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4. La vejez en la Edad Media

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A lo largo de la edad Media se transmitieron y acentuaron ciertos estereotipos asumidos de las tradiciones culturales precedentes. Se destaca San Agustín, puesto que es quien dignifica la visión cristiana de la persona mayor, ya que de ella se espera un equilibrio emocional y la liberación de las ataduras de los deleites mundanos. San Agustín habla de seis edades y según él la vejez comienza a los 60 años, igual que entre los romanos, y puede durar hasta los 120. De otro lado, Santo Tomás de Aquino afianzó el estereotipo aristotélico de la vejez como decadencia física y moral. Los autores cristianos también utilizan la imagen de la vejez en el campo moral, de manera alegórica. La decrepitud y la fealdad constituyen una excelente imagen del pecado, pues de hecho son su consecuencia, incluso la vejez simboliza el castigo divino a los pecados de los hombres, los ancianos virtuosos son la excepción.

En una época en que la cristianización era aún superficial, la pobreza era testimonio del pecado y de la decadencia del hombre, se habla de una vejez como el tiempo en el cual faltan las fuerzas, y aumentan la cantidad y gravedad de los vicios. El anciano es un ser débil que no se diferencia de los mendigos o de los enfermos. Los ancianos existen como individuos solamente entre las clases altas, así, no faltan en las listas de reyes, cardenales, señores o burgueses, no en los medios humildes en los cuales la mortalidad es más alta, a pesar de ello se dice que entre el 10 y el 11% eran mayores de 60 años. De forma paradójica, también es posible encontrar en esta época que la vejez física se niega en beneficio de una vejez abstracta y sin relación con la edad, sinónimo de virtud y de sabiduría, que se aplica especialmente a los hombres de la iglesia. La civilización cristiana inscribe el tiempo en la eternidad en la cual la vida no es más que un fragmento y la vejez un momento sin edad.

En la Alta Edad Media, no se encuentran muchas referencias a los ancianos. En general, no es que no existieran, es que no contaban. Su papel no fue muy importante, eran hombres, dependientes y una carga para la familia. Entre los merovingios y los carolingios, la longevidad era parecida a la actual, de hecho, tal como en la Baja Edad Media, en el seno de la iglesia los ancianos eran particularmente numerosos y muy activos.

En esta época prevaleció la ley del más fuerte, ley en la cual los ancianos rara vez eran ganadores, sin embargo, contrastes y contradicciones también caracterizan esta época y en ella continuaron las grandes diferencias, especialmente entre ricos y pobres: envejecer en el siglo XIII no era dramático con la condición de poder mantener el estatus o de poder pagarse un retiro. Los ancianos ricos entraban a un monasterio a fin de asegurarse el cuidado de la salud. Esta práctica nació en el siglo VI, se amplificó en el siglo VIII y creció aún más, especialmente en el XI, con la multiplicación de los monasterios e implicó dos cosas importantes: de un lado, la vejez empezó a ser sinónimo de retiro y de ruptura con el mundo y, a la vez, de segregación. Sin embargo, el retiro es privilegio de unos pocos, entre los pobres no hay retiro, si la familia no lo acoge, el anciano entra a formar parte del grupo de mendigos, enfermos, locos, huérfanos, es decir, entre la masa de “pobres”, no se diferencia de ellos: los pobres no tienen edad. Aunque la edad caracteriza ciertas situaciones, no es un criterio determinante, fuera de la incapacidad física, la noción de vejez es aún confusa en el espíritu medieval. El concilio de Maguncia en 1261 instauró que cada monasterio debía estar equipado de una enfermería para recoger a los ancianos pobres.

A partir del siglo XI los documentos empezaron nuevamente a hablar de la vejez como parte de la vida, a describirla, a buscar sus causas y sus remedios, aunque los textos están marcados por la abstracción y el pesimismo. Este resurgimiento puede deberse en parte a que en los siglos XIV y XV la proporción de ancianos aumentó porque la peste se encargó especialmente de los niños y de los adultos jóvenes y las mujeres aún morían de condiciones asociadas al embarazo y al parto. Esta resistencia de los ancianos modificó ciertas estructuras y representaciones, por ejemplo, la vejez empezó a encarnar la duración, la permanencia. El poder y la autoridad, la riqueza y los negocios se concentran en los ancianos porque ellos están allí, permanecen. Se ha establecido que a finales del siglo XIV y principios del XV los ancianos representaban el 15% de la población, aunque, por ejemplo, en Inglaterra en ese momento la esperanza de vida era de 20 años y un hombre de 40 años era considerado viejo.

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