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Los avatares de la infanta Berenguela

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ra la de doña Berenguela una sangre empoderada por dos linajes regios. Su padre, el rey Alfonso VIII el Noble (1155-1214), descendía de la Casa de Borgoña que desde 1126 gobernaba Castilla y León. Su madre, Leonor Plantagenet (1162-1214), provenía de la dinastía reinante en Inglaterra desde 1154.

Alfonso VIII fue coronado rey de Castilla en 1158, un año después de que ese reino y el de León se separaran, lo que derivó en continuos choques armados.

Berenguela de Castilla nació en 1180, quizás en Burgos o en Segovia. Al ser la primogénita, fue reconocida heredera del reino castellano. Gozó de ese derecho hasta que en 1181 llegó al mundo su hermano Sancho. Y respetando la costumbre sucesoria de la realeza hispana, este adquirió la condición de heredero por “razón de varonía”. Sin embargo, aquel mismo año Sancho falleció. Y la infanta recobró su preeminencia al trono hasta que en 1189 a los reyes castellanos les nació un varón: Fernando. De nuevo, Berenguela retrocedió una casilla en la sucesión. De todos modos, quedó como pieza para un tratado más que conveniente. Su padre acordó casarla con Alfonso IX (1171-1230), rey de León desde 1188. Ambos monarcas confiaban en que con ese matrimonio terminaría el cruento y extendido enfrentamiento iniciado tras la separación de Castilla y León. Además, se unirían para incorporar a esos reinos el sur ibérico, donde los musulmanes se asentaban desde el siglo VIII.

Aun así, el rey castellano sospechaba que el acuerdo haría aguas. ¿Su duda se debía a la bien ganada fama que tenía Alfonso IX de mujeriego, amante de las fiestas y afecto a procrear bastardos? No. El Noble temía una nulidad papal, pues los contrayentes eran primos hermanos.

Los temores del padre de la infanta tenían un antecedente. Alfonso IX se había casado en 1191 con Teresa de Portugal. Ambos también eran primos hermanos y les nacieron tres hijos: Sancha (1191-antes de 1243), Fernando (1192-1214) y Dulce (1194-1248). Pero cinco años después de la boda, el papa Celestino III anuló el matrimonio por razones de consanguineidad, aunque reconoció a los vástagos de la pareja y el varón mantuvo su condición de heredero del trono leonés.

Igualmente, Alfonso VIII no se retrajo: apostó a la paz entre los reinos, fiándose de una dispensa pontificia al casamiento entre los primos. Y en 1197, cuando Berenguela tenía diecisiete años y el rey leonés, veintiséis, hubo boda en Valladolid. Entonces ella dejó Castilla para vivir junto a su marido en León.

Celestino III no había autorizado este nuevo enlace, aunque tampoco se opuso. Pero falleció en 1198 y fue sucedido por Inocencio III. Un papa inflexible con los matrimonios entre parientes. En abril de ese mismo año ordenó a los reyes de Castilla y de León deshacer la unión por considerarla ilícita. Si no acataban, ambos soberanos serían excomulgados y en sus reinos se prohibiría celebrar los sacramentos, los oficios eclesiásticos y sepultar a los fieles.

El conflicto se volvió un ir y venir de misivas entre los reinos y la Santa Sede. Ir y venir que de 1201 a 1204 dio tiempo suficiente para que la reina Berenguela y el rey Alfonso IX tuvieran cinco hijos e hijas.

Al primer varón lo llamaron Fernando.

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