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José Escrivá y Dolores Albás

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Para entender el cambio que se produjo en el alma de Josemaría desde los ocho años, cuando falleció la primera de sus hermanas, hasta que cumplió los quince, necesitamos conocer algo más de su entorno: una familia de nivel medio, de corte liberal, fiel a las raíces cristianas, sin clericalismos ni anticlericalismos exacerbados.

Los testigos de aquel tiempo recuerdan al «chico de los Escrivá» como un joven compenetrado con su padre, al que se parecía mucho, tanto desde el punto de vista físico como en el modo de ser. Resulta lógico que le influyera profundamente, porque fue su único hijo varón durante diecisiete años. «Tengo un recuerdo encantador de mi padre –diría tiempo después– que se hizo amigo mío»30.

¿Cómo era José Escrivá?31. En 1976 estuve conversando en Logroño con un testigo de excepción de su vida, Manuel Ceniceros, ahijado de Garrigosa, dueño del comercio La Gran Ciudad de Londres. Ceniceros, que trabajó durante años junto al padre de Josemaría, le recordaba como un hombre de fe recia, «simpático, sonriente y muy enamorado de su mujer»32.

Escrivá destacaba también ese rasgo al evocar a su padre: «Tenía una sonrisa en los labios y una simpatía particular»33. No perdió jamás esa alegría, aunque había sufrido en su propia carne las mismas desgracias familiares que su hijo: dos de sus cinco hermanos habían muerto durante la infancia y el tercero, Jorge, en plena juventud. En aquel tiempo solo le quedaban dos: Teodoro, sacerdote en Fonz; y Josefa, la mayor. Además de su hermano, uno de sus tíos, ya fallecido, había sido sacerdote: Joaquín Escrivá Zaydín (1833-1906).

Los que conocieron a José Escrivá le recuerdan como un hombre educado, amable, extrovertido y particularmente sensible hacia lo que entonces se llamaba «la cuestión obrera», de la que había hablado León XIII en 1891 en su encíclica Rerum Novarum.

Había participado, junto con su socio Juan Juncosa y su cuñado Mauricio Albás, en la creación del Centro Católico Barbastrense, que se propuso mejorar las condiciones materiales de vida de los obreros, mediante un monte de piedad y otras entidades de socorro mutuo34. Y gozaba de un sentido del humor, natural y espontáneo, que heredó su hijo mayor.

* * *

La madre de Escrivá, Dolores Albás35, fue la decimocuarta hija de los quince hijos de Pascual Albás y su existencia guardó similitudes sorprendentes con la vida de su madre, Florencia Blanc. También con la de su esposo, que era pariente lejano suyo (su madre y la de su marido eran primas segundas), algo habitual en muchos pueblos de aquella época.

Una de sus hermanas mayores falleció durante la infancia, dos años antes de que ella naciera; y su hermana gemela, Concepción, murió dos días después del parto. Otra de sus hermanas falleció en plena juventud, con diecinueve años, cuando ella solo tenía cinco. Es decir: tanto la madre como la abuela de Escrivá vieron morir a tres de sus hijas en plena infancia o al comienzo de su juventud36.

Lola tenía un carácter algo más reservado que el de su marido y se comportaba, en palabras de una de sus cuñadas37, con la seriedad «propia de todos los Albás». Era una mujer de ojos vivos, peinada habitualmente con un moño alto, de gran temperamento, dotada de una fortaleza psíquica y espiritual que le ayudó a afrontar, sin derrumbarse, los numerosos padecimientos que tuvo que sufrir durante su vida.

Aunque se había criado en un ambiente relativamente acomodado y contaba con la ayuda de varias personas de servicio durante su infancia, su juventud y los primeros años de su matrimonio, cuando vino la ruina económica pasó a ocuparse directamente de las tareas del hogar, junto con su hija Carmen, sin quejas ni lamentos; «sin que se le cayeran los anillos».

Lola y Pepe eran conocidos por su preocupación por los más necesitados. En la memoria de Josemaría quedó la imagen de su madre charlando en una habitación de la casa con Teresa, una mujer de etnia gitana que venía a verla con frecuencia; y recordaba que su padre hacia muchas obras de caridad –«era muy limosnero»– y formaba parte de iniciativas de asistencia social.

González Simancas ha analizado varias coincidencias históricas que permiten plantear esta hipótesis: quizá esa mujer, Teresa, pudo ser la esposa de Ceferino Giménez Malla, «El Pelé», el primer santo gitano de la historia, que sufrió martirio en Barbastro. Y el propio José Escrivá –estima este autor– pudo haberle dado a Pelé la catequesis previa al matrimonio.

A falta de nuevos datos e independientemente de que algún día pueda confirmarse o no esa hipótesis –que cuenta con indicios razonables–, lo que queda claro tras la lectura del estudio de González Simancas es que el matrimonio Escrivá compartía una honda sensibilidad social y un gran sentido de la misericordia38.

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