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El cajón de cristal

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El eslabón creativo, que empezaba en el modelo extranjero, seguía con su adaptación por la filial local de alguna conocida agencia de publicidad y terminaba en su ejecución por algún canal peruano, fue varias veces roto por la Backus & Johnston (véase, en el capítulo 1, el acápite “Bar Cristal”). El producto, la cerveza Cristal, era peruano; la agencia de publicidad no existía, era su propia oficina creativa en manos de peruanos que no sabían gran cosa de modelos extranjeros; y la ejecución final la cumplía el canal pero con un equipo formado por el auspiciador. Por estas razones Bar Cristal y Kid Cristal no tienen parangón en la televisión peruana; no son consecuencia del teleteatro ni antecedentes de la telenovela; son pura creación de dos hombres de prensa —Jorge “Cumpa” Donayre, alias Juan Renteros, y Benjamín Cisneros, jefe del departamento de relaciones públicas de la Backus—, quienes con sus escuetos conocimientos de radio, cine y teatro hicieron lo que pudieron para una televisión que les era casi desconocida. Tenían la obligación patronal de promover la cerveza —de ahí la idea del bar como primera locación— pero todo lo demás fue fruto de su formación cultural criolla y peruanista, retórica pese a manejarse dentro de los dominios de la comedia y la sátira, costumbrista cuando detallaba los tipos étnicos y su idiosincrasia al límite de la caricatura, y populista en su afán de abordar los cultos de los de abajo. Nada de eso molestaba a la empresa ubicada en el tradicional distrito del Rímac y dueña de un equipo de fútbol de gran hinchada; por el contrario, esta alentó decididamente la labor de Donayre y Cisneros.

El Festival Cristal de la Canción Criolla, cuya primera temporada arrancó en mayo de 1960, tuvo la audacia pionera de poner en escena los valses más famosos. Así, el criollismo musical, que no tenía equivalentes literarios o pictóricos de mucho arraigo, tuvo un popular derivado televisivo. Donayre se convirtió en pluma oficial del criollismo junto a otra que también se fortaleció en la televisión, la de Augusto Polo Campos. Cada emisión del festival, dirigida por Ricardo Roca Rey, musicalizada por el argentino Domingo Rullo, decorada por Alberto Terry y animada por Carlos Alfonso Delgado, rendía homenaje a un compositor criollo. A la ejecución de sus valses seguía un relato dramático inspirado en la letra de alguno de ellos y, al final, la entrega del trofeo Guitarra de Plata al homenajeado. El plebeyo, actuado por Ricardo Blume, Saby Kamalich y Luis Álvarez, alternaba austeros interiores con fondos que simulaban estar iluminados por farolillos de utilería. Siendo muchas de las canciones escogidas, urbanas y arrabaleras, los espacios preferidos por Terry eran aceras anchas y puertas cerradas, enrejados y ventanas. En Ventanita, Blume y Kamalich hablan de amor mientras ocupan las manos jugando con las plantas arreboladas sobre el alféizar, un cuadro de bucólico criollismo,17 hasta donde lo permitía la pesada tecnología de entonces, similar al que recibió a Chabuca Granda cuando fue a cantar La flor de la canela.

A la voz de “¡hermanos míos!”, célebre muletilla de Carlos Alfonso Delgado, el Festival Cristal se acercaba al cierre de temporada anunciando a los finalistas del concurso de valses. Rosa té, de Germán Zegarra y Max Arroyo, triunfó en la primera edición; Limeña, de Polo Campos, ganó la tercera y última en 1963, cuando Roca Rey dejó la dirección a Luis Álvarez. En estos tres años no hubo compositor, intérprete o pieza conocida que no compareciera en escena. Los libretos de Donayre no siempre se ciñeron al espíritu de la letra; más bien, calzaron todos los valses en una imaginería de barrio viejo e interior mesocrático, arreboles y enrejados, rociados siempre que fuera posible con la espuma de Cristal, que ha marcado definitivamente al criollismo. César Miró se sorprendió cuando lo invitaron a participar en la puesta en escena de su vals Todos vuelven. En una mesa bohemia, no de una cantina rimense esta vez sino de un café parisino, un grupo de amigos intercambia nostalgias peruanas. De pronto, entre la niebla artificial del estudio, aparece Luis Álvarez con una chalina de tres vueltas. Era César Vallejo que, este sí, solo volvió en espíritu.18 Sin embargo, Miró había compuesto su vals en Hollywood y no había querido para nada aludir a Vallejo. Así era de totalizante el cajón de la Cristal, levantaba espuma e intentaba absorberlo todo.

El Festival Cristal del Cuento Peruano nació en 1961, para hacer con la literatura breve lo que se venía haciendo con los valses. Esta vez habría menos homenajes y más atención al concurso, cuyo primer presidente del jurado fue Ciro Alegría. En la medida de lo posible solo se escenificarían cuentos ganadores. La revista Cristal Visión los publicaba e ilustraba sus portadas con las escenificaciones de Roca Rey. La favorita de Luis Álvarez fue El ritual de flores, cuento de Carlos Eduardo Zavaleta sobre un tejedor de alfombras floridas en Tarma, que un viernes santo desafía al pueblo con diseños extravagantes, pierde y es masacrado. Muestra de pesimismo y masoquismo andino, además de gran reto de utilería para una modesta televisión. Otra remarcable adaptación fue la de El rabión, cuento de Armando Robles Godoy sobre un viejo atrabiliario (Álvarez) que se aísla con su hija (Sonia Seminario) en una cabaña selvática. Con esta hora estelar la Cristal y el canal 13 atendían un ruego de la audiencia conservadora, mid-cult y nacionalista: adaptar literatura peruana seria por peruanos serios.

Peirano y Sánchez León19 insertan las creaciones de Donayre en la historia del humor televisivo. Ciertamente, la comedia dramática definía el espíritu de Bar Cristal y dio pie a Jorge Montoro para crear a Don Ramón, el viejo cunda y cervecero que se remonta a las licenciosas tradiciones de Ricardo Palma; pero lo que mantenía en vida al bar era el chantaje sentimental, la expectativa por el matrimonio ansiado y, al final, el llanto de felicidad, no la carcajada. El Festival de la Canción hubo de ceñirse a los compases del vals, tristes o alegres pero nunca farsescos. Es el Festival del Cuento el que permite establecer dichas asociaciones, no por las adaptaciones de relatos por lo general adustos, sino porque en medio de estas, Donayre coló sus sketchs de Pablo Zambrano, zambo criollo rodeado de otros tipos sabrosos. Habría que establecer una historia del costumbrismo en la televisión, que incluya tanto a los programas de humor como a las telenovelas, aunque ciertamente más a los primeros.

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