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El libro III

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El libro tercero quizás sea el mejor de las Historias de Tácito por su ritmo dinámico y por la variedad narrativa. Se pasa de la batalla y saqueo de Cremona a las luchas en las mismas calles de Roma; se incendia por primera vez el Capitolio, el lugar más sagrado de la urbe, y se culmina con el brutal asesinato de Vitelio. Los flavianos diseñan un plan estratégico que, como habían decidido algunos de ellos en Petovio, consistía en invadir Italia, esperar a Muciano después de atravesar los Alpes con las tropas de Oriente y asegurar el dominio del mar con la flota y el apoyo de las provincias. Sin embargo, Antonio Primo aceleró los planes con una audacia y atrevimiento increíbles. No le importó desobedecer las órdenes que tenía de esperar a Muciano en Aquileya. El éxito en la segunda batalla de Bedriaco sobre el 25 de octubre (III 15-25), cuya descripción gráfica queda grabada en nuestras retinas, y el subsiguiente saqueo de Cremona salvaron a Antonio Primo de un castigo ejemplar por su osadía y precipitación. Merece ser recordado el páthos con que Tácito describe el saqueo (III 33):

Irrumpieron en la ciudad cuarenta mil hombres armados y un número mayor de asistentes y cantineros todavía peor dispuestos a la lujuria y la crueldad. Ni la dignidad ni la edad evitaban que se mezclaran las violaciones con los asesinatos y los asesinatos con las violaciones. Los ancianos de edad avanzada y las mujeres de edad marchita, sin valor para el botín, eran el blanco de sus burlas. Cuando una doncella crecida o alguien que atraía por su belleza caía en sus manos, la fuerza brutal de quienes intentaban cogerlos los despedazaba y esto al final llevaba a los mismos raptores a matarse unos a otros. Cuando uno se apropiaba del dinero o de las ofrendas de oro macizo de los [2] templos, otros más fuertes le cortaban la cabeza. Algunos despreciaban lo que estaba a la vista, buscaban las riquezas escondidas por sus dueños, a quienes azotaban y torturaban, y desenterraban los tesoros bajo tierra. Portaban teas en las manos, que, al terminar el saqueo, arrojaban por gusto a las casas deshabitadas o a los templos vacíos. Y, como era de esperar en un ejército de lenguas y costumbres diversas, que incluía a romanos, aliados y extranjeros, diferentes eran sus ideas de lo que era legal para cada uno de ellos, pero nada les estaba vedado. Cremona les duró cuatro días. Cuando todos los edificios, sagrados y civiles, quedaron reducidos a cenizas, solo el templo de Mefitis permaneció en pie, defendido por su situación o por el poder de su divinidad.

A partir del capítulo 36 Tácito dirige hacia atrás su mirada y cuenta los sucesos acaecidos en Roma desde finales de septiembre. La victoria de Primo ha convulsionado no solo a Roma, sino a todo el imperio romano: Hispania, Galia y Britania se deciden a apoyar a Vespasiano, quien se enteró de la victoria de Cremona en noviembre en su camino hacia Alejandría. Con las victorias de Antonio Primo y la llegada de Muciano a Italia, Vespasiano solo tuvo que encargarse del bloqueo de Egipto para impedir que llegara trigo a Roma. Mientras tanto, el avance de Primo era imparable. Sobre el 8 de diciembre se encontraba a unos 80 kilómetros de Roma. Allí Flavio Sabino, hermano de Vespasiano, tuvo que vérselas con los intentos fallidos de abdicación de Vitelio y acabó refugiándose en el Capitolio, la sede de Júpiter Óptimo Máximo, que fue incendiado irresponsablemente por los vitelianos. Junto a Flavio Sabino aparece también el futuro emperador Domiciano, quien salvó la vida por muy poco. Todo esto ocurrió en los días siguientes al 17 de diciembre. Sobre el día 20 Antonio Primo se encontraba en Saxa Rubra o Rocas Rojas, prácticamente a las puertas de Roma. El final del libro (III 76-83) trata de las luchas mantenidas en la propia Roma y de la muerte de Vitelio. Se luchó cuerpo a cuerpo por las calles de Roma como si fuera un espectáculo del circo para la plebe romana. Vitelio murió humillado en sus últimos momentos (III 85), abandonado y traicionado por Cécina y Baso:

A punta de espada se obligó a Vitelio ya a levantar la cara y exponerla a las burlas, ya a contemplar el derribo de sus propias estatuas y, especialmente, los Rostros y el lugar del asesinato de Galba. Finalmente, lo empujaron hasta las escaleras Gemonias, donde yacía el cuerpo de Flavio Sabino. Se le oyó una frase de un espíritu no innoble, cuando a un tribuno que lo insultaba, le respondió que pese a todo él había sido su emperador. Entonces cayó bajo una lluvia de golpes. Y el pueblo se ensañó con el muerto con la misma vileza con que lo había apoyado en vida.

El libro III se cierra con el obituario de Vitelio, hombre vividor, indolente e indeciso, y con la sorprendente aparición de Domiciano, quien se había escapado de la muerte hacía poco, cuando se encontraba en el Capitolio con su tío Flavio Sabino, apuñalado y decapitado unos días antes (74, 2). Con el libro III se culmina el conjunto de los tres primeros libros de las Historias formando una unidad en sí mismos, pues acaba el año 69 con la muerte de tres emperadores y se inaugura una nueva época con la llegada al poder de Vespasiano.

Historias. Libros I-II

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