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Vuelta de tuerca

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A los esfuerzos cómicos del 5 —Tulio Loza tuvo el top del ranking por varias semanas en 1965— el 4 respondió sin mucho aliento. Gaspar Pumarejo incluía pantallazos cómicos en sus espacios y El show de los King se relanzó en junio de 1965. Los Rey ya habían tenido temporadas previas en el mismo 4, donde llegaron en 1960 acompañados de la colombiana Mariela Trejos, y en el 13, donde montaron, con la Junta de Asistencia Nacional (JAN), la primera ‘telemaratón’, así denominada, en la Navidad de 1963, desplayando la candorosa comicidad de Rodolfo (México, 1925) y Ramón Rey Castañeda (1927-1974), Cachirulo y Copetón, respectivamente, a quienes se sumaba el gordo Nerón Rojas, Rosita Valdez y el ballet de Nino Contreras. Pero el humor de este tándem clownesco con ínfulas de cine —participaron en la producción de los filmes Operación Ñongos (1964) y Bromas S.A. (1967)— era muy inocente para provocar la risa adulta y no le quedó más remedio al 4 que orientarlos hacia el público infantil, a los “chingüengüenchones” a los que Cachirulo seguirá regalando, aun después de la muerte de su hermano Copetón en 1974, zalameros besos volados.

Cuando Johnny Salim Facuse fue jalado por el 5 (véase, en este capítulo, el acápite “El único tío”), América instó a los King a tomar su lugar sin abandonar su show cómico semanal: Cachirulo y sus cuatronautas será desde enero de 1968 el espacio de la autoindulgencia de los Rey en travesuras (Cachirulo daba la cara solo y su hermano Copetón ayudaba tras bambalinas, al igual que su futura esposa, Ana María Vargas “la Marcianita”), coreografías y humores ejecutados con entusiasmo, y hasta con un toque de experimentalidad gracias a la coartada galáctico-modernista. En efecto, los “Cuatronautas” llegaron a la Luna antes que los astronautas del Apolo XI. En 1970, el furor nacionalista les aconsejó regresar a México, pero el canal 7 los invitó un par de años más tarde. Siempre ganó Johnny en el ranking, aunque hay que notar que el sobrio paternalismo de Salim estará menos presente en la sucesora Yola Polastri, que ese candor ñongo e infantil a su revejido modo, de los King. Cachirulo —llamado así desde niño, pues su apodo (“parche” en México) hacía alusión a que era el único hijo ojiazul de la familia, mientras que Copetón era un mexicanismo que aludía al “rulo” que llevaba su hermano sobre la frente— no era un tío, era un amigable e infatigable niño grande.

A fines de 1965 el 4 tenía sus pasajeros Miércoles de buen humor mientras el 5 grababa especiales con Niní Marshall “Catita”, en los que la argentina experta en chistes de gallega contó con el apoyo de Antonio Salim. Más tarde, en 1969, el 5 contrató también para una corta temporada a Leopoldo Fernández “Trespatines”, quien vino acompañado de sus hijos a protagonizar una variante de La tremenda corte, en la que encarnaba a un policía de torpeza clouseauniana y sabor irresistiblemente tropical y personal, a veces uniformado a veces de civil, que cubría un caso a la manera de un sketch estirado y lo remataba en la oficina de su jefe, el invalorable Antonio Salim en equivalencia al juez cubano Aníbal del Mar. La troupe cómica del 5 desfilaba en esos sketchs un tanto morosos pero iluminados por el humor criollo y los enredos idiomáticos e idiosincráticos de Trespatines.

Entre 1966 y 1967 Panamericana lanzó, con un elenco encabezado por Achicoria, a un El polifacético, de muy corta duración, que hizo girar a Kiko Ledgard como trompo en el sensacional Haga negocio con Kiko, estrenó un aparatoso El show de Scala Gigante y probó convertir a Inés “Chachita” Hormazábal en la Shirley Temple nacional, en el especial La hora feliz; pero la fábrica estaba concentrada en folletines y el humor no encajaba en las ambiciones de exportación serial como no fueran los teleteatros cómicos de José Vilar sobre el amplio repertorio de su paisano Alfonso Paso. Los comediantes, una de sus temporadas, popularizó a Tito Salas, Elba Alcandré y Camucha Negrete. A partir de 1969, se dará pase a sus Matrimonios y algo más, revista cómica del argentino Hugo Moser que tenía la particularidad de utilizar a actores de composición en sketchs con más verbo que gesto. Allí estaban, entre otros, su hermana Lola, Luis La Roca y Ruth Razzetto (segunda esposa de Fernando de Soria, luego de su matrimonio con Anita Martínez, primera actriz de Vilar) grabando en el canal con el productor Jorge Souza Ferreira, y desde 1973 será Teatro como en el teatro, la cita semanal con Paso y afines, cocinada lejos de los sets, en el teatro Arequipa, con el humor blanco —ni rosa, ni amarillo, ni rojo pero a veces algo negro— y con nuevas promesas actorales, ya que don Pepe era un cazatalentos.

El 4 demoró años en lanzar una revista cómica de cierta envergadura y esta fue Teleloquilandia (diciembre de 1969), dirigida y escrita por Felipe Sanguinetti y con un cast limitado a los pocos talentos no enrolados por El tornillo o jalados de aquél: Achicoria, Guillermo Rossini, que impuso a su chola travestida Eduviges, y el Loco Ureta, entre ellos. Pero este esfuerzo de los miércoles del 4 no estaba destinado a competir con el imbatible El tornillo dominical sino con el fugaz Los tintilocos, con libretos del mexicano Enrique Manuel Puente. Sanguinetti se reivindicará con el futuro Estrafalario del 7.

La verdadera vuelta de tuerca del humor, con una afinada organización del trabajo que empezaba en los libretos fraguados localmente o comprados en la Argentina, la disciplina de equipo y la urgente creación de rutinas y personajes, se concibió durante 1967 en las oficinas de Alberto Terry, y se estrenó el domingo 18 de febrero de 1968. El tornillo nació con ansia de sintonía masiva, producido por Alberto Alexander y dirigido por el hispano-mexicano Manolo Calvo. Carlos Barrios Porras, Moisés Chiok, Alfredo Yong, Alfonso Maquilón y el músico Pepe Morelli (también actor), oficiaron detrás de las cámaras en las distintas temporadas hasta la final de 1975. Mario Cavagnaro compuso la Canción del tornillo. Pantuflas ingresó a las pocas semanas para actuar, adaptar libretos y disciplinar al expandido y expansivo cast: Antonio Salim, Ricardo Tosso, Camucha Negrete, Álex Valle, Juanacha, Hugo Muñoz de Baratta, Jorge Montoro, Luis Cabrera, Leonidas Carbajal, María Isabel Chiri, Carlos Chávez, Justo Espinoza “Petipán”, Ricardo Fernández, Jorge García Calderón, Consuelo García, Jesús Morales, Javier Martín, Edmundo Monteza, Damián Sosa (falleció en 1969), Benjamín Arce, Álvaro González, Esmeralda Checa, Nella Lavini, Blanca Rowlands (falleció en 1970), Luis La Roca, Fernando Farrés, Néstor Quintero, Sonia La Rosa, Carmen Guida, Ana María Miranda, “Pucho” Fernández, hijo de “Trespatines”, que compareció en la temporada que su padre y su hermano “Polo” pasaron en el 5, y Anita Sarabia, que bailaba el emblemático charlestón que dio a El tornillo una vuelta de abstracción universal y lo afilió a la tradición de la comedia muda hollywoodense. Los Delgado y Terry habían pedido a Pantuflas evitar el localismo, pues el éxito en canal 11 de Puerto Rico y las exportaciones al mercado latino en Estados Unidos, a El Salvador, Panamá, Ecuador y Chile, así lo aconsejaban.31

En un comienzo los sketchs fueron independientes entre sí y respecto de los actores, estos aparecían con el vestuario pintado sobre una suerte de uniformes blancos, ante telones variopintos. Pero pronto, universales o localistas, urgieron rutinas y personajes:

En esta continua búsqueda, la utilización del personaje como motivo y centro del humor, se convierte en fórmula de nuestros libretos. Sin desechar el chiste dicho, se crea el personaje. Se le da un rostro, una actitud. Se busca su debilidad, se ambienta su desenvolvimiento argumental y, por supuesto, se le funde íntimamente a su intérprete.32

Así nacieron Don Tacañete, Don Pésimo y el intolerante de Álex Valle que bramaba “¡¡¡¿quéeee coooosa... a los hoooombres?!!!”, después de haber dicho, en explosivo contraste, “todo sea por la santa paciencia”. Hugo Muñoz de Baratta fue Moncherí, petimetre coronado por sombrero anacrónico y varios anteojos superpuestos (buen “tag”), pródigo en espasmos como el “ñaca ñaca” adaptado del “ño...ño...ño” del Curly de Los tres chiflados, el “echochí” que heredó de su hermano Daniel y el abuso de epéntesis (letras agregadas a las palabras, por ejemplo, “perefecto” en lugar de “perfecto”). Mientras el redundante “mi querido Moncherí” tenía su gran rutina con Camucha Negrete, “la Morocha”, rematada en un tango tras una intriga de bacanes porteños; Jorge Montoro desarrollaba su poeta hippie, que era una lectura, muy personal y acorde con su carácter de ermitaño, de un idealismo acuariano demasiado parecido a la chifladura de cualquier loco limeño. Lo singular del hippie de Montoro es que no era ni afeminado ni extranjerizante, dos rasgos caricaturales con los que el humor populista solía reaccionar ante la moda, sino un feliz y mugroso enajenado que deshojando margaritas al suave ritmo de los versos “aaaagua pa ti, aaaagua pa mí” se mofaba a la vez de la poesía culta y del humor televisivo inculto. En medio de su indolencia y su misantropía el poeta hippie parecía tocado por una gracia peculiar.

Luis La Roca ingresó a El tornillo para encarnar al primer gay estable del humor. “Mesié” Canesú era un sastre franchute amanerado, que exclamaba a su modelo Camucha “Camiush” Negrete una frase que quedó para siempre: “Muestra el detalle, querida”, ocasión para las exhibiciones sexistas que fueron pasto del humor a partir de los ochenta. Ricardo Fernández y el también músico Pepe Morelli ejecutaban las rutinas candelejonas de Franz y Schultz mientras Jesús Morales, como Doña Mariquita, en un sketch parsimonioso pero que cogía con mayor eficacia y naturalidad que ninguno el afán arribista y la trivialidad en la que nadaba la clase media (aunque comprado en Argentina a los Guille), exageraba los progresos de su retardada niña. “Fíjese que hay gente que necesita babero” decía a un estoico Salim.

El director Pantuflas se reservó un par de personajes de raigambre porteña. Había pasado unas temporadas en Buenos Aires —participó en el largometraje La chacota— y de ahí trajo dos ideas: la del cantante de tangos Amadeo que nunca puede acabar su performance porque lo invade el llanto, y la de Camilo Merengue —el apellido aludiendo al dulce, como que así era su temperamento— que voceaba las primeras sílabas de los diarios populares. “¡La Cro(nica), la Pre(nsa), el Co(rreo), (Última)Hooooraaaa!”.33 El original, interpretado por el cómico Semillita, había sido escrito por “Guille” (Guillermo Ubierna) y su colega “Golo”.34

Estos y otros tantos personajes y sketchs, además de abruptos pantallazos llamados “tornillitos”, animaron las temporadas que permitió el reformismo televisivo hasta 1975, cuando Telecentro partió El tornillo en dos mitades —La matraca para el 5, dirigido por Carlos Velásquez, y La cosquilla para el 4, dirigido por Pantuflas— que pronto desaparecieron. Algunas ideas de sus mejores temporadas serán revividas por Risas y salsa desde 1980. A expensas de su top dominical el 5 había fundado La tuerca (setiembre de 1972), dirigido este último por Carlos Velásquez y con un cast reilón al que se sumaba la teatrera Lola Vilar. Tardíamente, en 1977, se le dio a Hugo Muñoz de Baratta la alternativa del espacio propio con Epicentro médico en 1977, estirando sketchs de doctores mañosos y enfermeras piernonas en un hospital de pacotilla. Pantuflas tendrá un efímero Risas y canciones en 1979 en canal 4. Los humores de emergencia, así como los folletines lacrimógenos, no encajaban en los verdes parámetros de Telecentro.

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