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Prólogo

El diagnóstico por el iris es un buen complemento de los otros sistemas de diagnóstico convencionales.

Pero no es la panacea que muchos pretenden, aunque sí puede afirmarse que hay datos de diagnóstico y pronóstico que solamente pueden obtenerse por el examen del iris, como la calidad de la constitución de los tejidos orgánicos, que nosotros clasificamos en de primera, segunda, tercera y cuarta compatibles con la vida sana (iris de primera) y más o menos patológica (iris de segunda a cuarta, pues la quinta no existe por ser incompatible con la vida misma; el iris de primera clase solamente se observa en los animales salvajes).

Digo siempre a los pacientes que me piden un tratamiento por correo, que lo primero que se requiere para empezar a hacer un buen diagnóstico es ver, oír y palpar al enfermo.

Ver para tener constancia de su anatomía, color, tipo, temperamento, examen del iris, de las líneas de la mano (quirología), y en general su porte: activo, vital, optimista o deprimido, positivo o negativo.

Oír auscultándole, percutiéndole y, sobre todo, –y esto es lo importante– oyendo el juicio que él ha formado de su propia enfermedad.

Palpar, tomándole el pulso, percutiéndole (que es oír y palpar al mismo tiempo), apreciando el calor o el frío de su piel, si hay esclerodermia o paquidermitis, comprobando si hay blandura o tensión del vientre, la existencia o no de un tumor maligno o benigno, etc.

Conocida es la historia del diagnóstico por el iris. Fue von Peczely, de Budapest, quien por primera vez observó la transmisión al iris de las condiciones patológicas. Habiendo cazado un búho vivo, el animal, en sus esfuerzos por liberarse, se rompió una pata, cuyo accidente fue causa de la aparición de una raya negra en la parte inferior del iris del ojo del mismo lado.

Después la Iridología ha sido confirmada, ampliada y sistematizada por el sueco Nils Liljequist, los alemanes Thiel y Felke, los norteamericanos Lahn y Lindlahr (este último con los cuatro tomos de su obra Nature Cure, el cuarto de los cuales es quizá el más completo de los estudios que se han hecho sobre Iridología, con espléndidas láminas en negro y en color) y otros autores como Müller, Colson, y nuestro compatriota Dr. Ángel Bidaurrázaga, de Bilbao, autor de El diagnóstico por el iris, del cual posee un ejemplar dedicado, en su nombre, por el médico naturista Dr. Casiano Ruiz Ibarra, autor del epílogo de dicha obra, que ostenta el lema «P. Neure Aiteri».

Complemento de este diagnóstico son otros procedimientos, como la quirología (estudio de las líneas de la mano), las huellas dactilares (de las que se vale la policía para identificar a los delincuentes y fichar a cada ciudadano para su documento de identidad), la radiografía, los análisis de laboratorio y el estudio de los «recargos morbosos»; pues si –como se dice con razón– «la cara es el espejo del alma», bien es verdad que todo el cuerpo es el espejo del alma, pues la actitud de una persona y aun su modo de caminar es propio e intransferible y nosotros le conocemos a distancia por su manera de andar, aunque no hayamos identificado su cara.

La radiografía es relativamente útil, ya que únicamente por luces y sombras no puede formarse juicio completo de una afección. Una radiografía de las vértebras cervicales que nos las revela perfectamente normales anatómicamente, es compatible con una artritis cervical que sólo aprecia el enfermo por sus crujidos y dolores al hacer movimientos de rotación de la cabeza.

Los análisis de laboratorio deben ser admitidos como complemento, y no más, de los otros métodos de diagnóstico, pues lo que es verdad al hacer el análisis, puede no ser cierto a las dos horas o a las dos semanas… Un disgusto puede alterar el jugo gástrico, haciendo pasar la bilis al estómago. La tensión de la sangre puede elevarse súbitamente por un susto o un acceso de cólera y originar una apoplejía fulminante, o puede descender extremadamente y originar un ataque de asistolía, como le ocurrió a Filípides en la «carrera del Maratón».

Los recargos morbosos, empíricamente descritos por Luis Kuhne, de Leipzig, son poco tenidos en cuenta por los médicos –incluso los médicos naturistas– y deben ser considerados en su verdadero valor como causa de ciertas formas patológicas, como ya he apuntado en una de mis obras.

La quirología (¡ojo!, no la «quiromancia», que es la que emplean las adivinas para echar la «buena ventura»), debe su carácter científico a los estudios del capitán d’Arpentigny, Desbarrolles, Samuel R. Wells, médico suizo, Dr. Ottinger, Isabernes, el abate Michons, P. Kircher, el genial Paracelso y muy especialmente el Dr. Paúl Cartón, que ha sido el maestro de los médicos naturistas europeos y del cual traduje su folleto «Medicina blanca y medicina negra» y al cual conocí por intermedio de su sobrina Alicia Cartón Trevilla, que vivía en Madrid y fue cliente mía.

La mano es el instrumento de la inteligencia: con ella tocamos el piano, el violín y en general todos los instrumentos, saludamos, damos la mano (o la besamos cuando nos presentan a una señora desconocida, o al sacerdote, o al Papa…), con la mano damos una bofetada o un puñetazo, nos rascamos y… no es cosa de exponer aquí «el lenguaje de los dedos» que he expuesto tantas veces en escritos y conferencias.

La astrología, si no un procedimiento de diagnóstico, sí puede serlo de «pronóstico», como lo vio bien claro el Dr. César Juarros (médico pígnico, como él decía de sí mismo), en sus artículos titulados «Lirondas» publicados en España Médica que dirigía el Dr. José de Eleicegui. Pero ¡ojo!, tampoco hay que confundir la «astrología» con la «astromancia» hoy tan en boga, que da lugar a que unos y otros, con gran desparpajo, por ejemplo, digan: «Yo soy Leo, por consiguiente me llevaré mal con Virgo y con los Sagitario»; sin pensar que para hacer una razonable interpretación astrológica hay que tener en cuenta muchos otros factores, como la herencia, los biorritmos (de la Naturaleza y del individuo) que tanto preocuparon a Goethe; la posición de los planetas cada semana en el horóscopo de cada individuo; todo lo cual es causa de que las predicciones astrológicas que se publican en diarios y semanarios solamente acierten como «el burro flautista» por casualidad. Lo tengo bien comprobado y puedo decir que los astrólogos de los diarios aciertan en un 25% de los casos.

En fin, es de apreciación (diagnóstico si se quiere) vulgar, comprobar el buen tono vital de un individuo decidido, emprendedor, valiente, «de pelo en pecho», en contraste con otro apocado, indeciso, «pendejo» en una palabra. Por esto decía el Dr. H. Lindlahr que «el pensamiento positivo (constructivo) es tan importante para conquistar la salud como la alimentación cruda y la hidroterapia fría».

El profesor Adrián Van der Putt (mal autodenominado Dr. Vander), que no fue sino jefe de enfermeros en el sanatorio de Kuhne, en Leipzig, buen practicón, que trabajó en mi clínica durante año y medio, primero en la calle Lisboa en Madrid, y después en la calle Mallorca en Barcelona, manejaba muy bien el diagnóstico por el iris, hasta el punto de diagnosticarme una contusión (que no herida ni rotura) en la rodilla derecha, que me hice siete años antes al caer sobre esa rodilla contra una roca en la Sierra del Guadarrama.

Mi padre Carlos Alfonso, ingeniero de caminos, me propuso de idea de que «todos los órganos del cuerpo tienen su proyección en el iris para que puedan tomar el sol por vía simpática».

Y para terminar, lector amigo, lee con cariño, interés y sin prejuicio este libro del queridísimo Dr. Josep Lluís Berdonces, forma tu juicio, juzga con benevolencia al prologuista y que te sea útil para encauzarte, si no lo estás, en el carril de la Medicina Naturista, y si lo estás, para afianzarte y «marchar sobre ruedas».


DR. EDUARDO ALFONSO

Presidente de Honor de la Asoc. Española de Médicos Naturistas

8 de marzo de 1990

El gran libro de la iridología

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