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INTRODUCCIÓN PRESENTACIÓN

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Tacitus was not an historian but a poet 1

Estas fueron las certeras palabras escritas por sir Ronald Syme, autor del mejor estudio que se haya escrito nunca sobre la vida, obra, pensamiento y estilo de uno de los dos historiadores más importantes de la antigüedad clásica (el otro es el griego Tucídides, ca. 460-396 a. C.). ¿Quién al leer el saqueo de Cremona (III 33-34), el incendio del Capitolio (III 71-72) o la conquista de la misma Roma (III 84-85) por las tropas flavianas no caería en la cuenta de que estas escenas ya las ha degustado en la caída de Troya del libro segundo de la Eneida de Virgilio 2 ? Ciertamente, Tácito fue un gran historiador en el sentido antiguo del término, pero por encima de todo ha quedado como un auténtico orfebre de la lengua latina. Después de Virgilio, la épica no fue sino una sombra de la Eneida y, después de Tácito, la historia se convirtió en simple cotilleo de biógrafos o reporteros sin arte ni vida. Según aseguró Goodyear 3 , «como historiador tiene grandes debilidades, si se le juzga de acuerdo con los rigurosos criterios actuales», pero «la magia de su estilo pervive». Analicemos, pues, con algún que otro detalle la persona de Tácito, su obra, cómo la escribió, de qué medios se valió y sobre quién influyó.

El año de los cuatro emperadores, el 69 d. C., atrajo la atención no solo de Tácito (ca. 55-ca. 120), sino también de Plutarco (50-120), Suetonio (ca. 70-d. 126), Dión Casio (155-229) y, en menor medida, de Flavio Josefo (ca. 37-101). Tácito fue superior a todos ellos. Y también, por otra parte, supera a Salustio (86-34 a. C.) en su brevedad y velocidad narrativa, en el retrato de los personajes y en las sentencias con que remata sus descripciones. El vigor narrativo y la interpretación psicológica de Tácito tampoco se encuentran en el estilo elegante de Tito Livio (ca. 59 a. C.-17 d. C.). El poder oratorio e introspectivo de nuestro historiador se refleja en los discursos, inventados o no, en estilo directo o indirecto. No se olvide que para los antiguos la historia como género literario estaba a caballo entre la oratoria y la poesía 4 . En este sentido, Tácito llega a ser un maestro inolvidable en la narración de momentos de gran dramatismo y emotividad (páthos), como el suicidio de Otón, el saqueo de Cremona o la situación de Roma después de la muerte de Vitelio.

Leídas de corrido, las Historias de Tácito aparecen como una magnífica novela histórica, basadas en hechos transmitidos por las mismas fuentes que usaron Plutarco o Suetonio y que no han llegado hasta nosotros en su mayor parte. La historiografía antigua, no se olvide, es muy diferente de la moderna tanto en la forma como en el fondo. El historiador antiguo tenía que combinar lo útil con lo atractivo (utile et dulce) y lo conseguía a través de la lengua y a través de la selección y presentación de la materia histórica. Los historiadores podían valerse en general de un estilo periódico (Heródoto, Tito Livio) o conciso (Tucídides, Salustio, Tácito), pero para atraer la atención de la audiencia tenían que variar su estilo dependiendo del asunto que tratasen. No era igual, por ejemplo, el estilo de un discurso, más oratorio, que el de un retrato, más cortado. Y otra forma de cautivar a los oyentes consistía en introducir composiciones genéricas, autónomas: digresiones sobre geografía, religión o costumbres, retratos, escenas de batalla, obituarios. En la variedad tanto de estilo como de materia está el gusto, y los historiadores antiguos pretendían enseñar («la historia como maestra de la vida») y agradar a los lectores (delectatio lectoris).

El 9 de junio del año 68 Nerón acabó con su vida atravesándose la garganta con una espada. La dinastía Julio-Claudia, iniciada por Augusto, había llegado a su fin. El Senado eligió para suceder a Nerón al gobernador de Hispania, el septuagenario Servio Sulpicio Galba, que contaba con el apoyo de M. Salvio Otón, gobernador de Lusitania, y de Julio Víndice, al frente de la Galia Lugdunense 5 . Galba se encaminó a Roma durante el verano y el otoño del 68 y entró en ella como el líder del ejército. Sin embargo, Galba, un militar de éxito, era incapaz de sobrellevar bien el imperio. Tácito sentenció en su obituario que «todos por unanimidad le hacían capaz de ser emperador, con la condición de que nunca hubiera llegado a serlo» (I 49, 4). El 15 de enero del año 69 cayó asesinado en el Foro de Roma a manos de sus propios pretorianos, dirigidos por Otón en un hábil golpe de Estado. Pero Otón no sabía que unos días antes el ejército romano asentado en Germania, dirigido por sus comandantes Fabio Valente y Cécina Alieno, había seleccionado como candidato para el imperio al gobernador de Germania Inferior, Lucio Vitelio, un hombre cobarde y de vida regalada. Los dos generales atravesaron los Alpes y vencieron a los otonianos en Cremona en abril del 69. Otón se suicidó con dignidad para evitar un mayor derramamiento de sangre. Los vitelianos alcanzaron Roma y se dedicaron a una vida de lujo y desidia durante un tiempo. Y en julio de ese año los ejércitos de Ilírico, Siria, Palestina y Egipto, que nunca habían aceptado el imperio de Vitelio, se inclinaron por un general que había servido a Nerón en la guerra contra los judíos, Tito Flavio Vespasiano, después de que Gayo Licinio Muciano, gobernador de Siria, y Tiberio Julio Alejandro, prefecto de Egipto, le animaran a asumir el poder. Entre ellos planearon invadir Italia y derrotar a las tropas vitelianas antes de entrar en Roma. Vespasiano, un soldado de 59 años de edad, disciplinado, competente y sin pretensiones, encontró a otro líder militar que sería una pieza fundamental en su victoria sobre Vitelio: Antonio Primo, comandante de la legión VII Gemina con base en Panonia. Primo, un general muy querido por sus soldados, dominó el encuentro que los líderes flavianos mantuvieron en Petovio (Panonia) a finales de agosto del 69. Allí se decidió actuar con rapidez para ocupar el norte de Italia, vencer a los vitelianos y ocupar Roma. En el mes de diciembre todo el plan se había cumplido, incluida la traición de Cécina, que se había unido a los flavianos. Valente, Vitelio y su hermano Lucio fueron asesinados y Antonio Primo entregó Roma en bandeja a Muciano, representante de Vespasiano hasta su llegada de Oriente. Tras los tres primeros libros que forman una unidad estructural e histórica, el libro IV comienza con una especie de coda de dos capítulos y medio del libro anterior. Tácito alterna en este libro la narración de los sucesos en Roma y en el extranjero (domi militiaeque). En efecto, nuestro historiador se centra en tres focos de atención: la política dirigida desde Roma, la rebelión en tierras del Rin y la guerra contra los judíos, que se apunta en este libro y se desarrolla en el V. En Roma interesan las relaciones entre el Senado y los representantes de Vespasiano, ausente en el Oriente, mientras que en el extranjero el hecho más importante era la rebelión contra Roma de los germanos, liderados por Julio Civil. Aparecen también algunas digresiones sobre África, Alejandría y el retiro de Antonio Primo. En el libro V, que se corta bruscamente en el capítulo 26, Tácito da cuenta de la historia y geografía de los judíos y de la rebelión judía. Tito decidió acabar con la resistencia judía y comienza el asedio de la ciudad santa, pero no remata con la narración del final de la ciudad (famosae urbis supremum diem, V 2, 1), sino que cambia su cámara narrativa a la revuelta de los batavos, dejada en el libro IV. Flavio Josefo (ca. 37-101 d. C.) ha quedado como la fuente de la caída de Jerusalén y Masada, el último reducto de los judíos. De todos estos acontecimientos del año 69 y comienzos del 70 d. C. trata lo que ha llegado hasta nosotros de las Historias de Tácito.

Historias. Libros I-II

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