o, si hay dinero, una pantalla táctil y un lápiz óptico (por ejemplo, un iPad y un Apple Pencil). Con talento suficiente, se pueden llevar a cabo con herramientas vectoriales (y hay quien ha hecho ilustración en Excel). Pero la esencia y excelencia de Illustrator están en la perfección de la línea, creada punto por punto, incluso cuando se utiliza un mouse. Y la oferta fantástica del dibujo vectorial es que no es indispensable haber nacido genio: no se trata de llegar a un resultado genial, a la genialidad instantánea, de la improvisación, de poner el lápiz en el papel una vez y, como quien hace un garabato, crear un caballo. Es posible, pero no se trata de eso.

Puedo tener una aspiración más modesta: la perfección.

Porque editando la posición y curvatura de cada segmento puedo lograr fácilmente, con la técnica necesaria, que el pastor alemán tenga cuatro patas, que el jinete tenga espalda, que el tórax del caballo no sea más escuálido que el del perro. Puedo lograr que la línea sea tal como la ve mi mente: tan perfectamente recta, tan perfectamente curva o tan perfectamente retorcida como está en mi cabeza.


Y una vez eliminada la interferencia entre mi mente y mi dibujo, una vez que puedo expresar cabalmente esas líneas, allí tendré la opción de verter todo el talento y el tiempo que considere convenientes para crear con ellas obras maestras y –¿por qué no?– obras de arte. Ni siquiera a Dalí este tercer equino, también para La vida es sueño, le tomó un minuto. Por algo, decía, no hay obra maestra perezosa.

La ética por la cual se llega a lo perfecto punto por punto es esencial en Illustrator. Pasemos al siguiente punto.

El gran libro de Illustrator

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