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EXISTE OSCURIDAD Y LUEGO está la oscuridad. En lo alto de la mon- taña, era del segundo tipo.

Fue algo que Stevie tuvo que asimilar cuando el otoño se convirtió en invierno en Ellingham. En Pittsburgh, siempre había alguna luz de ambiente en algún sitio: una farola, coches, televisores en otras casas… Pero cuando estás en lo alto de una roca que casi puede tocar el cielo, rodeada de árboles, la oscuridad te envuelve. Ese fue uno de los motivos por los que Ellingham suministraba una linterna de gran potencia a cada alumno. Caminar por el exterior de noche podía resultar una experiencia complicada. Esa noche el cielo se estaba nublando, así que solo se veían unas cuantas estrellas; nada se interponía entre Stevie y el olvido mientras se acercaba al caserón del arte. Apenas se apartaba de los senderos e incluso agradeció el inquietante resplandor azul de las cámaras de seguridad y puestos de vigilancia que había instalado Edward King por todo el recinto.

La vuelta al campus se le había hecho algo incómoda. Había ido a la ciudad con Mark Parsons, el encargado de las instalaciones y mantenimiento. Mark era un hombre corpulento y serio, con la cabeza cuadrada, que vestía una cazadora John Deere. Conducía un monovolumen con un soporte para el teléfono en el salpicadero para poder supervisar y responder una retahíla aparentemente interminable de mensajes sobre tuberías, materiales o gente que llegaba o salía de trabajar. La tardanza de Stevie le había fastidiado el día, y ella intentó hacerse lo más pequeña y pesarosa posible en el asiento del pasajero.

Stevie justificó su tardanza con la excusa de que un impulso emocional la había empujado a acercarse a la zona donde vivía la doctora Fenton. Era desagradable y absurdo mentir de aquella forma, pero es que tampoco aquellos tiempos tenían demasiada lógica. Tuvo que hacer lo que juzgó necesario. Casi como Rose y Jack al final de la película Titanic. La puerta no era una balsa segura, pero cuando tus únicas alternativas son la puerta o el océano profundo y frío…, te aferras a la puerta. (La otra gran afición de Stevie, aparte de los crímenes, eran las catástrofes, así que había visto Titanic un montón de veces. Ella tenía clarísimo que en aquella puerta había sitio de sobra para dos personas. Jack había muerto asesinado.)

Así que, durante los veinte minutos que duró el viaje, Stevie intentó mostrarse triste hasta que Mark no pudo soportar por más tiempo la incomodidad que se palpaba en el interior del coche y encendió la radio. Había avisos de nieve. Mucha nieve. Ventisca y baja visibilidad.

—La tormenta que llegará dentro de unos días va a ser tremenda —dijo al enfilar la pista empinada y sinuosa que conducía a la academia a través del bosque—. Una de las peores de los últimos veinte años.

—¿Qué ocurre aquí arriba cuando hay una tormenta gigante? —preguntó Stevie.

—A veces nos quedamos cierto tiempo sin electricidad —respondió el hombre—, pero por eso tenemos chimeneas y raquetas de nieve. Por eso he tenido que bajar a la ciudad a por material extra y por eso tenía que volver ya.

El final de la frase incluía un implícito «Y ahora llego tarde».

Mark dejó a Stevie en la carretera de entrada, desde allí la chica echó a andar hacia el caserón del arte, donde Janelle iba a mostrarles la prueba de su prototipo. Había sonidos nocturnos a los que Stevie aún no se había acostumbrado —crujidos a ras de tierra y en lo alto, el ulular de los búhos—, sonidos que apuntaban a que allí arriba había mucha más actividad por la noche que durante el día. (Y, sin embargo, aún no había visto la única criatura que una sucesión de carteles a los lados de la carretera prometía poder observarse, los que ponían ALCE. Un alce. Eso era lo único que quería. ¿Acaso era demasiado pedir? En su lugar, se había encontrado con indicios de la existencia de búhos, y lo único que Stevie había oído sobre los búhos era que les gustaban los objetos brillantes y que eran capaces de comerte los ojos si se les presentaba la ocasión.)

Estaba tan ensimismaba en las ideas que se arremolinaban en su mente sobre Ellie, paredes, búhos y alces que no se dio cuenta de que alguien se acercaba por detrás.

—Hola —dijo una voz.

Stevie se apartó del sendero de un salto y se dio la vuelta, alzando los brazos como en posición de defensa. Tras ella había una persona que se parecía bastante a un búho, con los ojos muy abiertos e inquisitivos y la expresión dura y crispada.

—Así que ha muerto tu tutora —dijo Germaine.

Germaine Batt no se andaba con sutilezas. Stevie tenía un caso que resolver; Germaine tenía historias que seguir. Entró en Ellingham gracias a su interés en el periodismo y su página web, El Informe Batt. Esta había dejado de ser un blog modesto para adquirir mucha más importancia debido a la solidez de las historias contadas desde dentro sobre las muertes de Hayes Major y Element Walker, también la mala suerte que parecía conjurarse contra la Academia Ellingham. Ella, como los búhos, cazaba en la oscuridad y las sombras, buscando alguna novedad que pudiera traducirse en más visitas a su página.

—Fue un accidente —repuso Stevie.

—Eso mismo se dijo de Hayes hasta que tú dijiste lo contrario. Cuántas cosas pasan a tu alrededor, ¿no?

—A nuestro alrededor —puntualizó Stevie—. Y sí. Pasan muchas cosas.

Continuó hacia el caserón del arte y Germaine caminó a su lado. Aunque no le apetecía nada que Germaine la mareara a preguntas, debía reconocer, aunque solo ante sí misma, que era reconfortante tener compañía entre la arboleda.

—He oído que vais a tener un nuevo compañero en la casa —dijo Germaine.

—¿Eso has oído? ¿Dónde?

Germaine se encogió de hombros como dando a entender que a veces no sabe uno cómo le llegan las noticias. Quizá con el viento.

—Un chico. Pero que no es alumno.

—Se llama Hunter. Era el sobrino de Fenton.

—¿Fenton? —preguntó Germaine.

—Así se llamaba. La doctora Fenton.

—Y ¿por qué viene a vivir aquí este chico si no es alumno?

—Porque la academia se siente fatal —respondió Stevie.

—¿Las academias se sienten fatal?

—Esta, sí —dijo Stevie—. La doctora Fenton escribió un libro sobre este lugar. Y creo que es bueno que apoyemos a la comunidad o hagamos algo después de…

—¿… de que aquí arriba no pare de morir gente? —acabó Germaine.

Stevie hizo oídos sordos y se concentró en las luces cálidas del caserón del arte que tenía enfrente.

—¿Quieres una historia? —preguntó—. Janelle va a probar su invento. Escribe sobre eso.

—No me dedico al interés humano —repuso Germaine—. ¿Y David? Todo el mundo dice que se ha ido a casa por un asunto familiar, pero me parece una chorrada. Estáis saliendo juntos o algo así, ¿no? ¿Dónde está?

—Creí que habías dicho que no te dedicabas al interés humano —replicó Stevie, apurando el paso.

—Y es verdad. Le dieron una paliza y ahora ha desaparecido, además nadie sabe dónde está a ciencia cierta. Mira, eso podría significar algo. La última persona que desapareció acabó muerta en el túnel. A ver, ¿dónde está? ¿Lo sabes?

—Ni idea —contestó Stevie.

—Y era amigo de Ellie. ¿Crees que David también podría estar en un túnel?

Stevie tecleó su código de identificación en el panel de la puerta y la empujó para entrar en silencio en el caserón del arte, dejando a Germaine en la oscuridad.

EL TALLER DEL CASERÓN del arte albergaba ahora un artilugio grande y extraño. Vi estaba colgando un letrero de madera que decía EL CAFÉ DE RUBE mientras Janelle no paraba de moverse y de hacer comprobaciones con un nivel. Janelle había gastado todo el presupuesto que le había concedido la academia y además había hecho una incursión entre las cosas que se habían tirado en el comedor para crear su máquina. Las varas habían sido colocadas para construir una estructura que enmarcaba unas estanterías con una suave inclinación, sobre las cuales se habían pegado pilas de tazas y platos en una alineación cuidadosamente calculada. Había mesas pequeñas y sillas colocadas en un ángulo determinado con más pilas de platos y tazas en equilibrio. Había varias tostadoras viejas y un tablón con un dibujo que representaba un dispensador de refrescos. Todo estaba conectado mediante unos tubos de plástico que parecían el sistema circulatorio de un monstruo de Frankenstein en versión café.

Nate levantó la vista de su ordenador.

—Pues sí que fue larga la conversación —dijo.

—Fui a Burlington.

—¿Cómo? Suspendieron el servicio de autobuses desde la paliza y la fuga de David.

—¡Perfecto! —exclamó Janelle—. ¡Lista para empezar!

Vi se acercó y se sentó junto a Nate y Stevie. Nate miró a su amiga con insistencia, pero Stevie centró su atención en lo que tenía ante ella.

—Bien —dijo Janelle, retorciéndose las manos muy nerviosa—. Voy a soltaros mi discurso y después probaré el aparato. Bueno. Allá voy. El propósito de la ingeniería es convertir algo complejo en algo simple. El propósito de una máquina de Rube Goldberg es convertir algo simple en algo complejo…

—¿Por qué? —quiso saber Nate.

—Para pasar el rato —repuso Janelle—. Porque sabes cómo hacerlo. No me interrumpas. Tengo que explicároslo. El propósito de la ingeniería es convertir algo complejo en algo simple. El propósito de una máquina de Rube Goldberg es convertir algo simple en algo complejo. La máquina de Rube Goldberg empezó como una serie de viñetas. Rube Goldberg era dibujante, también ingeniero. Creó un personaje llamado profesor Butts… Creo que alguien va a reírse al escuchar esto, ¿a que sí?

Vi hizo un gesto de asentimiento.

—Vale, pues aquí, pausa para risas. Un personaje llamado profesor Butts que diseñaba máquinas absurdas que hacían cosas como limpiarte la boca con una servilleta. A la gente le gustaron tanto esas historietas que las máquinas de Rube Goldberg se convirtieron en su distintivo, y, más tarde, en una competición pública…

La mente de Stevie ya se estaba desviando del tema. ¿Un asesinato era eso? ¿Algo simple que se convertía en complejo?

—… las dimensiones no pueden exceder de tres por tres metros y solo pueden tener un mecanismo hidráulico…

¿Quién había puesto aquel mensaje en la pared? ¿Cuál era su propósito? ¿Solo reírse de ella? Si lo habían hecho Hayes o David y Ellie lo sabía, ¿por qué no se lo había dicho?

—… y el reto de este año es cascar un huevo.

Con cuidado, Janelle colocó un huevo en una hueverita que estaba encima de una mesa arrimada a la pared del fondo, de la que colgaba una sábana blanca de plástico.

—Muy bien —dijo Janelle, situándose de nuevo delante de la larga y sinuosa máquina—. ¡Allá vamos!

Bajó la palanca de una de las tostadoras, que saltó un segundo después disparando una rebanada de pan de plástico. Esta hizo inclinarse una palanca de madera situada encima, que a su vez disparó una pequeña bola de metal que rodó por una serie de pequeñas tuberías cortadas longitudinalmente sujetas a la tabla del menú. La bola siguió rodando y recorrió una bandeja hasta llegar a la mano de una figurita de un chef. De allí cayó a un cuenco que se hallaba en uno de los platillos de una balanza. El peso hizo que se elevara el platillo opuesto, lo cual provocó el lanzamiento de otra bola.

Todo en aquella máquina tenía lógica. Un disparador, aparentemente sin sentido, desencadenaba una serie de hechos. La bola echaba a rodar y hacía que entrara en juego cada una de las pequeñas piezas que golpeaba. «Hayes preparando un vídeo sobre el caso Vermont. El hurto de la tarjeta identificativa de Janelle para robar el hielo seco. El mensaje en la pared. Hayes dándose la vuelta en el último momento el día del rodaje, diciendo que tenía que volver a hacer una cosa para no regresar. Stevie dándose cuenta de que Ellie había escrito el guion del programa. Ellie huyendo por la pared para después meterse en el túnel del que nunca saldría.»

Salió disparada otra bola, que rodó sobre el borde de una pila de tazas y terminó en el dispensador de refrescos. Este empezó a verter líquido en tres jarras de plástico. Estas ejercieron fuerza sobre la superficie y…

Stevie parpadeó sobresaltada cuando tres pistolas de paintball dispararon a la vez, las tres apuntando al huevo, que estalló en una explosión de rojo, azul, amarillo y albúmina.

Vi lanzó una exclamación de alegría y saltó para abrazar a Janelle.

—Buenísimo —comentó Nate.

Stevie asintió con la mente en otra parte. Por supuesto, se había perdido el dispositivo que disparó las pistolas. Algo que estaba delante de sus narices, pero que no podía ver. «¿Dónde buscas a alguien que en realidad nunca está cerca?…»

En algún momento, el arma que aparece en el primer acto se dispara, normalmente en el tercero.

Esa era una de las partes más importantes de ser detective: no perder de vista el arma.

La mano en la pared (El caso Vermont)

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