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El humor es cosa seria

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La Escuelita nocturna y la Loquibambia de Abraham Rubel (a) Freddy El Rezongón, y la Peña Ferrando surgida en los tiempos muertos de las tardes de hipódromo en Santa Beatriz, fueron las dos escuelas humorísticas radiales de fines de los cincuenta que exportaron cómicos a la televisión. El más gracioso y serio de todos, montado en la cresta humorística de algo tan macrosocial y complejo como el proceso de cholificación sesentista fue Tulio Loza Bonifaz (Abancay, 1939).

Tulio llegó a Lima a estudiar derecho y convertirse en ciudadano de copete, tal vez político o prohombre empresarial, pero en el camino se hizo el cómico más autoral y constante de la historia de la televisión. Antes de cumplir los veinte, el estudiante de derecho en San Marcos se “cachueleaba” en la Loquibambia de Freddy en Radio Central:

Me probaron y yo dije que traía un cholo diferente al cholo tonto y pelotudo que había encontrado, un cholo vivo, el que era yo que salí de Abancay y a los 15 días me volví citadino... un cholo que quiere hablar la jerga del capitalino con sus ‘s’ alargadas y sus ‘rr’ bien marcadas... y a la vez que mete términos en quechua y está orgulloso de sus raíces. En esa época se llamaba Crisólogo Quispe, pero al pasar a la televisión se llamó Nemesio Chupaca Porongo. Lo de Chupaca es por un pueblito de cholos heroicos cerca de Huancayo.26

El primer asomo de Tulio por la televisión se dio en El show de Mario Clavel, en noviembre de 1961, uno de los primeros videotapes del 13. Tulio cometía una pequeña rutina ante el entertainer de paso. Poco después llegó el trío Los Charola, de Argentina, a protagonizar una corta temporada limeña de La pensión Charola. Tulio encajó muy bien en el estilo nada afecto a libretos de los extranjeros y alternó con Pantuflas, Achicoria y Teresa Rodríguez “Juanacha”, la segunda chola de la televisión, después de Teresita Arce y por poco tiempo pareja cómica de Loza. Fue bautizada así, sumando el apellido Cachaypoma y el gentilicio de “conchamarquesa” (natural de Conchamarca) por Pedrín Chispa, pero la chola no le prendió como sí prendió más tarde a tantos hombres travestidos. Kiko Ledgard, recién jalado del 4 al 13, empleó a Tulio, junto a Carlos Oneto, Antonio Salim, Mario Velásquez “Achicoria” y Ricardo Tosso en pantallazos cómicos que le daban volumen al Super Market show. En Bata pone el mundo a sus pies también había figurado Tulio en algunos fugaces pantallazos. Noches de Lanificio y sobre todo Festejos con Cartavio, donde su receloso y atrevido cholo “Llavecita” preanunció el programa propio, fueron otros shows con apellido que requirieron sus servicios humorísticos.

En estos shows sin continuidad la estrella cómica del 5 solía ser Carlos Oneto Villavicencio, pero la comicidad pantuflesca era universalista y zanahoria, carecía de la inventiva para armar personajes localistas, individualistas, astutos y con prerrogativas frente a las normas, que sí tenía Tulio. Oneto siguió en el 13 hasta comparecer de invitado en Romero, Julieta y... alguien más (marzo de 1965) con Carlos Velásquez, Cuchita Salazar y Blanca Rowlands en un enredo amatorio escrito por Pedrín Chispa con ínfulas de sit-com. Ni esta entrega, ni La familia Perejil en 1967, inspirada en los Pérez Gil argentinos, con Juanacha como servil eje cómico, prosperaron. La comedia de situación nunca pudo competir con el humor picoteado. Peor fue el fracaso de Telecataplún (enero de 1965), revista cómica urdida por Juan Ureta Mille, conducida por Felipe Sanguinetti, Néstor Quintero y Cayo Pinto, con apoyo de modelos piernonas como Meche Solaeche y Rosa María Kessel y actuaciones de Hugo Loza, Nerón Rojas y Jorge Montoro. No llegó al mes. Solo Tulio prosperó en el frente cómico del 5. Pantuflas pasó al 9 de América, viajó a Argentina y regresó a hacerse cargo de El tornillo, programa con muchos humoristas y ninguna estrella.

A fines de 1963 Panamericana alentó a Tulio a tener un espacio para sí solo. El show de Tulio Loza, también conocido como Nemesio (y unos años después como La revista de Tulio) se convirtió, durante su primera temporada de 1964, en el top del ranking del 13, celebrando la hospitalidad de los Delgado Parker con un “Panamericana yaypi... chay pum” (“Panamericana, por supuesto”). Su imagen emblemática era la suave cabalgata de Nemesio en un burro colado al set, lastimera parodia de chalán (o, ¿por qué no?, de caballero andante) y de paso afirmación del cholo que llega, desde el mundo de los arrieros, para quedarse en la capital de la televisión y meter de contrabando su poncho, sus maneras, sus quechuismos y sus chistes sincréticos (véase, en el capítulo 4, el acápite “Las tribulaciones de Camotillo”) de neocriollo también capaz de sacar a un gringo del sombrero cómico, como el torpe Williams. Por cierto, la imagen del arribo con poncho y encomiendas a la capital, síntesis visual de toda la dramaturgia y la imaginería migrante, no la impuso Tulio en la televisión sino en el cine (Nemesio, 1969, dirigido por el argentino Óscar Kantor) y, en el plano melodramático, la confirmó Saby Kamalich apeándose del tren en la estación de Desamparados en el primer capítulo de Simplemente María. En la Navidad de 1968, nacionalismo obliga, el 5 lanzó un spot con Tulio como rey mago. El cholo había llegado al firmamento estelar de la televisión. Los otros dos reyezuelos eran Augusto Ferrando y Kiko Ledgard. El mestizaje campeaba en el 5 aunque, callado Tulio y fugado Kiko a España, el zambo populista sacó varios cuerpos de ventaja.

Augusto Polo Campos, en la planilla de Panamericana, fue destinado a reforzar con su métrica inspiración criolla, el show de Tulio. Este había reclutado como característicos de histrionismo teatral a Antonio Salim, Cristo en la escenificación de muchas solemnes pasiones, y había persuadido a la mala de las radionovelas, Jesús Morales, a debutar en la televisión cómica. Doña Jesús hacía imitaciones en el espacio radial El mundo en 10 minutos y eso convenció a Tulio de que podía impostar convincentemente el dejo serrano.27 Se sumaron al elenco María Isabel Chiri, Felipe Sanguinetti, Juan Romero y el hermano menor Hugo Loza, recién bajado de Abancay. Además de los números neocholos hacía falta relevar el costumbrismo de callejón de Donayre y la Cristal, y Polo bien podía hacerlo en el boyante show. Además, la sátira televisiva nacional —salvo los esfuerzos de Guido Monteverde por llevar al Doctor Rochabús, de su inspiración periodística, al canal 9, entre 1965 y 1966— estaba virgen. El humor se había limitado, si no al costumbrismo zanahoria, al libreto importado y a la parodia de entrecasa. Genaro Delgado Parker envidió en Buenos Aires el éxito de Tato Bores, dando el mentón cómico a la política e instó a Polo Campos a engendrar un equivalente. Así nació, en la primera temporada de 1967, Camotillo el tinterillo (“Camotillo” porque, en alusión al color de su pelo, fue una de las chapas infantiles de Polo, y “tinterillo” por alusión a la politiquería abogadil),28 líder del partido Papepipopu, asistido por un genuflexo Piquichón y abocado a lanzar dardos de francotirador desde económicos balconazos de utilería. Si Bores dio la pauta original, la inspiración local la dio Pedro Cordero y Velarde, folclórico periodista y candidato presidencial, con un discurso tawantinsuyano tocado por la demencia real-maravillosa. Camotillo era parlanchín y tinterillo, autoritario y demagogo, pero desde su pedestal de fantasía, era un defensor del pueblo.

Casualmente, el mismo Cordero y Velarde había inspirado a Guido Monteverde, primero en la prensa cómica y luego en televisión, El estudio del doctor Rochabús, encarnado por un atrabiliario Alex Valle que conversaba de política con un cholito simplón apellidado Mamani, para nada emparentado con Tulio, de temas calientes como la nacionalización de la Brea y Pariñas. Rochabús confrontaba a Belaúnde que era “Belagogo”, imitado por Ramón Alfaro; Haya, que era Faya de la Torre y lo perpetraba Ricardo Tosso, u Odría, que era el general “Podría” en versión del gordo Nerón Rojas, además de variopintos comparsas, entre los que estaban Hugo Loza, Teresa Rodríguez y debutantes como Camucha Negrete y Justo Espinoza “Petipán”.

La colaboración de Polo con Tulio siguió forzando espacios al humor criollo, hasta que se abrió uno estrecho pero bastante pintoresco y concurrrido, el callejón de Roncayulo (Antonio Salim) y Doña Cañona (Jesús Morales), al que más tarde se sumó Alicia Andrade, nueva Doña Cañona, rebautizándose la primera como Doña Epidemia.29 En varias temporadas esta invasión criolla, en medio de la estudiada choledad de Tulio, topó el rating del programa. De las chispas de esa fusión inamistosa se alimentará el futuro achoramiento de las risas ochenteras.30

Los “callejones de un solo caño”, expresión revitalizada por una jarana de Nicomedes y Victoria Santa Cruz, fueron mistificaciones criollas de un melting-pot limeño que se abría rítmico y feliz al mestizaje con la negritud —el único invitado frecuente del sketch era Juan Buitrago, el negro “Gutapercha”— pero que se resistía a darle peso gravitante a la choledad, a pesar de que Tulio, el supercholo, era el sorprendido anfitrión del programa. Cuentan que Mirna Loza, la esposa del cómico, fue a interceder ante Alberto Terry para que separara o suprimiera esa incómoda coda del show de Tulio, pero este replicó que tenía una sintonía imbatible. El callejón de Polo, Salim y Morales hubiera sido el hábitat ideal del Pablo Zambrano de Donayre y ahora lo era, con música y letra (hay 14 discos editados por Sono Radio donde los protagonistas aparecen indistintamente solteros y compadres espirituales, pareja flirtera y hasta casados y su mundillo es bautizado como “Callejón de la Puñalada”, “Callejón de los Misios” y gentilicios por el estilo) de la angurria doméstica, el chismorroteo de las vecinas inamistosas, el sexismo impenitente del desaliñado Roncayulo —polo a rayas de bacán bajopontino venido a menos, a lo Pepe Biondi, y barba coloreada con lapiz— y un fraseo rápido y cachaciento, provocador ante la lengua oficial, que más adelante, puesto en boca de una nueva generación cómica, se llamará simple “achoramiento”.

Camotillo fue el principal culpable de la discontinuidad de Tulio en los setenta. Su discurso nacionalista, edificante y cholificante cayó muy bien a Velasco, pero su tinte de derecha y sus primeras críticas a las reformas le ganaron varias clausuras. En medio de ellas hizo cine —en 1969 llevó a la pantalla grande a Nemesio y en 1974 fue Allpa’kallpa, del argentino Bernardo Arias— y se lanzó cual Peña Ferrando a recorrer el país con vedettes y comediantes, cuando no estaba estacionado en Lima. En la década estatista solo volvió por temporadas, como las muy accidentadas de El Chou... lo Loza en canal 4 a partir de 1972 (con su hermano Hugo, Alicia Andrade, el “Feo” Guillermo Campos, César Ureta y Juan Buitrago “Gutapercha”, el primer afroperuano constante del humor local desde que se convirtió en visitante frecuente del callejón de Roncayulo) y las de Telecholo (mayo de 1975), obra de Telecentro, donde enmudeció a Camotillo, recicló sketchs varios y descubrió a la primera estrella femenina del achoramiento, la deslenguada “Elsa-Pito” o Nancy Cavagnari. Tulio recién retomó continuidad en 1980.

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