Читать книгу Pink - Lili Wilkinson - Страница 10

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A la hora del recreo, me moría de ganas de regresar a mi antiguo instituto. ¡El Billy Hughes era durísimo! La bibliografía que nos habían dado en las clases de Inglés y Literatura tenía como unas setecientas páginas, y no conocía ninguno de los libros, lo que era absurdo, porque siempre me ha gustado mucho leer. Mi profesora de Francés (Juliette) no decía ni una palabra de inglés en clase, y mi profesor de Física (Andrew) podría haber hablado en francés y habría dado igual, porque yo no tenía ni idea de cómo usar patrones de difracción para contrastar el espacio entre los átomos en estructuras cristalinas. La única asignatura que más o menos aún pilotaba era Matemáticas.

No era inteligente. Salí al exterior, a un patio con un césped perfectamente cortado, lleno de arbustos de lavanda y nomeolvides.

No era inteligente en absoluto. Y yo que me creía brillante… ¡Había ganado premios académicos en casi todas las asignaturas desde los doce años!

Lo llevaba claro. Pero clarísimo.

Quise darme la vuelta, salir por las lujosas puertas de hierro, montarme en un tren y volver a casa. Quise regresar a mi viejo instituto, donde era la mejor en todo.

Echaba de menos a Chloe. Deseé poder acurrucarme junto a ella, respirar su olor a tabaco y vainilla, escuchar cómo me decía que el instituto no importaba, que no era más que un lavado de cerebro. A lo mejor tenía razón.

De pronto, me fijé en un grupo de cinco alumnos sentados bajo un arce japonés que alguien había podado con mucho esmero. Todos iban de negro: destacaban como cucarachas en un congreso de mariposas. Los alumnos del Billy Hughes llevaban vaqueros entallados o faldas por encima de la rodilla. Se veía mucho blanco, rosa, azul y, a veces, alguna prenda verde o un estampado rojo, pero nadie llevaba negro.

Aquel grupo era distinto. Todos eran desmañados y desaliñados. Los vaqueros negros de uno tenían rotos gigantescos; otro era gordo y muy peludo para su edad, con el tipo de gafas redondas de metal que solo le quedan bien a John Lennon o Harry Potter. Había una chica con aparato, una coleta tosca, y una camiseta enorme y negra con lo que parecía el logotipo de Star Trek. Un chico asiático enterraba la nariz en un libro.

El resto se reía de lo que uno de ellos había dicho, el que parecía algo menos desarreglado: los vaqueros negros le quedaban bien y llevaba una camisa negra. Estaba poniendo cara de payaso, con los ojos bizcos y los mofletes hinchados. Sonreí sin darme cuenta.

—¡Ava! —me llamó alguien.

Era la chica bajita y alegre de antes, Alexis. Llevaba una botella de agua y una manzana en un brazo, y una carpeta bajo el otro.

—Ven a sentarte con nosotros —dijo.

Echó un vistazo desdeñoso por encima del hombro a los chicos desaliñados que iban de negro y murmuró:

—Los frikis de los técnicos de escenarios. —Y mientras me conducía lejos de allí, añadió—: ¿Tanto cuesta lavarse un poco de vez en cuando?

Pink

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