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5. La vejez en el Renacimiento

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En la época del Renacimiento se rechazó lo “senil” y lo “viejo”, se evadió el tema de la muerte, se dio una imagen melancólica de la persona mayor e incluso se le atribuyeron artimañas, brujerías y enredos. El Renacimiento libró una batalla encarnizada contra la vejez. El envejecimiento era el enemigo por excelencia, mínimamente contrarrestado por la permanencia del estereotipo de la sabiduría.

La vejez, invencible absoluta, se consideraba detestable y fascinante. En consecuencia, se utilizaron todos los medios disponibles para prolongar la juventud: medicina, magia, brujería, fuente de la juventud, utopía. El hombre oscilaba entre la lamentación y la inventiva. Vejez y muerte eran escandalosas, las dos van de la mano, la una anuncia la otra. A partir de aquí, la cara del anciano empezó a percibirse, ante todo, como la máscara de la muerte. Con la vejez se pierden todas las virtudes del hombre ideal: belleza, fuerza, espíritu de decisión, capacidad intelectual. La vejez priva del amor y de los place-res terrestres, es sufrimiento y debilidad, es el mal que todos sueñan suprimir.

Mas tarde, durante el período Barroco adquirieron la máxima actualidad y cultivo los temas del control de los vicios y pasiones, el perfeccionamiento constante en la vida y, en la vejez, el problema de la muerte.

En el siglo XVI aún no se comprendían ni la vejez ni el envejecimiento, y médicos y científicos se dedicaron a encontrar recetas que protegieran del envejecimiento. Los regímenes saludables, los elixires alquímicos y toda suerte de consideraciones mágicas y religiosas entraron en boga, muchas de estas recetas perduran aún.

En cuanto a la vejez, para Montaigne un destino personal que el hombre debe aceptar, ya no hay armonía entre cuerpo y espíritu, el primero domina el segundo impidiéndole sus proyectos y grandes perspectivas. Así el hombre debe reducir su papel, hacerse discreto y prepararse para la muerte con estoicismo y sin remordimientos inútiles. Por su parte Shakespeare, da a la vejez una dimensión intemporal y universal. Es la culminación de la vida, pero una culminación trágica: fealdad, sufrimiento, enfermedad y regreso a la infancia.

Estas consideraciones llevan a afirmar que, contrariamente a lo que se pensaba en la Edad Media, en el Renacimiento la edad y el envejecimiento son temas que preocupan más allá de consideraciones abstractas, cósmicas o naturales y se intenta dar una definición precisa de vejez no relacionada con la edad. La academia francesa en 1680 juzgó necesario rodear la palabra vejez de criterios apreciativos más exactos que la edad: avaro, celoso, decrépito, o a la inversa, bueno, sabio u honorable.

A partir del siglo XVII, la literatura, la medicina, las cifras, las encuestas, posibilitan un estudio detallado de la historia del envejecimiento y de su papel en la sociedad. Desde este siglo, las edades de la vida se volvieron un tema popular, especialmente gracias a la multiplicación de grabados y almanaques, lo que llegó a su apogeo en el siglo XIX.

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