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Modificación de los signos irídicos con el tiempo

Entre las diferentes escuelas de Iridología existe una viva polémica sobre si los signos irídicos pueden cambiar o no a través del tiempo, conforme las condiciones de salud del individuo mejoran o empeoran. Por una parte, Jensen explica que existen las denominadas healing lines («líneas de curación»), que pueden desembocar en que algunas lagunas lleguen a cerrarse. El mismo autor ha demostrado su existencia, pero no ha podido constatar fotográficamente la desaparición de los signos del iris. En el polo opuesto, la Escuela Francesa de Iridología Renovada, con Jausas y Guidoni, sostiene que los signos del iris están determinados genéticamente, de forma exclusiva, y no experimentan modificaciones con el paso del tiempo. Entre estos dos polos podemos encontrar numerosas tendencias.

Sin entrar a fondo en esta polémica –tampoco tiene una relevancia excepcional para realizar un buen diagnóstico–, sí se podría decir que las señales del iris, independientemente de que varíen o no con el tiempo, parecen tener cierta graduación evolutiva. De esta manera, un signo de aflojamiento o debilidad parece ser el prólogo de una laguna, y ésta, a su vez, de algunas criptas. De este modo, el tipo y forma de muchos de los signos irídicos nos dará un valor de pronóstico y gravedad del desequilibrio padecido, pero no nos asegurará la evolución positiva o negativa de ese desequilibrio a través de la observación de la evolución del signo en el iris, al menos a corto y medio plazo.

Una cosa sí es cierta: los signos del iris no cambian en días o meses. Sólo ciertas reacciones vegetativas, ligadas al color y la «luminosidad» del iris, pueden cambiar en cuestión de días (el típico signo claro de fiebre, algunos aclaramientos observables durante los ayunos, etc.), pero no comportan una alteración estructural.

Los signos estructurales, es decir, los aflojamientos, lagunas, criptas, anillos nerviosos, rayos solares, etc., son los que más difícilmente se modifican con el transcurso de los años. De hecho, la Escuela Francesa Renovada basa en estos signos la inmovilidad de los signos irídicos. Es evidente, como demuestran los estudios de Josef Deck y otros autores de la escuela alemana, que están determinados hereditariamente, ya que se pueden encontrar series patológicas de signos, localizados en los mismos sectores, que pasan de padres a hijos y a nietos, y aun en diferentes miembros consanguíneos de la misma familia. En general, estos signos no son un buen indicador de la evolución de una enfermedad o desequilibrio. Curiosamente, se corresponden esencialmente con la topoestabilidad. Los signos no estructurales, especialmente los pigmentos, sí parecen modificarse con los años: en los iris de personas adultas y ancianas se observan con mayor frecuencia pigmentos y coloraciones. Ahora bien, no es menos cierto que muchos niños, en especial a partir de los cuatro años, también pueden presentar en ocasiones signos pigmentarios y coloraciones muy llamativas cuando la pigmentación y coloración definitiva empieza a consolidarse; esto no puede atribuirse a una carga toxémica adquirida por hábitos de vida incorrectos. En este sentido, es muy interesante el trabajo (sin publicar), realizado en Bilbao por Alejandro Arteche, quien realizó fotos del iris de mil escolares, observando que en la infancia ya se presentan muchos signos que tradicionalmente se consideraban propios de adultos. Entre ellos, destacan los fenómenos pigmentarios. Esto sería lo que algunos autores antiguos (entre ellos J.A. Bidaurrázaga) denominaban la carga tóxica heredada, ocasionada por los hábitos de vida incorrectos de los padres. Si bien los pigmentos son el ejemplo más claro, esta posible evolución patológica se podría ampliar a la mayoría de signos ligados al color. De esta manera, la coloración base del iris es en principio inamovible, entendiendo como coloración base el tinte homogéneo de fondo, el color «limpio» del iris. Las heterocromías centrales, esto es, las coloraciones «sucias» que suelen localizarse en la zona central (y que en muchas ocasiones se extienden hacia la periferia, muy especialmente por la zona de la piel), serían en principio modificables, aunque en grado leve y al cabo de años, ya que en muchos casos están determinadas genéticamente. Los signos claros de irritación serían, de entre los que afectan al color, los que se modificarían con más facilidad y nos podrían dar una orientación sobre el estado de evolución de una enfermedad. Hay que tener en cuenta que estos signos claros, en un iris oscuro, adoptan un tinte amarillento u ocre, y por esta razón no pueden considerarse un fenómeno pigmentario. Los signos reactivos vegetativos, en el otro extremo, podrían cambiar incluso de un día para otro; sin embargo, son los que se pueden objetivar con mayor dificultad, y exigen una gran experiencia clínica en el iridodiagnóstico, ya que muestran cambios muy sutiles en el matiz del color que la fotografía no llega a discernir. Estos cambios pueden provocar confusiones si el tipo de iluminación, lupa, película o material fotográfico son diferentes. Tales signos se corresponden con aclaramientos muy ligeros del iris, y se han objetivado en el ayuno (Velkhover) y descrito clásicamente en los casos de fiebre o eretismo neurovegetativo. Personalmente los he podido observar en personas allegadas, a las que se puede hacer una observación día a día, incluso hora a hora, pero no en pacientes, ya que su seguimiento es mucho más distante en el tiempo, por lo que las comparaciones entre el «antes» y el «después» son mucho más difíciles.

Entre los fenómenos pigmentarios también podrían hacerse algunas matizaciones. Los signos toxémicos, esto es, los de bordes mal definidos y que parecen afectar la estructura del iris, sí parecen modificarse al cabo de los años, lo cual se corresponde con su indicación diagnóstica (impregnación tóxica de una zona o sector, de carácter topoestable); esta modificación es, la mayoría de las veces, en sentido negativo, pues con el paso de los años se suele observar una mayor impregnación pigmentaria. Por otra parte, los signos toxínicos, de bordes geográficos y que parecen localizados entre el iris y la córnea, pueden tener una carga genética mayor, una topolabilidad casi total; y no parecen modificarse considerablemente con el paso de los años. Son las típicas señales que el paciente describe como: «Esas manchas que ya de pequeñito me dijeron que tenía». Y expongo este ejemplo no sólo para abundar en que no se modifican considerablemente con el paso de los años, sino porque, al ser usualmente de colores vivos y bien delimitadas, resaltan sobre la estructura adyacente del iris y llaman la atención.

El gran libro de la iridología

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