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El intrincado acceso a la corona

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ernando nació el 24 de junio de 1201 en Peleas de Arriba, Zamora. Y estaba predestinado a ser una pieza de un impredecible juego sucesorio por las coronas de Castilla y de León, que al momento de su nacimiento ya tenían sus respectivos herederos. Juego que comenzó luego de que Alfonso VIII eludiera durante seis años y medio la amenaza de excomunión del riguroso Inocencio III. A inicios de 1204, el papa redobló su apuesta para conseguir la anulación del matrimonio de Berenguela y Alfonso IX: amenazó con impedir que en Castilla se profesara el catolicismo, como ya había hecho con León.

La reina Berenguela se vio en una encrucijada. ¿Apostaba a su matrimonio o le aseguraba la indulgencia pontificia a su tierra natal? Priorizó lo político. Y en 1204 resolvió separarse de su marido para volver a Burgos, llevándose a Fernando y a sus otros hijos a la capital castellana. Para aceptar la separación, su esposo impuso una condición a la que ella accedió: el primogénito que el leonés había tenido con Teresa de Portugal –también llamado Fernando– quedaba como heredero de su reino. Se reabría así la grieta que el malogrado matrimonio había cicatrizado. Y eso iba a traer consecuencias para Berenguela.

La castellana llegó a Burgos cuando su madre Leonor acababa de dar a luz al último de los diez vástagos que tuvo con el Noble: Enrique. Había nacido en abril de 1204 y ocupaba el segundo lugar en el orden sucesorio, pues su hermano mayor Fernando seguía siendo el heredero.

Otra vez la fatalidad la ubicó cerca de la corona. Su hermano Fernando, a poco de cumplir veintidós años, contrajo una grave enfermedad y falleció en Madrid en 1211. Solo su hermanito Enrique, de siete años, la separaba del trono de Castilla. ¿Acaso la muerte parecía conocer el camino directo hacia su familia? Quizá, porque la noche del 5 al 6 de octubre de 1214 le llegó la hora fatal a su padre, el rey Alfonso VIII. El cadáver aún estaría tibio en el panteón del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos cuando allí fue a acompañarlo la reina Leonor, quien falleció el 31 de ese mes.

Enrique I fue proclamado rey de Castilla con apenas once años. Por su condición de huérfano, Berenguela se convirtió en su tutora y en regente, pues gobernaba en nombre del pequeño. Y aunque ejerció su obligación con prudencia, debió lidiar con las conspiraciones de algunos nobles, conspiraciones que derivaron en levantamientos para expulsarla del tablero del poder.

Entre sus más rabiosos opositores –secreta y traicioneramente apoyados desde León por Alfonso IX– se hallaban tres hermanos: los condes Fernando, Gonzalo y Álvaro Núñez de Lara. Pese a que este último había sido alférez mayor del rey Alfonso VIII, desencadenó en la vida de doña Berenguela una nueva tragedia, que sin embargo terminaría aventajando a su hijo Fernando.

Luego de un levantamiento atizado por los Núñez de Lara, Enrique I fue tomado rehén por el insidioso Álvaro. Así, pudo chantajear a doña Berenguela para que le entregase la regencia. Ella accedió haciéndole jurar que le consultaría antes de tomar medidas de gobierno trascendentales.

Ya en el poder, en 1215 fue evidente que el juramento de Álvaro no valía ni medio maravedí. Jamás liberó a Enrique, a quien mantenía capturado en el Palacio Episcopal de Palencia. A la vez, su opresivo gobierno generó el surgimiento de coaliciones nobiliarias para derrocarlo. Temiendo represalias de los alvaristas, doña Berenguela envió a su hijo Fernando a León para que quedara bajo la protección de su padre. Ella debió huir y pudo refugiarse en la propiedad de su mayordomo, don García Fernández de Villamayor.

El choque entre alvaristas y fieles a la regente fue inevitable. En abril de 1217 se enfrentaron en Tierra de Campos. En su avance, los sublevados consiguieron sitiar a la depuesta en su refugio, a donde le llegó una funesta noticia. Una tarde, Enrique jugaba en los patios del palacio que era su cárcel, cuando accidentalmente una teja cayó sobre su cabeza. La herida le segó la vida a los pocos días, el 6 de junio de 1217.

Conocedora de que el reino se había quedado sin su rey legítimo, de nuevo doña Berenguela movió las fichas sobre el tablero. Envió un mensaje a Alfonso IX pidiéndole que Fernando, pronto a cumplir diecisiete años, regresara a Castilla. Las hijas del leonés, Sancha y Dulce, avizoraban beneficios si su medio hermano se mantenía fuera del juego e instaron al padre a impedirle partir. Acaso ayudado por alguien o animado por su valentía juvenil, el infante logró escapar del traidor cerco de la familia paterna. Y cuando al fin se reencontró en Valladolid con su madre, ella logró –negociaciones mediante– convocar a Cortes, el consejo asesor real conformado por los estamentos superiores de la sociedad castellana.

En esas Cortes de Valladolid, doña Berenguela interpuso su condición de primogénita de Alfonso VIII. Así logró ser reconocida como legítima heredera. Fue entonces proclamada y coronada reina de Castilla en la Plaza del Mercado de Valladolid el 2 o 3 de julio de 1217.

Su reinado duró menos de un mes y medio. No porque la derrocaran. La fugacidad en el trono fue una estrategia de la reina. Sí, porque inmediatamente hizo otra movida, que demostró su astucia para prever lo que convenía a futuro; Berenguela renunció a la corona y abdicó a favor de su hijo.

Y Fernando pasó a ser el rey Fernando III de Castilla.


Fernando III. Uno de los retratos imaginarios de reyes de España que realizó Carlos Múgica y Pérez en óleo sobre tela, durante el siglo XIX. 2,20 x 1,40 m.

Alfonso X

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