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Capítulo 6 Relación envejecimiento-enfermedad

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Hasta hace muy poco tiempo el envejecimiento se tomaba como sinónimo de enfermedad, “la decrepitud” era la marca por excelencia al “envejecer con su carga de enfermedades, envejecer es una enfermedad incurable”, decía Cicerón. Posteriormente se habló de “envejecimiento y enfermedad” como una dicotomía y se insistió en que envejecer no es deteriorarse. Solamente hace pocas décadas, se habla de envejecimiento patológico en contraposición con el envejecimiento no patológico; el concepto incluye el envejecimiento normal (no patológico) como la ausencia de enfermedad y discapacidad, con algunas alteraciones en la función física relacionadas con la edad (aumento de la tensión arterial y en la glicemia) y también en la función cognoscitiva (deterioro modesto de la memoria) y sin riesgos asociados.

A finales del siglo pasado surgió otro nivel de interpretación relacionado con envejecimiento exitoso, envejecimiento usual y envejecimiento patológico; se hizo una distinción entre dos grupos de ancianos sin enfermedad, es decir, sin envejecimiento patológico: envejecimiento usual (no patológico, pero con alto riesgo de enfermar) y envejecimiento exitoso (con bajo riesgo de enfermar y alto nivel de funcionamiento). Sin embargo, el aumento considerable de riesgos de enfermedad crónica al envejecer hace que sea más frecuente el denominado “síndrome de envejecimiento usual”. Finalmente, al comenzar el siglo XXI, con la fuerza de la medicina antienvejecimiento como panacea de una fuente de eterna juventud, se ha vuelto al concepto inicial de asumir envejecimiento y enfermedad como la misma situación, pero con la diferencia que ya no se considera incurable, puesto que para ello está la medicina antienvejecimiento.

Así, como resultado de numerosas investigaciones, la concepción tradicional del envejecimiento está cambiando al tiempo que se diluyen los límites entre el envejecimiento normal y la enfermedad. Actualmente se conoce muchísimo más sobre el envejecimiento y sobre las enfermedades relacionadas con él, pero este aumento del conocimiento ha tenido el efecto paradójico de complicar la tarea de diferenciar entre el envejecimiento normal y la enfermedad, como se insistió hace algunos años “es separar lo indefinido (la enfermedad) de lo indefinible (el envejecimiento normal)”.

Con base en esta conceptualización, la relación envejecimiento-enfermedad hoy en día tiene tres miradas, con entusiastas defensores y acérrimos detractores. De un lado los que asumen el envejecimiento como una enfermedad, y postulan la medicina antienvejecimiento como la opción de cura para este “terrible mal”. La segunda, denominada gerociencia que, basada en los estudios epidemiológicos, sugiere que el envejecimiento es el mayor factor de riesgo para la mayoría de las enfermedades crónicas relacionadas con él. Y la tercera, la dicotomía envejecimiento-enfermedad, que separa el envejecimiento de las enfermedades crónicas asociadas, y en la cual el envejecimiento normal es un proceso que convierte adultos sanos en ancianos frágiles, con disminución de la reserva en la mayoría de los sistemas fisiológicos y lleva a un aumento exponencial de la vulnerabilidad a la mayoría de las enfermedades y a la muerte.

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